SITIO DE AMBERES
El sitio de Amberes no fue el más largo de todos los asedios
españoles en Países Bajos, y sin embargo, sí que fue el más impresionante en
relación a la cantidad de cosas que pasaron en un periodo de tiempo que no
alcanza el año. En esta época, Alejandro Farnesio; el duque de Parma, sobrino
de Felipe II y primo de Juan de Austria; era gobernador de los Países Bajos.
Todo lo que sucede viene precedido de la decisión de enviar al Duque de Alba al
iniciarse la revuelta de los holandeses,
donde castigó a los rebeldes y reprimió la revolución. En vista de lo drástico
que se mostró este gobernador y sus políticas, Felipe II trata de actuar en pos
de un proceder benigno vaciando las ciudades de tercios viejos, tras firmar un
acuerdo donde permitiría a las Países Bajos a auto gestionarse, y
redirigiéndolos a la Lombardía italiana. Evidentemente, los Países Bajos que
quedaron desguarnecidos, no tardaron en rebelarse y a excepción de Luxemburgo
que se mantuvo fiel a la corona todos renegaron de ella. Es entonces que hubo
de enviarse de nuevo a los tercios con el fin de reconquistar una a una todas
las ciudades de los Países Bajos.
Amberes es una ciudad a orillas del Escalda, muy cercana a su desembocadura en el mar del Norte. En aquel tiempo esta ciudad monopolizaba el comercio de aquella de zona, y por ello su población rondaba los 100.000 habitantes. En aquella época, esto supondría a lo que sería para nosotros hoy en día una ciudad como Londres, por ejemplo. Todas las tropas de las naciones se fueron destinando las ciudades que habrían de conquistar. Pero Alejandro Farnesio, se guarda para sí Amberes además de las tropas españolas, que serían unos 10.000 infantes y 2.000 jinetes de caballería. Amberes contaba por su parte con diez baluartes robustos, los muros eran anchos y el foso muy amplio y profundo puesto que el Escalda es un río muy caudaloso. Toda la parte norte flamenca de la ciudad y todo el tramo del río que iba hacia el mar del Norte comunicaba directamente con Zelanda, una zona que llevaba tiempo siendo rebelde a la corona española. Por allí podía abastecerse fácilmente la ciudad de Amberes y resistir el sitio sin mucho problema. Por tanto, a la hora de sitiar la ciudad, el río se convierte en un gran problema logístico.
El planteamiento inicial era construir un perímetro
fortificado al más puro estilo de César en Alesia, sin embargo, por mucho que
las fortificaciones pudieran llevarse a cabo siempre quedaría una parte de
estas expuesta y haría inútil esta estrategia; el tramo norte del río Escalda.
Esto supondría tener que soterrar una parte completa del río con el fin de
construir sobre este terreno, lo cual era una tarea imposible. Sin embargo a
esta idea imposible le seguirá una idea impensable; consiste en construir un
puente sobre las aguas del Escalda. A esa anchura, sobre la que se planteó, el
Escalda ostentaba una anchura de 800 metros. Este puente haría de muralla
contra los rebeldes y haría posible completar la fortificación. Filipo de
Márnix, el gobernador de Amberes, cuando se entera de la intención de los
españoles, se ríe públicamente de su intención en la plaza de la ciudad. Los
españoles, por su parte, una vez completada la construcción perimetral
terrestre, marchan a 50 kilómetros al sur, a la ciudad de Terramunda; para
obtener los materiales necesarios para terminar el puente sobre el río.
Terramunda era una región entre Gante (a 100 kilómetros al
sur de Amberes) y Amberes, con un frondoso bosque del que podrían extraer la
madera necesaria para construir el puente. Se encontraban entonces preparando
la artillería para hacer batería sobre las murallas de Terramunda cuando Pedro
de Paz, el maestre de campo de aquellos tercios, recibió un arcabuzazo en la
frente. A Pedro de Paz se le conocía cariñosamente entre las filas de los
tercios como Pedro de “Pan”, puesto que se decía era muy querido y se
comportaba con sus compañeros como si fuera un padre. Pues bien, fue tal la
rabia que alcanzaron los españoles por la muerte de este hombre, que de nada
sirvió a los soldados de Terramunda destruir un dique para anegar a los
sitiadores y sus efectivos, porque los españoles, cargando en sus hombros los
cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho lograron instalarlos y
destruir los muros. Era tal el ánimo de venganza que se respiraba en las
tropas, que Alejandro Farnesio aprovechando que la operación no necesitaba de
muchas unidades para llevarse a cabo, escogió de dos a tres hombres entre todas
las compañías del tercio para que todas pudieran participar en el asalto y
aquella operación de conquista no degenerase en masacre. El primer baluarte es
conquistado rápidamente y la ciudad cae poco después. Con esto se hace posible
aprovisionarse de los bosques y poco tiempo después las primeras vigas de
madera estarían llegando al sitio donde se ha de construir el puente.
Marnix, nuevamente, demuestra su impresión cómica de los
hechos: “Muy embriagado del vino de su fortuna estaba el de Parma, si pensaba
que echándole un puente enfrenaría la libertad del escalda. Que no sufriría más
el escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de
los españoles.”. Pero inevitablemente, las obras del puente comienzan.
Primero se colocan postes verticales emparejados con tablones
para ir haciendo un suelo sobre la parte más profunda. A cada extremo del
puente se crean dos fortines con la intención de guarnecer el puente, que es
fortificado a su vez contra un posible ataque naval construyendo en la orilla
de brabante hasta trescientos metros y en la flamenca unos setenta metros,
quedando aún un espacio abierto entre ambas de 430 metros.
A todo esto, Gante se ha rendido a la ofensiva española. Esto
es de gran importancia, pues entre Amberes y Gante hay un canal que comunica
directamente ambas ciudades con Terramunda. Que se encuentra justo a las
orillas de ese canal.
Al conquistar Gante sacan de allí una flota de 22 navíos y
otros cuantos de Dunquerque. La intención de coger estos barcos era utilizarlos
como pontones amarrados unos contra otros desde una esquina del puente
construido hasta la otra, terminando de cerrar esos 430 metros. Estos pontones
o barcos se espaciarían unos quince metros los unos de los otros y estarían
firmemente amarrados. El problema es que para llevar los barcos justo al lugar
indicado, habrían de reventar un dique e inundar la campiña para poder pasar
los barcos a escondidas de los rebeldes. Sin embargo estos se harán conscientes
y no tardar en preparar un reducto en un lugar estratégico impidiendo que los
barcos pudieran circular. Ante esto Alejandro Farnesio decide construir un
canal de 22 kilómetros de longitud para comunicar las aguas de la campiña
inundada con un riachuelo que pasaba al norte de donde se encontraban y que
desembocaba en el escalda; pudiendo evitar así el reducto de los rebeldes.
El mismo Farnesio coge una pala y comienza a cavar tratando
de dar ejemplo a sus hombres. Esto es porque los soldados españoles eran
hidalgos, y en aquel entonces el trabajar era símbolo de deshonra, nada
caballeresco. Aun así, esto motiva a las tropas que en un mes habrán concluido
las obras del canal (en Noviembre de 1584) y una vez queda inaugurado pueden
llevar barcos y materiales tranquilamente desde Gante sin recibir represión de
los holandeses. Serán necesarios finalmente 32 barcos para cubrir esta
distancia de 430 metros que quedaba por cubrir en el Escalda. Estos navíos son
fortificados y modificados con vigas metálicas a modo de picas mirando al
exterior del río, preparadas para un ataque naval. El puente queda construido
hacia Febrero de 1585 tras siete meses de construcción, completando la
estructura de asedio perimetral.
Entonces Alejandro Farnesio, con el fin de ser tomado en serio por el gobernador de Amberes y que este tuviera clara su determinación, le envía un espía capturado con el siguiente mensaje: “Anda libre hasta los que te enviaron a espiar, y después de haberles contados por menudo cuanto has visto por tus ojos, diles; que tiene fija y firme resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel puente haga para sí sepulcro o por él se haga paso para la ciudad”.
Pese a la espectacularidad de la infraestructura, había sido
construido en cuestión de bastante tiempo, por lo que los rebeldes no se habían
quedado quietos y también preparaban una obra de ingenio a los españoles.
Federico Giambelli, un ingeniero italiano, afamado y renegado del Imperio
Español, trabajaba en la construcción de unos navíos preparados para acabar con
el puente. Se trataban de unos barcos gigantescos que portaban en su centro una
suerte de construcción de piedra y ladrillo con su interior lleno de pólvora
además de cuchillos, garfios, clavos, pedazos de cadena… se dice incluso que
llegaron a meter ruedas de molino y lápidas de cementerio, todos estos
materiales pendientes de actuar como metralla. Este contenedor era recubierto
por una lona y sellado con pez, y además disponían una mecha de larga duración.
Esto, porque estos barcos irían vacíos bajando el río Escalda y actuarían como
“barcos-mina” detonando y usando todo lo anteriormente introducido como si
fueran perdigones.
En la noche del 14 de abril, los rebeldes flotan y envían
cuatro barcos-mina por la parte rápida de la corriente del Escalda, abandonando
las tripulaciones las embarcaciones a 2.000 metros del puente. Los españoles,
ya apercibidos de la llegada de estos navíos, observaban con atención la
situación intrigados por el desenlace. De estos barcos, uno se hunde, dos se
desvían a la orilla por la corriente, y el último choca contra el puente
quedando encajado. Los soldados, que veían que no sucedía nada, suben a bordo
del barco y entre risas se burlan de la tontería que acaban de hacer los
holandeses. De repente la mina explota y todo lo circundante a la nave se
desintegra matando en el acto a unos aproximados 800 españoles. La explosión
fue tal, que se llegaron a encontrar restos a 9 kilómetros de distancia. Y
Alejandro Farnesio, que solo salió herido, únicamente se salvó de subir al
barco porque un alférez español que conocía personalmente a Giambelli le
convenció de que no subiera, pues era conocedor de su mente maquiavélica y sus
malas artes. Aun así, salió despedido con la onda expansiva. Contando con la
oscuridad, realizan unas reconstrucciones de urgencia en el puente más
estéticas que funcionales con el objetivo de aparentar no haber recibido daños.
Los rebeldes, engañados, deciden no atacar esa noche con la flota por dar por
ineficaz el atentado. Lo que si harán será intentar introducir un socorro a
través de la campiña inundada con destino a Amberes. Para impedir este
movimiento, el coronel Mondragón se instala en lo alto de un dique tras haberlo
fortificado y se enfrenta simultáneamente a ambas flotas rebeldes, la que se
dirigía a Amberes, y la que había salido de Amberes para alcanzar a los
rebeldes. Había una lengua de tierra entre la campiña inundada por los
españoles, y las inundaciones de los propios flamencos de Amberes. Solo esto queda entre ambas flotas, y el
coronel Mondragón la guarnece de soldados a la espera de Farnesio con el grueso
de la flota. Y allí, les hará frente hasta disuadirlos.
Giambelli, insatisfecho, continúa diseñando armamento para
los rebeldes. Consigue mejorar los barcos-mina mediante una serie de
modificaciones en el fondo del casco que les impedía cambiar de rumbo. Sin
embargo los españoles también habían previsto esto, y diseñaron un sistema por
el cual los barcos podían desengancharse y abriendo y cerrando el puente,
evitar todos estos explosivos. Las tropas ante esto se burlaban y regodeaban
observando los dispositivos explotar en la lejanía. Pero Giambelli seguía
maquinando. Puso otra idea en marcha; se trataba de un navío descomunal en cuyo
centro se alzaría un castillo de planta cuadrada donde se situarían unos 1.000
mosqueteros y unos 20-30 cañones. Pues bien, tanta era la confianza depositada
en esta última obra de ingeniería naval, que los rebeldes lo bautizaron como
“El fin de la guerra”. Una vez logrado introducir este barco en el río,
fingieron zarpar hacia el puente, centrándose todos los españoles entonces la
defensa de este punto; pero cambiaron en el último momento de rumbo hacia la
campiña inundada tratando de sorprender a los soldados. Sin embargo, el
amplísimo calado del barco lo hizo encallar y acabó destruido. A modo de broma,
los españoles lo rebautizaron como “Los gastos perdidos”.
En este punto los rebeldes, desesperados, optan por un todo o
nada llevando a cabo un ataque frontal con una flota de 160 barcos, atacando el
contradique defendido por el coronel Mondragón la noche de la explosión. Esto
arrolla los fortines en primera estancia, aunque sin embargo el socorro
compuesto por italianos y españoles que se debatían sobre quien obtendría mayor
gloria en este enfrentamiento, consiguen defender la posición hasta que llega
Alejandro Farnesio con todas las tropas. Algunas naves, sin embargo, cruzaron y
llegaron a Amberes, informando a la población de que habían roto el sitio y que
en pocos instantes llegaría la flota. Sin embargo, no era así. Alejandro
Farnesio desde lo alto de la lengua de tierra, grito a sus soldados: “No cuida
de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga”, saliendo todos los
soldados detrás de el a batirse en duelo contra los enemigos desembarcados.
El enfrentamiento no parece tener un claro vencedor por el
momento. Un momento inestimable acontece, en el que italianos y españoles se
arrodillan juntos a rezar a Dios solo para arremeter acto seguido contra los
rebeldes; entrando en sus posiciones y arrasando lo que encontraban a su paso.
Llegaran incluso a perseguirlos dentro del agua y tomaran los barcos espada en
mano, produciendo una gran carnicería. Al final de la jornada habrían tomado 28
barcos, 65 cañones de bronce y varias vituallas del tren logístico; además de
los 3.000 muertes frente a los 700 de la parte del Imperio español.
Después de esta demostración de poder, la población de
Amberes empezaba a plantearse rendir la ciudad. El gobernador Marnix por su
parte, trato de alargar la resistencia por medio de unas cartas falsas donde
pretendía hacer creer que unas naves francesas navegaban en su ayuda, sin
embargo se desmiente su veracidad y el pueblo acabará aún más enfadado. Con el
paso del tiempo las rendiciones por parte de Malinas y de Bruselas llegarán a
oídos de Amberes, y finalmente rinden la ciudad. El agosto de 1585 se produce
la entrada triunfal, y por esta acción Felipe II entrega a Farnesio el Toisón
de Oro (Se trata de un galardón que señalaba un grandísimo prestigio durante la
época. El vellocino de oro del que estaba inspirado, señalaba la realeza). Una
anécdota sobre Felipe II, es que al enterarse de la toma de Amberes de
madrugada, saltó de la cama, y corriendo llegó a la habitación de su hija
Isabel donde abriendo las puertas comenzó a gritar: ¡Nuestra es Amberes! Solo
para terminar y volverse a dormir.
Faminiano Estrada, un gran cronista de esta época de oro imperial,
habla de este sitio como uno sin igual y textualmente dice: “Nunca con más
pesadas moles fueron ensenados los ríos, ni los ingenios se armaron con más
osadas intenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos
asaltos hiciese más profesión de destreza y de coraje. Aquí se echaron
fortalezas sobre los arrebatados ríos, se abrieron minas entre las hondas. Los
ríos se elevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre
los ríos. Y como si no bastara solo el trabajo de atacar Amberes, se
extendieron los trabajos del general también a otras partes; y cinco fortísimas
y potentísimas se acercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año,
a un mismo tiempo se tomaron”. Como foto final; se celebró un banquete colosal
sobre el puente con largas mesas que se extendían de una punta a otra. Tras
estas celebraciones, se desmantela el puente y se reconstruye una ciudad
fortaleza erigida en su momento por el Duque de Alba, y que todavía es
observable desde Google Earth, justo en uno de los meandros sobre los que se
situaba el puente.
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