domingo, 25 de febrero de 2024

COMUNICADO - Clausura

El monte de la sal surgió como una desvelacion del gato de Schrodinger, el cual al parecer está muerto. Dicho de otra forma, voy a buscar la serenidad y a abandonar este camino ¿Por qué? Pues principalmente porque si algún resquicio de talento o habilidad en la escritura quedaba en mi, hace tiempo que ha muerto. Ha muerto y no voy a pasear un cadáver putrefacto entre los vivos a riesgo de mi espalda y vuestra pituitaria. Se acabó. Gracias a todos los que habéis formado parte de esto. Hasta siempre.

lunes, 19 de febrero de 2024

-SIN TÍTULO- Capítulo 3

 

CAPÍTULO 3

Había caído la noche hace ya rato, y el autobús se retrasaba unos veintitrés minutos. Eran las 6 de la tarde, pero en aquella aldea se había cerrado el velo oscuro nocturno de manera apremiante, como impaciente por recubrir los campos de oscuridad. La mínima contaminación luminosa, daba pie a un espectáculo de estrellas que Kirk siempre recordaba con una cierta mística amorosa, pues como un ciudadano, además de ex presidiario, aquel montón de luces blancas y algunas bañadas en un dulce amarillo miel se le habían grabado no en la piel, sino en el alma. Como un tatuaje maorí, era su material de batalla, el compañero con el que diversas y trágicas conversaciones había mantenido. Sin embargo, aunque fascinantes para quien, como el en su momento hubieran llegado de la nauseabunda humareda de la ciudad y sus grises cielos y hubieran descubierto por vez primera aquel mapa de constelaciones que se dibujaba en la bóveda celestial del cielo nocturno de aquella alejada aldea, para él se tornaban prácticamente de atrezo, no inspiraban ahora en él ningún vigoroso sentimiento, sino más bien lo contrario, se alzaban ante el cómo firmes y luminosos gigantes celestiales que observaban a desgana su paso, cuando no miraban lo que les placía. Solo una farola había que pareciera  haber sido construida para él, y no al revés, como sugería aquel inmortal firmamento que tapizaba la esfera. “¿Qué querías de mí? ¿Todo? Pues cógelo y vete” Kirk se giró impaciente buscando encontrar al que hubiera pronunciado esa sentencia. Sin embargo, solo halló oscuridad, y por mucho que reviso en la oscuridad cualquier advertencia de silueta o forma no le devolvió la débil luz de la luna ni la farola otra imagen que la de matojos, árboles, y las casas lejanas que no llegaban a estar iluminadas pero que eran aparentemente de un azul oscuro en medio del negro vespertino. Ciertamente Kirk quedó nervioso y en alerta, y no volvió a reposar sino que por el contrario, continuaba acechando la oscuridad buscando al que indudablemente acababa de hablar. “¿Hola?” se atrevió a preguntar. Sin necesidad de pensar en que hubiera alguna clase de hostilidad, pensaba Kirk de hecho en esto último, y más ahora que nadie había aprovechado su cuestión lanzada al aire para presentarse de entre la incomodidad de la vergüenza frente al extraño. Tampoco había muchas posibilidades de que se tratara de lo que se le había venido a la cabeza pudiera ser, el artífice de esta frase, y sería un hombre airado que se encontraba verdaderamente apurado; pero de una voz joven y tosca, que no casaba con el propietario del puesto de billetes, pero que pudiera pertenecer al hombre del polo rosa. Lo cual, al pensarlo, le inquietó aún más. Odiaba su lógica, la cual esgrimía un cincel que perfeccionaba y pulía el abanico de posibilidades del mármol con el fin de dar lugar a la escultura de la situación. Sin embargo, cada pedazo de piedra que caía al suelo, dejaba entrever cada vez de manera más evidente el dibujo de un monstruo. Kirk se levantó del banco mirando tras de sí ahora con intención de parecer en actitud de combate, en guardia y preparado para el que pudiera querer hacerle daño a tan intempestivas horas de la noche “¿Pero quién está ahí? ¡Sal ya!” De nuevo no recibió respuesta, se quedó pensativo mirando al horizonte, sintiéndose cada vez más nervioso y angustiado; el pensar que ese nerviosismo se podría estar de alguna forma expresando de manera involuntaria a través de su físico, y que aparentemente el que estuviera observando pudiera reconocer por medio de esto que su táctica de intimidación estaba resultando efectiva, no hacía sino ponerlo más nervioso aún, entrando en un círculo de sugestión sin parangón. Reparó en esto Kirk, proponiendo tranquilizarse, cuando de pronto escuchó un enorme estruendo que provenía de la oscuridad. Como si se estuviera derrumbando el pueblo, notaba el temblor del suelo; pero sin embargo tal como llegó este sonido, nuevamente se marchó, y Kirk quedó de pie ahora consciente de como se había encogido. Aquel estruendo, por la intensidad con la que comenzó a producirse había sido identificado por Kirk a priori como una bomba, pues era muy parecido a su metodología instantánea y explosiva; sin embargo aquel sonido no había venido acompañado de ninguna clase de luz; y por si fuera poco, se había prolongado en el tiempo varios segundos. Si tuviera que describirlo, diría que el sonido debe ser harto similar al de un montículo de piedra gigante arrastrándose por la tierra. Ahora se encontraba tan sobrecogido, y su corazón tan acelerado, que no podía sino pensar en correr de allí, y en efecto se giró en dirección al pueblo desde aquel banco dispuesto a poner pies en polvorosa; cuando reparó en algo que le dejó helado.

Notaba Kirk el pulso de sus venas; estaba quieto, muy quieto. Con el semblante desencajado y los ojos una vez más con esta expresión que a mi particularmente, lectores, me resulta tan grotesca. El aliento se le escapó en una inspiración que había colapsado con una exhalación. Ninguna casa quedaba en la aldea. Nada quedaba de aquellas formas azul marino oscuro que se solapaban como capas a la cartulina de la noche, en su lugar, la oscuridad había devorado aquellos espacios; y ahora, a excepción del banco y aquella farola no podría divisarse ninguna estructura. Kirk se encontraba tan impresionado que no pudo sino avanzar lentamente en el camino; confiando en no poder diferenciar estas construcciones en la profundidad de aquella noche que poco a poco perdía su propiedad estrellada a causa de unas nubes grises y densas que eran arrastradas por un fresco viento, paciente en su labor de encapotamiento. Caminaba con cuidado tratando de no hacer ningún ruido; escuchaba atentamente sus pisadas en el camino de tierra, tratando de discernir una nota que desentonara con la melodía de su marcha, resuelto a advertir hasta el vuelo de un mosquito. Poco a poco comenzaba a dar pasos más amplios, que no más seguros, tratando de rezagarse del miedo que abrumaba su cuerpo. Una vez más se paró a escuchar; esta vez trato de concentrarse sobremanera en el sentido del oído, cerrando los ojos con todos los músculos de las cara diseñados para ello por el implícito miedo que conllevaría a alguien deshacerse de la vista en aquella situación. Y escuchó. Atentamente permaneció de pie en aquella tesitura unos segundos que se le hicieron minutos, y sin embargo, solo escuchó el arrullo de la brisa y las ramas de los árboles mecidas a su voluntad. Volvió a abrir los ojos al tiempo que un sonido grave y pesado, estruendoso más que ninguno que hubiera oído jamás, se abría camino con pisadas de gigante por entre el silencio de la noche. Kirk se giró sin perder un segundo; y mientras oraba para sus adentros con el estómago encogido a la doceava parte de su tamaño, comprobó que las seis casas pintadas de blanco del pueblo, de rústicas ventanas; se encontraban dispuestas a ambos lados del camino, tres a la izquierda y las otras tres a la derecha. De repente, el camino se iluminó en gran medida, como si nuevas farolas hubieran sido dispuestas instantáneamente; pero Kirk comprobó que aquella luz procedía de las ventanas de aquellas casas, que se encendieron casi simultáneamente. Terminó de aterrorizarse Kirk cuando observo que en aquellas ventanas iluminadas y tapiadas por cortinas blancas que se tornaban de un naranja miel a causa de la luz, habían siluetas de personas que se asomaban a la ventana o que simplemente permanecían quietas tras las cortinas; contemplando el espectáculo sin desvelar sus identidades. Pasaban los segundos y las sombras permanecían inmóviles; reflejando sus sombras en la penumbra del suelo de tierra. Yo simplemente paseaba por en medio observando boquiabierto las ventanas, tratando de encontrar el final de la redisposición estructural de estas casas y poder correr tan lejos y tan rápido como pudiera. Pero por alguna razón, mi cuerpo estaba más debilitado que nunca, mis brazos no reaccionaban y estaban  flácidos, y mis piernas; sobrecargadas, entumecidas; como si estuvieran dormidas, no respondían a otra cosa que no fuera el brutal temor que me impulsaba a dar paso tras paso; tembloroso. Mis hombros estaban cargados como si transportase una escalera antiincendios; y por mucho que pensé en correr, no podía romper a hacerlo, era algo simplemente imposible. Hasta que al final, me tiré al suelo. Víctima del pánico, la indefensión; y sobre todo, la no comprensión de ninguno de los hechos que delimitaban todos estos eventos. Y a duras penas me encogí, tratando de superar el mal trago con una muerte próxima. Sin embargo, no podía dejar de sentir como si mil cristales estallaran uno tras otro en mi estómago, y como el pecho se comprimía, hundiéndose progresivamente por la fuerza de las contracciones y la debilidad, a causa de la rigidez del cuerpo, de las distensiones. Cerré los ojos con fuerza queriendo perderme el final; y cuando los abrí me pareció que una vez más, el camino había recuperado su oriunda oscuridad. Las casas habían desaparecido del camino, y en su lugar, quedaban seis cráteres y seis serpientes de tierra de un tamaño considerable que se extendían por el campo hasta donde escasamente alcanzaba la vista. De pronto sentí un vibrar en el renovado silencio de la noche; y una vez más agucé el oído tratando de prevenir lo que sea que fuera a suceder a continuación. Un rugido cobraba cada vez más volumen, y este no se ensordecía, al contrario, iba incrementando su fulgor conforme pasaban los segundos hasta que pude percibir perfectamente lo que sería un rugido suave pero potente. Entonces dos haces de luz blanca me recorrieron en un santiamén deslumbrándome por completo, y el creador de este nuevo artificio paró en seco en frente mía. En efecto, era el dichoso autobús, que se retrasaba enormemente. Pese al inconveniente de la espera, me liberé de la tensión en cuanto vi el cansado y desaliñado rostro del conductor, que profesaba insultos desde su asiento. “¡Casi te atropello gilipollas! ¡Si te llego a matar! ¡La que me cae encima cabron!” Kirk sin mucho desparpajo, subió al autobús de inmediato y entregó el arrugado billete al conductor; sentándose justo detrás de él. El conductor, que había recibido una clara negativa de Kirk a la discusión en forma de silencio, no pudo sino mirar hacia atrás, levantar una ceja con expresión airada expectante de una explicación, y exclamar un; ¡Bah! Girándose de manera energética y haciendo un sutil gesto con la cabeza. Sin mediar más palabra y sin más demora, el conductor arrancó el autobús y se dispuso a continuar con su ruta; miró a la izquierda y a través de la ventana contempló que en el banco habían unas maletas; “¿Esas maletas son tuyas?” Kirk reparo en esta verdad; “No importa, usted no pare”. El conductor volvió a mirar a Kirk, que se preparaba para una evidente ronda de preguntas; y sin embargo, no fue mayor la curiosidad del conductor, que simplemente obedeció y continuó sin detenerse. A Elena la conocí en la ciudad; si, es verdad. En la ciudad, cuando estudiaba. A Kirk de repente, le empezó a doler la cabeza.

“No recuerdo quien es éste hombre. Su pelo, su cara, sus ojos; me son extraños. No sería capaz de reconocerlo ni en cien eternidades. Tiene unas facciones muy curiosas, de sobremanera me extrañan, me incitan a entenderlas. Pero ¿Por qué no se mueve?” Un descamisado Kirk se encuentra sentado en el sillón marrón de la sala de la chimenea, y sujeta en sus manos un cuadro de un hombre de identidad desconocida. Sin embargo una sensación de reminiscencia electrocuta mis neuronas, Kirk sabe quién es; aunque como bien ha dicho, no lo recuerda. Con los ojos entrecerrados, a causa de sus pesados párpados superiores, dirige una rápida y desinteresada mirada a la mano izquierda. Como si de una manta roja deshilachada a punto de terminar de desintegrarse se tratara, un débil hilo rojo de terciopelo brotaba con cuenta gotas a la moqueta; dotando al rojo de la misma de una zona con un color rojo pero apreciablemente más marronuzco y tiznado. Este chorro provenía de lo que pudiera parecer a su vez una cañería rota y atascada, pero nada más lejos de la realidad, provenía de una ya seccionada muñeca izquierda que reposaba en uno de los brazales del sillón terminando de rellenar concienzudamente el dibujo del suelo. La mano, que se había desprendido de manera accidental, permanecía desfigurada en el suelo sin presentar siquiera un matiz que pudiera indicar a ojos inexpertos en la materia que aquello, una vez, fue una mano. Es más, antes habría sido confundida con un trozo de carbón que cayó en la moqueta accidentalmente cuando se estaban limpiando las brasas, cenizas y hollín de la chimenea, que con una mano. Y sin embargo, eso era; aunque despedazada en piedras de carbón pequeñas que habían saltado al contacto con el suelo en el momento de la caída. Kirk pensaba en las palabras de la supuesta recepcionista, y en especial, trataba de concentrarse para averiguar en qué rincón de su memoria albergaba el recuerdo de la división final de su mano de su cuerpo. Pero era tan errática su cognición y pensamientos que simplemente no era capaz de pensar y mantener la consciencia simultáneamente. Kirk es consciente de como a cada segundo su respiración se entrecorta, y como gradualmente reduce sus ritmos; y lo que antes eran inhalaciones y exhalaciones, pronto se han convertido en jadeos y toses debilísimas. Cuando mira el cuadro una vez más, no puede creer no la identidad del hombre  en cuestión, sino como ha podido no reconocerlo anteriormente. Tanto le extraña, que ciertamente duda de que sea esa la imagen que decoraba el lienzo que observaba tan detenidamente. Y sin embargo, no hay duda; el hombre del cuadro es Inocencio Julián; su cara de hecho, cabría destacar, ha sido ilustrada con mayor juventud de la que ostentaba cuando Kirk lo conoció; y de hecho, la firma del cuadro anuncia haber sido producido hace veinte años, cuando el aún estaba en la cárcel. Aunque indudablemente, esos eran los ojos de Inocencio Julián, su cara carecía de manchas marrones, y sus orejas; lejos de estar recubiertas de pelo, se demuestras medianas y casi puntiagudas; atentas, dándole un aspecto similar al de un elegante dóberman; su cara, así, también se veía más puntiaguda y despejada, y su rostro aunque arrugado; permanecía estoico y sereno en su expresión; denotando el afable carácter que este sujeto siempre me pareció representar en vida. Que conveniente distracción para éste, nuestro moribundo Kirk, pero no fue mucho el tiempo que pudo permanecer consciente observando este cuadro hasta que finalmente perdió la sensación de presión en el cuerpo, y con ligereza volvió a dejarse ir. De pronto, sonó el teléfono. Con un desmesurado sobresalto que se tradujo en el maltrecho cuerpo de Kirk como una apertura instantánea de ambos párpados, el teléfono sonaba una vez más aquella noche. Se mantuvo sonando unos minutos y más tarde, paró. Sin embargo, volvió a empezar a sonar. Kirk volvió a dejarlo sonar. Pero el insistente telefonista no disintió de su propósito y una vez más, marco las claves telefónicas de Kirk solo para anunciarle lo que fuese que aquel o aquella cosa quisiese transmitirle en esta noche a Kirk. Entonces Kirk levantó el brazo derecho a duras penas y descolgó el teléfono: “….” Kirk se mantuvo en silencio esperando oír la voz de aquella mujer al otro lado, sinceramente, pero lo único que se le fue devuelto fue aquel silencio sepulcral, que se perpetuaba un poco más. “Te la quité yo” pronunció de repente el aparato. Kirk permaneció en silencio acongojado, pues a saber qué nuevo discurso habría de escuchar; por ahora no tenía intención de responder, solo de escuchar. “La mano te la quité yo porque tu no habrías sido capaz. De hecho te he salvado la vida.” “…” “¿Por qué no respondes, Kirk? Soy tu amigo” “…” “Simplemente quiero hacerte saber que no ha sido ninguna molestia, que no he tenido ningún problema” “gracias” “¡El hombre del momento! Gracias por contestar. Verás, no ha sido ningún problema. De hecho he disfrutado comiéndome tu muñeca, era lo único que hacía que esa asquerosa piedra negra todavía siguiera pegada a ti. Pero verás… ha surgido un pequeño contratiempo. Si lo miras desde una perspectiva diferente no es culpa mía, de verás que no era mi intención, pero…” “¿Qué sucede?” “Voy a comerte, Kirk, voy a devorarte entero. Me voy a comer tus brazos, tu espalda y cabeza. También tus sesos, vertebras, hígados y costillas. Por no mencionar tus muslos, tus pies y tus gemelos. Sorberé tu tuétano y sangre, tu linfa y tu bilis. Voy a devorar tus ojos y lengua y a masticar tus dientes, a mascar tu paladar y a freír tus orejas. Ha sido tan placentera la experiencia de probar tu carne, que simplemente no creo poder parar. Sinceramente no quería esto, pretendía ayudarte. Así que lo siento mucho, pero debía avisarte. Ciertamente, porque no hay nada que puedas hacer para solventar esta situación” Kirk simplemente rio y dejo caer el auricular, que quedó descolgado suspendido por el cable. De este aún se oía; “…y en el fondo que podría haber sabido yo, ¡No es culpa mía Kirk!”

La habitación permaneció en silencio a excepción de aquel sujeto que seguía hablando por el teléfono, Kirk conmocionado, ya no era capaz de distinguir de sus palabras algún mensaje lógico; y con un gesto, con su mano sana estiró del cable del auricular desde la base y con un débil tirón arrancó el teléfono del enchufe. Entonces la voz instantáneamente dejo de bañar el silencio de la estancia, que volvió a producir el sonido de la tumba al momento. Kirk se sentía oprimido y abatido en aquel sillón; aunque sorprendentemente no tenía miedo. De hecho; tranquilamente, más tranquilamente de lo que se pudiera esperar de un hombre manco que está viviendo todo esto, comenzó a pensar en los hechos de forma reflexiva: el fuego, la recepcionista, el cuadro y aquel extraño hombre que ahora inquietaba el recuerdo de Kirk. No pudo evitar pensar que estaba loco y que quizá todo lo que había vivido era producto de alguna clase de brote o sintomatología de alguna enfermedad de su mente; y sin embargo no creía en esto que decía, pues eran tan reales estos eventos que habría vivido que en el fondo no albergaba duda alguna de la autenticidad de todos estos hechos. Un cristal se escuchó romperse en la inmensidad de la casa de verano, llegando a oídos de Kirk aun estando el en la sala de la chimenea; esto significa que han sido destruidas no otras sino las ventanas de la entrada. Confuso en el sillón Kirk miro hacia la ventana de la habitación y entrecerrando los ojos razonaba este último hecho del cristal roto, y cuando comprendió la zona en la que se habría pertrechado la fechoría; si aún podía hacerlo más en ese estado, palideció. Desde el pasillo, el de la alfombra azul de trísqueles de motivos geométricos, provenían unos pasos que se hundían en el tejido del suelo, y como si este conspirara con el que estuviera intentando encaramarse al cuarto para disimular su paso, ensordecía el resto de la acción haciendo un ligero sonido de deslizamiento que habría de ser el tacón amortiguado. Tan sigilosamente y tan lentamente se acercaba por el pasillo; y Kirk, quieto, observaba desplazando únicamente la cabeza por lo que debería de ser el pasillo tras la pared de la habitación de la chimenea. Con un suspiro renovado nervioso, insufló vida a su maltrecho cuerpo con la fuerza suficiente como para tenderse en pie una vez más y con cuidado, fue tratando de desplazarse hacia la pared. Un sabor a hierro vino a su boca, y con los ojos abiertos no era capaz de ver; entonces se cogió de sobresalto a la parte de arriba de la chimenea; el cual era similar a un estante, y solo gracias a eso no cayó desplomado. Despejado de nuevo, se trató de acercar a la pared para simplemente escuchar aquel hipnótico y suave sonido que provenía del pasillo, aquellos pasos nocturnos que se acercaban hacia su posición; y que sospechaba acabaran siendo producto de su imaginación. Realmente Kirk no se sentía preocupado por su condición en un orden melancólico, sino más bien le producía esta una sensación de impotencia que se estaba transformando en rabia en su interior, mientras trataba de hacer algo tan simple como escuchar ahora que estaba en la pared aquel sonido. Entonces Kirk fue siguiendo todo lo que pudo esos pasos, hasta que poco a poco se acercaba a la primera estantería dispuesta en la pared; los pasos continuaban sin aumentar su ritmo, en una sintonía casi invisible. Atentamente Kirk se encontraba siguiéndola cuando se topó casi de bruces con la estantería, y como si el hombre en el pasillo lo supiera; él se paró también. Cuando esto pasó acudió a Kirk una sensación de sobresalto y congoja, que hicieron rápidamente un nudo en su estómago; y como caído del cielo, una vez más, el raciocinio; pensó en aquella situación y barajó una nueva posibilidad ¿Y si aquello era real? No tuvo más tiempo para pensar, pues se encontraba dando un salto hacia la puerta, desproporcionado a decir verdad para el que era su estado físico aún siendo producto del gesto nervioso de la supervivencia, cuando escuchó que aquellos pasos del pasillo no solo se reanudaban, sino que a un ritmo vertiginoso y rapidísimo tratando de alcanzar la puerta en un desesperado intento por alcanzar la habitación antes de que se pudiera hacer cualquier cosa por detenerle. No pasó ni un segundo en la inhibida mente desangrada de Kirk cuando los pasos que habían renunciado definitivamente a esconderse se acercaban peligrosamente a la puerta; pero Kirk la alcanzó y poniendo su peso sobre la puerta trato de actuar de barricada para impedir que el del pasillo entrara. De repente la puerta recibió un golpetazo y Kirk casi sale volando, pero con toda la poca fuerza que le queda trata de empujar su hombro y mano contra la puerta, tratando con toda su voluntad de que la puerta permanezca cerrada. El del pasillo, no se rinde; y con numerosos envites embiste la puerta, una vez tras otra, con la obvia intención de derribarla. Los golpes de los envites si no fueran por la inflexibilidad del roble otorgarían a esta puerta una mayor forma de paréntesis de la que adoptó, pero finalmente esta se doblaba como si tal con cada golpe; amenazando reventar los goznes si en el camino de aquel agresivo animal y la puerta no hubiera una fútil y manca resistencia. Cada golpe sonaba como un latigazo de piedra, y completaba el espacio de la casa a cada que se producía. Kirk se encontraba cada vez más mareado, y sentía como sus fuerzas comenzaban poco a poco a flaquear; mientras que al contrario aquella bestia arrendaba a la puerta empujones cada vez más iracundos, cada vez más salvajes. Entonces Kirk se sentó en la moqueta, tratando de empujar con sus gemelos la espalda contra la puerta; y aunque la doblez ahora amenazaba con reventar la puerta por la parte de arriba, esta permaneció resistente durante los momentos en que Kirk luchaba por mantener su estado de consciencia que inequívocamente, ya no respondía a su yo consciente. “¡Dame la otra mano! ¡Quiero la otra mano! ¡Dame la otra mano!” Pronunció de pronto una voz grave y tosca del que permanecía aporreando la puerta, entonces Kirk se miró su mano, apretó el puño y apretándolo contra su pecho comenzó a sollozar; ahora indiferente por ser una resistencia en aquella puerta o no.

“Amigo, despierta. Que no tengo todo el día” Por primera vez desde que subió a aquel autobús, Kirk examinó de verdad el rostro de aquel autobusero, desgarbado y desgreñado a pesar de su escaso pelo; unas profundas ojeras que trepaban por los dorsos de su nariz prácticamente, y que formaban un surco que llegaba desde las glándulas lacrimógenas hasta allí donde salen las boqueras. Su bigote afeitado estaba sorprendentemente bien cuidado para lo que advertía el resto de su cara; que ostentaba dos colgajos en los mofletes como si los hubiera rellenado de aire y una vez en tensión alguien hubiera extraído el aire sin permitir a los carrillos regresar a su tamaño original. Una cruz dorada en el pecho en la que adornaba “χριστόσ ανέστη” me sorprendió, pues era la primera vez que veía una con tal inscripción. En cierto modo aquel hombre era corpulento pero pequeño, sin llegar a ser muy ancho, aunque con dos brazos como los que tenía; cualquiera habría tildado sus piernas de infantiles, parecidas en comparación a las de un niño. Con un rápido gesto Kirk se levantó de su asiento y aunque tuvo el fugaz impulso de coger sus maletas; diseminó estas ideas rápidamente de su cabeza y bajó del autobús haciendo un gesto de saludo al conductor antes de marchar.

Cuando bajó las escaleras del bus se encontraba en una calle ancha gris y larga con un pavimento escasamente asfaltado; aquella ciudad tenía una estación que consistía en un puesto de billetes algo mayor que el del pueblo del que había marchado con tres hangares en forma de paradas corrientes de autobús; al parecer el servicio público de transporte deja mucho que desear pese a su aparente funcionalidad. Quizá si se piensa funcional, también reflexioné, ¿Será porque no conozco a todos los que no les fue funcional? Sin más, cruce la calle y desde la acera de en frente continué a la derecha buscando un bazar en el que pudiera comprar una botella de agua. La ciudad  estaba edificada en consonancia a un diseño de edificios de no más de 5 pisos, aunque los de 5 ciertamente eran escasos; salvo el de un par de sucursales y un centro comercial, el resto de los edificios eran más pequeños. Aun así, éstos eran más modernos pues su construcción se había realizado de manera reciente. Estos nuevos núcleos urbanos, que surgen verdaderamente de la expansión de un pueblo en materia de su capital y su poder adquisitivo como región; eran parajes que no dejaban de transformarse y que no dejarían de hacerlo a no ser que como siempre, alguien encuentre la forma de redirigir todo el progreso de un pueblo hacia su bolsillo. Paseaba Kirk observando las señales, que le resultaban llamativas a causa de estar bañadas de una reciente capa de pintura. Y lo que más sin duda, sorprendió a Kirk, fue la cantidad de coches que permanecían aparcados en zonas de la acera, encima incluso del pavimento alguno, en una puerta; indicando así como una bandera quien era el dueño de aquella casa y vehículo; una larga hilera de coches se extendía por la calle, y aunque a lo sumo, no habrían más de 60 coches en aquella calle, Kirk se impresionó. Finalmente, encontró su tan ansiado bazar y cuando hubo comprado una botella de agua fresca, se sentó en un borde de piedra que se elevaba del suelo medio metro, así como si fuera un taburete de cemento. Mirando al sol de la ciudad y reflexionando, pensó en que debía buscar un hostal donde instalarse por el momento, y sin mucha demora, comprar todos los enseres que hubiera necesitado; pues los que traía consigo los había dejado en aquel banco de la aldea. Observaba a la gente pasear con un aire suspicaz, y cuando alguno de ellos le observaban súbitamente, Kirk bajaba la mirada al instante. Inmerso en su botella y pensamientos, Kirk se levantó y alcanzó una casa de dos pisos pero bastante ancha; en la que había escrito en una piedra pintada de marrón brillante “Clásica Posada” con la intención de que resaltaran las letras de un amarillo quasidorado que allí resaltaban sobre toda la blanca fachada de la estructura. Con ventanas con barras de hierro y unas cenefas de azulejo blanco y azul; con diversos motivos estivales y formas geométricas que se extendían por los lados haciendo de falda del caserón, se defendía de los visitantes en la estética este precioso lugar, en el que Kirk entró buscando asilo temporal. El interior era más acogedor aún que el exterior; pues el olor de la humedad de las barricas; del huevo frito en aceite con tocino, el chorizo, la coliflor, la cerveza y el vino, además del queso y las vinagretas: despertaban en Kirk un extraño sentimiento de familiaridad que colmaba su pecho e inflaba su corazón. El interior era de piedra de granito gris, que aparentaba un color rosado bajo la luz de las tenues luces; que de no haber ostentado la forma de la bombilla, podría yo haber confundido su sustancia con la de la antorcha; quizá también porque el fuego me transmitió siempre una tranquilidad primitiva, y aquella luz y ambientación sin duda me la brindaba. Los entablados de madera alrededor de las vigas terminaban de darle a este rústico lugar un aspecto de granero que casaba muy bien con la intencionalidad de toda la decoración. Habían colgados cuadros con recortes de periódicos, equipos de fútbol y hasta una cabeza de toro que sin duda repugnó en gran medida a Kirk. También un atizador, una azada y un mosquetón que por su aspecto, habría quedado relegado a la exhibición. El suelo era de una piedra rosada que pasaba por el más claro de los rojos, y estaba adecuadamente pulida como para no suscitar una impresión de inmundicia en quien lo viera por vez primera, además de abrillantada y limpia. En definitiva aquel era un buen lugar donde permanecer un tiempo. Kirk se acercó al mostrador donde había un ordenador blanco inmenso, que ocupaba casi el espacio entero de la mesa bajo la que se encontraba. Encima de esta mesa había un televisor de tubo blanco con una tele que ostentaba una pantalla mucho más pequeña que el cuerpo que la sostenía. Una señora se encontraba limpiando unos vasos de cristal en lo que parecía una barra. Entonces ésta se giró y descubrió a Kirk: “Buenos días caballero, ¿Qué desea usted?” La mujer era una señora mayor, de pelo rojo pero anaranjado por el desgaste del tinte y el pelo; aparentaba haber vivido medio siglo y su maquillaje de sombras moradas exageradas complementaban sus labios rojos que aun mantenían ciertos puntos del pintalabios que probablemente los recubriera a primera hora de esta mañana; llevaba dos pendientes dorados y vestía un típico delantal además de un vestido de cuerpo entero sencillo con un clásico estampado de hojas de vides sobre fondo morado muy discreto. Sin mediar palabra aprovechó la cuestión que me sugirió para coger un nuevo plato y volver al trabajo mientras pensaba mi respuesta. “Quisiera instalarme en una habitación” dijo Kirk “Perfecto caballero, ¿Cuánto tiempo?” Kirk sin pensarlo mucho aseguró “Unos tres días por el momento serán suficientes. En caso de que quisiera quedarme aquí alguna noche más ¿Habría problemas en volver a pedir la estancia?” “Hombre, mientras usted me pague lo que debe de pagarme; tenga esa habitación el tiempo que quiera. Pero si la pregunta es que si dejara de pagarme por esa habitación le guardaría la reserva, pues ciertamente no” “No hay problema, gracias igualmente, subiré a ver la habitación” Con un gesto se frotó las manos después de haber lavado lo menos cinco platos más mientras manteníamos esta escueta conversación, y de uno de los bolsillos de su delantal sacó una llave. Con esta abrió un cajón del mueble donde estaban las copas, las botellas y el grifo y pude advertir; si no me equivoco, que las llaves estaban dispuestas en las típicas cajas de cubiertos que vienen seccionadas para no mezclar los cuchillos, las cucharas y los tenedores. No tuve tiempo de ver más porque en cuanto cogió la llave cerró el cajón de un plomazo y se acercó esgrimiendo unas llaves pendientes de un llavero junto a un clásico tarjetero de plástico con la inscripción “1-C”. “Es en la primera planta, nada más subes las escaleras a la derecha, la segunda puerta”. Kirk asintió y subió las escaleras que le había indicado la señora, hasta que llegó a un pasillo que se extendía a su izquierda y derecha, en una moqueta amarilla que desentonaba ciertamente con la decoración inicial de la entrada, aunque las paredes sí que poseían su mismo gramaje y forma; aunque aquí las luces eran blancas y led, por lo que no daban lugar a dudas sobre su origen mecánico. Al fondo a la izquierda, cuando me asomé y eché un corto vistazo, observé una mesita de lo que parecía madera barnizada de un color marrón oscuro pero que tampoco me incitó a desglosar la veracidad de su apariencia. Sobre esta, un jarrón blanco con tres rayas moradas que rodeaban en orden ascendente de espiral esta pequeña estructura de la que surgía una margarita de plástico. Observé los letreros, pintados también en dorado sobre piedra marrón “A, B” leí, y mirando a mi derecha esperaba continuar con un “C,D” cuando sorprendido recordé las indicaciones de la recepcionista, y en efecto, la prueba empírica corroboró sus palabras pues observe que el orden de los letreros era “D,C”. Sin dar mucha más importancia a esta incoherencia entré en mi estancia dando por hecho que en el piso segundo esta sucesión también se acontecería.

 

sábado, 17 de febrero de 2024

Ánodo y cátodo

 

Andaba perdido en la misma historia de siempre… yo obsesionado con ella, y ella ignorándolo completamente. Yo intentando verla, ella rebatiendo mis intentonas como el que contesta preguntas enumeradas una encima de la otra en un papel. Y terminado el día, ese resquicio de amor superviviente  que se esconde en algún recoveco de mi pecho cualesquiera hayan sido sus perjuicios, logra enquistarse en mi ser y regenerarse de nuevo para que pese al odio, mañana pueda amarte igual que ayer. En el fondo no sabes lo que me detesto por ello  ¿Cómo trabajar por la destrucción de lo más bonito que he intentado construir jamás? Me gustaría saberlo de verdad, si algún día me amaras. Porque es justo lo que yo mas deseo en el mundo.

Lamento no haber podido protegerte de la bestia blanca de desfigurados ojos, pues en mí constaba de su amistad con nuestras almas, pero no su autonombrada soberanía sobre nuestros cuerpos, y aunque el mío no fue marcado por sus manos, sepas tu que yacen en mis antebrazos las líneas de tu cuchilla. Ahora solo deseo desaparecer en el firmamento marchando en recta inamovible cualesquiera sean los terrenos que inclinen mi paso. Atravesaré la más dura cordillera y el más frío de los mares para alcanzar mi estado de conciencia habitual, que no normal, para encontrar la capacidad de procesar algo incomprensible.


Hasta los rebuznos riman (1-3)

 

I

Veinte años y te sigo soñando

Veinte años y te sigo esperando

No era nuestra complicidad,

Solo fuimos participes de hacernos daño.

Ni nuestra impulsividad, pues me fui aunque te extrañara,

 sintiéndome un extraño

no fue nuestra creatividad

porque por miedo a dibujarte mal,

todavía no lo he conseguido, y eso en veinte años.

Con veinte años te sueño como con catorce,

Te quiero como si tuviera diez,

Me arrepiento de haberte perdido como si tuviera cincuenta,

Y la razón es que no quiero soñarte otra vez,

Pues aunque es tu cara de porcelana y miel,

Por dulce y frágil

Solo eres equívoca cuando equivocarse es fácil

Y yo que te amé y te amo, sin saber lo que es amar

Te miro y eres mi reflejo proyectado en el mar,

Una ilusión física,

Sobre donde me gustaría estar,

Y aunque quiero encontrar la astilla que me está infectando,

Tengo veinte años, y te sigo soñando.

II

De espesa figura, se diluyó como tinta

Indetectable cicatriz, aboyadura íntima

Bastardo amor por su razón ilegítima

Reproducido perpetúa, y se perpetúa en cintas.

Torrente de abril de un invierno creciente,

Primavera muerta de árboles engañados,

Creció mi tronco bajo tu balcón floreciente,

Echó raíces buscando el sol de tu tejado,

Ramificó y convirtióse la copa en puente,

Tornándose frío a cada paso no solicitado,

Y es que el amor no entiende de inconvenientes,

Ni entienden tus ojos de ser humanos

III

Desde mi balcón escondido, te vislumbré entre mis jazmines.

Tu perfume fresco,

Tu peso liviano,

Treparte así al Montesco,

La vida en italiano.

Llévenme a un barco pesquero, que ni los pastos son conchas,

Ni la tierra es blanca,

Tan pesado el cuerpo,

Como ligera el alma

Que mi alma pertenece al mar,

Que de la mar es el marinero, de la tierra nuestra casa,

llévenme a un barco pesquero

y despídanme en la playa, y al mar den mi cuerpo

y no nos veamos jamás,

y si en el balcón sigue el niño,

y escondido en los jazmines,

es que se hizo a la mar, y ahora es espuma,

no lombrices.

Recopilación de episodios históricos legendarios (5/7)

 SITIO DE AMBERES

El sitio de Amberes no fue el más largo de todos los asedios españoles en Países Bajos, y sin embargo, sí que fue el más impresionante en relación a la cantidad de cosas que pasaron en un periodo de tiempo que no alcanza el año. En esta época, Alejandro Farnesio; el duque de Parma, sobrino de Felipe II y primo de Juan de Austria; era gobernador de los Países Bajos. Todo lo que sucede viene precedido de la decisión de enviar al Duque de Alba al iniciarse la revuelta de los holandeses,  donde castigó a los rebeldes y reprimió la revolución. En vista de lo drástico que se mostró este gobernador y sus políticas, Felipe II trata de actuar en pos de un proceder benigno vaciando las ciudades de tercios viejos, tras firmar un acuerdo donde permitiría a las Países Bajos a auto gestionarse, y redirigiéndolos a la Lombardía italiana. Evidentemente, los Países Bajos que quedaron desguarnecidos, no tardaron en rebelarse y a excepción de Luxemburgo que se mantuvo fiel a la corona todos renegaron de ella. Es entonces que hubo de enviarse de nuevo a los tercios con el fin de reconquistar una a una todas las ciudades de los Países Bajos.

Amberes es una ciudad a orillas del Escalda, muy cercana a su desembocadura en el mar del Norte. En aquel tiempo esta ciudad monopolizaba el comercio de aquella de zona, y por ello su población rondaba los 100.000 habitantes. En aquella época, esto supondría a lo que sería para nosotros hoy en día una ciudad como Londres, por ejemplo. Todas las tropas de las naciones se fueron destinando las ciudades que habrían de conquistar. Pero Alejandro Farnesio, se guarda para sí Amberes además de las tropas españolas, que serían unos 10.000 infantes y 2.000 jinetes de caballería. Amberes contaba por su parte con diez baluartes robustos, los muros eran anchos y el foso muy amplio y profundo puesto que el Escalda es un río muy caudaloso. Toda la parte norte flamenca de la ciudad y todo el tramo del río que iba hacia el mar del Norte comunicaba directamente con Zelanda, una zona que llevaba tiempo siendo rebelde a la corona española. Por allí podía abastecerse fácilmente la ciudad de Amberes y resistir el sitio sin mucho problema. Por tanto, a la hora de sitiar la ciudad, el río se convierte en un gran problema logístico.

El planteamiento inicial era construir un perímetro fortificado al más puro estilo de César en Alesia, sin embargo, por mucho que las fortificaciones pudieran llevarse a cabo siempre quedaría una parte de estas expuesta y haría inútil esta estrategia; el tramo norte del río Escalda. Esto supondría tener que soterrar una parte completa del río con el fin de construir sobre este terreno, lo cual era una tarea imposible. Sin embargo a esta idea imposible le seguirá una idea impensable; consiste en construir un puente sobre las aguas del Escalda. A esa anchura, sobre la que se planteó, el Escalda ostentaba una anchura de 800 metros. Este puente haría de muralla contra los rebeldes y haría posible completar la fortificación. Filipo de Márnix, el gobernador de Amberes, cuando se entera de la intención de los españoles, se ríe públicamente de su intención en la plaza de la ciudad. Los españoles, por su parte, una vez completada la construcción perimetral terrestre, marchan a 50 kilómetros al sur, a la ciudad de Terramunda; para obtener los materiales necesarios para terminar el puente sobre el río.

Terramunda era una región entre Gante (a 100 kilómetros al sur de Amberes) y Amberes, con un frondoso bosque del que podrían extraer la madera necesaria para construir el puente. Se encontraban entonces preparando la artillería para hacer batería sobre las murallas de Terramunda cuando Pedro de Paz, el maestre de campo de aquellos tercios, recibió un arcabuzazo en la frente. A Pedro de Paz se le conocía cariñosamente entre las filas de los tercios como Pedro de “Pan”, puesto que se decía era muy querido y se comportaba con sus compañeros como si fuera un padre. Pues bien, fue tal la rabia que alcanzaron los españoles por la muerte de este hombre, que de nada sirvió a los soldados de Terramunda destruir un dique para anegar a los sitiadores y sus efectivos, porque los españoles, cargando en sus hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho lograron instalarlos y destruir los muros. Era tal el ánimo de venganza que se respiraba en las tropas, que Alejandro Farnesio aprovechando que la operación no necesitaba de muchas unidades para llevarse a cabo, escogió de dos a tres hombres entre todas las compañías del tercio para que todas pudieran participar en el asalto y aquella operación de conquista no degenerase en masacre. El primer baluarte es conquistado rápidamente y la ciudad cae poco después. Con esto se hace posible aprovisionarse de los bosques y poco tiempo después las primeras vigas de madera estarían llegando al sitio donde se ha de construir el puente.

Marnix, nuevamente, demuestra su impresión cómica de los hechos: “Muy embriagado del vino de su fortuna estaba el de Parma, si pensaba que echándole un puente enfrenaría la libertad del escalda. Que no sufriría más el escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de los españoles.”. Pero inevitablemente, las obras del puente comienzan.

Primero se colocan postes verticales emparejados con tablones para ir haciendo un suelo sobre la parte más profunda. A cada extremo del puente se crean dos fortines con la intención de guarnecer el puente, que es fortificado a su vez contra un posible ataque naval construyendo en la orilla de brabante hasta trescientos metros y en la flamenca unos setenta metros, quedando aún un espacio abierto entre ambas de 430 metros.

A todo esto, Gante se ha rendido a la ofensiva española. Esto es de gran importancia, pues entre Amberes y Gante hay un canal que comunica directamente ambas ciudades con Terramunda. Que se encuentra justo a las orillas de ese canal.

Al conquistar Gante sacan de allí una flota de 22 navíos y otros cuantos de Dunquerque. La intención de coger estos barcos era utilizarlos como pontones amarrados unos contra otros desde una esquina del puente construido hasta la otra, terminando de cerrar esos 430 metros. Estos pontones o barcos se espaciarían unos quince metros los unos de los otros y estarían firmemente amarrados. El problema es que para llevar los barcos justo al lugar indicado, habrían de reventar un dique e inundar la campiña para poder pasar los barcos a escondidas de los rebeldes. Sin embargo estos se harán conscientes y no tardar en preparar un reducto en un lugar estratégico impidiendo que los barcos pudieran circular. Ante esto Alejandro Farnesio decide construir un canal de 22 kilómetros de longitud para comunicar las aguas de la campiña inundada con un riachuelo que pasaba al norte de donde se encontraban y que desembocaba en el escalda; pudiendo evitar así el reducto de los rebeldes.

El mismo Farnesio coge una pala y comienza a cavar tratando de dar ejemplo a sus hombres. Esto es porque los soldados españoles eran hidalgos, y en aquel entonces el trabajar era símbolo de deshonra, nada caballeresco. Aun así, esto motiva a las tropas que en un mes habrán concluido las obras del canal (en Noviembre de 1584) y una vez queda inaugurado pueden llevar barcos y materiales tranquilamente desde Gante sin recibir represión de los holandeses. Serán necesarios finalmente 32 barcos para cubrir esta distancia de 430 metros que quedaba por cubrir en el Escalda. Estos navíos son fortificados y modificados con vigas metálicas a modo de picas mirando al exterior del río, preparadas para un ataque naval. El puente queda construido hacia Febrero de 1585 tras siete meses de construcción, completando la estructura de asedio perimetral.

Entonces Alejandro Farnesio, con el fin de ser tomado en serio por el gobernador de Amberes y que este tuviera clara su determinación, le envía un espía capturado con el siguiente mensaje: “Anda libre hasta los que te enviaron a espiar, y después de haberles contados por menudo cuanto has visto por tus ojos, diles; que tiene fija y firme resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel puente haga para sí sepulcro o por él se haga paso para la ciudad”.

Pese a la espectacularidad de la infraestructura, había sido construido en cuestión de bastante tiempo, por lo que los rebeldes no se habían quedado quietos y también preparaban una obra de ingenio a los españoles. Federico Giambelli, un ingeniero italiano, afamado y renegado del Imperio Español, trabajaba en la construcción de unos navíos preparados para acabar con el puente. Se trataban de unos barcos gigantescos que portaban en su centro una suerte de construcción de piedra y ladrillo con su interior lleno de pólvora además de cuchillos, garfios, clavos, pedazos de cadena… se dice incluso que llegaron a meter ruedas de molino y lápidas de cementerio, todos estos materiales pendientes de actuar como metralla. Este contenedor era recubierto por una lona y sellado con pez, y además disponían una mecha de larga duración. Esto, porque estos barcos irían vacíos bajando el río Escalda y actuarían como “barcos-mina” detonando y usando todo lo anteriormente introducido como si fueran perdigones.

En la noche del 14 de abril, los rebeldes flotan y envían cuatro barcos-mina por la parte rápida de la corriente del Escalda, abandonando las tripulaciones las embarcaciones a 2.000 metros del puente. Los españoles, ya apercibidos de la llegada de estos navíos, observaban con atención la situación intrigados por el desenlace. De estos barcos, uno se hunde, dos se desvían a la orilla por la corriente, y el último choca contra el puente quedando encajado. Los soldados, que veían que no sucedía nada, suben a bordo del barco y entre risas se burlan de la tontería que acaban de hacer los holandeses. De repente la mina explota y todo lo circundante a la nave se desintegra matando en el acto a unos aproximados 800 españoles. La explosión fue tal, que se llegaron a encontrar restos a 9 kilómetros de distancia. Y Alejandro Farnesio, que solo salió herido, únicamente se salvó de subir al barco porque un alférez español que conocía personalmente a Giambelli le convenció de que no subiera, pues era conocedor de su mente maquiavélica y sus malas artes. Aun así, salió despedido con la onda expansiva. Contando con la oscuridad, realizan unas reconstrucciones de urgencia en el puente más estéticas que funcionales con el objetivo de aparentar no haber recibido daños. Los rebeldes, engañados, deciden no atacar esa noche con la flota por dar por ineficaz el atentado. Lo que si harán será intentar introducir un socorro a través de la campiña inundada con destino a Amberes. Para impedir este movimiento, el coronel Mondragón se instala en lo alto de un dique tras haberlo fortificado y se enfrenta simultáneamente a ambas flotas rebeldes, la que se dirigía a Amberes, y la que había salido de Amberes para alcanzar a los rebeldes. Había una lengua de tierra entre la campiña inundada por los españoles, y las inundaciones de los propios flamencos de Amberes.  Solo esto queda entre ambas flotas, y el coronel Mondragón la guarnece de soldados a la espera de Farnesio con el grueso de la flota. Y allí, les hará frente hasta disuadirlos.

Giambelli, insatisfecho, continúa diseñando armamento para los rebeldes. Consigue mejorar los barcos-mina mediante una serie de modificaciones en el fondo del casco que les impedía cambiar de rumbo. Sin embargo los españoles también habían previsto esto, y diseñaron un sistema por el cual los barcos podían desengancharse y abriendo y cerrando el puente, evitar todos estos explosivos. Las tropas ante esto se burlaban y regodeaban observando los dispositivos explotar en la lejanía. Pero Giambelli seguía maquinando. Puso otra idea en marcha; se trataba de un navío descomunal en cuyo centro se alzaría un castillo de planta cuadrada donde se situarían unos 1.000 mosqueteros y unos 20-30 cañones. Pues bien, tanta era la confianza depositada en esta última obra de ingeniería naval, que los rebeldes lo bautizaron como “El fin de la guerra”. Una vez logrado introducir este barco en el río, fingieron zarpar hacia el puente, centrándose todos los españoles entonces la defensa de este punto; pero cambiaron en el último momento de rumbo hacia la campiña inundada tratando de sorprender a los soldados. Sin embargo, el amplísimo calado del barco lo hizo encallar y acabó destruido. A modo de broma, los españoles lo rebautizaron como “Los gastos perdidos”.

En este punto los rebeldes, desesperados, optan por un todo o nada llevando a cabo un ataque frontal con una flota de 160 barcos, atacando el contradique defendido por el coronel Mondragón la noche de la explosión. Esto arrolla los fortines en primera estancia, aunque sin embargo el socorro compuesto por italianos y españoles que se debatían sobre quien obtendría mayor gloria en este enfrentamiento, consiguen defender la posición hasta que llega Alejandro Farnesio con todas las tropas. Algunas naves, sin embargo, cruzaron y llegaron a Amberes, informando a la población de que habían roto el sitio y que en pocos instantes llegaría la flota. Sin embargo, no era así. Alejandro Farnesio desde lo alto de la lengua de tierra, grito a sus soldados: “No cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga”, saliendo todos los soldados detrás de el a batirse en duelo contra los enemigos desembarcados.

El enfrentamiento no parece tener un claro vencedor por el momento. Un momento inestimable acontece, en el que italianos y españoles se arrodillan juntos a rezar a Dios solo para arremeter acto seguido contra los rebeldes; entrando en sus posiciones y arrasando lo que encontraban a su paso. Llegaran incluso a perseguirlos dentro del agua y tomaran los barcos espada en mano, produciendo una gran carnicería. Al final de la jornada habrían tomado 28 barcos, 65 cañones de bronce y varias vituallas del tren logístico; además de los 3.000 muertes frente a los 700 de la parte del Imperio español.

Después de esta demostración de poder, la población de Amberes empezaba a plantearse rendir la ciudad. El gobernador Marnix por su parte, trato de alargar la resistencia por medio de unas cartas falsas donde pretendía hacer creer que unas naves francesas navegaban en su ayuda, sin embargo se desmiente su veracidad y el pueblo acabará aún más enfadado. Con el paso del tiempo las rendiciones por parte de Malinas y de Bruselas llegarán a oídos de Amberes, y finalmente rinden la ciudad. El agosto de 1585 se produce la entrada triunfal, y por esta acción Felipe II entrega a Farnesio el Toisón de Oro (Se trata de un galardón que señalaba un grandísimo prestigio durante la época. El vellocino de oro del que estaba inspirado, señalaba la realeza). Una anécdota sobre Felipe II, es que al enterarse de la toma de Amberes de madrugada, saltó de la cama, y corriendo llegó a la habitación de su hija Isabel donde abriendo las puertas comenzó a gritar: ¡Nuestra es Amberes! Solo para terminar y volverse a dormir.

Faminiano Estrada, un gran cronista de esta época de oro imperial, habla de este sitio como uno sin igual y textualmente dice: “Nunca con más pesadas moles fueron ensenados los ríos, ni los ingenios se armaron con más osadas intenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos asaltos hiciese más profesión de destreza y de coraje. Aquí se echaron fortalezas sobre los arrebatados ríos, se abrieron minas entre las hondas. Los ríos se elevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre los ríos. Y como si no bastara solo el trabajo de atacar Amberes, se extendieron los trabajos del general también a otras partes; y cinco fortísimas y potentísimas se acercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año, a un mismo tiempo se tomaron”. Como foto final; se celebró un banquete colosal sobre el puente con largas mesas que se extendían de una punta a otra. Tras estas celebraciones, se desmantela el puente y se reconstruye una ciudad fortaleza erigida en su momento por el Duque de Alba, y que todavía es observable desde Google Earth, justo en uno de los meandros sobre los que se situaba el puente.

jueves, 15 de febrero de 2024

-SIN TÍTULO- Capítulo 2

 

CAPÍTULO 2

“El filósofo que se pregunta cuanto o como es de filósofo, es en realidad científico, pues para mí el filósofo habría de preguntarse ¿Por qué es filósofo?” Elena era una mujer rubia, de edad avanzada pero que no estaba reflejada fehacientemente en su piel, dado que se conservaba con gran efectividad y aparentaba unos cincuenta años a lo sumo si hubiera querido Kirk examinarla con detenimiento, aunque a primera vista sería tachada de mujer madura, de unos cuarenta y pocos. De complexión era pobre, con un cuerpo escuálido pero sorprendentemente bien esculpido, y de estatura más bien baja, de unos 1´60. Su pelo era rubio con tonalidades blancas, aunque no era debido a las canas, si no a la increíble claridad de su pelo, de un color amarillo tan claro que casi se tornaba transparente, aunque una corta pero frondosa melena hacía de salvaguarda, como una comunión de fascias, entendiendo cada trozo de la falange como un translúcido mechón dorado, haciendo de su cabello casi un halo que se extendía completando el centro, y a ambos lados de los hombros, en forma de velo, con un corte elegante totalmente recto en las puntas. Sus ojos, azules como el mar, recordaban a los que pudiera haber tenido Inocencio Julián en su juventud, aunque aquellos ojos eran más profundos, pues su color se tornaba más semejante al cobalto y su intensidad que al aguamarina claro de los ojos que creía haber recordado, o más bien construido en su imaginación.

Cuando Kirk se marchó de aquella casa para no volver, inmediatamente empezó a considerar sus opciones, ya que sin amigos y sin familiares desgraciadamente era él mismo el único al que podría recurrir. Con los ahorros de Inocencio Julián, es decir, de lo que había ganado mientras estuvo trabajando para él, podría permitirse vivir un año completo en algún pueblo, tratando de encontrar trabajo de la que fue su ocupación durante este tiempo. O podría marcharse a la ciudad y sobrevivir unos meses, quizá consiguiendo empleo en alguna fábrica que estimara necesario nuevos trabajadores, ya fuera debido a algún despido, accidente o dimisión. Sin embargo Kirk, que se conocía a sí mismo, había convenido en que la ciudad resultaría para él un ambiente inoportuno, cuanto menos tentador para despertar aquel demonio que reposaba eternamente en sus entrañas. Sabía que era fuerte, que era especialmente fuerte, más que mucha gente, y más de lo que había llegado a ser él jamás. A decir verdad, la muerte de aquel a quién había llegado a querer como un padre era el único asunto que habría logrado eclipsar el renovado buen humor de Kirk en los últimos 7 años. 

Pero dentro de él Kirk no podía evitar albergar la duda, en consecuencia a la pregunta que intrigantemente había llegado a su cabeza, como un invitado inesperado a intempestivas horas de la mañana, se clavaba en su cerebro como una astilla en el pulgar del labrador de azada vieja. ¿Sería capaz de no caer? ¿De volver sin más, envuelto en su nuevo perfume, voluntad y traje, y continuar con su labor de vida? ¿Querría de verdad seguir siendo feliz? Como si acabara de abrir un libro largo tiempo sellado, y comenzase a leer compulsivamente cada una de las líneas de sus páginas, empezó a imaginarse rodeado de problemas. Recordaba aquel anciano, los periódicos, las jeringuillas… como se llamaba aquel muchacho, Ker… ¿Kerchak? Y el otro era… No, de ese sí que no se acordaba. ¿Eso quería ser él? ¿Un borrón en la memoria?

Intentando tranquilizarse “Todavía no has fallado” dijo, “En tu fatalismo absoluto lo haces, una y otra vez, pero no lo has hecho. Mismo lugar, distintos pensamientos…” Desentrañaba ahora la ciudad un reto real para él, para su personalidad y futuro. Decidido, decidió marchar a la ciudad más cercana que pudiera encontrar. En realidad, su plan no consistía en alcanzar el burgo y asentarse, primero decidió recabar información sobre las zonas circundantes, apostando por encontrar alguna ciudad con un nivel de calidad de vida óptimo, aún sin ser tan cara como una gran capital, o simplemente una ciudad de moda.

Al no tener coche, tuvo que acercarse al pueblo al que bajaba a comprar, el cual no estaba a más de diez minutos de la casa de verano de Inocencio. El camino era cuesta arriba para llegar, aunque por suerte cuesta abajo para volver. Había recorrido aquel boscoso camino cientos de veces, en ocasiones, cargado hasta los topes de productos de la compra, ropa o incluso electrodomésticos. Sus gemelos que aun sin ser voluminosos, se erguían fuertes, se tensaban con fuerza cuando debía ir al pueblo con alguna gran carga, fue el caso de un frigorífico estropeado el cual el propio ayuntamiento del pueblo descartó recoger, pues decían que los caminos del pueblo a la casa de verano estaban totalmente ideados para senderistas, animales y en general su preservación. Es, de hecho, la ambulancia que se llevó el cuerpo de Inocencio Julián, el único vehículo que sus ojos han visto por estos lares en los casi 9 años que lleva viviendo aquí.

Alrededor del camino se alzaban arboles de tronco esbelto y delgado con largas ramas y moteados diseños. Él no podría haber sabido que su vida se había resuelto últimamente entre los árboles de un bosque de coníferas, pero aún sin saber su nombre, apreciaba aquel bosque como si de un viejo amigo se tratase, de forma respetuosa pero despreocupada. Aunque personalmente, no había oído muchas historias que hablarán al respecto, en su ideario mental miles de sucesos de personas desaparecidas en bosques, y halladas posteriormente con equipos de rescate compuestos por grupos de búsqueda y algún que otro helicóptero sucedían todos los días, debían de suceder en algún lugar, pero en todo momento. Imaginaba también que muchos de ellos, tristemente, no llegarían a ser rescatados a tiempo, y se verían superados por el hambre, la sed, el clima, o la propia fauna y flora del lugar en el que hubieran dado a parar. Algunos, podrían recibir entierros dignos, y un funeral apropiado, con el adiós de sus familiares, las cartas de despedida con el ataúd abierto (o no) y todo, sin embargo, cuantos habrían que simplemente hubieran desaparecido en la inmensidad de la naturaleza, en el bosque o la montaña,  como un papel mojado en el mar, destinado a mojarse, partirse y disolverse en las colosales entrañas del olvido, que se fundieron con el negro, y ahora sin forma ni recuerdo vagan por la tristeza de su eterna muerte.

Kirk trató de apartar aquellos morbosos pensamientos de su cabeza, pues no tenía ningún sentido pararse a pensar en probabilidades e imposibles, pero no podía evitar pensar en el dolor que debe sentir una familia, pues el que muere, puede que sufriera, pero muerto ha, y realmente si alguien llorará su desgracia, son los que aquí permanecen. Sin embargo él no tenía familia, tampoco amigos. Si él se perdiera para siempre y se disolviera como un papel mojado en el mar ¿Quién lo lloraría? Habría gente seguro… inexplicablemente, pues para él era un tema más que zanjado el que se propuso mientras llegaba al pueblo donde cogería un autobús a la ciudad, trato de justificar que sí, que habría quien lo llorase. Como del rayo, se le vino a la cabeza el evidente padre que hacía poco había perdido, Inocencio Julián. Pero para bien o para mal, él ya no podía echar de menos a nadie desde la tumba. Ni salir a buscarlo. Ni llorarle. Entonces Kirk de verdad reparó en la cruda realidad, en la imposibilidad de justificar que alguien intentaría hacer algo por él o que simplemente, lloraría su perdida.

Así, a sus 41 años, airado por su propia lógica y argumentativa aceleró el paso ahora sí, decidido a abandonar el tema por el momento. El pueblo era bastante pequeño, de hecho no era un pueblo, era una aldea. Con tres hileras de 2 casas de granito, pintado blanco con ventanas rústicas y fachadas coquetas, se erguía este modesto compendio de hogares, y en el centro de la plaza, una cabina donde cabrían tres personas o el operario que allí trabajaba, pues esta era grande, con una doble terminación de su cara a causa de las lonchas que le emanaban del cuello como una hinchazón permanente, esta empujaba a su barbilla, y probablemente le diera ese aspecto de delimitación, que rematada con su papada redonda le daba a su cara ese aspecto de concluir dos veces. Sus mofletes habrían de ser grandes, pues custodiaban una boca de categoría, abrigada con un suntuoso bigote descuidado, como la perilla y la barba que, vagamente, crecían inconexas en el rostro del sujeto. El otro establecimiento era un local de aspecto mediano por fuera pero de gran amplitud por dentro, como bien especificaba el cartel, este lugar actuaba como una farmacia y un supermercado a la vez, y de hecho, Kirk entró por curiosidad y no había ninguna distinción de los productos, de forma que podías encontrar frascos de jarabe para la tos en el estante siguiente de las patatas fritas y los cacahuetes. Nunca reparó en lo probablemente inadecuada que sería aquella disposición, echó una mirada al mostrador buscando a los empleados, y solo vio a un señor medio calvo, de pelo moreno, brazos cortos y peludos, además de rechonchos, y un polo rosa, puesto de perfil que o no lo había visto o esperaba evitar tener que saludar a Kirk.

Kirk entonces salió del puesto, y se acercó a la cabina del hombre aún más voluminoso. Solo cuando establecieron contacto para poder comprar el billete a la ciudad, Kirk reparo en que aquella boca de categoría venía precedida y era la máscara de unas monstruosas mandíbulas, unas gigantescas fauces que preguntaban a Kirk mientras él, conmocionado no podía oír nada. Como caído del cielo, Kirk recobró el sentido y se disculpó. Concluyeron el corto intercambio, y se sentó para esperar al autobús. 

Extrañado, comenzó a reiterar una vez más en su memoria el recuerdo de aquella colosal boca, sus dientes podría haber dicho que los había memorizado, pero probablemente eran en cierto modo un dibujo a medio hacer completado por su imaginación. Aun así, podría jurar que los dientes de aquel hombre se extendían en una segunda hilera en la parte de abajo, al menos. De sus mojados labios despedía escupitajos tiznados en marrón, quizá aquel hombre de entre sus hábitos insanos, el que a primera vista pudiera parecer su mayor problema, sea solo su mayor problema en apariencia. Realmente debía de fumar, pues sus labios aunque húmedos y babosos, dicharacheros de repartir saliva con cada una de las palabras que formulasen, estaban custridos concéntricamente, o al menos creía recordar unos ciertos relieves negros como los de un río seco que profundamente se hundían en aquel pozo. También su hediento vaho regalaba nubes de tufo a tabaco negro, o puede que puros.  Que más le daba, ahora que lo pensaba, no volvería a ver a aquel hombre jamás.

 

Una neblina gris y blanca, imbuida de su esclarecedora tonalidad de manera aún más destacable sobre un marco negro, se empezaba a abrir paso ante los ojos de Kirk, poco a poco comenzó a parpadear sin abrir mucho los ojos, cegado por aquella neblina, y trató de ir adaptándose a aquella extraña luz que lo cegaba. Cerró con fuerza los ojos, y entonces, tras unos segundos los fue abriendo lentamente. Un agudo dolor se había consolidado en su brazo, un dolor certeramente vivaz, tremendo y terrible. No habían pasado ni diez segundos, y empezó a notar que por alguna razón, sentía un dolor insufrible en el brazo, como si estuvieran explotando palomitas dentro del cuerpo, y hubieran inteligentemente abierto su piel para sacarlas después de prepararlas en el calor que emanaba su brazo, que habría asegurado ardía como el infierno, y después hubiera dejado el recipiente vació al aire, después de despellejar y tirar su envoltorio y tapa.

Tardó unos segundos en recobrar el aliento, pero aquel dolor le había servido sin el saberlo como un despertador. Recuperado de aquella oleada de dolor, o al menos acostumbrándose a él, se fijó en su mano derecha. Como un báculo de bronce por partes, se componía por dos opulentas piezas de forma muy similar pero curiosamente dispares, pues una se extendía ciertamente a lo ancho, pero más a lo largo, y su sujeción, como si preparada estuviera para disponerla a ras del suelo, era más cilíndrica y ostentaba un bulto semicircular que podía adoptar la forma de una bola a voluntad, toda esta magnífica construcción estaba coronada por un trozo de piel que solo contenía pelo por la parte de arriba, con una forma de pentágono irregular y estilizada por líneas que le daban un cierto aspecto espectacular, dando la impresión de que ciertamente fue diseñada para ser la más elaborada de las piezas de esta construcción tripartita, a su vez, adornaban unas edificaciones minúsculas con tres surcos, los suyos en especial eran de proporción casi perfecta, pero no pudo evitar pensar quizás por esto que así eran todos los dedos, proporcionados y bien elaborados. Con cierta curiosidad cerro la palma de la mano y la miró mientras la giraba con detenimiento. Sus dedos entrecerrados esbozando un puño simulaban cordilleras, y el pelo de sus dedos daba la impresión de querer aparentar ser la vegetación que encontrarías en la falda de la montaña, y las calvas de las puntas de la primera falange desde la palma, parecería la punta donde no crece más que musgo y helecho.

Fascinado por su mano derecha, como si jamás hubiera visto una mano y estuviera aprendiendo por primera vez las maravillas de la ingeniera biológica estructural que se encuentra de manera natural en todos y cada uno de los miembros de su especie, continuó su vistazo apuntando a la izquierda y levantando su brazo, que continuaba emitiendo un intenso dolor.

Entonces palideció, y todo lo que había pasado comenzó a entrar de manera agolpada en su mente. Ahora como consciente del dolor de manera renovada, colmó la estancia, que la estancia, la casa en grito, y comenzó a mirarse el brazo y sujetárselo con la derecha, agarrando desde el bíceps y tratando desesperadamente de estirarlo del todo, y pese a la gran intencionalidad y agobio, imperiosidad y alarma que había tras su orden mental, llegando a concretarse como un mensaje racional destinado a un segundo oyente, el brazo no lograba cumplir con su voluntad de manera satisfactoria: “¡Muévete! ¡Por Dios! ¡Muévete, joder, por favor!” Como un juguete desarticulado, emulaba el gesto de apertura pero al superar los 130º de amplitud, se dolía, y su brazo como si ciertamente tuviera desconectado el cable que conectaría su cerebro y su cuerpo para dar el siguiente paso, simplemente no respondía. Pero lo peor de todo no eran las sulfuras de pus e infección que salían de su antebrazo, ni la carne rosada entremezclada con ese líquido y consumida, de hecho frita en su propia grasa, el haber perdido la posibilidad de estirar el brazo… No, lo que más le preocupaba era su mano.

 Al parecer, se había desmayado mirando al techo, y en el proceso había pasado varias horas en una postura realmente incomoda, lo notaba en las punzadas de su espalda, pero no tenía ánimo como para reparar en algo tan trivial, pues su mano carbonizada había perdido el meñique mientras el yacía, y de hecho, su composición como de piedra se había consumido por completo, y lo que antes eran láminas de costra negra que estaban de manera viscosa débilmente unidas a su epidermis, ahora eran restos de ceniza de un mineral que resultaba solo duro en apariencia, pues con su mano trato de levantar una de estas costras buscando el rojo bermellón que ocultaban, y como polvo se deshizo en sus dedos.  La carne roja que aún quedaba en su manos, se había convertido en una especie de masa blanca, amarilla y roja, que carecían de consistencia sólida y entre sus huesos, ahora expuestos en parte, asemejaban el agua de una presa, aunque ciertamente de una textura mucho más grumosa.

Sin saber qué hacer, ni a quién buscar, convino en que habría de llamar a una ambulancia. Sin embargo, sabía que tardaría unos cuarenta minutos en alcanzar su domicilio, y que entre desmayos y paranoias había perdido la suficiente sangre y tiempo como para simplemente esperar a ser recogido y tratado. La toalla que rodeaba su brazo izquierdo había quedado inservible, pesaba el doble de lo que lo haría limpia, y adornaba con trozos de piel, sangre, pus y costra por igual. De hecho, al examinar su brazo izquierdo, cuidadosamente levantando la toalla, había reparado en que al tiempo que quitaba el tejido del brazo, que había sido enrollado al mismo a presión, iba arrancando una fina lámina de piel, tan fina como la de una serpiente, que había quedado pegada a la toalla por la supuración infecciosa. Lentamente la retiró apoyando sin perder un segundo su brazo de nuevo en su muslo, y quedo expectante durante unos segundos.

Había que hacer algo con esa mano, y rápido, su antebrazo era, según quería pensar, tratable. Aunque infectado y despellejado, prácticamente en carne viva, si se le aplicaban los remedios que los sanitarios considerasen necesarios, como pomadas o cremas, con piel de cerdo, o de su propia espalda algún día volvería a sanar y funcionar como de costumbre, pudiendo hasta estirarse completamente. Recordó que al no poder estirar el brazo completamente, era muy posible que fuera necesario abrir su brazo en canal con especial cuidado, de forma quirúrgica y restaurarlo por dentro uniendo cada una de las fibras de sus músculos y articulaciones, quien sabe cuánta sangre habría perdido y cuanto se habría quemado. En conclusión, él no era quién para autodiagnosticarse y tomar una decisión adecuada sobre las medidas correctas para poder curar su antebrazo y codo. Pero su mano era diferente.

Él no era médico, pero sabía que lo que fuera que pudiera quemarse hasta el punto al que se quemó su mano, no volvería a ser lo mismo. Y en efecto, de esta no sentía nada, de hecho, despertó de su letargo por las supurosas heridas de su antebrazo, y no sabría decir con precisión en que momento su meñique se perdió. Los músculos, articulaciones y en general, cualquier material orgánico menos los huesos se había perdido, quedaban entresijos de carne pegada o prácticamente convertida en viscosidad, pero nada rescatable o que pudiera darle esperanzas de que esa mano tenia salvación. Comenzó a apretarse el índice con la mano derecha, y como si fuera la costra de una herida del pie raspada por un calcetín, simplemente salió de su encaje. Con interés en el negro carbón que había arrancado, comenzó a investigarlo, y fue deshaciendo la piedra consumida hasta que dio con algo más duro y que se negaba a ceder a los pellizcos que propinaba Kirk al índice quemado. Supuso que sería uno de sus huesos, y un tanto horrorizado por su experimento lo dejó sobre el lavabo con cautela, como si más adelante le fuera a hacer falta.

No se atrevió a intentar sacar más dedos durante unos veinte minutos que permaneció en silencio reflexionando sobre todo esto, intentando recordar que diantres le hizo chamuscar su mano izquierda como si de una chuleta de cordero se tratase. Quizá fue por el shock de la situación, o porque el dolor había amainado, pero una nueva ráfaga de punzadas y quemazones asistieron el brazo izquierdo de Kirk, quién al momento se encontraba recorriendo el pasillo de la alfombra azul y alcanzando el salón de la chimenea, donde estaba el único teléfono en toda la casa.

Entró a la habitación, notando en sus pies descalzos la cálida moqueta roja, y sujetando su brazo izquierdo con sumo cuidado. Se paró en seco y miró alrededor, encontrándose casi de manera inconsciente en frente de la chimenea. Caldeaba estas sus fuegos, habiendo consumido el último tronco hace varias horas, y haciendo ademanes de extinguirse. Las llamas luchaban por subir, como si hubieran cuerdas, trataban de subir al techo de la chimenea, y caían instantáneamente una y otra vez al suelo, repitiendo este proceso a una velocidad vertiginosa, pero que describiría la percibía como suave, un espectáculo de increíble velocidad pero que transmitía una inexorable calma. Serio, Kirk negó irrisoria e imperceptiblemente con la cabeza, y avanzó al teléfono rojo que había en la mesita de café, junto a un sillón casi al nivel del suelo de color marrón que antaño habría sido su trono y lugar más preciado, ya que al conocer a Elena, desarrolló un increíble gusto y una docta curiosidad por la literatura y más concretamente, por la literatura filosófica, que de cuando en cuando resonaba en su cabeza en un eco decreciente, procurando que pudiera alejarse de estos libros, aunque no olvidarlos. Pero extrañamente, aquellos libros habían perdido cualquier clase de sentido que pudieran tener para él, y como intentando eliminar su hábito de lectura, se había dado obsesivamente a la literatura genérica y de moda que va siempre al compás que su época, evidentemente.

Con la mano derecha, pulsaba los botones marcando el número de emergencias en el teléfono mientras trataba de alejar toda esta reflexión innecesaria y que en este momento por importante que fuera para él, realmente le traía sin cuidado. Cuando termino de combinar los dígitos, ya estaba dando señal y como si tuviera que prepararse una excusa, cosa que realmente tendría que hacer porque no podía explicar en qué momento se le ocurrió hacer algo así, más que nada, porque no lo recordaba, empezó a ponerse nervioso y a temblar, notando un retortijón en el estómago. Este se vio neutralizado rápidamente por el brazo de Kirk, que nuevamente comenzaba a arder, pero esta vez con una desdeñable rabia, con furia, como tratando de deshacer cualquier rastro de piel que pudiera quedarle en su antebrazo, su sangre se había revestido de lava para calcinar su cuerpo, y podía notarlo, pues claro que podía, le dolía  a rabiar y le fue muy complicado permanecer consciente a pesar del dolor, que lo había sentado en el brazo del sillón incapaz de permanecer de pie.

Una voz algo nasal, respondió al minuto, y Kirk avasallando su entrada genérica de “Hola en que puedo ayudarle” se anticipó y le dijo: “Por favor, es urgente, creo que voy a perder el brazo”. Entregó su dirección y sin tener que dar más detalles, la señora le preguntó directamente por el estado de su mano. Le explicó lo que había sucedido, como su piel se había hecho humo, los desmayos, el índice y el meñique perdidos, se lo contó todo, de hecho hasta le contó que se había dado cuenta de su mano quemada una vez se hizo consciente de su cuerpo y se vio con el brazo extendido sobre el fuego de su chimenea, y que no recordaba cómo había terminado haciendo eso. “Señor, lamento mucho lo que voy a decirle. Verá, su mano es inútil, y lo será para siempre. En ese estado lamentable que me ha descrito, que es en el que se encuentra, le sugiero que adopte alguna medida más… drástica. No sé si sabe a lo que me refiero” Ojiplático, y con la boca abierta por su desconcierto, Kirk empezó a mirar al suelo con un nudo en la garganta, sin creer lo que estaba escuchando. “Se lo digo por su bien, señor. Habría que hacer algo con esa mano ¿No cree?” Instantáneamente colgó el auricular, y se quedó boquiabierto. Se pasó la mano derecha por la cara, hizo ademán de quitarse el sudor  pero más bien se tocó la cara, quería asegurarse de que todo permanecía donde tenía que estar, sus ojos, su nariz, y su boca abierta, abierta de la incredulidad. Mirando las vacías paredes de la estancia, recordó los cuadros que cuando llegó a la casa aún estaban colgados, y sintió que los recordaba de una forma misteriosamente nítida, de una manera muy cercana, como si ese día hubiera sido ayer mismo.

Abotargado por la situación, que sentía cada vez se escapaba más a su control, rio histéricamente y se preguntó como de estúpido podía llegar realmente a ser. Tras haberse desmayado en el baño, haber perdido dos dedos, con el brazo en el mismo camino, y una cantidad de sangre que habría llenado su bañera, que pudiera permanecer cuerdo sin siquiera alguna clase de alucinación auditiva, o lapso entre observación, razonamiento y pensamiento era prácticamente imposible, lo que tenía era que asegurar su brazo, estaba convencido de que aquella extraña mujer era, sin duda alguna, una pobre recepcionista que habría quedado preocupada y a la que habría malinterpretado, o de la que quizá hubiera simplemente disociado y hubiera completado sus frases desde su ideario, no muy positivo en estas situaciones, francamente. Quizá no hubiera marcado correctamente el número de emergencias. Bien, es de tres dígitos, pero también era cierto que tres eran los dedos que le quedaban en la mano izquierda, y en esa situación física en la que se encontraba hasta la más sencilla de las tareas podría haberse realizado incorrectamente, de forma involuntaria. Ahora con mucho cuidado presionó las tres teclas del teléfono que habría de marcar, y silenciosamente espero tras la línea, mientras oía los pitidos que indicaban que el teléfono, efectivamente, daba señal. Alguien contestó y Kirk no perdió un segundo, “Hola, verá. Había llamado antes pero…” esta vez, fue esa voz femenina la que interrumpió a Kirk al teléfono: “¿Y bien? ¿Lo ha hecho?” “¿El qué?” Respondió Kirk  “¿Cómo que el qué?  Déjese de tonterías, señor, sabe bien de lo que le estoy hablando.” Añadió inquisitiva. Kirk no podía dar crédito a lo que oía, cuando de repente  aquella voz concluyó tras una breve pausa y con voz considerablemente más calmada “Hay que hacer algo con esa mano, señor.” Kirk se atrevió a decirlo “¿Quiere… Quiere que me corte la mano?” “…” El silencio que le devolvía aquel auricular pareció inundar toda la estancia. Entonces, cuando finalmente no esperaba obtener respuesta, la mujer replicó “Y si le dijera que si… ¿Lo haría? ¿Por mí?” Kirk no podía aguantarlo más y estalló en ira, víctima de su indefensión: “Oiga  ¡No sé qué coño está intentando!¡No sé qué quiere!¡Por favor, mi mano es un desastre y mi brazo no deja de supurar!¡Creo que está infectado además de quemado!¡Necesito ayuda! ¿Ha enviado a alguien?” “…””Primero debe hacer algo con su mano, señor” Entonces, la señora colgó, y Kirk, estupefacto quedó con el auricular en la mano, aun en el oído, mientras inconscientemente se había quedado todo este tiempo mirando el fuego de la chimenea.

lunes, 12 de febrero de 2024

Recopilación de episodios históricos legendarios (4/7)

 

Ésta batalla es recordada como uno de los episodios defensivos españoles más excepcionales de la historia. Veremos cómo los tercios, aún en una inferioridad numérica pasmosa, lejos de rehuir el combate se lanzan temerariamente hacia la victoria (aunque tampoco te contaré antes de tiempo el resultado). Este episodio está a la altura del episodio del asedio de Cartagena de Indias, aunque es particularmente desconocido. Sin más demora, hablemos de los precedentes.

Sucede tras la batalla de Pavía (1525), aproximadamente entre el año 1535 y 1536 (he corroborado que puede ser incluso 1538) se forja una de las tantas Santas Ligas que se llevarán a cabo durante la historia de Europa. Está conformada por españoles, venecianos y el papado, y tienen como enemigo común el Imperio Turco, y cada uno por razones diferentes. A Venecia sus rutas le son de suma importancia (evidentemente) y su ruta comercial más importante era continuamente saboteada por los turcos. Para España, el problema es que el norte de la costa sur del Mediterráneo, y la costa de la Berbería (África del norte) son un nido de piratas. Y el papado conspira contra Turquía en base al peligro que supondrían para la cristiandad. El objetivo de esta Santa Liga es frenar la poderosísima flota turca al mando del virrey Kar-Ad-Din “Barbarroja”, y para esto tratarán de repetir la estrategia de la batalla de Lepanto con una gran flota cristiana que acorrala a Barbarroja en un puerto, ejerciendo un bloqueo, pero del cual éste es capaz de salir con sus aproximadas 170 naves llevando a cabo una maniobra espectacular que infunde el desánimo en esta flota cristiana. Tras esto hay un encontronazo que algunos califican como “batalla naval”, más concretamente la Batalla de Preveza, donde los cristianos finalmente se retiran. Esta sería la parte marítima de la Santa Liga, porque por el ámbito terrestre se habían propuesto establecer una cabeza de puente (fortificación armada que protege el extremo de un puente más cercano a la posición enemiga) en la costa Dálmata. Esto porque esperaban haber vencido en Preveza, y Castelnuovo se trataba de un lugar perfecto desde el que formar un enclave hacia territorio turco (lo que sería Bosnia hoy día) y dar un golpe de muerte a la parte europea del imperio Turco. Castelnuovo se encontraría en “Kotor” (antes llamado Cátaro y que hoy día se le conoce como Herceg Novi), un fiordo de Montenegro a cuarenta kilómetros de Dubrovnik, por aquel entonces, la famosa ciudad-estado de Ragusa (aliada del imperio español por su enemistad con los venecianos). En resumen, Castelnuovo es tomada por soldados españoles y Carlos V manda a la zona un tercio, formado por quince banderas (Cada una de ellas obtenidas con una respectiva victoria) que no habían obtenido todos como unidad sino que era el producto de la unión de varios tercios y sus consiguientes banderas (es decir no se trataba de un tercio “de casta” como se les llamaba a las más veteranas y expertas de las unidades), la mayoría de los integrantes de este tercio que pasaría a llamarse Tercio de Castelnuovo eran originarios del tercio viejo de Lombardía (Milán). Habían sido enviados allí como resultado de un motín que habrían iniciado en Milán (sobre esto hay diferentes teorías; muchos historiadores están de acuerdo a que será tras la batalla de Preveza que se disolverá esta Santa Liga, esto debido a la petición veneciana sobre Carlos V de desalojar al tercio con el fin de entregarles un territorio que ellos asegurarían “por proximidad” les pertenece, a lo que Carlos V se niega. Según esto, los Tercios de Castelnuovo habrían sido enviados allí con el fin de alejarlos de la península italiana tras su amotinamiento y con el fin de castigarlos). Una curiosidad sobre los amotinamientos es que realmente suponían el mayor riesgo a nivel logístico del ejército, y estos se sucedían continuamente, aunque se dice que los tercios españoles aguardaban haber completado el trabajo para solo después amotinarse. También se habla de la relación de Carlos V con sus huestes como algo realmente cómico. Estos soldados muchas veces morían sin haber visto siquiera una vez al rey, y el que lo hacía se sentía realmente afortunado. Tanto, que aprovechaban el prognatismo del monarca para llamarle: “¡Bocina!” Sin embargo, el rey, conocedor de las hazañas y el desempeño de estos sujetos, nunca llegó a hacer mayor caso a sus burlas. Por último, volviendo al tercio de Castelnuovo, tendrían a Francisco Sarmiento de Mendoza y Manuel como maestre de campo.

Trayendo de nuevo el episodio, Barbarroja, crecido después de la batalla de Preveza plantea recuperar Castelnuovo por la desventaja que supondría tener un enclave de tales características en tierra musulmana. Por lo que en el verano de 1539, en julio, se dirige al fiordo y comienza los preparativos para asediar la fortaleza con sustanciosos medios. Con el fin de dar un golpe decisivo, llega por tierra y por mar a la zona. Por mar llega con una flota turca de 130 galeras, 70 galeotas y 20.000 aparte de 4.000  jenízaros (la tropa de élite turca). Y por tierra, venían 30.000 soldados dirigidos por el ulema de Bosnia, dirigiéndose por la espalda de la fortaleza. En total, ya van unos 54.000 turcos desplegados en torno a Castelnuovo, la cual era una ciudad media que contaba con murallas y ciudadela sin llegar a ser nada del otro mundo. Sarmiento sabía de la intención de Barbarroja, y por tanto se habría dedicado a fortalecer los muros aunque francamente, no tuvo mucho tiempo para esto. Recordemos que contra este ejército se preparan 3.500 españoles y algunos añadidos como venecianos, etc… pero en total no llegaban a las 4.000 unidades (estaríamos hablando de una proporción superior de 10 a 1) Además, estaban completamente incomunicados, pues Venecia en consecuencia a lo anteriormente mencionado se habría quitado de en medio de toda esta operación y los tercios no contaban con muchos más aliados en el Adriático, por no mencionar que solo contaban con unas 20-30 galeras y que Barbarroja había cerrado todo el fiordo con su flota, así que tampoco contaban con una línea de suministros con la que abastecerse.

Con esto, Barbarroja instala su campamento y comienza los primeros trabajos de fortificaciones. A medida que avanzan en esto, lanzan los primeros asaltos y todos resultan ser un fracaso. En uno de estos asaltos, los españoles reparan en que las obras turcas comienzan a acercarse peligrosamente a las murallas de Castelnuovo y entonces decidirán hacer una encamisada. Las encamisadas consisten en un asalto nocturno de normalmente poca duración, donde con espada y vizcaína en mano el objetivo es reducir el número de las tropas enemigas resintiéndose las aliadas lo mínimo posible, y la destrucción de infraestructuras. Para ello, y de ahí el nombre, se disponían unas blusas blancas por encima del ropaje para poder ser identificados por los otros miembros de la encamisada en la oscuridad. Pues bien, en la encamisada de esa misma noche saldrán un total de 800 españoles que toparán con un gran contingente de jenízaros comandados por el capitán Ají. Estos son sorprendidos de tal forma que lo que comienza como una encamisada se convierte en una masacre. Las fuentes no nos dicen cuántos jenízaros cayeron en este asalto, pero se supone que el capitán Ají era uno de los favoritos de Barbarroja, por lo que probablemente fueron muchos los miembros de aquel contingente y los que cayeron aquella noche. De hecho, no quedo ni uno, ni tan siquiera el capitán Ají. Tras esto, las obras de los turcos quedan desguarnecidas, y a Barbarroja se le ocurre la idea de ofrecer a los tercios de Castelnuovo una rendición honrosa (o rendición de fortaleza). Se diferencia de cualquier otra clase de rendición en que aquí los sitiados saldrían con sus armas, pudiendo recoger sus banderas y sin recibir daño alguno o siendo usados de esclavos. A esto Sarmiento se niega con la frase: “Venid cuando queráis”. Esto no sienta nada bien al almirante, que decide poner en uso la famosa artillería de sitio turca la cual ha sido desplegada mientras discurría la negociación. Está artillería ha sido dispuesta en puntos estratégicos y destruye fácilmente las murallas de la ciudad al poco de iniciar el bombardeo. Tras esto los turcos comenzarán un asalto directo a las ruinas, donde los supervivientes los reciben dispuestos a luchar, y donde finalmente los turcos habrán de retirarse con aproximadamente 6.000 bajas frente a las 50 muertos entre los tercios. Se dice que muchos de los españoles murieron después del asalto a causa de las heridas, pero que no nos confunda el completo desbalance entre estas dos potencias, pues los tercios manejaban estos números habitualmente en sus enfrentamientos. También se dice de los jenízaros que envenenaban las puntas de las flechas (en Lepanto por ejemplo) pero esto es una elucubración.

Nos encontramos en las ruinas, con los tercios entre las estructuras aguardando una nueva ofensiva, pero como ya venía siendo costumbre se adelantarán a los turcos y organizarán esa misma noche una nueva encamisada. Aunque ésta, a diferencia de la anterior, no tendrá como objetivo frenar las obras o destruir las infraestructuras turcas, sino que acaeció directamente sobre el campamento turco. 600 españoles salen de las ruinas y se dirigen directamente hacia allí. Cuando los turcos se dan cuenta de lo que está pasando cunde el pánico, y se produce una estampida de tal magnitud que no solo tiraron todo aquello que encontraron en su camino: también tiraron la tienda de almirante de Barbarroja. Y es en este momento que la guardia personal de Barbarroja, temerosos de que quedara aplastado entre el tumulto de soldados que huyen desconcertados, lo cogen por los hombros y se lo llevan arrastrando a la flota donde acabará embarcado. Pese a todo, al tratarse de una encamisada, no se podía obtener de esta operación una victoria decisiva; por lo que se marchan disfrutando de uno de los muchos sentidos de la victoria. Tras esto el campamento turco es montado de nuevo y Barbarroja regresa a su tienda.

Los asaltos a las ruinas se continúan sucediendo hasta que los efectivos españoles se redujeron a 600 hombres y ni aun así se rindieron. En este momento Sarmiento decide que es momento de retirarse a la ciudadela. Durante esta retirada dirigida por Sarmiento y algunos de sus capitanes a caballo, Sarmiento recibirá tres flechazos en la cabeza, pero aun así no dejará de guiar a sus huestes hacia la ciudadela. Para aquel entonces quedarían entre 200 y 300 españoles en la ciudadela de la que solo quedaba una torre, y abajo, Sarmiento junto a sus últimos capitanes y tropas; que aún se estarían batiendo en duelo con el enemigo. Es en este momento que le tiran una soga desde lo alto de la estructura con la intención de auparlo. Sarmiento, ni corto ni perezoso, se giró hacia arriba y les dijo: “Nunca quiera Dios que yo me salve y mis capitanes mueran” y lanzando el cabo arriba de nuevo permanece luchando hasta morir. Poco después, quedarían unos 200 españoles en su mayoría heridos que tratarían de rendirse en el último momento. Muchos de ellos fueron ejecutados en el acto y otros fueron enviados como esclavos a Constantinopla, y aun así, de los enviados como esclavos; veinticinco lograron escapar en una barcaza, llegar a costas de Sicilia y salvarse. El sitio llega a su fin el 11 de agosto de 1539 (apenas un mes del comienzo de esta operación) y los turcos habían perdido un aproximado de entre 20.000 y 24.000 hombres. Lo que nos deja una proporción de que por cada español fueron asesinados cinco turcos (entre ellos todo el contingente de jenízaros). Como anécdota final, uno de los capitanes de Sarmiento, un vasco llamado Machín de Munguía; se había destacado entre todas las tropas en la batalla de Preveza por su compañía de vizcaínos, con la que estuvo defendiendo con uñas y dientes una galera veneciana averiada rodeada por tres naves turcas y a la que finalmente logró salvar. Esto le galardonó de un gran renombre entre los soldados. Éste fue uno de los últimos capitanes que quedó luchando junto a Sarmiento y fue capturado vivo por Barbarroja, dándole la oportunidad de trabajar para el en la galera (convertirse en renegado) o la muerte. Machín prefirió la segunda opción y fue decapitado allí mismo. Pese a la derrota, los españoles fueron reconocidos como prácticamente héroes mitológicos, y muchas de las anécdotas de este asedio recorrerían Europa de boca en boca de los juglares. Es así que nos llega una estrofa de un poema dedicado “a los huesos blancos de los españoles que relucen en la muralla de Castelnuovo” de Gutierre de Cetina, un poeta del siglo de oro español, en el que dice: “que envuelta en vuestra sangre la llevaste, sino para probar que la memoria de la dichosa muerte que alcanzaste, se debe envidiar más que la victoria”.

La recaída

 

Comenzó la recaída.

Teñido de rojo un círculo imperfecto por las vísceras que adornaban su maltrecha silueta, se abría ante mí un pozo sin fondo, negro en su enteridad, recubierto por una noche de invierno interminable pasmaba mi cara y la llenaba de verdadero temor. La muerte llamaba y hablaba en mi lengua, aún sin poder yo entenderla. Colmaba sus ojos de los horrores perpetrados por mi especie y alcancé a divisar una larga lista, roída y amarillenta, pintada con polvo y tinta en la que numerosos nombres seguían los siguientes hasta donde alcanzaba la vista. No sonrío ni vi inmutarse un ápice su delgada y esbelta figura cuándo se acerco, decidida y confiada  tendió su mano hasta mí, hasta la entrada del pozo. Un mar de llamas crecía por segundos al ritmo de unos hipnóticos tambores y una ventisca helada que no conseguía mas que enfurecer y agrandar las flamas, apostadas en círculos en las paredes de ese abismo, congelaba mis manos. Mi  tez se tornó pálida y mis ojos al contrario que mi boca no enmudecieron, tergiversaron una mirada animal, instintiva, que rogaba a mi lógica funcionar y desaparecer del cuarto. Pero no fue así, en vez de asustarme decidí caminar entre cuerpos, todos maltratados, mutilados, con enormes jorobas y costillas salientes que mi imaginación había depositado. Flechas rotas, espadas enterradas. Guerra. Quise cruzarla con los ojos cerrados pero la muerte me miró y pobre de mí, ni esconderme a mí mismo puedo. Visualicé el sendero y por grotesco y bárbaro que fuera, decidí caminarlo. Mis pies ahora descalzos pisaban extremidades y vísceras por igual. Adoctrinado por la gula, mi forma rechoncha holgazaneaba en las tinieblas mientras entre huesos rotos hacía equilibrios. Pero alcancé la orilla, alcancé la silueta del círculo y postrado, lo miré fijamente. Aún hay trabajo que hacer, y es cierto, lo había. Con cierta usura alcé mi figura, menuda y despampanante se erguía entre los cadáveres como un crisol divino, luz crecía en mi cuerpo y así fue que se hizo grande y lleno la estancia, el edificio, toda la ciudad y el planeta Tierra por completo. No duró ni medio segundo cuando desapareció y recobré mi organismo, que mi barbilla se había tornado promiscua y delimitada, carcaj de una fuerte mandíbula, y mi cuerpo delgado y brillante, fuerte. Y caminé de nuevo en un mundo en el que yo había nacido. Con intensos ojos verdes, pardos, repasaba mis movimientos casi queriendo memorizarlos una afrodita, de pelo moreno y sonrisa desarmante, quitavidas. Me casé con ella. En el sofá, un niño de 10 años con muchas preguntas y pocas respuestas terminaba de leer a Tolkien, transportándome inocuamente a espejos pasados. Su carita de pan, adornada por unas imprescindibles gafas azules. Nunca se las quita, siempre le han gustado. Han timbrado, sus amigos le esperan para jugar como lo que son, inocentes pasajeros. Pero nunca más de la calle Cornejo, el lo sabe. Pero no fue así y comenzó la recaída.

El bufet

  El bufet Devoraba y devoraba sin cesar los acompañamientos incluidos en su menú bufet. Sin prisa pero sin pausa. Había perdido la cuen...