sábado, 10 de febrero de 2024

Preludio al dolor

 

RA   MUT   NUT   JANUT   PTAT   NEFTIS   NEJBET   SOBEK    SEKMET    SOKAR   SELKET   RESHPU   GAUCHET   ANUBIS   ANUKIS   SESHMET   NESHET   JENSUT   PTETNUT   JIKET  MAFTET

 

 

Camino con el susurrar del viento y el crepitar de mis párpados entonando vertiginosas melodías que acompasan las hojas chocantes que caen al suelo embestidas por la lluvia, mientras una luna llena incipiente permanece oculta como si estuviera recubierta por nubes de petróleo. Los árboles moribundos que tapizan de vejez el reflejo de las farolas, entrechocan sus huesudas ramas advirtiendo precipitarse con cada ráfaga de aire. La goma de mis suelas chirría en el pavimento cuando no está pisoteando charcos, y cuando así está; el agua enfurecía, y tanto lluvia como charco hacían de peregrino, caminante, y de caminante, presa, inmolándose al unísono en mi chubasquero marrón.

 Cuidadosamente volteo la mirada atrás y de entre la llovizna y las tintineantes farolas atisbo las huellas de un lobo con piel de cordero que me persigue, como único testigo el lodo y como estandarte: una mano asfixiante que aprieta y sofoca, que me persigue en el barro, en las calles, en la acera de al lado. En cualquier lugar donde mi mente y alma luchen por la custodia de mis manos. Sin darme cuenta, ahora quieto, estoy mirando atrás como un cincuentón melancólico mientras la lluvia insomnificante y fría flagela mis gafas y cabeza.

Uno por delante, y otro me sigue. Rivalizo entre mis pies quien va más rápido por turnos mientras el lobo y la lluvia me vigilan con cautela. Entonces tengo miedo, y las manos grandes ¿Qué me pasa en las manos? Ya no tengo miedo, pero estoy asustado ¿Pero que me pasa en las manos? Ya no me da miedo nada, ni el lobo, ni la lluvia, ni las manos, ni los charcos, ni las calles, ni las nubes ¿Y ahora donde están mis manos? Paro, me pongo a llorar, me retuerzo los ganglios y paso lista a ver si han venido todos.

Los coches, faltan los coches. Faltan los coches rojos, blancos y azules que con el lobo detrás se vuelven negros, por la luz o por el lobo pero: - Y YO QUE COÑO SE, DONDE ESTÁN MIS PUTAS MANOS. Me toco los bolsillos, los talones los cojones, la lengua; toco en casa de mi madre y toco las campanas de una iglesia. Me rindo, todos de acuerdo en que me rindo. –Ya vale la broma; le dice el charco al lobo risitas que está comiéndose a mi hermana con mis manos en un cuenco.                                                     

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Ojos lodados de pan… de pan de cieno, de desgarbo, de babas quemadas y toses inversamente proporcionales a los coches que giran en ciclos de treinta pasos. De niños quietos y adultos hipercautivos que hacen giraldas en girones y autodestruyen botellas del mismo modo en que te beso; del cuello al culo. La clave está en sentarte frente a un radiador y quemarte las manos. Y pararse en seco. Y llorar en seco.

Me ahorqué con la bufanda, y entré a un ascensor sin puertas ni botones; estrellando los brazos contra bibliotecas minúsculas con cuadros toxicosemánticos. Empiezo a pintarme por detrás de los lienzos, la madera me hice yo y me quemé con el radiador. Sin darme cuenta estaba durmiendo sobre mi propio charco. Mis problemas son míos y no son míos, pero este es mi charco; y mientras saco los pies del hueco del sofá para chapotear en mi llanto, el cojín se hunde. Jack y Rose cabían en la tabla, los dos cabían perfectamente, y no le dejó subir o el tío se flipó y quería comerse un tiburón normal; ni blanco ni negro, ni soltero ni casado, ni agresivo ni cansado, ni silvestre ni amaestrado. Solo un tiburón ¿Entonces por qué(coño) estoy temblando? Rose tiene su tabla y Jack su tiburón normal como plato del día. Me he quemado con el radiador. Se me ha pegado la piel a la polla y ya no puedo ni nadar, ni cambiar del ordenador a la cama, y de la cama a la soga. Jack era un flipado, un puto flipado. Yo solo soy la muerte. Eché a suertes que decir: Me ha salido no salir. Ahora estoy asustado… tan asustado

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Quiero quitarme los ojos ¿Por qué siempre hay un quiero en este folio? No en este folio, pero en el otro y este que son el mismo hay más que estrellas  en tus ojos. Los tuyos, no los míos. Los míos me los quiero quitar o darles la vuelta y mirarme adentro, a ver si estoy hueco o si es que hay poca luz. Quiero arrancármelos de verdad ¿O de mentira? –Bueno, puedo coger uno, darle la vuelta y dejar quietos los labios, digo. Pero como grite me quito el otro, de verdad o me mentira pero me lo saco. Y me lo como debajo de mi sofá donde papa y mama se sientan llorando mi ausencia. Pero estoy debajo, y ellos no lo saben. No voy  a decir nada. No gritaré, ni moveré la boca, ni la lengua, ni el ojo invertido que me he puesto, ni las manos de mi pecho. Voy a dejar de respirar. –Ya vale la broma, me dice una bolsa de basura temerosa que se asoma por debajo del parqué haciéndome girones la espalda. La basura no lo entiende. Pero este sofá no es cosa mía, ni que este debajo tampoco. –Tócame la polla, le digo llorando. Parece que me oyen y el sofá se da la vuelta cayéndose los pasajeros, el conductor y las cuatro ruedas desmontadas. Noto un hueco en el ojo vacío en la cuenca forjada por mis ganas de conocerme y me veo por dentro por la luz de la tele, que se filtra en mi barriga a través de mi cuenca. Y me siento en el sofá. Estoy tendido boca abajo leyéndome y odiándome, en crescendo ambas acciones, mientras en la radio suena la jungla de cristal. Y otro gol, y otro gol.

Dentro de mi barriga, mi partida de nacimiento. Partida que perdí hace tiempo, por supuesto. Leo mi nombre; lo leo en árabe de Marruecos, recitando Zacarías sentado en un Mercadona, y me quema las orejas por leer cada letra con cada otra y sentir que no siento que tenga nombre. Lo he hecho por ti. Decido meterme en el sofá de lleno ya que estoy hueco, y con el molde de mis pantorrillas hacerme diez cojines. Me he comido mis propias piernas. Sangro por la boca y por el culo. El instinto y el asco se cuelan en la cuenca hasta mi barriga, y mi barriga lo abraza ¿Mama? Ya me quito del sofá. Me quito del sofá porque aunque mis pantorrillas sean un cojín, no quita que en mi mismo no hay lana; de oveja el estiércol, pero nada más. Estoy borracho. Lo estoy porque como no lo esté es que no me he llegado a quitar los ojos, ni les he dado la vuelta. Pero sigo debajo del sofá. Salgo un poco, pero vuelvo a casa pronto y el sofá se ha vaciado. No hay ni bolsa ni cojines, solo la tele, que está sonando. –Hazme el favor de apagar la tele, o apaga las manos de este plato.

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¿Por qué me siento así? Tan abrumado y absurdo, me siento mal y triste, y tengo la sensación de alguien que ha perdido algo y está al borde de la depresión y el ataque de nervios. Estoy ansioso y muy inquieto, mis piernas no dejan de vibrar y desplazarse en un recorrido cíclico y corto. Me duelen los dedos por la ausencia de uñas, roídas por la ansiedad que postergó mis manos y las impulsó a inmolarse hasta sus cimientos en una boca tambaleante, emisora de chasquidos y llamadas de auxilio mudas, de flores llamativas inmortales ante todo menos el frío de una promesa incumplida y el cumplir con el pasar de los años. ¿Dónde están mis uñas? Me las he tragado todas queriendo morderme los huesos, por temer a mi sangre quedan muñones y por muñones queda lo que no queda. Quedan más uñas, ocultas en mi esófago. Se han empalado a sí mismas contra un muro rosado con lanzas azules, destiñendo el arco iris con patadas en mis pies; desde la planta hasta el plantón de la dama al vagabundo por dormir contando letras y jugar a un ajedrez sin cuadros  ¿Qué estoy haciendo? Me he dado cuenta de que estoy escribiendo sin ton ni son; muy rápido y sin sentido, al ritmo de mis latidos. Mi corazón se para. Se para porque mi mano está descansando retorcida alrededor de un mustio tronco, inundado por las regaderas de un gigante melancólico, de un tiburón mueso, del arrepentimiento de haber partido el tiempo en octavillas. Ayer me masturbé y me puse a llorar, miré el semáforo que estaba en marcha; lo miré hacia atrás, me estaba marchando hace rato. Razoné con mi pene y mis lágrimas: les invité a una comida y a una misa. –Dame la llave del grifo, le dije a mi pene, que estas lágrimas no quieren renovar su hipoteca, ni tampoco mi cuerpo.

Quieren decrepitarme, así que dame la llave, o hazme una copia. Por favor.

 

 

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