Ésta batalla es recordada como uno de los episodios
defensivos españoles más excepcionales de la historia. Veremos cómo los
tercios, aún en una inferioridad numérica pasmosa, lejos de rehuir el combate
se lanzan temerariamente hacia la victoria (aunque tampoco te contaré antes de
tiempo el resultado). Este episodio está a la altura del episodio del asedio de
Cartagena de Indias, aunque es particularmente desconocido. Sin más demora,
hablemos de los precedentes.
Sucede tras la batalla de Pavía (1525), aproximadamente entre
el año 1535 y 1536 (he corroborado que puede ser incluso 1538) se forja una de
las tantas Santas Ligas que se llevarán a cabo durante la historia de Europa.
Está conformada por españoles, venecianos y el papado, y tienen como enemigo
común el Imperio Turco, y cada uno por razones diferentes. A Venecia sus rutas
le son de suma importancia (evidentemente) y su ruta comercial más importante
era continuamente saboteada por los turcos. Para España, el problema es que el
norte de la costa sur del Mediterráneo, y la costa de la Berbería (África del
norte) son un nido de piratas. Y el papado conspira contra Turquía en base al
peligro que supondrían para la cristiandad. El objetivo de esta Santa Liga es
frenar la poderosísima flota turca al mando del virrey Kar-Ad-Din “Barbarroja”,
y para esto tratarán de repetir la estrategia de la batalla de Lepanto con una
gran flota cristiana que acorrala a Barbarroja en un puerto, ejerciendo un
bloqueo, pero del cual éste es capaz de salir con sus aproximadas 170 naves
llevando a cabo una maniobra espectacular que infunde el desánimo en esta flota
cristiana. Tras esto hay un encontronazo que algunos califican como “batalla
naval”, más concretamente la Batalla de Preveza, donde los cristianos
finalmente se retiran. Esta sería la parte marítima de la Santa Liga, porque
por el ámbito terrestre se habían propuesto establecer una cabeza de puente
(fortificación armada que protege el extremo de un puente más cercano a la
posición enemiga) en la costa Dálmata. Esto porque esperaban haber vencido en
Preveza, y Castelnuovo se trataba de un lugar perfecto desde el que formar un
enclave hacia territorio turco (lo que sería Bosnia hoy día) y dar un golpe de
muerte a la parte europea del imperio Turco.
Trayendo de nuevo el episodio, Barbarroja, crecido después de
la batalla de Preveza plantea recuperar Castelnuovo por la desventaja que
supondría tener un enclave de tales características en tierra musulmana. Por lo
que en el verano de 1539, en julio, se dirige al fiordo y comienza los
preparativos para asediar la fortaleza con sustanciosos medios. Con el fin de
dar un golpe decisivo, llega por tierra y por mar a la zona. Por mar llega con
una flota turca de 130 galeras, 70 galeotas y 20.000 aparte de 4.000 jenízaros (la tropa de élite turca). Y por
tierra, venían 30.000 soldados dirigidos por el ulema de Bosnia, dirigiéndose
por la espalda de la fortaleza. En total, ya van unos 54.000 turcos desplegados
en torno a Castelnuovo, la cual era una ciudad media que contaba con murallas y
ciudadela sin llegar a ser nada del otro mundo. Sarmiento sabía de la intención
de Barbarroja, y por tanto se habría dedicado a fortalecer los muros aunque
francamente, no tuvo mucho tiempo para esto. Recordemos que contra este
ejército se preparan 3.500 españoles y algunos añadidos como venecianos, etc…
pero en total no llegaban a las 4.000 unidades (estaríamos hablando de una
proporción superior de 10 a 1) Además, estaban completamente incomunicados,
pues Venecia en consecuencia a lo anteriormente mencionado se habría quitado de
en medio de toda esta operación y los tercios no contaban con muchos más
aliados en el Adriático, por no mencionar que solo contaban con unas 20-30
galeras y que Barbarroja había cerrado todo el fiordo con su flota, así que
tampoco contaban con una línea de suministros con la que abastecerse.
Con esto, Barbarroja instala su campamento y comienza los
primeros trabajos de fortificaciones. A medida que avanzan en esto, lanzan los
primeros asaltos y todos resultan ser un fracaso. En uno de estos asaltos, los
españoles reparan en que las obras turcas comienzan a acercarse peligrosamente
a las murallas de Castelnuovo y entonces decidirán hacer una encamisada. Las
encamisadas consisten en un asalto nocturno de normalmente poca duración, donde
con espada y vizcaína en mano el objetivo es reducir el número de las tropas
enemigas resintiéndose las aliadas lo mínimo posible, y la destrucción de
infraestructuras. Para ello, y de ahí el nombre, se disponían unas blusas
blancas por encima del ropaje para poder ser identificados por los otros
miembros de la encamisada en la oscuridad. Pues bien, en la encamisada de esa
misma noche saldrán un total de 800 españoles que toparán con un gran
contingente de jenízaros comandados por el capitán Ají. Estos son sorprendidos
de tal forma que lo que comienza como una encamisada se convierte en una
masacre. Las fuentes no nos dicen cuántos jenízaros cayeron en este asalto,
pero se supone que el capitán Ají era uno de los favoritos de Barbarroja, por
lo que probablemente fueron muchos los miembros de aquel contingente y los que
cayeron aquella noche. De hecho, no quedo ni uno, ni tan siquiera el capitán
Ají. Tras esto, las obras de los turcos quedan desguarnecidas, y a Barbarroja
se le ocurre la idea de ofrecer a los tercios de Castelnuovo una rendición
honrosa (o rendición de fortaleza). Se diferencia de cualquier otra clase de
rendición en que aquí los sitiados saldrían con sus armas, pudiendo recoger sus
banderas y sin recibir daño alguno o siendo usados de esclavos. A esto
Sarmiento se niega con la frase: “Venid cuando queráis”. Esto no sienta nada
bien al almirante, que decide poner en uso la famosa artillería de sitio turca
la cual ha sido desplegada mientras discurría la negociación. Está artillería
ha sido dispuesta en puntos estratégicos y destruye fácilmente las murallas de
la ciudad al poco de iniciar el bombardeo. Tras esto los turcos comenzarán un
asalto directo a las ruinas, donde los supervivientes los reciben dispuestos a
luchar, y donde finalmente los turcos habrán de retirarse con aproximadamente
6.000 bajas frente a las 50 muertos entre los tercios. Se dice que muchos de
los españoles murieron después del asalto a causa de las heridas, pero que no
nos confunda el completo desbalance entre estas dos potencias, pues los tercios
manejaban estos números habitualmente en sus enfrentamientos. También se dice
de los jenízaros que envenenaban las puntas de las flechas (en Lepanto por
ejemplo) pero esto es una elucubración.
Nos encontramos en las ruinas, con los tercios entre las
estructuras aguardando una nueva ofensiva, pero como ya venía siendo costumbre
se adelantarán a los turcos y organizarán esa misma noche una nueva encamisada.
Aunque ésta, a diferencia de la anterior, no tendrá como objetivo frenar las
obras o destruir las infraestructuras turcas, sino que acaeció directamente
sobre el campamento turco. 600 españoles salen de las ruinas y se dirigen
directamente hacia allí. Cuando los turcos se dan cuenta de lo que está pasando
cunde el pánico, y se produce una estampida de tal magnitud que no solo tiraron
todo aquello que encontraron en su camino: también tiraron la tienda de
almirante de Barbarroja. Y es en este momento que la guardia personal de
Barbarroja, temerosos de que quedara aplastado entre el tumulto de soldados que
huyen desconcertados, lo cogen por los hombros y se lo llevan arrastrando a la
flota donde acabará embarcado. Pese a todo, al tratarse de una encamisada, no
se podía obtener de esta operación una victoria decisiva; por lo que se marchan
disfrutando de uno de los muchos sentidos de la victoria. Tras esto el
campamento turco es montado de nuevo y Barbarroja regresa a su tienda.
Los asaltos a las ruinas se continúan sucediendo hasta que
los efectivos españoles se redujeron a 600 hombres y ni aun así se rindieron.
En este momento Sarmiento decide que es momento de retirarse a la ciudadela.
Durante esta retirada dirigida por Sarmiento y algunos de sus capitanes a
caballo, Sarmiento recibirá tres flechazos en la cabeza, pero aun así no dejará
de guiar a sus huestes hacia la ciudadela. Para aquel entonces quedarían entre
200 y 300 españoles en la ciudadela de la que solo quedaba una torre, y abajo,
Sarmiento junto a sus últimos capitanes y tropas; que aún se estarían batiendo
en duelo con el enemigo. Es en este momento que le tiran una soga desde lo alto
de la estructura con la intención de auparlo. Sarmiento, ni corto ni perezoso,
se giró hacia arriba y les dijo: “Nunca quiera Dios que yo me salve y mis
capitanes mueran” y lanzando el cabo arriba de nuevo permanece luchando hasta
morir. Poco después, quedarían unos 200 españoles en su mayoría heridos que
tratarían de rendirse en el último momento. Muchos de ellos fueron ejecutados
en el acto y otros fueron enviados como esclavos a Constantinopla, y aun así,
de los enviados como esclavos; veinticinco lograron escapar en una barcaza,
llegar a costas de Sicilia y salvarse. El sitio llega a su fin el 11 de agosto
de 1539 (apenas un mes del comienzo de esta operación) y los turcos habían
perdido un aproximado de entre 20.000 y 24.000 hombres. Lo que nos deja una
proporción de que por cada español fueron asesinados cinco turcos (entre ellos
todo el contingente de jenízaros). Como anécdota final, uno de los capitanes de
Sarmiento, un vasco llamado Machín de Munguía; se había destacado entre todas
las tropas en la batalla de Preveza por su compañía de vizcaínos, con la que
estuvo defendiendo con uñas y dientes una galera veneciana averiada rodeada por
tres naves turcas y a la que finalmente logró salvar. Esto le galardonó de un
gran renombre entre los soldados. Éste fue uno de los últimos capitanes que
quedó luchando junto a Sarmiento y fue capturado vivo por Barbarroja, dándole
la oportunidad de trabajar para el en la galera (convertirse en renegado) o la
muerte. Machín prefirió la segunda opción y fue decapitado allí mismo. Pese a
la derrota, los españoles fueron reconocidos como prácticamente héroes
mitológicos, y muchas de las anécdotas de este asedio recorrerían Europa de
boca en boca de los juglares. Es así que nos llega una estrofa de un poema
dedicado “a los huesos blancos de los españoles que relucen en la muralla de
Castelnuovo” de Gutierre de Cetina, un poeta del siglo de oro español, en el
que dice: “que envuelta en vuestra sangre la llevaste, sino para probar que la
memoria de la dichosa muerte que alcanzaste, se debe envidiar más que la
victoria”.
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