domingo, 12 de mayo de 2024

Shaolin (Prólogo)

 

Prólogo: el capullo florece   

El mundo gira, y el tiempo pasa. El movimiento es la ley sobre la que se erige la vida, y el destino es incierto. Hay quienes empuñarán sus espadas por un mesías, hay quien lo hizo por un profeta. Antaño, también lo hicieron nuestros ancestros empeñando sus esperanzas a los astros, e incluso a lo paranormal.

Pero también, hay quienes optaron por olvidar. Decidiendo sumergirse en el supremo conocimiento del ser, y el infinito arte de la meditación. Personas que aceptaron su naturaleza y su lugar en el espacio y el tiempo, como algo pasajero y fluido; que sucedió y sucederá; imposibilitando la quietud con la parsimonia del aprendiz, moviéndose eternamente en un ciclo ubicuo. Porque la vida es eso, movimiento.

Los poderosos shaolins, no solo dominan el supremo conocimiento del mundo, sino que por medio de la meditación conocen su función en el universo como entes no juzgantes; siendo la iluminación, la materialización final de un trabajo y esfuerzo mental y espiritual sin parangón; casi imposible para un humano. Pues por desgracia, para el ser humano el camino no es sino un medio para alcanzar un fin, y en el corazón de los hombres descansan las atrocidades cometidas contra las especies que plácidamente conviven, así fueran vecinos de la nuestra; y las cicatrices de los cuchillos de sus hermanos. Es así, que el poder juega un papel crucial en lo que un hombre realmente desea, por encima de todas las cosas; esto es, lograr sus sueños y cumplir su objetivo.

Los shaolins entrenan en dojos aislados, situados en parajes incomunicados e insólitos, donde residen sometidos a un extremo medio ambiental y a unas dantescas condiciones meteorológicas; preparados así para cruzar el más ardiente de los desiertos si hiciera falta o la fría tundra de Hokkaido. Aquí abandonan toda aspiración, meta o cometido para entregarse plenamente a la meditación y al seguimiento rígido y disciplinado de las enseñanzas budistas; buscando conseguir la iluminación, y el supremo conocimiento del mundo. Sin embargo ¿Qué implica para un shaolin alcanzar este supremo estado mental, cognitivo y físico?

El supremo conocimiento del mundo es un poder que los primeros maestros del budismo lograron hallar en sus propias mentes, como quien halla oro en una sima abisal; por casualidad. Tratando de alcanzar lo que ellos creían era la iluminación, consiguieron despertar algo opuesto, tan peligroso como revelador en las manos adecuadas.

Como seres vivos miembros del universo, formamos parte de la historia del mismo pese a estar ligados a él durante un breve lapso de tiempo. Las leyendas dicen que las estrellas dotaron a los planetas de movimiento; y así es que cada pequeño individuo en la basta inmensidad del cosmos, que así como un microorganismo en mi cuerpo habite un planeta, conserva un pequeño ápice de las estrellas.

Fue mediante la liberación espiritual que los primeros maestros budistas obtuvieron recuerdos nuevos en sus mentes; más longevos, más viejos… Los recuerdos de los astros. Con esto me refiero a las memorias del mundo. Al acaudalado río galáctico en cuya marea viaja el todo. Accediendo a éstas memorias del mundo fueron capaces de aprender, de observar y de escuchar;  sumergidos en un místico escenario con un solo puente rojo granate, donde no se alcanzaba a vislumbrar en qué lugar éste comenzaba y en cual terminaba terminaba. Este puente encima de un majestuoso y cristalino rio turquesa que arrastraba unas suertes de sábanas blancas transparentadas, las cuales apenas alcanzaba la vista por su cuantiosidad y por la presteza con la que se desaparecían del río; como si de expertos peces nadando a favor de la corriente se tratara, era el lugar al que estos maestros conseguían llegar.

Por el contrario, una vez llegados aquí, limitados eran los hombres que fascinados por esta nueva realidad gnóstica y estética consiguieron abandonar el puente sobre el que meditaban y observaban las aguas del mundo pasar.

Sucede que la iluminación no es sino el resultado de la comprensión del supremo conocimiento del mundo, que solo puede alcanzarse por medio de la liberación espiritual; esto es, la adquisición de las memorias del mundo. Buda, el primer iluminado; poseía el conocimiento previo de todas las reencarnaciones que lo llevaron a estar donde estuvo, cuando tuvo que estar y en las condiciones necesaria; y pese a ser conocedor de la existencia del supremo conocimiento del mundo gracias a esto, decidió ignorarlo. Buda, entonces, es erróneamente conocido como el primer iluminado; aunque es discutido si su sobrenombre “el primer iluminado” reside en  esta negativa a alcanzar la iluminación para sí, permaneciendo en la tierra como un guía para aquellos que quisieran alcanzarla y preservando la belleza en el terror de la auténtica iluminación a aquellos maestros que le precedieron.

No fue sino cuando sus aprendices, y los aprendices de estos decidieron imitar y estudiar los pasos de Buda; que esté lo confesó. A escasos días de abandonar su alma su cuerpo y perderse en el río del mundo, con el fin de preservar su legado humano, creyó en sus allegados confiado de que sabrían darle a este supremo conocimiento del mundo el correcto uso que él no necesito usar en vida. A este momento se le denomina “el primer pecado de Buda”. Tras esto, partió y murió en tierra desconocida.

(Nos fijaremos en uno de sus 6 aprendices)

(Al poco de morir Buda, Nepal) 

Seis shaolins meditaron en la postura del loto durante treinta días y treinta noches, sin probar bocado ni beber agua; todos ellos dispuestos en círculo al raso en la loma de una montaña helada. En aquella construcción de madera y mimbre, perforada y corroída por el tiempo, la nieve traspasaba las rendijas del techado filtrándose y cayendo suavemente. Se amontonaba en el suelo natural y en el tatami podrido en el que descansaban, cubriendo en pocos días a los seis shaolins; que, inmóviles, quedaron enterrados por el agua y el hielo. Las ventiscas incesantes tambaleaban un cuenco de madera del que comían los seis shaolins, dispuesto en el centro del círculo como recordatorio de que tras su última comida, no habrían de comer más. El vendaval mecía tras trémulas vigas hasta hacerlas chillar, desplazando los cimientos del lugar de izquierda a derecha; estaba claro que el lugar podría venirse abajo en cualquier momento.

(Uno de los seis, el primero y el último en despertar)

Del conjunto de nieve que rodeaba el suelo, surgió un nuevo sonido. Éste era pausado pero continuo, aunque sordo; recordaba a un rastrillo que se desliza sutilmente por la arena. Cada vez más, el sonido iba cobrando forma, hasta que a esta melodía de rastrillo se sumó una nueva sintonía; ésta, la del grano cayendo al fondo para rellenar el espacio recién vaciado, marcó un arco creciente y concluyó en tres paladas y el derrumbe de un montículo. A fuerza de arañazos y dentelladas surgió del montón una famélica figura que se arrastraba en la oscuridad del cielo nocturno de la montaña, ahora bañado en un negro punteado con numerosos trazos blancos indelebles; que no se arrastraban por la voluntad de Bóreas, sino que adornaban la bóveda celeste como linternas. Tan enjuto era su cuerpo entumecido y necrosado, y tan morado; que contrastaba con la nieve por la que se arrastraba, adquiriendo este tono extraño por el pasar de su circulación que se debatía por diseminar sangre a sus extremidades congeladas; entremezclando su piel morada con negros y amarillos blanquecinos. Entonces se detuvo, impotente, y reparó en que estaba ciego. Y fue entonces que quiso escuchar y comprobó que también estaba sordo. Inválido y prácticamente paralítico, se recostó en el frío suelo, tendiéndose boca arriba como pudiera. Y apuntaba, con la que le falta a la esfinge, hacia lo que debiera ser  la estrella polar (especialmente reluciente esta noche) cuando recordó ¿Qué es lo que hacían allí estos shaolins? ¿Qué los habría llevado a morir a esta montaña, en estas vicisitudes?

(Un templo amarillo por la luz, de piedras beige y palmeras verdes entre chorros de agua azul desembocantes de dos cabezas de león; éstas dispuestas sobre un arquillo de manera simétrica en lo que serían las esquinas trazado este arco sobre un rectángulo. Una alfombra roja recubre cuatro escalones que no son altos, pero son anchos; sin embargo el arco se erige sobre una especie de suelo en lo alto de estos cuatro escalones que llegan desde los cuatro lados de este cuadrado en el que otro cuadrado entre cuatro cortinas se extiende. Este arco está dispuesto junto a otros tres, cada uno en un lado del cuadrado erigido sobre las escaleras, haciendo de entrada a la habitación encortinada. En la habitación encortinada entre cojines se encuentran las posesiones más preciadas de los noventa y nueve shaolins que en el agua que circunscribe esta plataforma se hallan meditando. Sin embargo, sentados en el último escalón, antes de pasar a las cortinas; seis shaolins llevaban desde que Buda abandonó la estancia hace setenta lunas meditando de pie.)

Tras la marcha de su maestro, como cabría esperar de sus más leales aprendices, decidieron encontrar la iluminación a cualquier coste; más bien, lo que Buda les hubiera dado a conocer como meditación antes de revelarles la verdad. Siguiendo así, los noventa y tres, una vida dada al autoconocimiento y la meditación; mas éstos seis ansiaban pasear por el inmenso puente rojo que Buda les describió guardándose una vez llegados allí, por supuesto, de observar las aguas o meditar. No obstante, no fue mucho el tiempo que pasó cuando recibieron noticias sobre su maestro, venidas de mano de un mensajero gimnosofista que habitaba en las montañas y que servía al templo por puro altruismo. Traía este siempre noticias de aquí y allá que eran de gran interés para Buda, y dada la ausencia de éste, ningún shaolin esperaba volver a verlo jamás. Éste les anunció que su maestro había sido asesinado en su lecho de muerte, por un hombre de identidad desconocida,  que desapareció a la luz del día tras el incidente.

Tranquilizados recibieron ésta fatal noticia; pues ellos sabían cuál no sería el último deseo de Buda, la venganza, y pese a no tomar represalias estimaron oportuno tenerlo en sus oraciones y pensamiento. Sin embargo, una inquietud les impedía aceptar la verdad. Ignorantes de la condición de su maestro y de su muerte inminente, no podían dejar de pensar en el culpable de semejante fechoría; en el hombre que asesinó a Buda. En su cara. En su voz. Irrumpía en los pensamientos de los shaolins como una incógnita, como una idea persistente y mordaz que se agarraba a sus psiques; yendo y viniendo de manera reiterada, clavada como una astilla en la piel.

Fue entonces cuando éstos, los seis shaolins más expertos del templo, decidieron partir a las montañas y recluirse en un desvalijado monasterio en la loma; donde meditarían hasta alcanzar la súbita y total comprensión del supremo conocimiento del mundo. Así, consiguiendo conectar con las memorias del mundo, podrían sumergirse en busca del rostro del asesino de su maestro; acallando así para siempre esta gran incertidumbre. Sin embargo, los shaolins eran plenamente conscientes de que este no era sino el paso previo a la venganza. Los demás shaolins les hicieron abandonar el templo, apilando sus túnicas de la habitación cortinada en la entrada. Pues sabían que tal decisión no llevaría a los shaolins a ningún lugar, salvo al odio y al sufrimiento.

Aun así, partieron al alba con sus túnicas y seis sombreros de paja confeccionados al momento de su marcha como único equipaje en su periplo. Alejados del templo ya, se inmiscuyeron en la crueldad de la montaña con el objetivo de hallar un lugar donde meditar, he aquí que recordaron este monasterio. Avanzaron sin miedo guiados por sus atléticas piernas. Impasibles ante el frío y la nieve, al déficit de oxígeno, y al hambre y sed; cruzaron grandes extensiones de roca maciza y hielo, alcanzado finalmente una vieja fortificación que aún se tendía en pie como un enorme punto marrón que se perdía en el accidente. Tras alcanzarla, tiraron sus sombreros y se dispusieron a entrar. La puerta estaba desvencijada y solo quedaba la parte derecha, por lo que entraron sin dificultades. El suelo de piedra, estampado con esquirlas y escarcha, adornaba con unas pequeñas raíces que florecían costosamente de entre la roca hasta llegar a un falso suelo en forma de tatami; en mal estado por la podredumbre y el musgo, pero que curiosamente había mantenido sus propiedades sonoras en las zonas que quedabas estratégicamente resguardadas de los copos por el cochambroso tejado. Uno de los shaolins sacó un cuenco de madera en el que había ido recogiendo bayas y raíces durante su ascensión a espaldas de los otros cinco; excepcionalmente, no dispusieron de este acto reprochable como debieran y comieron del mismo cuenco.

Terminaron, y sin mediar palabra, depositaron el cuenco en el suelo y se posicionaron en círculo conforme a éste, y adoptaron la pose del loto.

(El marchito shaolin de sentidos embotados, con lágrimas en los ojos, recuerda cómo llegó hasta allí. Siente una vibración en el suelo, y nota su cuerpo desplazarse. Cuando empieza a abrir los ojos, observa a un asiático con el pelo recogido vestido en un traje rojo con adornos esmeralda, y un gallo dorado estampado en la espalda. Repara en que vuelve a ver)

¿?: Si mis ojos no me engañan, y lo hacen, diría que os sumergisteis a morir a la nieve como polillas sin luz; como adalides sin Dios, como huérfanos sin padre. ¿Qué acaeria en tan desatendido lugar para que fuese de necesidad para, ni más ni menos, que seis de los shaolins de Buda asistir? (El shaolin observa de arriba abajo la estancia; es una suerte de cueva excavada en la montaña, colmada de cristales de un azul vivo que irregularmente crecen de entre la roca y que ofrecen una tenue luminiscencia; sin embargo a razón de su cantidad, la habitación se percibía de manera clara. Él se encuentra tumbado en una alfombra dispuesta en una roca horizontal y de escasas protuberancias; y el asiático se encuentra arrodillado en frente suyo con una botella adornada con serpientes doradas y ojos de jade. Un pozo casi perfectamente redondo, se encuentra entre ambos como método de separación; de este pozo desprende un brillo azul similar al que emanan los minerales de la cueva aunque con un tono ciertamente más claro; el brillo del pozo se refleja en la cara del asiático y en el techo natural de la cueva en una suerte de media luna blanquecina color miel con líneas que se perdían en la transparencia pero que la atravesaban perpendicularmente; así dispusieras las líneas de un reloj, en sentido contrario, desde las doce hasta las siete.)

¿?: Mentira es si digo que careces del conocimiento para responder cuantas preguntas deseo hacerte, pero por ahora me conformaré con que respondas una; ¿Qué hacíais tú y tus camaradas; adeptos de la enseñanza y emisarios de la meditación en tan destartalado lugar? ¿Acaso es necesario señalizar tan cruento lugar a simple vista? O por el contrario, ¿Acerté en mi primera proposición, en la primera que oíste, y sois vagabundos de una ciudad sin casas; perros de un coto sin cazador, que ibais a inmolaros por el noble y ya fallecido Buda? No temas hablar, pues aunque he sanado tu sordera y ceguera, tu lengua se encontraba en perfecto estado cuando te saqué de la nieve y te traje aquí. (El Shaolin, tratando de recordar algo más de lo sucedido, reniega de ello y rompe su silencio)

Shaolin: He aquí que estoy yo, y te digo que ni yo mismo sé que ha sucedido; pero te pido, antes de responder a tus preguntas que de seguro te serán satisfechas, que respondas tu a las mías ¿Dónde estamos? Y más importante ¿Quién eres tú, que alardeas de haber salvado mi vida?

Lao-Tze: Las preguntas hubiera preferido recibirlas así como te las voy a contestar, de una en una, pero haciendo galantería de mi renombrada sabiduría pasaré por alto tus malos hábitos en el milenario arte del diálogo; y contestare, pues, éstas tus cuestiones: Yo no soy otro que el que soy; el dragón volador, inspiración para una centena; que digo centena, miliada, que digo miliada, para un millón de filósofos; y úlcera y enemigo de un millón de dictadores.  Mi nacimiento fue anunciado por el cometa y aleccioné a Confucio el de las analectas. Tambien soy servidor del emperador de Jade, y precursor en la tradición de los herméticos. (Shaolin quedó impresionado por aquel que se encontraba frente a él, y por todas las cosas que decía haber hecho)

Shaolin: Te rindo pleitesía ahora que se cuan orgulloso eres, y con razón, pues no es para menos; inspiración y enemigo de un millón, predestinado por el cometa, aleccionador de Confucio. Mi más sincera gratitud por haber salvado mi vida de la fría nieve. Sin embargo, ahora que comprendo tus calibres una ligera idea viene a mi mente ¿Pero cómo es que has salvado mi vida, y más concretamente mis sentidos, si estos eran irreparables? (Lao Tze mirando el pozo y rellenando la botella)

Lao-Tze: Que la gracia sea conmigo no es deseable, es un bien que se me ha concedido a desgana. No es necesaria, por tanto, tu gratitud. Y sobre tu pregunta; quizá en tu entelequia mis conocimientos alcanzan cuanto menos los de un clásico gran sabio, y en efecto me son conocidas las artimañas de la medicina  de todo oriente y sus complicados métodos. Pero debo reconocer, que no hay sabiduría de hombre que hubiera podido sanar tus lesiones; aunque no está en mí juzgar al hombre futuro que me superará. (Mirando ahora a los ojos al Shaolin) Entiendo que no conoces la naturaleza del suelo que pisas ni la del aire que respiras, como un niño, no sabes nada; incluso ahora que sanaste, caminas ciego y sordo. Déjame ahora que alumbre tu mente como el delicado candil. Estás en Shangri-La; la tierra eterna, y yo; Lao-Tze, soy su administrador. Las aguas que ves en este pozo, son las aguas de la eterna juventud, y los cristales que nos rodean y que iluminan la estancia, son los sabios que aquí han vivido y salvaguardado el secreto  de Shangri-La; llegados su hora, todos se redujeron a brillantes cuarzos azules, y aquél su brillo son sus almas que todavía reposan en paz infinita. El hecho de que te hayas recuperado, debería ser un símbolo de que estas aquí por si tu incredulidad todavía no te permite ver lo que tienes delante. (Shaolin contiene el aliento y escucha atentamente sin dar crédito a lo que oye) Sin embargo, no podría decir exactamente cómo es que así ha sido; pero creo que no nos toca a nosotros juzgar las normas de este lugar. Llevo cientos de años bebiendo de las aguas, recopilando el conocimiento del mundo que se nos ha sido transmitido a nosotros en canciones que cabalgan el viento pero que solo los elegidos por Shangri-La y el Gallo Dorado podemos escuchar. El Gallo Dorado es el eterno amanecer, símbolo de nuestra eternidad. Aguardo el día en el que finalmente adopte la forma de uno de estos cuarzos para sumarme a los sabios que me antecedieron; como si de una estrella recién nacida en el firmamento se tratase. Mientras tanto mi tarea es hablar todas las lenguas, y no solo hablarlas sino escucharlas, pero no solo escucharlas; sino leerlas.

Shaolin: No es sencilla tarea la que aquí desempeñas. A tus pies me pongo y reconozco que tan profundo eres en el arte de aprender. El más profundo que hubiere conocido, si no fuera por un hombre que fue mi maestro y que tú conoces.

Lao-Tze: Bien has hablado, porque ese hombre me era más que conocido y debo decirte que era bienhechor a ojos de El Gallo Dorado. Pero debo decirte que a todo esto, aún no me has revelado que te ha traído a esta montaña, si te eran desconocidas todas las leyendas y cuentos que apuntaban a ésta como el legendario lugar donde pudiera hallarse Shangri-La, entiendo que habéis venido a morir por el gran Buda; que tuvo agonía cuando tuvo que tener calma.

Shaolin: Me explicaré pues sin más demora: El maestro abandonó el templo liberando su conciencia antes de partir, y se nos fue revelado a mí y a los de mi orden la auténtica naturaleza del conocimiento, y claro está, la iluminación.

(Lao-Tze escuchaba atento sentado de rodillas; mientras asentía, su moño blanco temblaba, y se atusaba la fina pero inmensa barba blanca con la mano derecha)

Yo, y cinco camaradas de mi templo fuimos expulsados por querer cumplir venganza, en vez de cumplir con la voluntad de nuestro maestro y querer pasear por el inmenso puente rojo sin principio ni final, guardándonos por supuesto de mirar las aguas o meditar. Así pues, emprendimos la marcha y tras numerosas millas nos adentramos en esta montaña en busca de un viejo monasterio que efectivamente encontramos: Quizá no lo sepas (Lao-Tze frunció el ceño) pero ese monasterio fue un día de gran importancia en la vida del gran Buda, y dado el carácter de nuestra empresa, aquel no era sino el mejor lugar.

Lao-Tze: Pero no esperaríais volver con vida, ciertamente.

Shaolin: Verdad dices pues no era esa nuestra intención. Nuestro cometido final era encontrar en las aguas que fluyen debajo del puente el rostro de aquel que asesinó a Buda en su último suspiro, y morir físicamente en paz contemplando aquel espectáculo eternamente en la mente, también en contra de lo que Buda nos aconsejó.

Lao-Tze: No hallo el sentido de tus palabras, pero me es conocido el fatal destino que sufrió tan valeroso hombre y de tan agraciadas cualidades; Crueles son los tiempos que corren, porque los que corrieron ya son mito, pero la violencia del mañana poco tiene que envidiarle a la de hoy. Sin embargo, también caprichoso es el destino; y no te niego si te digo que me resulta extraño el futuro, solo porque será diferente del presente; pero igual que el pasado. Desafortunadamente, tal vez no fuera Buda el perfecto ser que aguardaba el destino, como si no terminar así. No olvides, Shaolin, que Buda era Buda; pero que antes que eso era hombre.

 (Lao-Tze terminó de decir esto y perdió la mirada una vez más en el pozo)

Shaolin: Pues como así éramos nosotros, conferimos que este conocimiento que nos brindaría la espada de la venganza y simultáneamente el yugo del buey nos era menester.

Lao-Tze: ¿Y cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que no sufriste el destino de tus compañeros? Pues cuando te encontré en la nieve; advertí 5 montículos más que permanecían tapizados, mientras que el tuyo se había desprendido, de hecho, apareciste unos centímetros más lejos.

(Shaolin agachó la cabeza haciendo ademán de vergüenza, y Lao-Tze, que no estaba mirando, se percató y dijo)

Lao-Tze: Si miedo es el que te trajo a esta montaña, ¿Por qué te cuesta tanto admitir que fue él el que te trajo también hasta mí?

(Shaolin miró a Lao-Tze, a sus ojos negros)

Shaolin: Los vi a todos ellos, a todos. Pensé que debían de ser decenas, pero eran cientos. Todos miraban las aguas en la postura del loto; hasta donde alcanzaba la vista, habían hombres y mujeres sentados sobre el gran puente rojo. Comprobamos que ninguno sentía dolor, pues pellizque a uno de aquellos cuerpos a traición esperando sacar un chillido, un resoplido. Sin embargo, dado nuestro duro entrenamiento no nos resultó extraño. Así que no me contuve y empujé a uno de esos hombres a las aguas, y como si de una hoja se tratase, cayó sin ofrecer mayor resistencia. Mis compañeros quedaron asombrados por mi atrevimiento, y me miraron con desdén; pero yo tenía que comprobar que tan lejos estaba lo que mis ojos creían ver de lo que realmente estarían viendo; quería comprobar, asegurarme, de que eso lo que estaba viendo no era un sueño. Aunque debo decir, que ahora que lo recuerdo, me pareció más bien una pesadilla. En fin; una vez llegados allí, sabíamos muy bien lo que habíamos y lo que no habíamos de hacer; y aun así nos costó en gran medida hacer cualquiera de las dos cosas. Uno de mis compañeros se sentó en el límite y se cruzó de piernas; exhaló y espiró, e irguió la espalda despejando sus pensamientos y alcanzando la pose del loto, empezó a meditar. Relajadamente comenzó a bajar su pulso, mientras poco a poco su fortalecida espalda dejaba de bambolearse; hasta que finalmente se detuvo. Cuando le tomé el pulso, estaba muerto. Sin embargo, permanecía en su posición; mirando al agua en una suerte de posición imposible para el cuerpo humano cuando deja de poder controlar sus gestos a voluntad. Debo admitir que fue aquello lo que me acobardó.

Lao-Tze: Sigo sin entenderlo; vosotros alcanzasteis la loma con un único propósito, y una única posible  consecuencia, que era morir ¿Cómo es que sentado tu cuerpo en el suelo de aquella decrépita construcción, no quiso tu alma sentarse en ese puente que mencionas?

(Shaolin le retira la mirada a Lao-Tze y comienza a llorar)

Shaolin: No me tengas por hombre de débil corazón por éstas lágrimas; ni por el miedo que ahora te diré que sentí; ni por la estupidez de mi raciocinio. (sollozando) Mi deseo personal, intransferible y primoroso no fue ni ha sido otro que el de vengar a mi maestro; el de acabar con la vida de quien a tan benevolente ser se la quitó primero. Y ni muriendo en la montaña, ni meditando en el templo iba a ser capaz de alcanzar tal hazaña. Si bien el miedo que me infundó la muerte de éstos, mis compañeros, en tan contradictoriamente bello y lóbrego lugar tuvo un gran impacto en mi decisión; fue el miedo final que tuve a no cumplir mi venganza el que de sorpresa se abalanzó sobre mí, y el que me inmovilizó y me hizo querer salir del gran puente rojo. Solo sé que en cuanto formulé esta idea; cayó como una gota de petróleo en el mar y si el agua bien fueran mis pensamientos, quedó completamente turbada. Seguidamente me encontré envuelto en un calor ardiente pero muy húmedo que abrasaba mi piel, y traté de arrastrarme hacia lo que en mi negra periferia adiviné como salida. Luego oí un vibrar y perdí la consciencia.

Lao-Tze: La estructura finalmente cedió a la intempestiva ventisca, probablemente sería esa la vibración que sentiste. Si así me dices que todos tus compañeros ya habían muerto, colmas mi corazón de tranquilidad, pues temía que al contarte que fueron aplastados por la estructura, y evidentemente aniquilados en el acto, salieras a desenterrarlos para comprobar esto con tus propios ojos. No puedo ofrecerte en éste sagrado refugio más hospedaje que el de ésta noche, y la siguiente a esta. Se sabio y reposa en éste ambiente curativo, preescrito para cualquier mal como su remedio, y mañana al amanecer planearemos, si es que es posible, tu venganza. Pues si eso es lo que te ha traído hasta aquí, no puedo sino simpatizar con tu objetivo. Ahora vete a descansar; esta noche te tendré en mis oraciones.

(Shaolin asiente, hace una reverencia desde el suelo y se recuesta en la alfombra mientras escucha el ruido de unas cascadas que no ve y que probablemente recorran el interior de la montaña. Se duerme)

 

 

 

 

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