Prólogo: el capullo florece
El mundo gira, y el tiempo pasa. El movimiento es la ley
sobre la que se erige la vida, y el destino es incierto. Hay quienes empuñarán
sus espadas por un mesías, hay quien lo hizo por un profeta. Antaño, también lo
hicieron nuestros ancestros empeñando sus esperanzas a los astros, e incluso a
lo paranormal.
Pero también, hay quienes optaron por olvidar. Decidiendo
sumergirse en el supremo conocimiento del ser, y el infinito arte de la
meditación. Personas que aceptaron su naturaleza y su lugar en el espacio y el
tiempo, como algo pasajero y fluido; que sucedió y sucederá; imposibilitando la
quietud con la parsimonia del aprendiz, moviéndose eternamente en un ciclo
ubicuo. Porque la vida es eso, movimiento.
Los poderosos shaolins, no solo dominan el supremo
conocimiento del mundo, sino que por medio de la meditación conocen su función
en el universo como entes no juzgantes; siendo la iluminación, la
materialización final de un trabajo y esfuerzo mental y espiritual sin
parangón; casi imposible para un humano. Pues por desgracia, para el ser humano
el camino no es sino un medio para alcanzar un fin, y en el corazón de los
hombres descansan las atrocidades cometidas contra las especies que
plácidamente conviven, así fueran vecinos de la nuestra; y las cicatrices de
los cuchillos de sus hermanos. Es así, que el poder juega un papel crucial en
lo que un hombre realmente desea, por encima de todas las cosas; esto es,
lograr sus sueños y cumplir su objetivo.
Los shaolins entrenan en dojos aislados, situados en parajes
incomunicados e insólitos, donde residen sometidos a un extremo medio ambiental
y a unas dantescas condiciones meteorológicas; preparados así para cruzar el
más ardiente de los desiertos si hiciera falta o la fría tundra de Hokkaido.
Aquí abandonan toda aspiración, meta o cometido para entregarse plenamente a la
meditación y al seguimiento rígido y disciplinado de las enseñanzas budistas;
buscando conseguir la iluminación, y el supremo conocimiento del mundo. Sin
embargo ¿Qué implica para un shaolin alcanzar este supremo estado mental,
cognitivo y físico?
El supremo conocimiento del mundo es un poder que los
primeros maestros del budismo lograron hallar en sus propias mentes, como quien
halla oro en una sima abisal; por casualidad. Tratando de alcanzar lo que ellos
creían era la iluminación, consiguieron despertar algo opuesto, tan peligroso
como revelador en las manos adecuadas.
Como seres vivos miembros del universo, formamos parte de la
historia del mismo pese a estar ligados a él durante un breve lapso de tiempo.
Las leyendas dicen que las estrellas dotaron a los planetas de movimiento; y
así es que cada pequeño individuo en la basta inmensidad del cosmos, que así
como un microorganismo en mi cuerpo habite un planeta, conserva un pequeño
ápice de las estrellas.
Fue mediante la liberación espiritual que los primeros
maestros budistas obtuvieron recuerdos nuevos en sus mentes; más longevos, más
viejos… Los recuerdos de los astros. Con esto me refiero a las memorias del
mundo. Al acaudalado río galáctico en cuya marea viaja el todo. Accediendo a
éstas memorias del mundo fueron capaces de aprender, de observar y de
escuchar; sumergidos en un místico
escenario con un solo puente rojo granate, donde no se alcanzaba a vislumbrar
en qué lugar éste comenzaba y en cual terminaba terminaba. Este puente encima
de un majestuoso y cristalino rio turquesa que arrastraba unas suertes de
sábanas blancas transparentadas, las cuales apenas alcanzaba la vista por su
cuantiosidad y por la presteza con la que se desaparecían del río; como si de
expertos peces nadando a favor de la corriente se tratara, era el lugar al que
estos maestros conseguían llegar.
Por el contrario, una vez llegados aquí, limitados eran los
hombres que fascinados por esta nueva realidad gnóstica y estética consiguieron
abandonar el puente sobre el que meditaban y observaban las aguas del mundo
pasar.
Sucede que la iluminación no es sino el resultado de la
comprensión del supremo conocimiento del mundo, que solo puede alcanzarse por
medio de la liberación espiritual; esto es, la adquisición de las memorias del
mundo. Buda, el primer iluminado; poseía el conocimiento previo de todas las
reencarnaciones que lo llevaron a estar donde estuvo, cuando tuvo que estar y
en las condiciones necesaria; y pese a ser conocedor de la existencia del
supremo conocimiento del mundo gracias a esto, decidió ignorarlo. Buda,
entonces, es erróneamente conocido como el primer iluminado; aunque es
discutido si su sobrenombre “el primer iluminado” reside en esta negativa a alcanzar la iluminación para
sí, permaneciendo en la tierra como un guía para aquellos que quisieran
alcanzarla y preservando la belleza en el terror de la auténtica iluminación a
aquellos maestros que le precedieron.
No fue sino cuando sus aprendices, y los aprendices de estos
decidieron imitar y estudiar los pasos de Buda; que esté lo confesó. A escasos
días de abandonar su alma su cuerpo y perderse en el río del mundo, con el fin
de preservar su legado humano, creyó en sus allegados confiado de que sabrían
darle a este supremo conocimiento del mundo el correcto uso que él no necesito
usar en vida. A este momento se le denomina “el primer pecado de Buda”. Tras
esto, partió y murió en tierra desconocida.
(Nos fijaremos en uno de sus 6 aprendices)
(Al poco de morir Buda, Nepal)
Seis shaolins meditaron en la postura del loto durante
treinta días y treinta noches, sin probar bocado ni beber agua; todos ellos
dispuestos en círculo al raso en la loma de una montaña helada. En aquella
construcción de madera y mimbre, perforada y corroída por el tiempo, la nieve traspasaba
las rendijas del techado filtrándose y cayendo suavemente. Se amontonaba en el
suelo natural y en el tatami podrido en el que descansaban, cubriendo en pocos
días a los seis shaolins; que, inmóviles, quedaron enterrados por el agua y el
hielo. Las ventiscas incesantes tambaleaban un cuenco de madera del que comían
los seis shaolins, dispuesto en el centro del círculo como recordatorio de que
tras su última comida, no habrían de comer más. El vendaval mecía tras trémulas
vigas hasta hacerlas chillar, desplazando los cimientos del lugar de izquierda
a derecha; estaba claro que el lugar podría venirse abajo en cualquier momento.
(Uno de los seis, el primero y el último en despertar)
Del conjunto de nieve que rodeaba el suelo, surgió un nuevo
sonido. Éste era pausado pero continuo, aunque sordo; recordaba a un rastrillo
que se desliza sutilmente por la arena. Cada vez más, el sonido iba cobrando
forma, hasta que a esta melodía de rastrillo se sumó una nueva sintonía; ésta,
la del grano cayendo al fondo para rellenar el espacio recién vaciado, marcó un
arco creciente y concluyó en tres paladas y el derrumbe de un montículo. A
fuerza de arañazos y dentelladas surgió del montón una famélica figura que se arrastraba
en la oscuridad del cielo nocturno de la montaña, ahora bañado en un negro
punteado con numerosos trazos blancos indelebles; que no se arrastraban por la
voluntad de Bóreas, sino que adornaban la bóveda celeste como linternas. Tan
enjuto era su cuerpo entumecido y necrosado, y tan morado; que contrastaba con
la nieve por la que se arrastraba, adquiriendo este tono extraño por el pasar
de su circulación que se debatía por diseminar sangre a sus extremidades
congeladas; entremezclando su piel morada con negros y amarillos blanquecinos.
Entonces se detuvo, impotente, y reparó en que estaba ciego. Y fue entonces que
quiso escuchar y comprobó que también estaba sordo. Inválido y prácticamente
paralítico, se recostó en el frío suelo, tendiéndose boca arriba como pudiera.
Y apuntaba, con la que le falta a la esfinge, hacia lo que debiera ser la estrella polar (especialmente reluciente
esta noche) cuando recordó ¿Qué es lo que hacían allí estos shaolins? ¿Qué los
habría llevado a morir a esta montaña, en estas vicisitudes?
(Un templo amarillo por la luz, de piedras beige y palmeras
verdes entre chorros de agua azul desembocantes de dos cabezas de león; éstas
dispuestas sobre un arquillo de manera simétrica en lo que serían las esquinas
trazado este arco sobre un rectángulo. Una alfombra roja recubre cuatro
escalones que no son altos, pero son anchos; sin embargo el arco se erige sobre
una especie de suelo en lo alto de estos cuatro escalones que llegan desde los
cuatro lados de este cuadrado en el que otro cuadrado entre cuatro cortinas se
extiende. Este arco está dispuesto junto a otros tres, cada uno en un lado del
cuadrado erigido sobre las escaleras, haciendo de entrada a la habitación
encortinada. En la habitación encortinada entre cojines se encuentran las
posesiones más preciadas de los noventa y nueve shaolins que en el agua que
circunscribe esta plataforma se hallan meditando. Sin embargo, sentados en el
último escalón, antes de pasar a las cortinas; seis shaolins llevaban desde que
Buda abandonó la estancia hace setenta lunas meditando de pie.)
Tras la marcha de su maestro, como cabría esperar de sus más
leales aprendices, decidieron encontrar la iluminación a cualquier coste; más
bien, lo que Buda les hubiera dado a conocer como meditación antes de revelarles
la verdad. Siguiendo así, los noventa y tres, una vida dada al autoconocimiento
y la meditación; mas éstos seis ansiaban pasear por el inmenso puente rojo que
Buda les describió guardándose una vez llegados allí, por supuesto, de observar
las aguas o meditar. No obstante, no fue mucho el tiempo que pasó cuando
recibieron noticias sobre su maestro, venidas de mano de un mensajero
gimnosofista que habitaba en las montañas y que servía al templo por puro
altruismo. Traía este siempre noticias de aquí y allá que eran de gran interés
para Buda, y dada la ausencia de éste, ningún shaolin esperaba volver a verlo
jamás. Éste les anunció que su maestro había sido asesinado en su lecho de
muerte, por un hombre de identidad desconocida,
que desapareció a la luz del día tras el incidente.
Tranquilizados recibieron ésta fatal noticia; pues ellos
sabían cuál no sería el último deseo de Buda, la venganza, y pese a no tomar
represalias estimaron oportuno tenerlo en sus oraciones y pensamiento. Sin
embargo, una inquietud les impedía aceptar la verdad. Ignorantes de la
condición de su maestro y de su muerte inminente, no podían dejar de pensar en
el culpable de semejante fechoría; en el hombre que asesinó a Buda. En su cara.
En su voz. Irrumpía en los pensamientos de los shaolins como una incógnita,
como una idea persistente y mordaz que se agarraba a sus psiques; yendo y
viniendo de manera reiterada, clavada como una astilla en la piel.
Fue entonces cuando éstos, los seis shaolins más expertos
del templo, decidieron partir a las montañas y recluirse en un desvalijado
monasterio en la loma; donde meditarían hasta alcanzar la súbita y total
comprensión del supremo conocimiento del mundo. Así, consiguiendo conectar con
las memorias del mundo, podrían sumergirse en busca del rostro del asesino de
su maestro; acallando así para siempre esta gran incertidumbre. Sin embargo,
los shaolins eran plenamente conscientes de que este no era sino el paso previo
a la venganza. Los demás shaolins les hicieron abandonar el templo, apilando
sus túnicas de la habitación cortinada en la entrada. Pues sabían que tal
decisión no llevaría a los shaolins a ningún lugar, salvo al odio y al
sufrimiento.
Aun así, partieron al alba con sus túnicas y seis sombreros
de paja confeccionados al momento de su marcha como único equipaje en su
periplo. Alejados del templo ya, se inmiscuyeron en la crueldad de la montaña
con el objetivo de hallar un lugar donde meditar, he aquí que recordaron este
monasterio. Avanzaron sin miedo guiados por sus atléticas piernas. Impasibles
ante el frío y la nieve, al déficit de oxígeno, y al hambre y sed; cruzaron
grandes extensiones de roca maciza y hielo, alcanzado finalmente una vieja
fortificación que aún se tendía en pie como un enorme punto marrón que se
perdía en el accidente. Tras alcanzarla, tiraron sus sombreros y se dispusieron
a entrar. La puerta estaba desvencijada y solo quedaba la parte derecha, por lo
que entraron sin dificultades. El suelo de piedra, estampado con esquirlas y
escarcha, adornaba con unas pequeñas raíces que florecían costosamente de entre
la roca hasta llegar a un falso suelo en forma de tatami; en mal estado por la
podredumbre y el musgo, pero que curiosamente había mantenido sus propiedades
sonoras en las zonas que quedabas estratégicamente resguardadas de los copos
por el cochambroso tejado. Uno de los shaolins sacó un cuenco de madera en el
que había ido recogiendo bayas y raíces durante su ascensión a espaldas de los
otros cinco; excepcionalmente, no dispusieron de este acto reprochable como
debieran y comieron del mismo cuenco.
Terminaron, y sin mediar palabra, depositaron el cuenco en
el suelo y se posicionaron en círculo conforme a éste, y adoptaron la pose del
loto.
(El marchito shaolin de sentidos embotados, con lágrimas en
los ojos, recuerda cómo llegó hasta allí. Siente una vibración en el suelo, y
nota su cuerpo desplazarse. Cuando empieza a abrir los ojos, observa a un
asiático con el pelo recogido vestido en un traje rojo con adornos esmeralda, y
un gallo dorado estampado en la espalda. Repara en que vuelve a ver)
¿?: Si mis ojos no me engañan, y lo hacen, diría que os
sumergisteis a morir a la nieve como polillas sin luz; como adalides sin Dios,
como huérfanos sin padre. ¿Qué acaeria en tan desatendido lugar para que fuese
de necesidad para, ni más ni menos, que seis de los shaolins de Buda asistir?
(El shaolin observa de arriba abajo la estancia; es una suerte de cueva
excavada en la montaña, colmada de cristales de un azul vivo que irregularmente
crecen de entre la roca y que ofrecen una tenue luminiscencia; sin embargo a
razón de su cantidad, la habitación se percibía de manera clara. Él se
encuentra tumbado en una alfombra dispuesta en una roca horizontal y de escasas
protuberancias; y el asiático se encuentra arrodillado en frente suyo con una
botella adornada con serpientes doradas y ojos de jade. Un pozo casi
perfectamente redondo, se encuentra entre ambos como método de separación; de
este pozo desprende un brillo azul similar al que emanan los minerales de la
cueva aunque con un tono ciertamente más claro; el brillo del pozo se refleja
en la cara del asiático y en el techo natural de la cueva en una suerte de
media luna blanquecina color miel con líneas que se perdían en la transparencia
pero que la atravesaban perpendicularmente; así dispusieras las líneas de un
reloj, en sentido contrario, desde las doce hasta las siete.)
¿?: Mentira es si digo que careces del conocimiento para
responder cuantas preguntas deseo hacerte, pero por ahora me conformaré con que
respondas una; ¿Qué hacíais tú y tus camaradas; adeptos de la enseñanza y
emisarios de la meditación en tan destartalado lugar? ¿Acaso es necesario
señalizar tan cruento lugar a simple vista? O por el contrario, ¿Acerté en mi
primera proposición, en la primera que oíste, y sois vagabundos de una ciudad
sin casas; perros de un coto sin cazador, que ibais a inmolaros por el noble y
ya fallecido Buda? No temas hablar, pues aunque he sanado tu sordera y ceguera,
tu lengua se encontraba en perfecto estado cuando te saqué de la nieve y te
traje aquí. (El Shaolin, tratando de recordar algo más de lo sucedido, reniega
de ello y rompe su silencio)
Shaolin: He aquí que estoy yo, y te digo que ni yo mismo sé
que ha sucedido; pero te pido, antes de responder a tus preguntas que de seguro
te serán satisfechas, que respondas tu a las mías ¿Dónde estamos? Y más
importante ¿Quién eres tú, que alardeas de haber salvado mi vida?
Lao-Tze: Las preguntas hubiera preferido recibirlas así como
te las voy a contestar, de una en una, pero haciendo galantería de mi
renombrada sabiduría pasaré por alto tus malos hábitos en el milenario arte del
diálogo; y contestare, pues, éstas tus cuestiones: Yo no soy otro que el que
soy; el dragón volador, inspiración para una centena; que digo centena, miliada,
que digo miliada, para un millón de filósofos; y úlcera y enemigo de un millón
de dictadores. Mi nacimiento fue
anunciado por el cometa y aleccioné a Confucio el de las analectas. Tambien soy
servidor del emperador de Jade, y precursor en la tradición de los herméticos.
(Shaolin quedó impresionado por aquel que se encontraba frente a él, y por
todas las cosas que decía haber hecho)
Shaolin: Te rindo pleitesía ahora que se cuan orgulloso
eres, y con razón, pues no es para menos; inspiración y enemigo de un millón,
predestinado por el cometa, aleccionador de Confucio. Mi más sincera gratitud
por haber salvado mi vida de la fría nieve. Sin embargo, ahora que comprendo
tus calibres una ligera idea viene a mi mente ¿Pero cómo es que has salvado mi
vida, y más concretamente mis sentidos, si estos eran irreparables? (Lao Tze
mirando el pozo y rellenando la botella)
Lao-Tze: Que la gracia sea conmigo no es deseable, es un
bien que se me ha concedido a desgana. No es necesaria, por tanto, tu gratitud.
Y sobre tu pregunta; quizá en tu entelequia mis conocimientos alcanzan cuanto
menos los de un clásico gran sabio, y en efecto me son conocidas las artimañas
de la medicina de todo oriente y sus
complicados métodos. Pero debo reconocer, que no hay sabiduría de hombre que
hubiera podido sanar tus lesiones; aunque no está en mí juzgar al hombre futuro
que me superará. (Mirando ahora a los ojos al Shaolin) Entiendo que no conoces
la naturaleza del suelo que pisas ni la del aire que respiras, como un niño, no
sabes nada; incluso ahora que sanaste, caminas ciego y sordo. Déjame ahora que
alumbre tu mente como el delicado candil. Estás en Shangri-La; la tierra
eterna, y yo; Lao-Tze, soy su administrador. Las aguas que ves en este pozo,
son las aguas de la eterna juventud, y los cristales que nos rodean y que
iluminan la estancia, son los sabios que aquí han vivido y salvaguardado el
secreto de Shangri-La; llegados su hora,
todos se redujeron a brillantes cuarzos azules, y aquél su brillo son sus almas
que todavía reposan en paz infinita. El hecho de que te hayas recuperado,
debería ser un símbolo de que estas aquí por si tu incredulidad todavía no te
permite ver lo que tienes delante. (Shaolin contiene el aliento y escucha
atentamente sin dar crédito a lo que oye) Sin embargo, no podría decir
exactamente cómo es que así ha sido; pero creo que no nos toca a nosotros
juzgar las normas de este lugar. Llevo cientos de años bebiendo de las aguas,
recopilando el conocimiento del mundo que se nos ha sido transmitido a nosotros
en canciones que cabalgan el viento pero que solo los elegidos por Shangri-La y
el Gallo Dorado podemos escuchar. El Gallo Dorado es el eterno amanecer,
símbolo de nuestra eternidad. Aguardo el día en el que finalmente adopte la
forma de uno de estos cuarzos para sumarme a los sabios que me antecedieron;
como si de una estrella recién nacida en el firmamento se tratase. Mientras
tanto mi tarea es hablar todas las lenguas, y no solo hablarlas sino
escucharlas, pero no solo escucharlas; sino leerlas.
Shaolin: No es sencilla tarea la que aquí desempeñas. A tus
pies me pongo y reconozco que tan profundo eres en el arte de aprender. El más
profundo que hubiere conocido, si no fuera por un hombre que fue mi maestro y
que tú conoces.
Lao-Tze: Bien has hablado, porque ese hombre me era más que
conocido y debo decirte que era bienhechor a ojos de El Gallo Dorado. Pero debo
decirte que a todo esto, aún no me has revelado que te ha traído a esta
montaña, si te eran desconocidas todas las leyendas y cuentos que apuntaban a
ésta como el legendario lugar donde pudiera hallarse Shangri-La, entiendo que
habéis venido a morir por el gran Buda; que tuvo agonía cuando tuvo que tener
calma.
Shaolin: Me explicaré pues sin más demora: El maestro
abandonó el templo liberando su conciencia antes de partir, y se nos fue
revelado a mí y a los de mi orden la auténtica naturaleza del conocimiento, y
claro está, la iluminación.
(Lao-Tze escuchaba atento sentado de rodillas; mientras
asentía, su moño blanco temblaba, y se atusaba la fina pero inmensa barba
blanca con la mano derecha)
Yo, y cinco camaradas de mi templo fuimos expulsados por
querer cumplir venganza, en vez de cumplir con la voluntad de nuestro maestro y
querer pasear por el inmenso puente rojo sin principio ni final, guardándonos
por supuesto de mirar las aguas o meditar. Así pues, emprendimos la marcha y
tras numerosas millas nos adentramos en esta montaña en busca de un viejo
monasterio que efectivamente encontramos: Quizá no lo sepas (Lao-Tze frunció el
ceño) pero ese monasterio fue un día de gran importancia en la vida del gran
Buda, y dado el carácter de nuestra empresa, aquel no era sino el mejor lugar.
Lao-Tze: Pero no esperaríais volver con vida, ciertamente.
Shaolin: Verdad dices pues no era esa nuestra intención.
Nuestro cometido final era encontrar en las aguas que fluyen debajo del puente
el rostro de aquel que asesinó a Buda en su último suspiro, y morir físicamente
en paz contemplando aquel espectáculo eternamente en la mente, también en
contra de lo que Buda nos aconsejó.
Lao-Tze: No hallo el sentido de tus palabras, pero me es
conocido el fatal destino que sufrió tan valeroso hombre y de tan agraciadas
cualidades; Crueles son los tiempos que corren, porque los que corrieron ya son
mito, pero la violencia del mañana poco tiene que envidiarle a la de hoy. Sin
embargo, también caprichoso es el destino; y no te niego si te digo que me resulta
extraño el futuro, solo porque será diferente del presente; pero igual que el
pasado. Desafortunadamente, tal vez no fuera Buda el perfecto ser que aguardaba
el destino, como si no terminar así. No olvides, Shaolin, que Buda era Buda;
pero que antes que eso era hombre.
(Lao-Tze terminó de
decir esto y perdió la mirada una vez más en el pozo)
Shaolin: Pues como así éramos nosotros, conferimos que este
conocimiento que nos brindaría la espada de la venganza y simultáneamente el
yugo del buey nos era menester.
Lao-Tze: ¿Y cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que no sufriste
el destino de tus compañeros? Pues cuando te encontré en la nieve; advertí 5
montículos más que permanecían tapizados, mientras que el tuyo se había
desprendido, de hecho, apareciste unos centímetros más lejos.
(Shaolin agachó la cabeza haciendo ademán de vergüenza, y
Lao-Tze, que no estaba mirando, se percató y dijo)
Lao-Tze: Si miedo es el que te trajo a esta montaña, ¿Por
qué te cuesta tanto admitir que fue él el que te trajo también hasta mí?
(Shaolin miró a Lao-Tze, a sus ojos negros)
Shaolin: Los vi a todos ellos, a todos. Pensé que debían de
ser decenas, pero eran cientos. Todos miraban las aguas en la postura del loto;
hasta donde alcanzaba la vista, habían hombres y mujeres sentados sobre el gran
puente rojo. Comprobamos que ninguno sentía dolor, pues pellizque a uno de
aquellos cuerpos a traición esperando sacar un chillido, un resoplido. Sin
embargo, dado nuestro duro entrenamiento no nos resultó extraño. Así que no me
contuve y empujé a uno de esos hombres a las aguas, y como si de una hoja se
tratase, cayó sin ofrecer mayor resistencia. Mis compañeros quedaron asombrados
por mi atrevimiento, y me miraron con desdén; pero yo tenía que comprobar que
tan lejos estaba lo que mis ojos creían ver de lo que realmente estarían
viendo; quería comprobar, asegurarme, de que eso lo que estaba viendo no era un
sueño. Aunque debo decir, que ahora que lo recuerdo, me pareció más bien una
pesadilla. En fin; una vez llegados allí, sabíamos muy bien lo que habíamos y
lo que no habíamos de hacer; y aun así nos costó en gran medida hacer
cualquiera de las dos cosas. Uno de mis compañeros se sentó en el límite y se
cruzó de piernas; exhaló y espiró, e irguió la espalda despejando sus
pensamientos y alcanzando la pose del loto, empezó a meditar. Relajadamente
comenzó a bajar su pulso, mientras poco a poco su fortalecida espalda dejaba de
bambolearse; hasta que finalmente se detuvo. Cuando le tomé el pulso, estaba
muerto. Sin embargo, permanecía en su posición; mirando al agua en una suerte
de posición imposible para el cuerpo humano cuando deja de poder controlar sus
gestos a voluntad. Debo admitir que fue aquello lo que me acobardó.
Lao-Tze: Sigo sin entenderlo; vosotros alcanzasteis la loma
con un único propósito, y una única posible consecuencia, que era morir ¿Cómo es que
sentado tu cuerpo en el suelo de aquella decrépita construcción, no quiso tu
alma sentarse en ese puente que mencionas?
(Shaolin le retira la mirada a Lao-Tze y comienza a llorar)
Shaolin: No me tengas por hombre de débil corazón por éstas
lágrimas; ni por el miedo que ahora te diré que sentí; ni por la estupidez de
mi raciocinio. (sollozando) Mi deseo personal, intransferible y primoroso no
fue ni ha sido otro que el de vengar a mi maestro; el de acabar con la vida de
quien a tan benevolente ser se la quitó primero. Y ni muriendo en la montaña,
ni meditando en el templo iba a ser capaz de alcanzar tal hazaña. Si bien el
miedo que me infundó la muerte de éstos, mis compañeros, en tan
contradictoriamente bello y lóbrego lugar tuvo un gran impacto en mi decisión;
fue el miedo final que tuve a no cumplir mi venganza el que de sorpresa se
abalanzó sobre mí, y el que me inmovilizó y me hizo querer salir del gran
puente rojo. Solo sé que en cuanto formulé esta idea; cayó como una gota de
petróleo en el mar y si el agua bien fueran mis pensamientos, quedó
completamente turbada. Seguidamente me encontré envuelto en un calor ardiente
pero muy húmedo que abrasaba mi piel, y traté de arrastrarme hacia lo que en mi
negra periferia adiviné como salida. Luego oí un vibrar y perdí la consciencia.
Lao-Tze: La estructura finalmente cedió a la intempestiva
ventisca, probablemente sería esa la vibración que sentiste. Si así me dices
que todos tus compañeros ya habían muerto, colmas mi corazón de tranquilidad,
pues temía que al contarte que fueron aplastados por la estructura, y
evidentemente aniquilados en el acto, salieras a desenterrarlos para comprobar
esto con tus propios ojos. No puedo ofrecerte en éste sagrado refugio más
hospedaje que el de ésta noche, y la siguiente a esta. Se sabio y reposa en
éste ambiente curativo, preescrito para cualquier mal como su remedio, y mañana
al amanecer planearemos, si es que es posible, tu venganza. Pues si eso es lo
que te ha traído hasta aquí, no puedo sino simpatizar con tu objetivo. Ahora
vete a descansar; esta noche te tendré en mis oraciones.
(Shaolin asiente, hace una reverencia desde el suelo y se
recuesta en la alfombra mientras escucha el ruido de unas cascadas que no ve y
que probablemente recorran el interior de la montaña. Se duerme)
No hay comentarios:
Publicar un comentario