CAPÍTULO 3
Había caído la noche hace ya rato, y el autobús se retrasaba
unos veintitrés minutos. Eran las 6 de la tarde, pero en aquella aldea se había
cerrado el velo oscuro nocturno de manera apremiante, como impaciente por
recubrir los campos de oscuridad. La mínima contaminación luminosa, daba pie a
un espectáculo de estrellas que Kirk siempre recordaba con una cierta mística
amorosa, pues como un ciudadano, además de ex presidiario, aquel montón de
luces blancas y algunas bañadas en un dulce amarillo miel se le habían grabado
no en la piel, sino en el alma. Como un tatuaje maorí, era su material de
batalla, el compañero con el que diversas y trágicas conversaciones había
mantenido. Sin embargo, aunque fascinantes para quien, como el en su momento
hubieran llegado de la nauseabunda humareda de la ciudad y sus grises cielos y
hubieran descubierto por vez primera aquel mapa de constelaciones que se
dibujaba en la bóveda celestial del cielo nocturno de aquella alejada aldea,
para él se tornaban prácticamente de atrezo, no inspiraban ahora en él ningún
vigoroso sentimiento, sino más bien lo contrario, se alzaban ante el cómo
firmes y luminosos gigantes celestiales que observaban a desgana su paso,
cuando no miraban lo que les placía. Solo una farola había que pareciera haber sido construida para él, y no al revés,
como sugería aquel inmortal firmamento que tapizaba la esfera. “¿Qué querías de
mí? ¿Todo? Pues cógelo y vete” Kirk se giró impaciente buscando encontrar al
que hubiera pronunciado esa sentencia. Sin embargo, solo halló oscuridad, y por
mucho que reviso en la oscuridad cualquier advertencia de silueta o forma no le
devolvió la débil luz de la luna ni la farola otra imagen que la de matojos,
árboles, y las casas lejanas que no llegaban a estar iluminadas pero que eran
aparentemente de un azul oscuro en medio del negro vespertino. Ciertamente Kirk
quedó nervioso y en alerta, y no volvió a reposar sino que por el contrario,
continuaba acechando la oscuridad buscando al que indudablemente acababa de
hablar. “¿Hola?” se atrevió a preguntar. Sin necesidad de pensar en que hubiera
alguna clase de hostilidad, pensaba Kirk de hecho en esto último, y más ahora
que nadie había aprovechado su cuestión lanzada al aire para presentarse de
entre la incomodidad de la vergüenza frente al extraño. Tampoco había muchas
posibilidades de que se tratara de lo que se le había venido a la cabeza
pudiera ser, el artífice de esta frase, y sería un hombre airado que se
encontraba verdaderamente apurado; pero de una voz joven y tosca, que no casaba
con el propietario del puesto de billetes, pero que pudiera pertenecer al
hombre del polo rosa. Lo cual, al pensarlo, le inquietó aún más. Odiaba su
lógica, la cual esgrimía un cincel que perfeccionaba y pulía el abanico de
posibilidades del mármol con el fin de dar lugar a la escultura de la
situación. Sin embargo, cada pedazo de piedra que caía al suelo, dejaba
entrever cada vez de manera más evidente el dibujo de un monstruo. Kirk se
levantó del banco mirando tras de sí ahora con intención de parecer en actitud
de combate, en guardia y preparado para el que pudiera querer hacerle daño a
tan intempestivas horas de la noche “¿Pero quién está ahí? ¡Sal ya!” De nuevo
no recibió respuesta, se quedó pensativo mirando al horizonte, sintiéndose cada
vez más nervioso y angustiado; el pensar que ese nerviosismo se podría estar de
alguna forma expresando de manera involuntaria a través de su físico, y que
aparentemente el que estuviera observando pudiera reconocer por medio de esto
que su táctica de intimidación estaba resultando efectiva, no hacía sino
ponerlo más nervioso aún, entrando en un círculo de sugestión sin parangón.
Reparó en esto Kirk, proponiendo tranquilizarse, cuando de pronto escuchó un
enorme estruendo que provenía de la oscuridad. Como si se estuviera derrumbando
el pueblo, notaba el temblor del suelo; pero sin embargo tal como llegó este
sonido, nuevamente se marchó, y Kirk quedó de pie ahora consciente de como se
había encogido. Aquel estruendo, por la intensidad con la que comenzó a producirse
había sido identificado por Kirk a priori como una bomba, pues era muy parecido
a su metodología instantánea y explosiva; sin embargo aquel sonido no había
venido acompañado de ninguna clase de luz; y por si fuera poco, se había
prolongado en el tiempo varios segundos. Si tuviera que describirlo, diría que
el sonido debe ser harto similar al de un montículo de piedra gigante
arrastrándose por la tierra. Ahora se encontraba tan sobrecogido, y su corazón
tan acelerado, que no podía sino pensar en correr de allí, y en efecto se giró
en dirección al pueblo desde aquel banco dispuesto a poner pies en polvorosa;
cuando reparó en algo que le dejó helado.
Notaba Kirk el pulso de sus venas; estaba quieto, muy
quieto. Con el semblante desencajado y los ojos una vez más con esta expresión
que a mi particularmente, lectores, me resulta tan grotesca. El aliento se le
escapó en una inspiración que había colapsado con una exhalación. Ninguna casa
quedaba en la aldea. Nada quedaba de aquellas formas azul marino oscuro que se
solapaban como capas a la cartulina de la noche, en su lugar, la oscuridad
había devorado aquellos espacios; y ahora, a excepción del banco y aquella
farola no podría divisarse ninguna estructura. Kirk se encontraba tan
impresionado que no pudo sino avanzar lentamente en el camino; confiando en no
poder diferenciar estas construcciones en la profundidad de aquella noche que
poco a poco perdía su propiedad estrellada a causa de unas nubes grises y
densas que eran arrastradas por un fresco viento, paciente en su labor de encapotamiento.
Caminaba con cuidado tratando de no hacer ningún ruido; escuchaba atentamente
sus pisadas en el camino de tierra, tratando de discernir una nota que
desentonara con la melodía de su marcha, resuelto a advertir hasta el vuelo de
un mosquito. Poco a poco comenzaba a dar pasos más amplios, que no más seguros,
tratando de rezagarse del miedo que abrumaba su cuerpo. Una vez más se paró a
escuchar; esta vez trato de concentrarse sobremanera en el sentido del oído,
cerrando los ojos con todos los músculos de las cara diseñados para ello por el
implícito miedo que conllevaría a alguien deshacerse de la vista en aquella
situación. Y escuchó. Atentamente permaneció de pie en aquella tesitura unos
segundos que se le hicieron minutos, y sin embargo, solo escuchó el arrullo de
la brisa y las ramas de los árboles mecidas a su voluntad. Volvió a abrir los ojos
al tiempo que un sonido grave y pesado, estruendoso más que ninguno que hubiera
oído jamás, se abría camino con pisadas de gigante por entre el silencio de la
noche. Kirk se giró sin perder un segundo; y mientras oraba para sus adentros
con el estómago encogido a la doceava parte de su tamaño, comprobó que las seis
casas pintadas de blanco del pueblo, de rústicas ventanas; se encontraban
dispuestas a ambos lados del camino, tres a la izquierda y las otras tres a la
derecha. De repente, el camino se iluminó en gran medida, como si nuevas
farolas hubieran sido dispuestas instantáneamente; pero Kirk comprobó que
aquella luz procedía de las ventanas de aquellas casas, que se encendieron casi
simultáneamente. Terminó de aterrorizarse Kirk cuando observo que en aquellas
ventanas iluminadas y tapiadas por cortinas blancas que se tornaban de un
naranja miel a causa de la luz, habían siluetas de personas que se asomaban a
la ventana o que simplemente permanecían quietas tras las cortinas;
contemplando el espectáculo sin desvelar sus identidades. Pasaban los segundos
y las sombras permanecían inmóviles; reflejando sus sombras en la penumbra del
suelo de tierra. Yo simplemente paseaba por en medio observando boquiabierto
las ventanas, tratando de encontrar el final de la redisposición estructural de
estas casas y poder correr tan lejos y tan rápido como pudiera. Pero por alguna
razón, mi cuerpo estaba más debilitado que nunca, mis brazos no reaccionaban y
estaban flácidos, y mis piernas;
sobrecargadas, entumecidas; como si estuvieran dormidas, no respondían a otra
cosa que no fuera el brutal temor que me impulsaba a dar paso tras paso;
tembloroso. Mis hombros estaban cargados como si transportase una escalera
antiincendios; y por mucho que pensé en correr, no podía romper a hacerlo, era
algo simplemente imposible. Hasta que al final, me tiré al suelo. Víctima del
pánico, la indefensión; y sobre todo, la no comprensión de ninguno de los
hechos que delimitaban todos estos eventos. Y a duras penas me encogí, tratando
de superar el mal trago con una muerte próxima. Sin embargo, no podía dejar de
sentir como si mil cristales estallaran uno tras otro en mi estómago, y como el
pecho se comprimía, hundiéndose progresivamente por la fuerza de las
contracciones y la debilidad, a causa de la rigidez del cuerpo, de las
distensiones. Cerré los ojos con fuerza queriendo perderme el final; y cuando
los abrí me pareció que una vez más, el camino había recuperado su oriunda
oscuridad. Las casas habían desaparecido del camino, y en su lugar, quedaban
seis cráteres y seis serpientes de tierra de un tamaño considerable que se
extendían por el campo hasta donde escasamente alcanzaba la vista. De pronto
sentí un vibrar en el renovado silencio de la noche; y una vez más agucé el
oído tratando de prevenir lo que sea que fuera a suceder a continuación. Un
rugido cobraba cada vez más volumen, y este no se ensordecía, al contrario, iba
incrementando su fulgor conforme pasaban los segundos hasta que pude percibir
perfectamente lo que sería un rugido suave pero potente. Entonces dos haces de
luz blanca me recorrieron en un santiamén deslumbrándome por completo, y el
creador de este nuevo artificio paró en seco en frente mía. En efecto, era el
dichoso autobús, que se retrasaba enormemente. Pese al inconveniente de la
espera, me liberé de la tensión en cuanto vi el cansado y desaliñado rostro del
conductor, que profesaba insultos desde su asiento. “¡Casi te atropello
gilipollas! ¡Si te llego a matar! ¡La que me cae encima cabron!” Kirk sin mucho
desparpajo, subió al autobús de inmediato y entregó el arrugado billete al
conductor; sentándose justo detrás de él. El conductor, que había recibido una
clara negativa de Kirk a la discusión en forma de silencio, no pudo sino mirar
hacia atrás, levantar una ceja con expresión airada expectante de una
explicación, y exclamar un; ¡Bah! Girándose de manera energética y haciendo un
sutil gesto con la cabeza. Sin mediar más palabra y sin más demora, el
conductor arrancó el autobús y se dispuso a continuar con su ruta; miró a la
izquierda y a través de la ventana contempló que en el banco habían unas
maletas; “¿Esas maletas son tuyas?” Kirk reparo en esta verdad; “No importa,
usted no pare”. El conductor volvió a mirar a Kirk, que se preparaba para una
evidente ronda de preguntas; y sin embargo, no fue mayor la curiosidad del
conductor, que simplemente obedeció y continuó sin detenerse. A Elena la conocí
en la ciudad; si, es verdad. En la ciudad, cuando estudiaba. A Kirk de repente,
le empezó a doler la cabeza.
“No recuerdo quien es éste hombre. Su pelo, su cara, sus
ojos; me son extraños. No sería capaz de reconocerlo ni en cien eternidades. Tiene
unas facciones muy curiosas, de sobremanera me extrañan, me incitan a
entenderlas. Pero ¿Por qué no se mueve?” Un descamisado Kirk se encuentra
sentado en el sillón marrón de la sala de la chimenea, y sujeta en sus manos un
cuadro de un hombre de identidad desconocida. Sin embargo una sensación de
reminiscencia electrocuta mis neuronas, Kirk sabe quién es; aunque como bien ha
dicho, no lo recuerda. Con los ojos entrecerrados, a causa de sus pesados
párpados superiores, dirige una rápida y desinteresada mirada a la mano
izquierda. Como si de una manta roja deshilachada a punto de terminar de
desintegrarse se tratara, un débil hilo rojo de terciopelo brotaba con cuenta
gotas a la moqueta; dotando al rojo de la misma de una zona con un color rojo
pero apreciablemente más marronuzco y tiznado. Este chorro provenía de lo que
pudiera parecer a su vez una cañería rota y atascada, pero nada más lejos de la
realidad, provenía de una ya seccionada muñeca izquierda que reposaba en uno de
los brazales del sillón terminando de rellenar concienzudamente el dibujo del
suelo. La mano, que se había desprendido de manera accidental, permanecía desfigurada
en el suelo sin presentar siquiera un matiz que pudiera indicar a ojos
inexpertos en la materia que aquello, una vez, fue una mano. Es más, antes
habría sido confundida con un trozo de carbón que cayó en la moqueta
accidentalmente cuando se estaban limpiando las brasas, cenizas y hollín de la
chimenea, que con una mano. Y sin embargo, eso era; aunque despedazada en
piedras de carbón pequeñas que habían saltado al contacto con el suelo en el
momento de la caída. Kirk pensaba en las palabras de la supuesta recepcionista,
y en especial, trataba de concentrarse para averiguar en qué rincón de su
memoria albergaba el recuerdo de la división final de su mano de su cuerpo.
Pero era tan errática su cognición y pensamientos que simplemente no era capaz
de pensar y mantener la consciencia simultáneamente. Kirk es consciente de como
a cada segundo su respiración se entrecorta, y como gradualmente reduce sus
ritmos; y lo que antes eran inhalaciones y exhalaciones, pronto se han
convertido en jadeos y toses debilísimas. Cuando mira el cuadro una vez más, no
puede creer no la identidad del hombre
en cuestión, sino como ha podido no reconocerlo anteriormente. Tanto le
extraña, que ciertamente duda de que sea esa la imagen que decoraba el lienzo
que observaba tan detenidamente. Y sin embargo, no hay duda; el hombre del
cuadro es Inocencio Julián; su cara de hecho, cabría destacar, ha sido
ilustrada con mayor juventud de la que ostentaba cuando Kirk lo conoció; y de
hecho, la firma del cuadro anuncia haber sido producido hace veinte años,
cuando el aún estaba en la cárcel. Aunque indudablemente, esos eran los ojos de
Inocencio Julián, su cara carecía de manchas marrones, y sus orejas; lejos de
estar recubiertas de pelo, se demuestras medianas y casi puntiagudas; atentas,
dándole un aspecto similar al de un elegante dóberman; su cara, así, también se
veía más puntiaguda y despejada, y su rostro aunque arrugado; permanecía
estoico y sereno en su expresión; denotando el afable carácter que este sujeto
siempre me pareció representar en vida. Que conveniente distracción para éste,
nuestro moribundo Kirk, pero no fue mucho el tiempo que pudo permanecer
consciente observando este cuadro hasta que finalmente perdió la sensación de
presión en el cuerpo, y con ligereza volvió a dejarse ir. De pronto, sonó el
teléfono. Con un desmesurado sobresalto que se tradujo en el maltrecho cuerpo
de Kirk como una apertura instantánea de ambos párpados, el teléfono sonaba una
vez más aquella noche. Se mantuvo sonando unos minutos y más tarde, paró. Sin
embargo, volvió a empezar a sonar. Kirk volvió a dejarlo sonar. Pero el
insistente telefonista no disintió de su propósito y una vez más, marco las
claves telefónicas de Kirk solo para anunciarle lo que fuese que aquel o
aquella cosa quisiese transmitirle en esta noche a Kirk. Entonces Kirk levantó
el brazo derecho a duras penas y descolgó el teléfono: “….” Kirk se mantuvo en
silencio esperando oír la voz de aquella mujer al otro lado, sinceramente, pero
lo único que se le fue devuelto fue aquel silencio sepulcral, que se perpetuaba
un poco más. “Te la quité yo” pronunció de repente el aparato. Kirk permaneció
en silencio acongojado, pues a saber qué nuevo discurso habría de escuchar; por
ahora no tenía intención de responder, solo de escuchar. “La mano te la quité
yo porque tu no habrías sido capaz. De hecho te he salvado la vida.” “…” “¿Por
qué no respondes, Kirk? Soy tu amigo” “…” “Simplemente quiero hacerte saber que
no ha sido ninguna molestia, que no he tenido ningún problema” “gracias” “¡El
hombre del momento! Gracias por contestar. Verás, no ha sido ningún problema.
De hecho he disfrutado comiéndome tu muñeca, era lo único que hacía que esa
asquerosa piedra negra todavía siguiera pegada a ti. Pero verás… ha surgido un
pequeño contratiempo. Si lo miras desde una perspectiva diferente no es culpa
mía, de verás que no era mi intención, pero…” “¿Qué sucede?” “Voy a comerte,
Kirk, voy a devorarte entero. Me voy a comer tus brazos, tu espalda y cabeza.
También tus sesos, vertebras, hígados y costillas. Por no mencionar tus muslos,
tus pies y tus gemelos. Sorberé tu tuétano y sangre, tu linfa y tu bilis. Voy a
devorar tus ojos y lengua y a masticar tus dientes, a mascar tu paladar y a
freír tus orejas. Ha sido tan placentera la experiencia de probar tu carne, que
simplemente no creo poder parar. Sinceramente no quería esto, pretendía
ayudarte. Así que lo siento mucho, pero debía avisarte. Ciertamente, porque no
hay nada que puedas hacer para solventar esta situación” Kirk simplemente rio y
dejo caer el auricular, que quedó descolgado suspendido por el cable. De este
aún se oía; “…y en el fondo que podría haber sabido yo, ¡No es culpa mía Kirk!”
La habitación permaneció en silencio a excepción de aquel
sujeto que seguía hablando por el teléfono, Kirk conmocionado, ya no era capaz
de distinguir de sus palabras algún mensaje lógico; y con un gesto, con su mano
sana estiró del cable del auricular desde la base y con un débil tirón arrancó
el teléfono del enchufe. Entonces la voz instantáneamente dejo de bañar el
silencio de la estancia, que volvió a producir el sonido de la tumba al
momento. Kirk se sentía oprimido y abatido en aquel sillón; aunque
sorprendentemente no tenía miedo. De hecho; tranquilamente, más tranquilamente
de lo que se pudiera esperar de un hombre manco que está viviendo todo esto,
comenzó a pensar en los hechos de forma reflexiva: el fuego, la recepcionista,
el cuadro y aquel extraño hombre que ahora inquietaba el recuerdo de Kirk. No
pudo evitar pensar que estaba loco y que quizá todo lo que había vivido era
producto de alguna clase de brote o sintomatología de alguna enfermedad de su
mente; y sin embargo no creía en esto que decía, pues eran tan reales estos
eventos que habría vivido que en el fondo no albergaba duda alguna de la
autenticidad de todos estos hechos. Un cristal se escuchó romperse en la
inmensidad de la casa de verano, llegando a oídos de Kirk aun estando el en la
sala de la chimenea; esto significa que han sido destruidas no otras sino las
ventanas de la entrada. Confuso en el sillón Kirk miro hacia la ventana de la
habitación y entrecerrando los ojos razonaba este último hecho del cristal
roto, y cuando comprendió la zona en la que se habría pertrechado la fechoría;
si aún podía hacerlo más en ese estado, palideció. Desde el pasillo, el de la
alfombra azul de trísqueles de motivos geométricos, provenían unos pasos que se
hundían en el tejido del suelo, y como si este conspirara con el que estuviera
intentando encaramarse al cuarto para disimular su paso, ensordecía el resto de
la acción haciendo un ligero sonido de deslizamiento que habría de ser el tacón
amortiguado. Tan sigilosamente y tan lentamente se acercaba por el pasillo; y
Kirk, quieto, observaba desplazando únicamente la cabeza por lo que debería de
ser el pasillo tras la pared de la habitación de la chimenea. Con un suspiro
renovado nervioso, insufló vida a su maltrecho cuerpo con la fuerza suficiente
como para tenderse en pie una vez más y con cuidado, fue tratando de
desplazarse hacia la pared. Un sabor a hierro vino a su boca, y con los ojos
abiertos no era capaz de ver; entonces se cogió de sobresalto a la parte de
arriba de la chimenea; el cual era similar a un estante, y solo gracias a eso
no cayó desplomado. Despejado de nuevo, se trató de acercar a la pared para
simplemente escuchar aquel hipnótico y suave sonido que provenía del pasillo,
aquellos pasos nocturnos que se acercaban hacia su posición; y que sospechaba
acabaran siendo producto de su imaginación. Realmente Kirk no se sentía
preocupado por su condición en un orden melancólico, sino más bien le producía
esta una sensación de impotencia que se estaba transformando en rabia en su
interior, mientras trataba de hacer algo tan simple como escuchar ahora que
estaba en la pared aquel sonido. Entonces Kirk fue siguiendo todo lo que pudo
esos pasos, hasta que poco a poco se acercaba a la primera estantería dispuesta
en la pared; los pasos continuaban sin aumentar su ritmo, en una sintonía casi
invisible. Atentamente Kirk se encontraba siguiéndola cuando se topó casi de
bruces con la estantería, y como si el hombre en el pasillo lo supiera; él se
paró también. Cuando esto pasó acudió a Kirk una sensación de sobresalto y
congoja, que hicieron rápidamente un nudo en su estómago; y como caído del
cielo, una vez más, el raciocinio; pensó en aquella situación y barajó una
nueva posibilidad ¿Y si aquello era real? No tuvo más tiempo para pensar, pues
se encontraba dando un salto hacia la puerta, desproporcionado a decir verdad
para el que era su estado físico aún siendo producto del gesto nervioso de la
supervivencia, cuando escuchó que aquellos pasos del pasillo no solo se
reanudaban, sino que a un ritmo vertiginoso y rapidísimo tratando de alcanzar
la puerta en un desesperado intento por alcanzar la habitación antes de que se
pudiera hacer cualquier cosa por detenerle. No pasó ni un segundo en la
inhibida mente desangrada de Kirk cuando los pasos que habían renunciado
definitivamente a esconderse se acercaban peligrosamente a la puerta; pero Kirk
la alcanzó y poniendo su peso sobre la puerta trato de actuar de barricada para
impedir que el del pasillo entrara. De repente la puerta recibió un golpetazo y
Kirk casi sale volando, pero con toda la poca fuerza que le queda trata de
empujar su hombro y mano contra la puerta, tratando con toda su voluntad de que
la puerta permanezca cerrada. El del pasillo, no se rinde; y con numerosos
envites embiste la puerta, una vez tras otra, con la obvia intención de
derribarla. Los golpes de los envites si no fueran por la inflexibilidad del
roble otorgarían a esta puerta una mayor forma de paréntesis de la que adoptó,
pero finalmente esta se doblaba como si tal con cada golpe; amenazando reventar
los goznes si en el camino de aquel agresivo animal y la puerta no hubiera una
fútil y manca resistencia. Cada golpe sonaba como un latigazo de piedra, y
completaba el espacio de la casa a cada que se producía. Kirk se encontraba
cada vez más mareado, y sentía como sus fuerzas comenzaban poco a poco a
flaquear; mientras que al contrario aquella bestia arrendaba a la puerta
empujones cada vez más iracundos, cada vez más salvajes. Entonces Kirk se sentó
en la moqueta, tratando de empujar con sus gemelos la espalda contra la puerta;
y aunque la doblez ahora amenazaba con reventar la puerta por la parte de
arriba, esta permaneció resistente durante los momentos en que Kirk luchaba por
mantener su estado de consciencia que inequívocamente, ya no respondía a su yo
consciente. “¡Dame la otra mano! ¡Quiero la otra mano! ¡Dame la otra mano!”
Pronunció de pronto una voz grave y tosca del que permanecía aporreando la
puerta, entonces Kirk se miró su mano, apretó el puño y apretándolo contra su
pecho comenzó a sollozar; ahora indiferente por ser una resistencia en aquella
puerta o no.
“Amigo, despierta. Que no tengo todo el día” Por primera vez
desde que subió a aquel autobús, Kirk examinó de verdad el rostro de aquel
autobusero, desgarbado y desgreñado a pesar de su escaso pelo; unas profundas
ojeras que trepaban por los dorsos de su nariz prácticamente, y que formaban un
surco que llegaba desde las glándulas lacrimógenas hasta allí donde salen las
boqueras. Su bigote afeitado estaba sorprendentemente bien cuidado para lo que
advertía el resto de su cara; que ostentaba dos colgajos en los mofletes como
si los hubiera rellenado de aire y una vez en tensión alguien hubiera extraído
el aire sin permitir a los carrillos regresar a su tamaño original. Una cruz
dorada en el pecho en la que adornaba “χριστόσ ανέστη” me sorprendió, pues era
la primera vez que veía una con tal inscripción. En cierto modo aquel hombre
era corpulento pero pequeño, sin llegar a ser muy ancho, aunque con dos brazos
como los que tenía; cualquiera habría tildado sus piernas de infantiles,
parecidas en comparación a las de un niño. Con un rápido gesto Kirk se levantó
de su asiento y aunque tuvo el fugaz impulso de coger sus maletas; diseminó
estas ideas rápidamente de su cabeza y bajó del autobús haciendo un gesto de
saludo al conductor antes de marchar.
Cuando bajó las escaleras del bus se encontraba en una calle
ancha gris y larga con un pavimento escasamente asfaltado; aquella ciudad tenía
una estación que consistía en un puesto de billetes algo mayor que el del
pueblo del que había marchado con tres hangares en forma de paradas corrientes
de autobús; al parecer el servicio público de transporte deja mucho que desear
pese a su aparente funcionalidad. Quizá si se piensa funcional, también
reflexioné, ¿Será porque no conozco a todos los que no les fue funcional? Sin
más, cruce la calle y desde la acera de en frente continué a la derecha
buscando un bazar en el que pudiera comprar una botella de agua. La ciudad estaba edificada en consonancia a un diseño
de edificios de no más de 5 pisos, aunque los de 5 ciertamente eran escasos;
salvo el de un par de sucursales y un centro comercial, el resto de los
edificios eran más pequeños. Aun así, éstos eran más modernos pues su
construcción se había realizado de manera reciente. Estos nuevos núcleos
urbanos, que surgen verdaderamente de la expansión de un pueblo en materia de
su capital y su poder adquisitivo como región; eran parajes que no dejaban de
transformarse y que no dejarían de hacerlo a no ser que como siempre, alguien
encuentre la forma de redirigir todo el progreso de un pueblo hacia su bolsillo.
Paseaba Kirk observando las señales, que le resultaban llamativas a causa de
estar bañadas de una reciente capa de pintura. Y lo que más sin duda,
sorprendió a Kirk, fue la cantidad de coches que permanecían aparcados en zonas
de la acera, encima incluso del pavimento alguno, en una puerta; indicando así
como una bandera quien era el dueño de aquella casa y vehículo; una larga
hilera de coches se extendía por la calle, y aunque a lo sumo, no habrían más
de 60 coches en aquella calle, Kirk se impresionó. Finalmente, encontró su tan
ansiado bazar y cuando hubo comprado una botella de agua fresca, se sentó en un
borde de piedra que se elevaba del suelo medio metro, así como si fuera un
taburete de cemento. Mirando al sol de la ciudad y reflexionando, pensó en que debía
buscar un hostal donde instalarse por el momento, y sin mucha demora, comprar
todos los enseres que hubiera necesitado; pues los que traía consigo los había
dejado en aquel banco de la aldea. Observaba a la gente pasear con un aire
suspicaz, y cuando alguno de ellos le observaban súbitamente, Kirk bajaba la
mirada al instante. Inmerso en su botella y pensamientos, Kirk se levantó y
alcanzó una casa de dos pisos pero bastante ancha; en la que había escrito en
una piedra pintada de marrón brillante “Clásica Posada” con la intención de que
resaltaran las letras de un amarillo quasidorado que allí resaltaban sobre toda
la blanca fachada de la estructura. Con ventanas con barras de hierro y unas
cenefas de azulejo blanco y azul; con diversos motivos estivales y formas
geométricas que se extendían por los lados haciendo de falda del caserón, se
defendía de los visitantes en la estética este precioso lugar, en el que Kirk
entró buscando asilo temporal. El interior era más acogedor aún que el
exterior; pues el olor de la humedad de las barricas; del huevo frito en aceite
con tocino, el chorizo, la coliflor, la cerveza y el vino, además del queso y
las vinagretas: despertaban en Kirk un extraño sentimiento de familiaridad que
colmaba su pecho e inflaba su corazón. El interior era de piedra de granito
gris, que aparentaba un color rosado bajo la luz de las tenues luces; que de no
haber ostentado la forma de la bombilla, podría yo haber confundido su
sustancia con la de la antorcha; quizá también porque el fuego me transmitió
siempre una tranquilidad primitiva, y aquella luz y ambientación sin duda me la
brindaba. Los entablados de madera alrededor de las vigas terminaban de darle a
este rústico lugar un aspecto de granero que casaba muy bien con la
intencionalidad de toda la decoración. Habían colgados cuadros con recortes de
periódicos, equipos de fútbol y hasta una cabeza de toro que sin duda repugnó
en gran medida a Kirk. También un atizador, una azada y un mosquetón que por su
aspecto, habría quedado relegado a la exhibición. El suelo era de una piedra
rosada que pasaba por el más claro de los rojos, y estaba adecuadamente pulida
como para no suscitar una impresión de inmundicia en quien lo viera por vez
primera, además de abrillantada y limpia. En definitiva aquel era un buen lugar
donde permanecer un tiempo. Kirk se acercó al mostrador donde había un
ordenador blanco inmenso, que ocupaba casi el espacio entero de la mesa bajo la
que se encontraba. Encima de esta mesa había un televisor de tubo blanco con
una tele que ostentaba una pantalla mucho más pequeña que el cuerpo que la
sostenía. Una señora se encontraba limpiando unos vasos de cristal en lo que
parecía una barra. Entonces ésta se giró y descubrió a Kirk: “Buenos días
caballero, ¿Qué desea usted?” La mujer era una señora mayor, de pelo rojo pero
anaranjado por el desgaste del tinte y el pelo; aparentaba haber vivido medio
siglo y su maquillaje de sombras moradas exageradas complementaban sus labios
rojos que aun mantenían ciertos puntos del pintalabios que probablemente los
recubriera a primera hora de esta mañana; llevaba dos pendientes dorados y
vestía un típico delantal además de un vestido de cuerpo entero sencillo con un
clásico estampado de hojas de vides sobre fondo morado muy discreto. Sin mediar
palabra aprovechó la cuestión que me sugirió para coger un nuevo plato y volver
al trabajo mientras pensaba mi respuesta. “Quisiera instalarme en una
habitación” dijo Kirk “Perfecto caballero, ¿Cuánto tiempo?” Kirk sin pensarlo
mucho aseguró “Unos tres días por el momento serán suficientes. En caso de que
quisiera quedarme aquí alguna noche más ¿Habría problemas en volver a pedir la
estancia?” “Hombre, mientras usted me pague lo que debe de pagarme; tenga esa
habitación el tiempo que quiera. Pero si la pregunta es que si dejara de
pagarme por esa habitación le guardaría la reserva, pues ciertamente no” “No
hay problema, gracias igualmente, subiré a ver la habitación” Con un gesto se
frotó las manos después de haber lavado lo menos cinco platos más mientras manteníamos
esta escueta conversación, y de uno de los bolsillos de su delantal sacó una
llave. Con esta abrió un cajón del mueble donde estaban las copas, las botellas
y el grifo y pude advertir; si no me equivoco, que las llaves estaban
dispuestas en las típicas cajas de cubiertos que vienen seccionadas para no
mezclar los cuchillos, las cucharas y los tenedores. No tuve tiempo de ver más
porque en cuanto cogió la llave cerró el cajón de un plomazo y se acercó
esgrimiendo unas llaves pendientes de un llavero junto a un clásico tarjetero
de plástico con la inscripción “1-C”. “Es en la primera planta, nada más subes
las escaleras a la derecha, la segunda puerta”. Kirk asintió y subió las
escaleras que le había indicado la señora, hasta que llegó a un pasillo que se
extendía a su izquierda y derecha, en una moqueta amarilla que desentonaba
ciertamente con la decoración inicial de la entrada, aunque las paredes sí que
poseían su mismo gramaje y forma; aunque aquí las luces eran blancas y led, por
lo que no daban lugar a dudas sobre su origen mecánico. Al fondo a la
izquierda, cuando me asomé y eché un corto vistazo, observé una mesita de lo
que parecía madera barnizada de un color marrón oscuro pero que tampoco me
incitó a desglosar la veracidad de su apariencia. Sobre esta, un jarrón blanco
con tres rayas moradas que rodeaban en orden ascendente de espiral esta pequeña
estructura de la que surgía una margarita de plástico. Observé los letreros,
pintados también en dorado sobre piedra marrón “A, B” leí, y mirando a mi
derecha esperaba continuar con un “C,D” cuando sorprendido recordé las
indicaciones de la recepcionista, y en efecto, la prueba empírica corroboró sus
palabras pues observe que el orden de los letreros era “D,C”. Sin dar mucha más
importancia a esta incoherencia entré en mi estancia dando por hecho que en el
piso segundo esta sucesión también se acontecería.
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