domingo, 25 de febrero de 2024
COMUNICADO - Clausura
lunes, 19 de febrero de 2024
-SIN TÍTULO- Capítulo 3
CAPÍTULO 3
Había caído la noche hace ya rato, y el autobús se retrasaba
unos veintitrés minutos. Eran las 6 de la tarde, pero en aquella aldea se había
cerrado el velo oscuro nocturno de manera apremiante, como impaciente por
recubrir los campos de oscuridad. La mínima contaminación luminosa, daba pie a
un espectáculo de estrellas que Kirk siempre recordaba con una cierta mística
amorosa, pues como un ciudadano, además de ex presidiario, aquel montón de
luces blancas y algunas bañadas en un dulce amarillo miel se le habían grabado
no en la piel, sino en el alma. Como un tatuaje maorí, era su material de
batalla, el compañero con el que diversas y trágicas conversaciones había
mantenido. Sin embargo, aunque fascinantes para quien, como el en su momento
hubieran llegado de la nauseabunda humareda de la ciudad y sus grises cielos y
hubieran descubierto por vez primera aquel mapa de constelaciones que se
dibujaba en la bóveda celestial del cielo nocturno de aquella alejada aldea,
para él se tornaban prácticamente de atrezo, no inspiraban ahora en él ningún
vigoroso sentimiento, sino más bien lo contrario, se alzaban ante el cómo
firmes y luminosos gigantes celestiales que observaban a desgana su paso,
cuando no miraban lo que les placía. Solo una farola había que pareciera haber sido construida para él, y no al revés,
como sugería aquel inmortal firmamento que tapizaba la esfera. “¿Qué querías de
mí? ¿Todo? Pues cógelo y vete” Kirk se giró impaciente buscando encontrar al
que hubiera pronunciado esa sentencia. Sin embargo, solo halló oscuridad, y por
mucho que reviso en la oscuridad cualquier advertencia de silueta o forma no le
devolvió la débil luz de la luna ni la farola otra imagen que la de matojos,
árboles, y las casas lejanas que no llegaban a estar iluminadas pero que eran
aparentemente de un azul oscuro en medio del negro vespertino. Ciertamente Kirk
quedó nervioso y en alerta, y no volvió a reposar sino que por el contrario,
continuaba acechando la oscuridad buscando al que indudablemente acababa de
hablar. “¿Hola?” se atrevió a preguntar. Sin necesidad de pensar en que hubiera
alguna clase de hostilidad, pensaba Kirk de hecho en esto último, y más ahora
que nadie había aprovechado su cuestión lanzada al aire para presentarse de
entre la incomodidad de la vergüenza frente al extraño. Tampoco había muchas
posibilidades de que se tratara de lo que se le había venido a la cabeza
pudiera ser, el artífice de esta frase, y sería un hombre airado que se
encontraba verdaderamente apurado; pero de una voz joven y tosca, que no casaba
con el propietario del puesto de billetes, pero que pudiera pertenecer al
hombre del polo rosa. Lo cual, al pensarlo, le inquietó aún más. Odiaba su
lógica, la cual esgrimía un cincel que perfeccionaba y pulía el abanico de
posibilidades del mármol con el fin de dar lugar a la escultura de la
situación. Sin embargo, cada pedazo de piedra que caía al suelo, dejaba
entrever cada vez de manera más evidente el dibujo de un monstruo. Kirk se
levantó del banco mirando tras de sí ahora con intención de parecer en actitud
de combate, en guardia y preparado para el que pudiera querer hacerle daño a
tan intempestivas horas de la noche “¿Pero quién está ahí? ¡Sal ya!” De nuevo
no recibió respuesta, se quedó pensativo mirando al horizonte, sintiéndose cada
vez más nervioso y angustiado; el pensar que ese nerviosismo se podría estar de
alguna forma expresando de manera involuntaria a través de su físico, y que
aparentemente el que estuviera observando pudiera reconocer por medio de esto
que su táctica de intimidación estaba resultando efectiva, no hacía sino
ponerlo más nervioso aún, entrando en un círculo de sugestión sin parangón.
Reparó en esto Kirk, proponiendo tranquilizarse, cuando de pronto escuchó un
enorme estruendo que provenía de la oscuridad. Como si se estuviera derrumbando
el pueblo, notaba el temblor del suelo; pero sin embargo tal como llegó este
sonido, nuevamente se marchó, y Kirk quedó de pie ahora consciente de como se
había encogido. Aquel estruendo, por la intensidad con la que comenzó a producirse
había sido identificado por Kirk a priori como una bomba, pues era muy parecido
a su metodología instantánea y explosiva; sin embargo aquel sonido no había
venido acompañado de ninguna clase de luz; y por si fuera poco, se había
prolongado en el tiempo varios segundos. Si tuviera que describirlo, diría que
el sonido debe ser harto similar al de un montículo de piedra gigante
arrastrándose por la tierra. Ahora se encontraba tan sobrecogido, y su corazón
tan acelerado, que no podía sino pensar en correr de allí, y en efecto se giró
en dirección al pueblo desde aquel banco dispuesto a poner pies en polvorosa;
cuando reparó en algo que le dejó helado.
Notaba Kirk el pulso de sus venas; estaba quieto, muy
quieto. Con el semblante desencajado y los ojos una vez más con esta expresión
que a mi particularmente, lectores, me resulta tan grotesca. El aliento se le
escapó en una inspiración que había colapsado con una exhalación. Ninguna casa
quedaba en la aldea. Nada quedaba de aquellas formas azul marino oscuro que se
solapaban como capas a la cartulina de la noche, en su lugar, la oscuridad
había devorado aquellos espacios; y ahora, a excepción del banco y aquella
farola no podría divisarse ninguna estructura. Kirk se encontraba tan
impresionado que no pudo sino avanzar lentamente en el camino; confiando en no
poder diferenciar estas construcciones en la profundidad de aquella noche que
poco a poco perdía su propiedad estrellada a causa de unas nubes grises y
densas que eran arrastradas por un fresco viento, paciente en su labor de encapotamiento.
Caminaba con cuidado tratando de no hacer ningún ruido; escuchaba atentamente
sus pisadas en el camino de tierra, tratando de discernir una nota que
desentonara con la melodía de su marcha, resuelto a advertir hasta el vuelo de
un mosquito. Poco a poco comenzaba a dar pasos más amplios, que no más seguros,
tratando de rezagarse del miedo que abrumaba su cuerpo. Una vez más se paró a
escuchar; esta vez trato de concentrarse sobremanera en el sentido del oído,
cerrando los ojos con todos los músculos de las cara diseñados para ello por el
implícito miedo que conllevaría a alguien deshacerse de la vista en aquella
situación. Y escuchó. Atentamente permaneció de pie en aquella tesitura unos
segundos que se le hicieron minutos, y sin embargo, solo escuchó el arrullo de
la brisa y las ramas de los árboles mecidas a su voluntad. Volvió a abrir los ojos
al tiempo que un sonido grave y pesado, estruendoso más que ninguno que hubiera
oído jamás, se abría camino con pisadas de gigante por entre el silencio de la
noche. Kirk se giró sin perder un segundo; y mientras oraba para sus adentros
con el estómago encogido a la doceava parte de su tamaño, comprobó que las seis
casas pintadas de blanco del pueblo, de rústicas ventanas; se encontraban
dispuestas a ambos lados del camino, tres a la izquierda y las otras tres a la
derecha. De repente, el camino se iluminó en gran medida, como si nuevas
farolas hubieran sido dispuestas instantáneamente; pero Kirk comprobó que
aquella luz procedía de las ventanas de aquellas casas, que se encendieron casi
simultáneamente. Terminó de aterrorizarse Kirk cuando observo que en aquellas
ventanas iluminadas y tapiadas por cortinas blancas que se tornaban de un
naranja miel a causa de la luz, habían siluetas de personas que se asomaban a
la ventana o que simplemente permanecían quietas tras las cortinas;
contemplando el espectáculo sin desvelar sus identidades. Pasaban los segundos
y las sombras permanecían inmóviles; reflejando sus sombras en la penumbra del
suelo de tierra. Yo simplemente paseaba por en medio observando boquiabierto
las ventanas, tratando de encontrar el final de la redisposición estructural de
estas casas y poder correr tan lejos y tan rápido como pudiera. Pero por alguna
razón, mi cuerpo estaba más debilitado que nunca, mis brazos no reaccionaban y
estaban flácidos, y mis piernas;
sobrecargadas, entumecidas; como si estuvieran dormidas, no respondían a otra
cosa que no fuera el brutal temor que me impulsaba a dar paso tras paso;
tembloroso. Mis hombros estaban cargados como si transportase una escalera
antiincendios; y por mucho que pensé en correr, no podía romper a hacerlo, era
algo simplemente imposible. Hasta que al final, me tiré al suelo. Víctima del
pánico, la indefensión; y sobre todo, la no comprensión de ninguno de los
hechos que delimitaban todos estos eventos. Y a duras penas me encogí, tratando
de superar el mal trago con una muerte próxima. Sin embargo, no podía dejar de
sentir como si mil cristales estallaran uno tras otro en mi estómago, y como el
pecho se comprimía, hundiéndose progresivamente por la fuerza de las
contracciones y la debilidad, a causa de la rigidez del cuerpo, de las
distensiones. Cerré los ojos con fuerza queriendo perderme el final; y cuando
los abrí me pareció que una vez más, el camino había recuperado su oriunda
oscuridad. Las casas habían desaparecido del camino, y en su lugar, quedaban
seis cráteres y seis serpientes de tierra de un tamaño considerable que se
extendían por el campo hasta donde escasamente alcanzaba la vista. De pronto
sentí un vibrar en el renovado silencio de la noche; y una vez más agucé el
oído tratando de prevenir lo que sea que fuera a suceder a continuación. Un
rugido cobraba cada vez más volumen, y este no se ensordecía, al contrario, iba
incrementando su fulgor conforme pasaban los segundos hasta que pude percibir
perfectamente lo que sería un rugido suave pero potente. Entonces dos haces de
luz blanca me recorrieron en un santiamén deslumbrándome por completo, y el
creador de este nuevo artificio paró en seco en frente mía. En efecto, era el
dichoso autobús, que se retrasaba enormemente. Pese al inconveniente de la
espera, me liberé de la tensión en cuanto vi el cansado y desaliñado rostro del
conductor, que profesaba insultos desde su asiento. “¡Casi te atropello
gilipollas! ¡Si te llego a matar! ¡La que me cae encima cabron!” Kirk sin mucho
desparpajo, subió al autobús de inmediato y entregó el arrugado billete al
conductor; sentándose justo detrás de él. El conductor, que había recibido una
clara negativa de Kirk a la discusión en forma de silencio, no pudo sino mirar
hacia atrás, levantar una ceja con expresión airada expectante de una
explicación, y exclamar un; ¡Bah! Girándose de manera energética y haciendo un
sutil gesto con la cabeza. Sin mediar más palabra y sin más demora, el
conductor arrancó el autobús y se dispuso a continuar con su ruta; miró a la
izquierda y a través de la ventana contempló que en el banco habían unas
maletas; “¿Esas maletas son tuyas?” Kirk reparo en esta verdad; “No importa,
usted no pare”. El conductor volvió a mirar a Kirk, que se preparaba para una
evidente ronda de preguntas; y sin embargo, no fue mayor la curiosidad del
conductor, que simplemente obedeció y continuó sin detenerse. A Elena la conocí
en la ciudad; si, es verdad. En la ciudad, cuando estudiaba. A Kirk de repente,
le empezó a doler la cabeza.
“No recuerdo quien es éste hombre. Su pelo, su cara, sus
ojos; me son extraños. No sería capaz de reconocerlo ni en cien eternidades. Tiene
unas facciones muy curiosas, de sobremanera me extrañan, me incitan a
entenderlas. Pero ¿Por qué no se mueve?” Un descamisado Kirk se encuentra
sentado en el sillón marrón de la sala de la chimenea, y sujeta en sus manos un
cuadro de un hombre de identidad desconocida. Sin embargo una sensación de
reminiscencia electrocuta mis neuronas, Kirk sabe quién es; aunque como bien ha
dicho, no lo recuerda. Con los ojos entrecerrados, a causa de sus pesados
párpados superiores, dirige una rápida y desinteresada mirada a la mano
izquierda. Como si de una manta roja deshilachada a punto de terminar de
desintegrarse se tratara, un débil hilo rojo de terciopelo brotaba con cuenta
gotas a la moqueta; dotando al rojo de la misma de una zona con un color rojo
pero apreciablemente más marronuzco y tiznado. Este chorro provenía de lo que
pudiera parecer a su vez una cañería rota y atascada, pero nada más lejos de la
realidad, provenía de una ya seccionada muñeca izquierda que reposaba en uno de
los brazales del sillón terminando de rellenar concienzudamente el dibujo del
suelo. La mano, que se había desprendido de manera accidental, permanecía desfigurada
en el suelo sin presentar siquiera un matiz que pudiera indicar a ojos
inexpertos en la materia que aquello, una vez, fue una mano. Es más, antes
habría sido confundida con un trozo de carbón que cayó en la moqueta
accidentalmente cuando se estaban limpiando las brasas, cenizas y hollín de la
chimenea, que con una mano. Y sin embargo, eso era; aunque despedazada en
piedras de carbón pequeñas que habían saltado al contacto con el suelo en el
momento de la caída. Kirk pensaba en las palabras de la supuesta recepcionista,
y en especial, trataba de concentrarse para averiguar en qué rincón de su
memoria albergaba el recuerdo de la división final de su mano de su cuerpo.
Pero era tan errática su cognición y pensamientos que simplemente no era capaz
de pensar y mantener la consciencia simultáneamente. Kirk es consciente de como
a cada segundo su respiración se entrecorta, y como gradualmente reduce sus
ritmos; y lo que antes eran inhalaciones y exhalaciones, pronto se han
convertido en jadeos y toses debilísimas. Cuando mira el cuadro una vez más, no
puede creer no la identidad del hombre
en cuestión, sino como ha podido no reconocerlo anteriormente. Tanto le
extraña, que ciertamente duda de que sea esa la imagen que decoraba el lienzo
que observaba tan detenidamente. Y sin embargo, no hay duda; el hombre del
cuadro es Inocencio Julián; su cara de hecho, cabría destacar, ha sido
ilustrada con mayor juventud de la que ostentaba cuando Kirk lo conoció; y de
hecho, la firma del cuadro anuncia haber sido producido hace veinte años,
cuando el aún estaba en la cárcel. Aunque indudablemente, esos eran los ojos de
Inocencio Julián, su cara carecía de manchas marrones, y sus orejas; lejos de
estar recubiertas de pelo, se demuestras medianas y casi puntiagudas; atentas,
dándole un aspecto similar al de un elegante dóberman; su cara, así, también se
veía más puntiaguda y despejada, y su rostro aunque arrugado; permanecía
estoico y sereno en su expresión; denotando el afable carácter que este sujeto
siempre me pareció representar en vida. Que conveniente distracción para éste,
nuestro moribundo Kirk, pero no fue mucho el tiempo que pudo permanecer
consciente observando este cuadro hasta que finalmente perdió la sensación de
presión en el cuerpo, y con ligereza volvió a dejarse ir. De pronto, sonó el
teléfono. Con un desmesurado sobresalto que se tradujo en el maltrecho cuerpo
de Kirk como una apertura instantánea de ambos párpados, el teléfono sonaba una
vez más aquella noche. Se mantuvo sonando unos minutos y más tarde, paró. Sin
embargo, volvió a empezar a sonar. Kirk volvió a dejarlo sonar. Pero el
insistente telefonista no disintió de su propósito y una vez más, marco las
claves telefónicas de Kirk solo para anunciarle lo que fuese que aquel o
aquella cosa quisiese transmitirle en esta noche a Kirk. Entonces Kirk levantó
el brazo derecho a duras penas y descolgó el teléfono: “….” Kirk se mantuvo en
silencio esperando oír la voz de aquella mujer al otro lado, sinceramente, pero
lo único que se le fue devuelto fue aquel silencio sepulcral, que se perpetuaba
un poco más. “Te la quité yo” pronunció de repente el aparato. Kirk permaneció
en silencio acongojado, pues a saber qué nuevo discurso habría de escuchar; por
ahora no tenía intención de responder, solo de escuchar. “La mano te la quité
yo porque tu no habrías sido capaz. De hecho te he salvado la vida.” “…” “¿Por
qué no respondes, Kirk? Soy tu amigo” “…” “Simplemente quiero hacerte saber que
no ha sido ninguna molestia, que no he tenido ningún problema” “gracias” “¡El
hombre del momento! Gracias por contestar. Verás, no ha sido ningún problema.
De hecho he disfrutado comiéndome tu muñeca, era lo único que hacía que esa
asquerosa piedra negra todavía siguiera pegada a ti. Pero verás… ha surgido un
pequeño contratiempo. Si lo miras desde una perspectiva diferente no es culpa
mía, de verás que no era mi intención, pero…” “¿Qué sucede?” “Voy a comerte,
Kirk, voy a devorarte entero. Me voy a comer tus brazos, tu espalda y cabeza.
También tus sesos, vertebras, hígados y costillas. Por no mencionar tus muslos,
tus pies y tus gemelos. Sorberé tu tuétano y sangre, tu linfa y tu bilis. Voy a
devorar tus ojos y lengua y a masticar tus dientes, a mascar tu paladar y a
freír tus orejas. Ha sido tan placentera la experiencia de probar tu carne, que
simplemente no creo poder parar. Sinceramente no quería esto, pretendía
ayudarte. Así que lo siento mucho, pero debía avisarte. Ciertamente, porque no
hay nada que puedas hacer para solventar esta situación” Kirk simplemente rio y
dejo caer el auricular, que quedó descolgado suspendido por el cable. De este
aún se oía; “…y en el fondo que podría haber sabido yo, ¡No es culpa mía Kirk!”
La habitación permaneció en silencio a excepción de aquel
sujeto que seguía hablando por el teléfono, Kirk conmocionado, ya no era capaz
de distinguir de sus palabras algún mensaje lógico; y con un gesto, con su mano
sana estiró del cable del auricular desde la base y con un débil tirón arrancó
el teléfono del enchufe. Entonces la voz instantáneamente dejo de bañar el
silencio de la estancia, que volvió a producir el sonido de la tumba al
momento. Kirk se sentía oprimido y abatido en aquel sillón; aunque
sorprendentemente no tenía miedo. De hecho; tranquilamente, más tranquilamente
de lo que se pudiera esperar de un hombre manco que está viviendo todo esto,
comenzó a pensar en los hechos de forma reflexiva: el fuego, la recepcionista,
el cuadro y aquel extraño hombre que ahora inquietaba el recuerdo de Kirk. No
pudo evitar pensar que estaba loco y que quizá todo lo que había vivido era
producto de alguna clase de brote o sintomatología de alguna enfermedad de su
mente; y sin embargo no creía en esto que decía, pues eran tan reales estos
eventos que habría vivido que en el fondo no albergaba duda alguna de la
autenticidad de todos estos hechos. Un cristal se escuchó romperse en la
inmensidad de la casa de verano, llegando a oídos de Kirk aun estando el en la
sala de la chimenea; esto significa que han sido destruidas no otras sino las
ventanas de la entrada. Confuso en el sillón Kirk miro hacia la ventana de la
habitación y entrecerrando los ojos razonaba este último hecho del cristal
roto, y cuando comprendió la zona en la que se habría pertrechado la fechoría;
si aún podía hacerlo más en ese estado, palideció. Desde el pasillo, el de la
alfombra azul de trísqueles de motivos geométricos, provenían unos pasos que se
hundían en el tejido del suelo, y como si este conspirara con el que estuviera
intentando encaramarse al cuarto para disimular su paso, ensordecía el resto de
la acción haciendo un ligero sonido de deslizamiento que habría de ser el tacón
amortiguado. Tan sigilosamente y tan lentamente se acercaba por el pasillo; y
Kirk, quieto, observaba desplazando únicamente la cabeza por lo que debería de
ser el pasillo tras la pared de la habitación de la chimenea. Con un suspiro
renovado nervioso, insufló vida a su maltrecho cuerpo con la fuerza suficiente
como para tenderse en pie una vez más y con cuidado, fue tratando de
desplazarse hacia la pared. Un sabor a hierro vino a su boca, y con los ojos
abiertos no era capaz de ver; entonces se cogió de sobresalto a la parte de
arriba de la chimenea; el cual era similar a un estante, y solo gracias a eso
no cayó desplomado. Despejado de nuevo, se trató de acercar a la pared para
simplemente escuchar aquel hipnótico y suave sonido que provenía del pasillo,
aquellos pasos nocturnos que se acercaban hacia su posición; y que sospechaba
acabaran siendo producto de su imaginación. Realmente Kirk no se sentía
preocupado por su condición en un orden melancólico, sino más bien le producía
esta una sensación de impotencia que se estaba transformando en rabia en su
interior, mientras trataba de hacer algo tan simple como escuchar ahora que
estaba en la pared aquel sonido. Entonces Kirk fue siguiendo todo lo que pudo
esos pasos, hasta que poco a poco se acercaba a la primera estantería dispuesta
en la pared; los pasos continuaban sin aumentar su ritmo, en una sintonía casi
invisible. Atentamente Kirk se encontraba siguiéndola cuando se topó casi de
bruces con la estantería, y como si el hombre en el pasillo lo supiera; él se
paró también. Cuando esto pasó acudió a Kirk una sensación de sobresalto y
congoja, que hicieron rápidamente un nudo en su estómago; y como caído del
cielo, una vez más, el raciocinio; pensó en aquella situación y barajó una
nueva posibilidad ¿Y si aquello era real? No tuvo más tiempo para pensar, pues
se encontraba dando un salto hacia la puerta, desproporcionado a decir verdad
para el que era su estado físico aún siendo producto del gesto nervioso de la
supervivencia, cuando escuchó que aquellos pasos del pasillo no solo se
reanudaban, sino que a un ritmo vertiginoso y rapidísimo tratando de alcanzar
la puerta en un desesperado intento por alcanzar la habitación antes de que se
pudiera hacer cualquier cosa por detenerle. No pasó ni un segundo en la
inhibida mente desangrada de Kirk cuando los pasos que habían renunciado
definitivamente a esconderse se acercaban peligrosamente a la puerta; pero Kirk
la alcanzó y poniendo su peso sobre la puerta trato de actuar de barricada para
impedir que el del pasillo entrara. De repente la puerta recibió un golpetazo y
Kirk casi sale volando, pero con toda la poca fuerza que le queda trata de
empujar su hombro y mano contra la puerta, tratando con toda su voluntad de que
la puerta permanezca cerrada. El del pasillo, no se rinde; y con numerosos
envites embiste la puerta, una vez tras otra, con la obvia intención de
derribarla. Los golpes de los envites si no fueran por la inflexibilidad del
roble otorgarían a esta puerta una mayor forma de paréntesis de la que adoptó,
pero finalmente esta se doblaba como si tal con cada golpe; amenazando reventar
los goznes si en el camino de aquel agresivo animal y la puerta no hubiera una
fútil y manca resistencia. Cada golpe sonaba como un latigazo de piedra, y
completaba el espacio de la casa a cada que se producía. Kirk se encontraba
cada vez más mareado, y sentía como sus fuerzas comenzaban poco a poco a
flaquear; mientras que al contrario aquella bestia arrendaba a la puerta
empujones cada vez más iracundos, cada vez más salvajes. Entonces Kirk se sentó
en la moqueta, tratando de empujar con sus gemelos la espalda contra la puerta;
y aunque la doblez ahora amenazaba con reventar la puerta por la parte de
arriba, esta permaneció resistente durante los momentos en que Kirk luchaba por
mantener su estado de consciencia que inequívocamente, ya no respondía a su yo
consciente. “¡Dame la otra mano! ¡Quiero la otra mano! ¡Dame la otra mano!”
Pronunció de pronto una voz grave y tosca del que permanecía aporreando la
puerta, entonces Kirk se miró su mano, apretó el puño y apretándolo contra su
pecho comenzó a sollozar; ahora indiferente por ser una resistencia en aquella
puerta o no.
“Amigo, despierta. Que no tengo todo el día” Por primera vez
desde que subió a aquel autobús, Kirk examinó de verdad el rostro de aquel
autobusero, desgarbado y desgreñado a pesar de su escaso pelo; unas profundas
ojeras que trepaban por los dorsos de su nariz prácticamente, y que formaban un
surco que llegaba desde las glándulas lacrimógenas hasta allí donde salen las
boqueras. Su bigote afeitado estaba sorprendentemente bien cuidado para lo que
advertía el resto de su cara; que ostentaba dos colgajos en los mofletes como
si los hubiera rellenado de aire y una vez en tensión alguien hubiera extraído
el aire sin permitir a los carrillos regresar a su tamaño original. Una cruz
dorada en el pecho en la que adornaba “χριστόσ ανέστη” me sorprendió, pues era
la primera vez que veía una con tal inscripción. En cierto modo aquel hombre
era corpulento pero pequeño, sin llegar a ser muy ancho, aunque con dos brazos
como los que tenía; cualquiera habría tildado sus piernas de infantiles,
parecidas en comparación a las de un niño. Con un rápido gesto Kirk se levantó
de su asiento y aunque tuvo el fugaz impulso de coger sus maletas; diseminó
estas ideas rápidamente de su cabeza y bajó del autobús haciendo un gesto de
saludo al conductor antes de marchar.
Cuando bajó las escaleras del bus se encontraba en una calle
ancha gris y larga con un pavimento escasamente asfaltado; aquella ciudad tenía
una estación que consistía en un puesto de billetes algo mayor que el del
pueblo del que había marchado con tres hangares en forma de paradas corrientes
de autobús; al parecer el servicio público de transporte deja mucho que desear
pese a su aparente funcionalidad. Quizá si se piensa funcional, también
reflexioné, ¿Será porque no conozco a todos los que no les fue funcional? Sin
más, cruce la calle y desde la acera de en frente continué a la derecha
buscando un bazar en el que pudiera comprar una botella de agua. La ciudad estaba edificada en consonancia a un diseño
de edificios de no más de 5 pisos, aunque los de 5 ciertamente eran escasos;
salvo el de un par de sucursales y un centro comercial, el resto de los
edificios eran más pequeños. Aun así, éstos eran más modernos pues su
construcción se había realizado de manera reciente. Estos nuevos núcleos
urbanos, que surgen verdaderamente de la expansión de un pueblo en materia de
su capital y su poder adquisitivo como región; eran parajes que no dejaban de
transformarse y que no dejarían de hacerlo a no ser que como siempre, alguien
encuentre la forma de redirigir todo el progreso de un pueblo hacia su bolsillo.
Paseaba Kirk observando las señales, que le resultaban llamativas a causa de
estar bañadas de una reciente capa de pintura. Y lo que más sin duda,
sorprendió a Kirk, fue la cantidad de coches que permanecían aparcados en zonas
de la acera, encima incluso del pavimento alguno, en una puerta; indicando así
como una bandera quien era el dueño de aquella casa y vehículo; una larga
hilera de coches se extendía por la calle, y aunque a lo sumo, no habrían más
de 60 coches en aquella calle, Kirk se impresionó. Finalmente, encontró su tan
ansiado bazar y cuando hubo comprado una botella de agua fresca, se sentó en un
borde de piedra que se elevaba del suelo medio metro, así como si fuera un
taburete de cemento. Mirando al sol de la ciudad y reflexionando, pensó en que debía
buscar un hostal donde instalarse por el momento, y sin mucha demora, comprar
todos los enseres que hubiera necesitado; pues los que traía consigo los había
dejado en aquel banco de la aldea. Observaba a la gente pasear con un aire
suspicaz, y cuando alguno de ellos le observaban súbitamente, Kirk bajaba la
mirada al instante. Inmerso en su botella y pensamientos, Kirk se levantó y
alcanzó una casa de dos pisos pero bastante ancha; en la que había escrito en
una piedra pintada de marrón brillante “Clásica Posada” con la intención de que
resaltaran las letras de un amarillo quasidorado que allí resaltaban sobre toda
la blanca fachada de la estructura. Con ventanas con barras de hierro y unas
cenefas de azulejo blanco y azul; con diversos motivos estivales y formas
geométricas que se extendían por los lados haciendo de falda del caserón, se
defendía de los visitantes en la estética este precioso lugar, en el que Kirk
entró buscando asilo temporal. El interior era más acogedor aún que el
exterior; pues el olor de la humedad de las barricas; del huevo frito en aceite
con tocino, el chorizo, la coliflor, la cerveza y el vino, además del queso y
las vinagretas: despertaban en Kirk un extraño sentimiento de familiaridad que
colmaba su pecho e inflaba su corazón. El interior era de piedra de granito
gris, que aparentaba un color rosado bajo la luz de las tenues luces; que de no
haber ostentado la forma de la bombilla, podría yo haber confundido su
sustancia con la de la antorcha; quizá también porque el fuego me transmitió
siempre una tranquilidad primitiva, y aquella luz y ambientación sin duda me la
brindaba. Los entablados de madera alrededor de las vigas terminaban de darle a
este rústico lugar un aspecto de granero que casaba muy bien con la
intencionalidad de toda la decoración. Habían colgados cuadros con recortes de
periódicos, equipos de fútbol y hasta una cabeza de toro que sin duda repugnó
en gran medida a Kirk. También un atizador, una azada y un mosquetón que por su
aspecto, habría quedado relegado a la exhibición. El suelo era de una piedra
rosada que pasaba por el más claro de los rojos, y estaba adecuadamente pulida
como para no suscitar una impresión de inmundicia en quien lo viera por vez
primera, además de abrillantada y limpia. En definitiva aquel era un buen lugar
donde permanecer un tiempo. Kirk se acercó al mostrador donde había un
ordenador blanco inmenso, que ocupaba casi el espacio entero de la mesa bajo la
que se encontraba. Encima de esta mesa había un televisor de tubo blanco con
una tele que ostentaba una pantalla mucho más pequeña que el cuerpo que la
sostenía. Una señora se encontraba limpiando unos vasos de cristal en lo que
parecía una barra. Entonces ésta se giró y descubrió a Kirk: “Buenos días
caballero, ¿Qué desea usted?” La mujer era una señora mayor, de pelo rojo pero
anaranjado por el desgaste del tinte y el pelo; aparentaba haber vivido medio
siglo y su maquillaje de sombras moradas exageradas complementaban sus labios
rojos que aun mantenían ciertos puntos del pintalabios que probablemente los
recubriera a primera hora de esta mañana; llevaba dos pendientes dorados y
vestía un típico delantal además de un vestido de cuerpo entero sencillo con un
clásico estampado de hojas de vides sobre fondo morado muy discreto. Sin mediar
palabra aprovechó la cuestión que me sugirió para coger un nuevo plato y volver
al trabajo mientras pensaba mi respuesta. “Quisiera instalarme en una
habitación” dijo Kirk “Perfecto caballero, ¿Cuánto tiempo?” Kirk sin pensarlo
mucho aseguró “Unos tres días por el momento serán suficientes. En caso de que
quisiera quedarme aquí alguna noche más ¿Habría problemas en volver a pedir la
estancia?” “Hombre, mientras usted me pague lo que debe de pagarme; tenga esa
habitación el tiempo que quiera. Pero si la pregunta es que si dejara de
pagarme por esa habitación le guardaría la reserva, pues ciertamente no” “No
hay problema, gracias igualmente, subiré a ver la habitación” Con un gesto se
frotó las manos después de haber lavado lo menos cinco platos más mientras manteníamos
esta escueta conversación, y de uno de los bolsillos de su delantal sacó una
llave. Con esta abrió un cajón del mueble donde estaban las copas, las botellas
y el grifo y pude advertir; si no me equivoco, que las llaves estaban
dispuestas en las típicas cajas de cubiertos que vienen seccionadas para no
mezclar los cuchillos, las cucharas y los tenedores. No tuve tiempo de ver más
porque en cuanto cogió la llave cerró el cajón de un plomazo y se acercó
esgrimiendo unas llaves pendientes de un llavero junto a un clásico tarjetero
de plástico con la inscripción “1-C”. “Es en la primera planta, nada más subes
las escaleras a la derecha, la segunda puerta”. Kirk asintió y subió las
escaleras que le había indicado la señora, hasta que llegó a un pasillo que se
extendía a su izquierda y derecha, en una moqueta amarilla que desentonaba
ciertamente con la decoración inicial de la entrada, aunque las paredes sí que
poseían su mismo gramaje y forma; aunque aquí las luces eran blancas y led, por
lo que no daban lugar a dudas sobre su origen mecánico. Al fondo a la
izquierda, cuando me asomé y eché un corto vistazo, observé una mesita de lo
que parecía madera barnizada de un color marrón oscuro pero que tampoco me
incitó a desglosar la veracidad de su apariencia. Sobre esta, un jarrón blanco
con tres rayas moradas que rodeaban en orden ascendente de espiral esta pequeña
estructura de la que surgía una margarita de plástico. Observé los letreros,
pintados también en dorado sobre piedra marrón “A, B” leí, y mirando a mi
derecha esperaba continuar con un “C,D” cuando sorprendido recordé las
indicaciones de la recepcionista, y en efecto, la prueba empírica corroboró sus
palabras pues observe que el orden de los letreros era “D,C”. Sin dar mucha más
importancia a esta incoherencia entré en mi estancia dando por hecho que en el
piso segundo esta sucesión también se acontecería.
sábado, 17 de febrero de 2024
Ánodo y cátodo
Andaba perdido en la misma historia de siempre… yo
obsesionado con ella, y ella ignorándolo completamente. Yo intentando verla,
ella rebatiendo mis intentonas como el que contesta preguntas enumeradas una
encima de la otra en un papel. Y terminado el día, ese resquicio de amor
superviviente que se esconde en algún
recoveco de mi pecho cualesquiera hayan sido sus perjuicios, logra enquistarse
en mi ser y regenerarse de nuevo para que pese al odio, mañana pueda amarte
igual que ayer. En el fondo no sabes lo que me detesto por ello ¿Cómo trabajar por la destrucción de lo más
bonito que he intentado construir jamás? Me gustaría saberlo de verdad, si
algún día me amaras. Porque es justo lo que yo mas deseo en el mundo.
Lamento no haber podido protegerte de la bestia blanca de
desfigurados ojos, pues en mí constaba de su amistad con nuestras almas, pero
no su autonombrada soberanía sobre nuestros cuerpos, y aunque el mío no fue
marcado por sus manos, sepas tu que yacen en mis antebrazos las líneas de tu
cuchilla. Ahora solo deseo desaparecer en el firmamento marchando en recta
inamovible cualesquiera sean los terrenos que inclinen mi paso. Atravesaré la
más dura cordillera y el más frío de los mares para alcanzar mi estado de
conciencia habitual, que no normal, para encontrar la capacidad de procesar
algo incomprensible.
Hasta los rebuznos riman (1-3)
I
Veinte años y te sigo soñando
Veinte años y te sigo esperando
No era nuestra complicidad,
Solo fuimos participes de hacernos daño.
Ni nuestra impulsividad, pues me fui aunque te extrañara,
sintiéndome un extraño
no fue nuestra creatividad
porque por miedo a dibujarte mal,
todavía no lo he conseguido, y eso en veinte años.
Con veinte años te sueño como con catorce,
Te quiero como si tuviera diez,
Me arrepiento de haberte perdido como si tuviera cincuenta,
Y la razón es que no quiero soñarte otra vez,
Pues aunque es tu cara de porcelana y miel,
Por dulce y frágil
Solo eres equívoca cuando equivocarse es fácil
Y yo que te amé y te amo, sin saber lo que es amar
Te miro y eres mi reflejo proyectado en el mar,
Una ilusión física,
Sobre donde me gustaría estar,
Y aunque quiero encontrar la astilla que me está infectando,
Tengo veinte años, y te sigo soñando.
II
De espesa figura, se diluyó como tinta
Indetectable cicatriz, aboyadura íntima
Bastardo amor por su razón ilegítima
Reproducido perpetúa, y se perpetúa en cintas.
Torrente de abril de un invierno creciente,
Primavera muerta de árboles engañados,
Creció mi tronco bajo tu balcón floreciente,
Echó raíces buscando el sol de tu tejado,
Ramificó y convirtióse la copa en puente,
Tornándose frío a cada paso no solicitado,
Y es que el amor no entiende de inconvenientes,
Ni entienden tus ojos de ser humanos
III
Desde mi balcón escondido, te vislumbré entre mis jazmines.
Tu perfume fresco,
Tu peso liviano,
Treparte así al Montesco,
La vida en italiano.
Llévenme a un barco pesquero, que ni los pastos son conchas,
Ni la tierra es blanca,
Tan pesado el cuerpo,
Como ligera el alma
Que mi alma pertenece al mar,
Que de la mar es el marinero, de la tierra nuestra casa,
llévenme a un barco pesquero
y despídanme en la playa, y al mar den mi cuerpo
y no nos veamos jamás,
y si en el balcón sigue el niño,
y escondido en los jazmines,
es que se hizo a la mar, y ahora es espuma,
no lombrices.
Recopilación de episodios históricos legendarios (5/7)
SITIO DE AMBERES
El sitio de Amberes no fue el más largo de todos los asedios
españoles en Países Bajos, y sin embargo, sí que fue el más impresionante en
relación a la cantidad de cosas que pasaron en un periodo de tiempo que no
alcanza el año. En esta época, Alejandro Farnesio; el duque de Parma, sobrino
de Felipe II y primo de Juan de Austria; era gobernador de los Países Bajos.
Todo lo que sucede viene precedido de la decisión de enviar al Duque de Alba al
iniciarse la revuelta de los holandeses,
donde castigó a los rebeldes y reprimió la revolución. En vista de lo drástico
que se mostró este gobernador y sus políticas, Felipe II trata de actuar en pos
de un proceder benigno vaciando las ciudades de tercios viejos, tras firmar un
acuerdo donde permitiría a las Países Bajos a auto gestionarse, y
redirigiéndolos a la Lombardía italiana. Evidentemente, los Países Bajos que
quedaron desguarnecidos, no tardaron en rebelarse y a excepción de Luxemburgo
que se mantuvo fiel a la corona todos renegaron de ella. Es entonces que hubo
de enviarse de nuevo a los tercios con el fin de reconquistar una a una todas
las ciudades de los Países Bajos.
Amberes es una ciudad a orillas del Escalda, muy cercana a su desembocadura en el mar del Norte. En aquel tiempo esta ciudad monopolizaba el comercio de aquella de zona, y por ello su población rondaba los 100.000 habitantes. En aquella época, esto supondría a lo que sería para nosotros hoy en día una ciudad como Londres, por ejemplo. Todas las tropas de las naciones se fueron destinando las ciudades que habrían de conquistar. Pero Alejandro Farnesio, se guarda para sí Amberes además de las tropas españolas, que serían unos 10.000 infantes y 2.000 jinetes de caballería. Amberes contaba por su parte con diez baluartes robustos, los muros eran anchos y el foso muy amplio y profundo puesto que el Escalda es un río muy caudaloso. Toda la parte norte flamenca de la ciudad y todo el tramo del río que iba hacia el mar del Norte comunicaba directamente con Zelanda, una zona que llevaba tiempo siendo rebelde a la corona española. Por allí podía abastecerse fácilmente la ciudad de Amberes y resistir el sitio sin mucho problema. Por tanto, a la hora de sitiar la ciudad, el río se convierte en un gran problema logístico.
El planteamiento inicial era construir un perímetro
fortificado al más puro estilo de César en Alesia, sin embargo, por mucho que
las fortificaciones pudieran llevarse a cabo siempre quedaría una parte de
estas expuesta y haría inútil esta estrategia; el tramo norte del río Escalda.
Esto supondría tener que soterrar una parte completa del río con el fin de
construir sobre este terreno, lo cual era una tarea imposible. Sin embargo a
esta idea imposible le seguirá una idea impensable; consiste en construir un
puente sobre las aguas del Escalda. A esa anchura, sobre la que se planteó, el
Escalda ostentaba una anchura de 800 metros. Este puente haría de muralla
contra los rebeldes y haría posible completar la fortificación. Filipo de
Márnix, el gobernador de Amberes, cuando se entera de la intención de los
españoles, se ríe públicamente de su intención en la plaza de la ciudad. Los
españoles, por su parte, una vez completada la construcción perimetral
terrestre, marchan a 50 kilómetros al sur, a la ciudad de Terramunda; para
obtener los materiales necesarios para terminar el puente sobre el río.
Terramunda era una región entre Gante (a 100 kilómetros al
sur de Amberes) y Amberes, con un frondoso bosque del que podrían extraer la
madera necesaria para construir el puente. Se encontraban entonces preparando
la artillería para hacer batería sobre las murallas de Terramunda cuando Pedro
de Paz, el maestre de campo de aquellos tercios, recibió un arcabuzazo en la
frente. A Pedro de Paz se le conocía cariñosamente entre las filas de los
tercios como Pedro de “Pan”, puesto que se decía era muy querido y se
comportaba con sus compañeros como si fuera un padre. Pues bien, fue tal la
rabia que alcanzaron los españoles por la muerte de este hombre, que de nada
sirvió a los soldados de Terramunda destruir un dique para anegar a los
sitiadores y sus efectivos, porque los españoles, cargando en sus hombros los
cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho lograron instalarlos y
destruir los muros. Era tal el ánimo de venganza que se respiraba en las
tropas, que Alejandro Farnesio aprovechando que la operación no necesitaba de
muchas unidades para llevarse a cabo, escogió de dos a tres hombres entre todas
las compañías del tercio para que todas pudieran participar en el asalto y
aquella operación de conquista no degenerase en masacre. El primer baluarte es
conquistado rápidamente y la ciudad cae poco después. Con esto se hace posible
aprovisionarse de los bosques y poco tiempo después las primeras vigas de
madera estarían llegando al sitio donde se ha de construir el puente.
Marnix, nuevamente, demuestra su impresión cómica de los
hechos: “Muy embriagado del vino de su fortuna estaba el de Parma, si pensaba
que echándole un puente enfrenaría la libertad del escalda. Que no sufriría más
el escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de
los españoles.”. Pero inevitablemente, las obras del puente comienzan.
Primero se colocan postes verticales emparejados con tablones
para ir haciendo un suelo sobre la parte más profunda. A cada extremo del
puente se crean dos fortines con la intención de guarnecer el puente, que es
fortificado a su vez contra un posible ataque naval construyendo en la orilla
de brabante hasta trescientos metros y en la flamenca unos setenta metros,
quedando aún un espacio abierto entre ambas de 430 metros.
A todo esto, Gante se ha rendido a la ofensiva española. Esto
es de gran importancia, pues entre Amberes y Gante hay un canal que comunica
directamente ambas ciudades con Terramunda. Que se encuentra justo a las
orillas de ese canal.
Al conquistar Gante sacan de allí una flota de 22 navíos y
otros cuantos de Dunquerque. La intención de coger estos barcos era utilizarlos
como pontones amarrados unos contra otros desde una esquina del puente
construido hasta la otra, terminando de cerrar esos 430 metros. Estos pontones
o barcos se espaciarían unos quince metros los unos de los otros y estarían
firmemente amarrados. El problema es que para llevar los barcos justo al lugar
indicado, habrían de reventar un dique e inundar la campiña para poder pasar
los barcos a escondidas de los rebeldes. Sin embargo estos se harán conscientes
y no tardar en preparar un reducto en un lugar estratégico impidiendo que los
barcos pudieran circular. Ante esto Alejandro Farnesio decide construir un
canal de 22 kilómetros de longitud para comunicar las aguas de la campiña
inundada con un riachuelo que pasaba al norte de donde se encontraban y que
desembocaba en el escalda; pudiendo evitar así el reducto de los rebeldes.
El mismo Farnesio coge una pala y comienza a cavar tratando
de dar ejemplo a sus hombres. Esto es porque los soldados españoles eran
hidalgos, y en aquel entonces el trabajar era símbolo de deshonra, nada
caballeresco. Aun así, esto motiva a las tropas que en un mes habrán concluido
las obras del canal (en Noviembre de 1584) y una vez queda inaugurado pueden
llevar barcos y materiales tranquilamente desde Gante sin recibir represión de
los holandeses. Serán necesarios finalmente 32 barcos para cubrir esta
distancia de 430 metros que quedaba por cubrir en el Escalda. Estos navíos son
fortificados y modificados con vigas metálicas a modo de picas mirando al
exterior del río, preparadas para un ataque naval. El puente queda construido
hacia Febrero de 1585 tras siete meses de construcción, completando la
estructura de asedio perimetral.
Entonces Alejandro Farnesio, con el fin de ser tomado en serio por el gobernador de Amberes y que este tuviera clara su determinación, le envía un espía capturado con el siguiente mensaje: “Anda libre hasta los que te enviaron a espiar, y después de haberles contados por menudo cuanto has visto por tus ojos, diles; que tiene fija y firme resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel puente haga para sí sepulcro o por él se haga paso para la ciudad”.
Pese a la espectacularidad de la infraestructura, había sido
construido en cuestión de bastante tiempo, por lo que los rebeldes no se habían
quedado quietos y también preparaban una obra de ingenio a los españoles.
Federico Giambelli, un ingeniero italiano, afamado y renegado del Imperio
Español, trabajaba en la construcción de unos navíos preparados para acabar con
el puente. Se trataban de unos barcos gigantescos que portaban en su centro una
suerte de construcción de piedra y ladrillo con su interior lleno de pólvora
además de cuchillos, garfios, clavos, pedazos de cadena… se dice incluso que
llegaron a meter ruedas de molino y lápidas de cementerio, todos estos
materiales pendientes de actuar como metralla. Este contenedor era recubierto
por una lona y sellado con pez, y además disponían una mecha de larga duración.
Esto, porque estos barcos irían vacíos bajando el río Escalda y actuarían como
“barcos-mina” detonando y usando todo lo anteriormente introducido como si
fueran perdigones.
En la noche del 14 de abril, los rebeldes flotan y envían
cuatro barcos-mina por la parte rápida de la corriente del Escalda, abandonando
las tripulaciones las embarcaciones a 2.000 metros del puente. Los españoles,
ya apercibidos de la llegada de estos navíos, observaban con atención la
situación intrigados por el desenlace. De estos barcos, uno se hunde, dos se
desvían a la orilla por la corriente, y el último choca contra el puente
quedando encajado. Los soldados, que veían que no sucedía nada, suben a bordo
del barco y entre risas se burlan de la tontería que acaban de hacer los
holandeses. De repente la mina explota y todo lo circundante a la nave se
desintegra matando en el acto a unos aproximados 800 españoles. La explosión
fue tal, que se llegaron a encontrar restos a 9 kilómetros de distancia. Y
Alejandro Farnesio, que solo salió herido, únicamente se salvó de subir al
barco porque un alférez español que conocía personalmente a Giambelli le
convenció de que no subiera, pues era conocedor de su mente maquiavélica y sus
malas artes. Aun así, salió despedido con la onda expansiva. Contando con la
oscuridad, realizan unas reconstrucciones de urgencia en el puente más
estéticas que funcionales con el objetivo de aparentar no haber recibido daños.
Los rebeldes, engañados, deciden no atacar esa noche con la flota por dar por
ineficaz el atentado. Lo que si harán será intentar introducir un socorro a
través de la campiña inundada con destino a Amberes. Para impedir este
movimiento, el coronel Mondragón se instala en lo alto de un dique tras haberlo
fortificado y se enfrenta simultáneamente a ambas flotas rebeldes, la que se
dirigía a Amberes, y la que había salido de Amberes para alcanzar a los
rebeldes. Había una lengua de tierra entre la campiña inundada por los
españoles, y las inundaciones de los propios flamencos de Amberes. Solo esto queda entre ambas flotas, y el
coronel Mondragón la guarnece de soldados a la espera de Farnesio con el grueso
de la flota. Y allí, les hará frente hasta disuadirlos.
Giambelli, insatisfecho, continúa diseñando armamento para
los rebeldes. Consigue mejorar los barcos-mina mediante una serie de
modificaciones en el fondo del casco que les impedía cambiar de rumbo. Sin
embargo los españoles también habían previsto esto, y diseñaron un sistema por
el cual los barcos podían desengancharse y abriendo y cerrando el puente,
evitar todos estos explosivos. Las tropas ante esto se burlaban y regodeaban
observando los dispositivos explotar en la lejanía. Pero Giambelli seguía
maquinando. Puso otra idea en marcha; se trataba de un navío descomunal en cuyo
centro se alzaría un castillo de planta cuadrada donde se situarían unos 1.000
mosqueteros y unos 20-30 cañones. Pues bien, tanta era la confianza depositada
en esta última obra de ingeniería naval, que los rebeldes lo bautizaron como
“El fin de la guerra”. Una vez logrado introducir este barco en el río,
fingieron zarpar hacia el puente, centrándose todos los españoles entonces la
defensa de este punto; pero cambiaron en el último momento de rumbo hacia la
campiña inundada tratando de sorprender a los soldados. Sin embargo, el
amplísimo calado del barco lo hizo encallar y acabó destruido. A modo de broma,
los españoles lo rebautizaron como “Los gastos perdidos”.
En este punto los rebeldes, desesperados, optan por un todo o
nada llevando a cabo un ataque frontal con una flota de 160 barcos, atacando el
contradique defendido por el coronel Mondragón la noche de la explosión. Esto
arrolla los fortines en primera estancia, aunque sin embargo el socorro
compuesto por italianos y españoles que se debatían sobre quien obtendría mayor
gloria en este enfrentamiento, consiguen defender la posición hasta que llega
Alejandro Farnesio con todas las tropas. Algunas naves, sin embargo, cruzaron y
llegaron a Amberes, informando a la población de que habían roto el sitio y que
en pocos instantes llegaría la flota. Sin embargo, no era así. Alejandro
Farnesio desde lo alto de la lengua de tierra, grito a sus soldados: “No cuida
de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga”, saliendo todos los
soldados detrás de el a batirse en duelo contra los enemigos desembarcados.
El enfrentamiento no parece tener un claro vencedor por el
momento. Un momento inestimable acontece, en el que italianos y españoles se
arrodillan juntos a rezar a Dios solo para arremeter acto seguido contra los
rebeldes; entrando en sus posiciones y arrasando lo que encontraban a su paso.
Llegaran incluso a perseguirlos dentro del agua y tomaran los barcos espada en
mano, produciendo una gran carnicería. Al final de la jornada habrían tomado 28
barcos, 65 cañones de bronce y varias vituallas del tren logístico; además de
los 3.000 muertes frente a los 700 de la parte del Imperio español.
Después de esta demostración de poder, la población de
Amberes empezaba a plantearse rendir la ciudad. El gobernador Marnix por su
parte, trato de alargar la resistencia por medio de unas cartas falsas donde
pretendía hacer creer que unas naves francesas navegaban en su ayuda, sin
embargo se desmiente su veracidad y el pueblo acabará aún más enfadado. Con el
paso del tiempo las rendiciones por parte de Malinas y de Bruselas llegarán a
oídos de Amberes, y finalmente rinden la ciudad. El agosto de 1585 se produce
la entrada triunfal, y por esta acción Felipe II entrega a Farnesio el Toisón
de Oro (Se trata de un galardón que señalaba un grandísimo prestigio durante la
época. El vellocino de oro del que estaba inspirado, señalaba la realeza). Una
anécdota sobre Felipe II, es que al enterarse de la toma de Amberes de
madrugada, saltó de la cama, y corriendo llegó a la habitación de su hija
Isabel donde abriendo las puertas comenzó a gritar: ¡Nuestra es Amberes! Solo
para terminar y volverse a dormir.
Faminiano Estrada, un gran cronista de esta época de oro imperial,
habla de este sitio como uno sin igual y textualmente dice: “Nunca con más
pesadas moles fueron ensenados los ríos, ni los ingenios se armaron con más
osadas intenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos
asaltos hiciese más profesión de destreza y de coraje. Aquí se echaron
fortalezas sobre los arrebatados ríos, se abrieron minas entre las hondas. Los
ríos se elevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre
los ríos. Y como si no bastara solo el trabajo de atacar Amberes, se
extendieron los trabajos del general también a otras partes; y cinco fortísimas
y potentísimas se acercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año,
a un mismo tiempo se tomaron”. Como foto final; se celebró un banquete colosal
sobre el puente con largas mesas que se extendían de una punta a otra. Tras
estas celebraciones, se desmantela el puente y se reconstruye una ciudad
fortaleza erigida en su momento por el Duque de Alba, y que todavía es
observable desde Google Earth, justo en uno de los meandros sobre los que se
situaba el puente.
jueves, 15 de febrero de 2024
-SIN TÍTULO- Capítulo 2
CAPÍTULO 2
“El filósofo que se pregunta cuanto o como es de filósofo,
es en realidad científico, pues para mí el filósofo habría de preguntarse ¿Por
qué es filósofo?” Elena era una mujer rubia, de edad avanzada pero que no
estaba reflejada fehacientemente en su piel, dado que se conservaba con gran
efectividad y aparentaba unos cincuenta años a lo sumo si hubiera querido Kirk
examinarla con detenimiento, aunque a primera vista sería tachada de mujer
madura, de unos cuarenta y pocos. De complexión era pobre, con un cuerpo
escuálido pero sorprendentemente bien esculpido, y de estatura más bien baja,
de unos 1´60. Su pelo era rubio con tonalidades blancas, aunque no era debido a
las canas, si no a la increíble claridad de su pelo, de un color amarillo tan
claro que casi se tornaba transparente, aunque una corta pero frondosa melena
hacía de salvaguarda, como una comunión de fascias, entendiendo cada trozo de
la falange como un translúcido mechón dorado, haciendo de su cabello casi un
halo que se extendía completando el centro, y a ambos lados de los hombros, en
forma de velo, con un corte elegante totalmente recto en las puntas. Sus ojos,
azules como el mar, recordaban a los que pudiera haber tenido Inocencio Julián
en su juventud, aunque aquellos ojos eran más profundos, pues su color se
tornaba más semejante al cobalto y su intensidad que al aguamarina claro de los
ojos que creía haber recordado, o más bien construido en su imaginación.
Cuando Kirk se marchó de aquella casa para no volver,
inmediatamente empezó a considerar sus opciones, ya que sin amigos y sin
familiares desgraciadamente era él mismo el único al que podría recurrir. Con
los ahorros de Inocencio Julián, es decir, de lo que había ganado mientras
estuvo trabajando para él, podría permitirse vivir un año completo en algún
pueblo, tratando de encontrar trabajo de la que fue su ocupación durante este
tiempo. O podría marcharse a la ciudad y sobrevivir unos meses, quizá
consiguiendo empleo en alguna fábrica que estimara necesario nuevos
trabajadores, ya fuera debido a algún despido, accidente o dimisión. Sin
embargo Kirk, que se conocía a sí mismo, había convenido en que la ciudad
resultaría para él un ambiente inoportuno, cuanto menos tentador para despertar
aquel demonio que reposaba eternamente en sus entrañas. Sabía que era fuerte,
que era especialmente fuerte, más que mucha gente, y más de lo que había
llegado a ser él jamás. A decir verdad, la muerte de aquel a quién había
llegado a querer como un padre era el único asunto que habría logrado eclipsar
el renovado buen humor de Kirk en los últimos 7 años.
Pero dentro de él Kirk no podía evitar albergar la duda, en
consecuencia a la pregunta que intrigantemente había llegado a su cabeza, como
un invitado inesperado a intempestivas horas de la mañana, se clavaba en su
cerebro como una astilla en el pulgar del labrador de azada vieja. ¿Sería capaz
de no caer? ¿De volver sin más, envuelto en su nuevo perfume, voluntad y traje,
y continuar con su labor de vida? ¿Querría de verdad seguir siendo feliz? Como
si acabara de abrir un libro largo tiempo sellado, y comenzase a leer compulsivamente
cada una de las líneas de sus páginas, empezó a imaginarse rodeado de
problemas. Recordaba aquel anciano, los periódicos, las jeringuillas… como se
llamaba aquel muchacho, Ker… ¿Kerchak? Y el otro era… No, de ese sí que no se
acordaba. ¿Eso quería ser él? ¿Un borrón en la memoria?
Intentando tranquilizarse “Todavía no has fallado” dijo, “En
tu fatalismo absoluto lo haces, una y otra vez, pero no lo has hecho. Mismo
lugar, distintos pensamientos…” Desentrañaba ahora la ciudad un reto real para
él, para su personalidad y futuro. Decidido, decidió marchar a la ciudad más
cercana que pudiera encontrar. En realidad, su plan no consistía en alcanzar el
burgo y asentarse, primero decidió recabar información sobre las zonas
circundantes, apostando por encontrar alguna ciudad con un nivel de calidad de
vida óptimo, aún sin ser tan cara como una gran capital, o simplemente una
ciudad de moda.
Al no tener coche, tuvo que acercarse al pueblo al que
bajaba a comprar, el cual no estaba a más de diez minutos de la casa de verano
de Inocencio. El camino era cuesta arriba para llegar, aunque por suerte cuesta
abajo para volver. Había recorrido aquel boscoso camino cientos de veces, en
ocasiones, cargado hasta los topes de productos de la compra, ropa o incluso electrodomésticos.
Sus gemelos que aun sin ser voluminosos, se erguían fuertes, se tensaban con
fuerza cuando debía ir al pueblo con alguna gran carga, fue el caso de un
frigorífico estropeado el cual el propio ayuntamiento del pueblo descartó
recoger, pues decían que los caminos del pueblo a la casa de verano estaban
totalmente ideados para senderistas, animales y en general su preservación. Es,
de hecho, la ambulancia que se llevó el cuerpo de Inocencio Julián, el único
vehículo que sus ojos han visto por estos lares en los casi 9 años que lleva
viviendo aquí.
Alrededor del camino se alzaban arboles de tronco esbelto y
delgado con largas ramas y moteados diseños. Él no podría haber sabido que su
vida se había resuelto últimamente entre los árboles de un bosque de coníferas,
pero aún sin saber su nombre, apreciaba aquel bosque como si de un viejo amigo
se tratase, de forma respetuosa pero despreocupada. Aunque personalmente, no
había oído muchas historias que hablarán al respecto, en su ideario mental
miles de sucesos de personas desaparecidas en bosques, y halladas
posteriormente con equipos de rescate compuestos por grupos de búsqueda y algún
que otro helicóptero sucedían todos los días, debían de suceder en algún lugar,
pero en todo momento. Imaginaba también que muchos de ellos, tristemente, no
llegarían a ser rescatados a tiempo, y se verían superados por el hambre, la
sed, el clima, o la propia fauna y flora del lugar en el que hubieran dado a
parar. Algunos, podrían recibir entierros dignos, y un funeral apropiado, con
el adiós de sus familiares, las cartas de despedida con el ataúd abierto (o no)
y todo, sin embargo, cuantos habrían que simplemente hubieran desaparecido en
la inmensidad de la naturaleza, en el bosque o la montaña, como un papel mojado en el mar, destinado a
mojarse, partirse y disolverse en las colosales entrañas del olvido, que se
fundieron con el negro, y ahora sin forma ni recuerdo vagan por la tristeza de
su eterna muerte.
Kirk trató de apartar aquellos morbosos pensamientos de su
cabeza, pues no tenía ningún sentido pararse a pensar en probabilidades e
imposibles, pero no podía evitar pensar en el dolor que debe sentir una
familia, pues el que muere, puede que sufriera, pero muerto ha, y realmente si
alguien llorará su desgracia, son los que aquí permanecen. Sin embargo él no
tenía familia, tampoco amigos. Si él se perdiera para siempre y se disolviera
como un papel mojado en el mar ¿Quién lo lloraría? Habría gente seguro…
inexplicablemente, pues para él era un tema más que zanjado el que se propuso
mientras llegaba al pueblo donde cogería un autobús a la ciudad, trato de
justificar que sí, que habría quien lo llorase. Como del rayo, se le vino a la
cabeza el evidente padre que hacía poco había perdido, Inocencio Julián. Pero
para bien o para mal, él ya no podía echar de menos a nadie desde la tumba. Ni
salir a buscarlo. Ni llorarle. Entonces Kirk de verdad reparó en la cruda
realidad, en la imposibilidad de justificar que alguien intentaría hacer algo
por él o que simplemente, lloraría su perdida.
Así, a sus 41 años, airado por su propia lógica y
argumentativa aceleró el paso ahora sí, decidido a abandonar el tema por el
momento. El pueblo era bastante pequeño, de hecho no era un pueblo, era una
aldea. Con tres hileras de 2 casas de granito, pintado blanco con ventanas
rústicas y fachadas coquetas, se erguía este modesto compendio de hogares, y en
el centro de la plaza, una cabina donde cabrían tres personas o el operario que
allí trabajaba, pues esta era grande, con una doble terminación de su cara a
causa de las lonchas que le emanaban del cuello como una hinchazón permanente,
esta empujaba a su barbilla, y probablemente le diera ese aspecto de
delimitación, que rematada con su papada redonda le daba a su cara ese aspecto
de concluir dos veces. Sus mofletes habrían de ser grandes, pues custodiaban
una boca de categoría, abrigada con un suntuoso bigote descuidado, como la
perilla y la barba que, vagamente, crecían inconexas en el rostro del sujeto.
El otro establecimiento era un local de aspecto mediano por fuera pero de gran
amplitud por dentro, como bien especificaba el cartel, este lugar actuaba como
una farmacia y un supermercado a la vez, y de hecho, Kirk entró por curiosidad
y no había ninguna distinción de los productos, de forma que podías encontrar frascos
de jarabe para la tos en el estante siguiente de las patatas fritas y los
cacahuetes. Nunca reparó en lo probablemente inadecuada que sería aquella
disposición, echó una mirada al mostrador buscando a los empleados, y solo vio
a un señor medio calvo, de pelo moreno, brazos cortos y peludos, además de
rechonchos, y un polo rosa, puesto de perfil que o no lo había visto o esperaba
evitar tener que saludar a Kirk.
Kirk entonces salió del puesto, y se acercó a la cabina del
hombre aún más voluminoso. Solo cuando establecieron contacto para poder
comprar el billete a la ciudad, Kirk reparo en que aquella boca de categoría
venía precedida y era la máscara de unas monstruosas mandíbulas, unas
gigantescas fauces que preguntaban a Kirk mientras él, conmocionado no podía
oír nada. Como caído del cielo, Kirk recobró el sentido y se disculpó.
Concluyeron el corto intercambio, y se sentó para esperar al autobús.
Extrañado, comenzó a reiterar una vez más en su memoria el
recuerdo de aquella colosal boca, sus dientes podría haber dicho que los había
memorizado, pero probablemente eran en cierto modo un dibujo a medio hacer
completado por su imaginación. Aun así, podría jurar que los dientes de aquel
hombre se extendían en una segunda hilera en la parte de abajo, al menos. De
sus mojados labios despedía escupitajos tiznados en marrón, quizá aquel hombre
de entre sus hábitos insanos, el que a primera vista pudiera parecer su mayor
problema, sea solo su mayor problema en apariencia. Realmente debía de fumar,
pues sus labios aunque húmedos y babosos, dicharacheros de repartir saliva con
cada una de las palabras que formulasen, estaban custridos concéntricamente, o
al menos creía recordar unos ciertos relieves negros como los de un río seco
que profundamente se hundían en aquel pozo. También su hediento vaho regalaba
nubes de tufo a tabaco negro, o puede que puros. Que más le daba, ahora que lo pensaba, no
volvería a ver a aquel hombre jamás.
Una neblina gris y blanca, imbuida de su esclarecedora tonalidad
de manera aún más destacable sobre un marco negro, se empezaba a abrir paso
ante los ojos de Kirk, poco a poco comenzó a parpadear sin abrir mucho los
ojos, cegado por aquella neblina, y trató de ir adaptándose a aquella extraña
luz que lo cegaba. Cerró con fuerza los ojos, y entonces, tras unos segundos
los fue abriendo lentamente. Un agudo dolor se había consolidado en su brazo,
un dolor certeramente vivaz, tremendo y terrible. No habían pasado ni diez
segundos, y empezó a notar que por alguna razón, sentía un dolor insufrible en
el brazo, como si estuvieran explotando palomitas dentro del cuerpo, y hubieran
inteligentemente abierto su piel para sacarlas después de prepararlas en el
calor que emanaba su brazo, que habría asegurado ardía como el infierno, y
después hubiera dejado el recipiente vació al aire, después de despellejar y
tirar su envoltorio y tapa.
Tardó unos segundos en recobrar el aliento, pero aquel dolor
le había servido sin el saberlo como un despertador. Recuperado de aquella
oleada de dolor, o al menos acostumbrándose a él, se fijó en su mano derecha.
Como un báculo de bronce por partes, se componía por dos opulentas piezas de
forma muy similar pero curiosamente dispares, pues una se extendía ciertamente
a lo ancho, pero más a lo largo, y su sujeción, como si preparada estuviera
para disponerla a ras del suelo, era más cilíndrica y ostentaba un bulto
semicircular que podía adoptar la forma de una bola a voluntad, toda esta
magnífica construcción estaba coronada por un trozo de piel que solo contenía
pelo por la parte de arriba, con una forma de pentágono irregular y estilizada
por líneas que le daban un cierto aspecto espectacular, dando la impresión de
que ciertamente fue diseñada para ser la más elaborada de las piezas de esta
construcción tripartita, a su vez, adornaban unas edificaciones minúsculas con
tres surcos, los suyos en especial eran de proporción casi perfecta, pero no
pudo evitar pensar quizás por esto que así eran todos los dedos, proporcionados
y bien elaborados. Con cierta curiosidad cerro la palma de la mano y la miró
mientras la giraba con detenimiento. Sus dedos entrecerrados esbozando un puño
simulaban cordilleras, y el pelo de sus dedos daba la impresión de querer
aparentar ser la vegetación que encontrarías en la falda de la montaña, y las
calvas de las puntas de la primera falange desde la palma, parecería la punta
donde no crece más que musgo y helecho.
Fascinado por su mano derecha, como si jamás hubiera visto
una mano y estuviera aprendiendo por primera vez las maravillas de la ingeniera
biológica estructural que se encuentra de manera natural en todos y cada uno de
los miembros de su especie, continuó su vistazo apuntando a la izquierda y
levantando su brazo, que continuaba emitiendo un intenso dolor.
Entonces palideció, y todo lo que había pasado comenzó a
entrar de manera agolpada en su mente. Ahora como consciente del dolor de
manera renovada, colmó la estancia, que la estancia, la casa en grito, y
comenzó a mirarse el brazo y sujetárselo con la derecha, agarrando desde el
bíceps y tratando desesperadamente de estirarlo del todo, y pese a la gran
intencionalidad y agobio, imperiosidad y alarma que había tras su orden mental,
llegando a concretarse como un mensaje racional destinado a un segundo oyente,
el brazo no lograba cumplir con su voluntad de manera satisfactoria: “¡Muévete!
¡Por Dios! ¡Muévete, joder, por favor!” Como un juguete desarticulado, emulaba
el gesto de apertura pero al superar los 130º de amplitud, se dolía, y su brazo
como si ciertamente tuviera desconectado el cable que conectaría su cerebro y
su cuerpo para dar el siguiente paso, simplemente no respondía. Pero lo peor de
todo no eran las sulfuras de pus e infección que salían de su antebrazo, ni la
carne rosada entremezclada con ese líquido y consumida, de hecho frita en su
propia grasa, el haber perdido la posibilidad de estirar el brazo… No, lo que
más le preocupaba era su mano.
Al parecer, se había
desmayado mirando al techo, y en el proceso había pasado varias horas en una
postura realmente incomoda, lo notaba en las punzadas de su espalda, pero no
tenía ánimo como para reparar en algo tan trivial, pues su mano carbonizada
había perdido el meñique mientras el yacía, y de hecho, su composición como de
piedra se había consumido por completo, y lo que antes eran láminas de costra
negra que estaban de manera viscosa débilmente unidas a su epidermis, ahora
eran restos de ceniza de un mineral que resultaba solo duro en apariencia, pues
con su mano trato de levantar una de estas costras buscando el rojo bermellón
que ocultaban, y como polvo se deshizo en sus dedos. La carne roja que aún quedaba en su manos, se
había convertido en una especie de masa blanca, amarilla y roja, que carecían
de consistencia sólida y entre sus huesos, ahora expuestos en parte, asemejaban
el agua de una presa, aunque ciertamente de una textura mucho más grumosa.
Sin saber qué hacer, ni a quién buscar, convino en que
habría de llamar a una ambulancia. Sin embargo, sabía que tardaría unos
cuarenta minutos en alcanzar su domicilio, y que entre desmayos y paranoias
había perdido la suficiente sangre y tiempo como para simplemente esperar a ser
recogido y tratado. La toalla que rodeaba su brazo izquierdo había quedado
inservible, pesaba el doble de lo que lo haría limpia, y adornaba con trozos de
piel, sangre, pus y costra por igual. De hecho, al examinar su brazo izquierdo,
cuidadosamente levantando la toalla, había reparado en que al tiempo que
quitaba el tejido del brazo, que había sido enrollado al mismo a presión, iba
arrancando una fina lámina de piel, tan fina como la de una serpiente, que
había quedado pegada a la toalla por la supuración infecciosa. Lentamente la
retiró apoyando sin perder un segundo su brazo de nuevo en su muslo, y quedo
expectante durante unos segundos.
Había que hacer algo con esa mano, y rápido, su antebrazo
era, según quería pensar, tratable. Aunque infectado y despellejado,
prácticamente en carne viva, si se le aplicaban los remedios que los sanitarios
considerasen necesarios, como pomadas o cremas, con piel de cerdo, o de su
propia espalda algún día volvería a sanar y funcionar como de costumbre,
pudiendo hasta estirarse completamente. Recordó que al no poder estirar el
brazo completamente, era muy posible que fuera necesario abrir su brazo en
canal con especial cuidado, de forma quirúrgica y restaurarlo por dentro
uniendo cada una de las fibras de sus músculos y articulaciones, quien sabe
cuánta sangre habría perdido y cuanto se habría quemado. En conclusión, él no
era quién para autodiagnosticarse y tomar una decisión adecuada sobre las
medidas correctas para poder curar su antebrazo y codo. Pero su mano era
diferente.
Él no era médico, pero sabía que lo que fuera que pudiera
quemarse hasta el punto al que se quemó su mano, no volvería a ser lo mismo. Y
en efecto, de esta no sentía nada, de hecho, despertó de su letargo por las
supurosas heridas de su antebrazo, y no sabría decir con precisión en que
momento su meñique se perdió. Los músculos, articulaciones y en general,
cualquier material orgánico menos los huesos se había perdido, quedaban
entresijos de carne pegada o prácticamente convertida en viscosidad, pero nada
rescatable o que pudiera darle esperanzas de que esa mano tenia salvación.
Comenzó a apretarse el índice con la mano derecha, y como si fuera la costra de
una herida del pie raspada por un calcetín, simplemente salió de su encaje. Con
interés en el negro carbón que había arrancado, comenzó a investigarlo, y fue
deshaciendo la piedra consumida hasta que dio con algo más duro y que se negaba
a ceder a los pellizcos que propinaba Kirk al índice quemado. Supuso que sería
uno de sus huesos, y un tanto horrorizado por su experimento lo dejó sobre el
lavabo con cautela, como si más adelante le fuera a hacer falta.
No se atrevió a intentar sacar más dedos durante unos veinte
minutos que permaneció en silencio reflexionando sobre todo esto, intentando
recordar que diantres le hizo chamuscar su mano izquierda como si de una
chuleta de cordero se tratase. Quizá fue por el shock de la situación, o porque
el dolor había amainado, pero una nueva ráfaga de punzadas y quemazones
asistieron el brazo izquierdo de Kirk, quién al momento se encontraba
recorriendo el pasillo de la alfombra azul y alcanzando el salón de la
chimenea, donde estaba el único teléfono en toda la casa.
Entró a la habitación, notando en sus pies descalzos la
cálida moqueta roja, y sujetando su brazo izquierdo con sumo cuidado. Se paró
en seco y miró alrededor, encontrándose casi de manera inconsciente en frente
de la chimenea. Caldeaba estas sus fuegos, habiendo consumido el último tronco
hace varias horas, y haciendo ademanes de extinguirse. Las llamas luchaban por
subir, como si hubieran cuerdas, trataban de subir al techo de la chimenea, y
caían instantáneamente una y otra vez al suelo, repitiendo este proceso a una
velocidad vertiginosa, pero que describiría la percibía como suave, un
espectáculo de increíble velocidad pero que transmitía una inexorable calma.
Serio, Kirk negó irrisoria e imperceptiblemente con la cabeza, y avanzó al
teléfono rojo que había en la mesita de café, junto a un sillón casi al nivel
del suelo de color marrón que antaño habría sido su trono y lugar más preciado,
ya que al conocer a Elena, desarrolló un increíble gusto y una docta curiosidad
por la literatura y más concretamente, por la literatura filosófica, que de
cuando en cuando resonaba en su cabeza en un eco decreciente, procurando que
pudiera alejarse de estos libros, aunque no olvidarlos. Pero extrañamente,
aquellos libros habían perdido cualquier clase de sentido que pudieran tener
para él, y como intentando eliminar su hábito de lectura, se había dado
obsesivamente a la literatura genérica y de moda que va siempre al compás que
su época, evidentemente.
Con la mano derecha, pulsaba los botones marcando el número
de emergencias en el teléfono mientras trataba de alejar toda esta reflexión
innecesaria y que en este momento por importante que fuera para él, realmente
le traía sin cuidado. Cuando termino de combinar los dígitos, ya estaba dando
señal y como si tuviera que prepararse una excusa, cosa que realmente tendría
que hacer porque no podía explicar en qué momento se le ocurrió hacer algo así,
más que nada, porque no lo recordaba, empezó a ponerse nervioso y a temblar,
notando un retortijón en el estómago. Este se vio neutralizado rápidamente por
el brazo de Kirk, que nuevamente comenzaba a arder, pero esta vez con una
desdeñable rabia, con furia, como tratando de deshacer cualquier rastro de piel
que pudiera quedarle en su antebrazo, su sangre se había revestido de lava para
calcinar su cuerpo, y podía notarlo, pues claro que podía, le dolía a rabiar y le fue muy complicado permanecer
consciente a pesar del dolor, que lo había sentado en el brazo del sillón
incapaz de permanecer de pie.
Una voz algo nasal, respondió al minuto, y Kirk avasallando
su entrada genérica de “Hola en que puedo ayudarle” se anticipó y le dijo: “Por
favor, es urgente, creo que voy a perder el brazo”. Entregó su dirección y sin
tener que dar más detalles, la señora le preguntó directamente por el estado de
su mano. Le explicó lo que había sucedido, como su piel se había hecho humo,
los desmayos, el índice y el meñique perdidos, se lo contó todo, de hecho hasta
le contó que se había dado cuenta de su mano quemada una vez se hizo consciente
de su cuerpo y se vio con el brazo extendido sobre el fuego de su chimenea, y
que no recordaba cómo había terminado haciendo eso. “Señor, lamento mucho lo
que voy a decirle. Verá, su mano es inútil, y lo será para siempre. En ese
estado lamentable que me ha descrito, que es en el que se encuentra, le sugiero
que adopte alguna medida más… drástica. No sé si sabe a lo que me refiero”
Ojiplático, y con la boca abierta por su desconcierto, Kirk empezó a mirar al
suelo con un nudo en la garganta, sin creer lo que estaba escuchando. “Se lo
digo por su bien, señor. Habría que hacer algo con esa mano ¿No cree?”
Instantáneamente colgó el auricular, y se quedó boquiabierto. Se pasó la mano
derecha por la cara, hizo ademán de quitarse el sudor pero más bien se tocó la cara, quería
asegurarse de que todo permanecía donde tenía que estar, sus ojos, su nariz, y
su boca abierta, abierta de la incredulidad. Mirando las vacías paredes de la
estancia, recordó los cuadros que cuando llegó a la casa aún estaban colgados,
y sintió que los recordaba de una forma misteriosamente nítida, de una manera
muy cercana, como si ese día hubiera sido ayer mismo.
Abotargado por la situación, que sentía cada vez se escapaba
más a su control, rio histéricamente y se preguntó como de estúpido podía
llegar realmente a ser. Tras haberse desmayado en el baño, haber perdido dos
dedos, con el brazo en el mismo camino, y una cantidad de sangre que habría
llenado su bañera, que pudiera permanecer cuerdo sin siquiera alguna clase de alucinación
auditiva, o lapso entre observación, razonamiento y pensamiento era
prácticamente imposible, lo que tenía era que asegurar su brazo, estaba
convencido de que aquella extraña mujer era, sin duda alguna, una pobre
recepcionista que habría quedado preocupada y a la que habría malinterpretado,
o de la que quizá hubiera simplemente disociado y hubiera completado sus frases
desde su ideario, no muy positivo en estas situaciones, francamente. Quizá no
hubiera marcado correctamente el número de emergencias. Bien, es de tres
dígitos, pero también era cierto que tres eran los dedos que le quedaban en la
mano izquierda, y en esa situación física en la que se encontraba hasta la más
sencilla de las tareas podría haberse realizado incorrectamente, de forma involuntaria.
Ahora con mucho cuidado presionó las tres teclas del teléfono que habría de
marcar, y silenciosamente espero tras la línea, mientras oía los pitidos que
indicaban que el teléfono, efectivamente, daba señal. Alguien contestó y Kirk
no perdió un segundo, “Hola, verá. Había llamado antes pero…” esta vez, fue esa
voz femenina la que interrumpió a Kirk al teléfono: “¿Y bien? ¿Lo ha hecho?”
“¿El qué?” Respondió Kirk “¿Cómo que el
qué? Déjese de tonterías, señor, sabe
bien de lo que le estoy hablando.” Añadió inquisitiva. Kirk no podía dar
crédito a lo que oía, cuando de repente
aquella voz concluyó tras una breve pausa y con voz considerablemente más
calmada “Hay que hacer algo con esa mano, señor.” Kirk se atrevió a decirlo
“¿Quiere… Quiere que me corte la mano?” “…” El silencio que le devolvía aquel
auricular pareció inundar toda la estancia. Entonces, cuando finalmente no
esperaba obtener respuesta, la mujer replicó “Y si le dijera que si… ¿Lo haría?
¿Por mí?” Kirk no podía aguantarlo más y estalló en ira, víctima de su
indefensión: “Oiga ¡No sé qué coño está
intentando!¡No sé qué quiere!¡Por favor, mi mano es un desastre y mi brazo no
deja de supurar!¡Creo que está infectado además de quemado!¡Necesito ayuda! ¿Ha
enviado a alguien?” “…””Primero debe hacer algo con su mano, señor” Entonces,
la señora colgó, y Kirk, estupefacto quedó con el auricular en la mano, aun en
el oído, mientras inconscientemente se había quedado todo este tiempo mirando
el fuego de la chimenea.
lunes, 12 de febrero de 2024
Recopilación de episodios históricos legendarios (4/7)
Ésta batalla es recordada como uno de los episodios
defensivos españoles más excepcionales de la historia. Veremos cómo los
tercios, aún en una inferioridad numérica pasmosa, lejos de rehuir el combate
se lanzan temerariamente hacia la victoria (aunque tampoco te contaré antes de
tiempo el resultado). Este episodio está a la altura del episodio del asedio de
Cartagena de Indias, aunque es particularmente desconocido. Sin más demora,
hablemos de los precedentes.
Sucede tras la batalla de Pavía (1525), aproximadamente entre
el año 1535 y 1536 (he corroborado que puede ser incluso 1538) se forja una de
las tantas Santas Ligas que se llevarán a cabo durante la historia de Europa.
Está conformada por españoles, venecianos y el papado, y tienen como enemigo
común el Imperio Turco, y cada uno por razones diferentes. A Venecia sus rutas
le son de suma importancia (evidentemente) y su ruta comercial más importante
era continuamente saboteada por los turcos. Para España, el problema es que el
norte de la costa sur del Mediterráneo, y la costa de la Berbería (África del
norte) son un nido de piratas. Y el papado conspira contra Turquía en base al
peligro que supondrían para la cristiandad. El objetivo de esta Santa Liga es
frenar la poderosísima flota turca al mando del virrey Kar-Ad-Din “Barbarroja”,
y para esto tratarán de repetir la estrategia de la batalla de Lepanto con una
gran flota cristiana que acorrala a Barbarroja en un puerto, ejerciendo un
bloqueo, pero del cual éste es capaz de salir con sus aproximadas 170 naves
llevando a cabo una maniobra espectacular que infunde el desánimo en esta flota
cristiana. Tras esto hay un encontronazo que algunos califican como “batalla
naval”, más concretamente la Batalla de Preveza, donde los cristianos
finalmente se retiran. Esta sería la parte marítima de la Santa Liga, porque
por el ámbito terrestre se habían propuesto establecer una cabeza de puente
(fortificación armada que protege el extremo de un puente más cercano a la
posición enemiga) en la costa Dálmata. Esto porque esperaban haber vencido en
Preveza, y Castelnuovo se trataba de un lugar perfecto desde el que formar un
enclave hacia territorio turco (lo que sería Bosnia hoy día) y dar un golpe de
muerte a la parte europea del imperio Turco.
Trayendo de nuevo el episodio, Barbarroja, crecido después de
la batalla de Preveza plantea recuperar Castelnuovo por la desventaja que
supondría tener un enclave de tales características en tierra musulmana. Por lo
que en el verano de 1539, en julio, se dirige al fiordo y comienza los
preparativos para asediar la fortaleza con sustanciosos medios. Con el fin de
dar un golpe decisivo, llega por tierra y por mar a la zona. Por mar llega con
una flota turca de 130 galeras, 70 galeotas y 20.000 aparte de 4.000 jenízaros (la tropa de élite turca). Y por
tierra, venían 30.000 soldados dirigidos por el ulema de Bosnia, dirigiéndose
por la espalda de la fortaleza. En total, ya van unos 54.000 turcos desplegados
en torno a Castelnuovo, la cual era una ciudad media que contaba con murallas y
ciudadela sin llegar a ser nada del otro mundo. Sarmiento sabía de la intención
de Barbarroja, y por tanto se habría dedicado a fortalecer los muros aunque
francamente, no tuvo mucho tiempo para esto. Recordemos que contra este
ejército se preparan 3.500 españoles y algunos añadidos como venecianos, etc…
pero en total no llegaban a las 4.000 unidades (estaríamos hablando de una
proporción superior de 10 a 1) Además, estaban completamente incomunicados,
pues Venecia en consecuencia a lo anteriormente mencionado se habría quitado de
en medio de toda esta operación y los tercios no contaban con muchos más
aliados en el Adriático, por no mencionar que solo contaban con unas 20-30
galeras y que Barbarroja había cerrado todo el fiordo con su flota, así que
tampoco contaban con una línea de suministros con la que abastecerse.
Con esto, Barbarroja instala su campamento y comienza los
primeros trabajos de fortificaciones. A medida que avanzan en esto, lanzan los
primeros asaltos y todos resultan ser un fracaso. En uno de estos asaltos, los
españoles reparan en que las obras turcas comienzan a acercarse peligrosamente
a las murallas de Castelnuovo y entonces decidirán hacer una encamisada. Las
encamisadas consisten en un asalto nocturno de normalmente poca duración, donde
con espada y vizcaína en mano el objetivo es reducir el número de las tropas
enemigas resintiéndose las aliadas lo mínimo posible, y la destrucción de
infraestructuras. Para ello, y de ahí el nombre, se disponían unas blusas
blancas por encima del ropaje para poder ser identificados por los otros
miembros de la encamisada en la oscuridad. Pues bien, en la encamisada de esa
misma noche saldrán un total de 800 españoles que toparán con un gran
contingente de jenízaros comandados por el capitán Ají. Estos son sorprendidos
de tal forma que lo que comienza como una encamisada se convierte en una
masacre. Las fuentes no nos dicen cuántos jenízaros cayeron en este asalto,
pero se supone que el capitán Ají era uno de los favoritos de Barbarroja, por
lo que probablemente fueron muchos los miembros de aquel contingente y los que
cayeron aquella noche. De hecho, no quedo ni uno, ni tan siquiera el capitán
Ají. Tras esto, las obras de los turcos quedan desguarnecidas, y a Barbarroja
se le ocurre la idea de ofrecer a los tercios de Castelnuovo una rendición
honrosa (o rendición de fortaleza). Se diferencia de cualquier otra clase de
rendición en que aquí los sitiados saldrían con sus armas, pudiendo recoger sus
banderas y sin recibir daño alguno o siendo usados de esclavos. A esto
Sarmiento se niega con la frase: “Venid cuando queráis”. Esto no sienta nada
bien al almirante, que decide poner en uso la famosa artillería de sitio turca
la cual ha sido desplegada mientras discurría la negociación. Está artillería
ha sido dispuesta en puntos estratégicos y destruye fácilmente las murallas de
la ciudad al poco de iniciar el bombardeo. Tras esto los turcos comenzarán un
asalto directo a las ruinas, donde los supervivientes los reciben dispuestos a
luchar, y donde finalmente los turcos habrán de retirarse con aproximadamente
6.000 bajas frente a las 50 muertos entre los tercios. Se dice que muchos de
los españoles murieron después del asalto a causa de las heridas, pero que no
nos confunda el completo desbalance entre estas dos potencias, pues los tercios
manejaban estos números habitualmente en sus enfrentamientos. También se dice
de los jenízaros que envenenaban las puntas de las flechas (en Lepanto por
ejemplo) pero esto es una elucubración.
Nos encontramos en las ruinas, con los tercios entre las
estructuras aguardando una nueva ofensiva, pero como ya venía siendo costumbre
se adelantarán a los turcos y organizarán esa misma noche una nueva encamisada.
Aunque ésta, a diferencia de la anterior, no tendrá como objetivo frenar las
obras o destruir las infraestructuras turcas, sino que acaeció directamente
sobre el campamento turco. 600 españoles salen de las ruinas y se dirigen
directamente hacia allí. Cuando los turcos se dan cuenta de lo que está pasando
cunde el pánico, y se produce una estampida de tal magnitud que no solo tiraron
todo aquello que encontraron en su camino: también tiraron la tienda de
almirante de Barbarroja. Y es en este momento que la guardia personal de
Barbarroja, temerosos de que quedara aplastado entre el tumulto de soldados que
huyen desconcertados, lo cogen por los hombros y se lo llevan arrastrando a la
flota donde acabará embarcado. Pese a todo, al tratarse de una encamisada, no
se podía obtener de esta operación una victoria decisiva; por lo que se marchan
disfrutando de uno de los muchos sentidos de la victoria. Tras esto el
campamento turco es montado de nuevo y Barbarroja regresa a su tienda.
Los asaltos a las ruinas se continúan sucediendo hasta que
los efectivos españoles se redujeron a 600 hombres y ni aun así se rindieron.
En este momento Sarmiento decide que es momento de retirarse a la ciudadela.
Durante esta retirada dirigida por Sarmiento y algunos de sus capitanes a
caballo, Sarmiento recibirá tres flechazos en la cabeza, pero aun así no dejará
de guiar a sus huestes hacia la ciudadela. Para aquel entonces quedarían entre
200 y 300 españoles en la ciudadela de la que solo quedaba una torre, y abajo,
Sarmiento junto a sus últimos capitanes y tropas; que aún se estarían batiendo
en duelo con el enemigo. Es en este momento que le tiran una soga desde lo alto
de la estructura con la intención de auparlo. Sarmiento, ni corto ni perezoso,
se giró hacia arriba y les dijo: “Nunca quiera Dios que yo me salve y mis
capitanes mueran” y lanzando el cabo arriba de nuevo permanece luchando hasta
morir. Poco después, quedarían unos 200 españoles en su mayoría heridos que
tratarían de rendirse en el último momento. Muchos de ellos fueron ejecutados
en el acto y otros fueron enviados como esclavos a Constantinopla, y aun así,
de los enviados como esclavos; veinticinco lograron escapar en una barcaza,
llegar a costas de Sicilia y salvarse. El sitio llega a su fin el 11 de agosto
de 1539 (apenas un mes del comienzo de esta operación) y los turcos habían
perdido un aproximado de entre 20.000 y 24.000 hombres. Lo que nos deja una
proporción de que por cada español fueron asesinados cinco turcos (entre ellos
todo el contingente de jenízaros). Como anécdota final, uno de los capitanes de
Sarmiento, un vasco llamado Machín de Munguía; se había destacado entre todas
las tropas en la batalla de Preveza por su compañía de vizcaínos, con la que
estuvo defendiendo con uñas y dientes una galera veneciana averiada rodeada por
tres naves turcas y a la que finalmente logró salvar. Esto le galardonó de un
gran renombre entre los soldados. Éste fue uno de los últimos capitanes que
quedó luchando junto a Sarmiento y fue capturado vivo por Barbarroja, dándole
la oportunidad de trabajar para el en la galera (convertirse en renegado) o la
muerte. Machín prefirió la segunda opción y fue decapitado allí mismo. Pese a
la derrota, los españoles fueron reconocidos como prácticamente héroes
mitológicos, y muchas de las anécdotas de este asedio recorrerían Europa de
boca en boca de los juglares. Es así que nos llega una estrofa de un poema
dedicado “a los huesos blancos de los españoles que relucen en la muralla de
Castelnuovo” de Gutierre de Cetina, un poeta del siglo de oro español, en el
que dice: “que envuelta en vuestra sangre la llevaste, sino para probar que la
memoria de la dichosa muerte que alcanzaste, se debe envidiar más que la
victoria”.
La recaída
Comenzó la recaída.
Teñido de rojo un círculo imperfecto por las vísceras que
adornaban su maltrecha silueta, se abría ante mí un pozo sin fondo, negro en su
enteridad, recubierto por una noche de invierno interminable pasmaba mi cara y
la llenaba de verdadero temor. La muerte llamaba y hablaba en mi lengua, aún
sin poder yo entenderla. Colmaba sus ojos de los horrores perpetrados por mi
especie y alcancé a divisar una larga lista, roída y amarillenta, pintada con
polvo y tinta en la que numerosos nombres seguían los siguientes hasta donde
alcanzaba la vista. No sonrío ni vi inmutarse un ápice su delgada y esbelta
figura cuándo se acerco, decidida y confiada tendió su mano hasta mí, hasta la entrada del
pozo. Un mar de llamas crecía por segundos al ritmo de unos hipnóticos tambores
y una ventisca helada que no conseguía mas que enfurecer y agrandar las flamas,
apostadas en círculos en las paredes de ese abismo, congelaba mis manos.
Mi tez se tornó pálida y mis ojos al
contrario que mi boca no enmudecieron, tergiversaron una mirada animal,
instintiva, que rogaba a mi lógica funcionar y desaparecer del cuarto. Pero no
fue así, en vez de asustarme decidí caminar entre cuerpos, todos maltratados,
mutilados, con enormes jorobas y costillas salientes que mi imaginación había
depositado. Flechas rotas, espadas enterradas. Guerra. Quise cruzarla con los
ojos cerrados pero la muerte me miró y pobre de mí, ni esconderme a mí mismo puedo.
Visualicé el sendero y por grotesco y bárbaro que fuera, decidí caminarlo. Mis
pies ahora descalzos pisaban extremidades y vísceras por igual. Adoctrinado por
la gula, mi forma rechoncha holgazaneaba en las tinieblas mientras entre huesos
rotos hacía equilibrios. Pero alcancé la orilla, alcancé la silueta del círculo
y postrado, lo miré fijamente. Aún hay trabajo que hacer, y es cierto, lo
había. Con cierta usura alcé mi figura, menuda y despampanante se erguía entre
los cadáveres como un crisol divino, luz crecía en mi cuerpo y así fue que se
hizo grande y lleno la estancia, el edificio, toda la ciudad y el planeta
Tierra por completo. No duró ni medio segundo cuando desapareció y recobré mi
organismo, que mi barbilla se había tornado promiscua y delimitada, carcaj de
una fuerte mandíbula, y mi cuerpo delgado y brillante, fuerte. Y caminé de
nuevo en un mundo en el que yo había nacido. Con intensos ojos verdes, pardos,
repasaba mis movimientos casi queriendo memorizarlos una afrodita, de pelo
moreno y sonrisa desarmante, quitavidas. Me casé con ella. En el sofá, un niño
de 10 años con muchas preguntas y pocas respuestas terminaba de leer a Tolkien,
transportándome inocuamente a espejos pasados. Su carita de pan, adornada por
unas imprescindibles gafas azules. Nunca se las quita, siempre le han gustado.
Han timbrado, sus amigos le esperan para jugar como lo que son, inocentes
pasajeros. Pero nunca más de la calle Cornejo, el lo sabe. Pero no fue así y comenzó la recaída.
El bufet
El bufet Devoraba y devoraba sin cesar los acompañamientos incluidos en su menú bufet. Sin prisa pero sin pausa. Había perdido la cuen...
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