jueves, 15 de mayo de 2025

Tres microrrelatos

 

POLÍTICO CORRUPTO

Tenía dieciséis años cuando mi padre fue ajusticiado por unos gitanos del barrio. Su crimen: vivir en un edificio obrero, de protección oficial, en el que se había instalado una familia rival. La policía nos dijo que no pudieron encontrar las armas con las que se había cometido el crimen, y que al no haber testigos, desgraciadamente no podrían aseverar quien fue el culpable (y evidentemente, tampoco condenarlo). Solo ahora sé que el jefe del clan mantenía una estrecha relación con el alcalde de mi ciudad, el comisario jefe, y en resumen: personas muy poderosas. Sin embargo, aunque hubiera un sueldo menos en casa, mi madre pudo aprovechar nuestra situación desfavorable para hacerse con prestaciones sociales que me permitieran continuar con mis estudios. Mi diligencia y esfuerzo me otorgó la posibilidad de estudiar becado y titularme con honores en la facultad de derecho más importante de mi localidad y una de las más importantes del país.  No había pasado desapercibido, y fui invitado a formar parte de un partido político tradicional. Finalmente obtuve un puesto importante en el consistorio, y tras años de intrigas fui elegido secretario general. A día de hoy, los últimos sondeos indican con gran seguridad que me convertiré en el presidente electo en las próximas elecciones.

Muchos pudieran pensar, que se habrá hecho justicia, pero no; eso no es justicia. Solo cuando por medio de mis numerosos contactos consiga recalificar los terrenos de aquel barrio como terrenos inhabitables, derribe aquella amalgama de edificios cancerígenos de hormigón en el que juegan sus hijos, felices, y consiga hacer realidad este proyecto de cementerio de residuos nucleares que ha llegado esta mañana a la mesa de mi despacho; solo entonces se habrá hecho justicia.

LIMPIADORA POBRE

Llevaba años sin hablar con su marido.

Lloraba frente al sepulto amado, solitaria, acompañada de unos niños, mientras un sol de oriente proyectaba sus sombras a lo largo de las jaspeadas losas del cementerio en el que yacía tan querida pareja. Trabajó Inocencia como limpiadora toda su vida. En casa de sus padres, en una fábrica, y en casa de su marido por última vez. Siempre dispuesta a dar lo mejor de sí, era una de esas personas optimistas por naturaleza, y poco apegada al lujo; afortunadamente, porque nunca tuvo mucho.

El féretro negro de su amante reflejaba unas ásperas manos pecosas, manchadas de marrón por la vejez, por el tiempo. Llevaba años sin hablar con su marido, pero tuvo que hacerlo, porque solo con su dinero podría permitirse enterrar a aquella persona a la que tanto amo, y por el cual lo había abandonado.

MUJER DE NEGOCIOS

Unas manos de bebé espectral rozaban el dobladillo de sus pantalones empresariales, de tejido granulado y de corte recto, cuando terminaba de subir el último escalón que conducía al pasadizo para subir a aquel avión con destino Canarias. Un escalofrío recorrió su espalda por el aire acondicionado, pero decidió no darle más importancia de la habitual y se sentó. Su asiento acomodado de primera clase: reclinable, con pantalla propia individual, y una carta del servicio del avión era todo en lo que quería pensar en ese viaje. Había regresado a casa, y de ella se marchaba una vez más. Esta vez había ido a visitar a su familia. Reunidos en casa de sus padres: su hermana, sus dos sobrinos, su cuñado, su hermano y su cuñada, con un hijo en camino. Tres anillos habían recorrido su dedo anular; y tan fácil como entraron, salieron. Eso no era para ella: Esa comodidad… esa vulgar comodidad, ese conformismo… ese conformismo estúpido, ese…

El avión interrumpiéndola, comenzó a vibrar, despegaba.

Y una lágrima surcaba sus mejillas.

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