CAPITULO 1
Kirk fue trasladado y procesado. Cuando llego a la comisaría
le esperaba aquel extraño sujeto, cuando lo vio Kirk lo entendió todo, pero
nada más lejos de la realidad, la explicación de aquel hombre sobre qué había
pasado no podía sino tildarse de estúpida. “Te ibas a morir entre jeringuillas
hijo, mejor será que estés en la cárcel”. Más tarde, concretamente, 13 años y
una deuda saldada con la sociedad más tarde, Kirk se enteró de que aquel hombre
era un importante miembro de una familia de la mafia rusa que al parecer
controlaba prácticamente el barrio entero por el que él trabajó de repartidor
de periódicos, se preguntó entonces si sería esta la razón por la que nunca
recibió una queja de su jefe, aun cuando habían días en los que no entregó ni
un periódico, y aun así los cobraba, bien lo sabía él. Según le dijeron, aunque
involuntaria e inconscientemente, había estado transportando mensajería y carga
ilegal durante mucho tiempo, de hecho, se enteró de que él fue uno de los
mayores confidentes para este personaje en cuestión, el cual resultó ser un
hombre bastante importante que se codeaba con personalidades casi igual de importantes
que él.
Podría parecer una broma, pero fueron 13 años los que pasó
en la cárcel, una condena especial sin opción a revisarse que solo en su
epílogo comprendería, había sufrido por factores que desentrañaban los límites
más allá de la justicia. Desintoxicado fortuitamente y a la fuerza, residía en
el las ganas de volver a consumir heroína, pero sin embargo, ahora no podía. No
después de haber sufrido en la cárcel, una a cárcel a la que había llegado sin
siquiera saberlo, ni cómo ni por qué, aunque tras 13 años no se acordaba de
aquel día exactamente. Pero si permanecía en su recuerdo lo sufrido en la
penitenciaría, como no iba a hacerlo… Los días eran interminables y monótonos,
la gente era tal y como cabría esperar de un lugar donde te apalean, gritan y
registran hasta en los rincones más insospechados de tu cuerpo, y aunque
muchos pretendían establecer un papel meramente contemplativo, la interacción
era un axioma de supervivencia. Además, la naturaleza del crimen de Kirk no era
ni remotamente interesante, de hecho era hasta denostativa y motivo de burla.
Allí, aprovechó para concluir sus estudios e iniciarse en
otros tantos, por la metodología práctica con la que había regido su vida
siempre, y por la abundancia de empleo en un entorno tan falto de personal,
decidió que unos estudios tecnológicos serían en cualquier caso la opción más
plausible para sus capacidades y ambiciones, y comenzó con una breve
introducción al Reglamento eléctrico de baja tensión. Fue su experiencia tan
agradable y favorable que quiso continuar con fontanería, e incluso se atrevió
a enmasillar, acercándose un poco más a este mundo interrelacionado. Al final,
viendo que podía valerse solo en su casa, otorgándose estos diversos servicios,
se le ocurrió que la agronomía sería un último trazo a su nuevo dibujo que
podría hacerle ganar esa libertad que tanto había ansiado, sin embargo ahora
reparaba en que sus conceptos de libertad, al igual que el antiguo Kirk y el
actual, eran dispares, y como por arte de magia, sonrió por primera vez en
años.
Cuando salió de la cárcel, se apresuró en inscribirse al
paro y buscar cursos relacionados con agronomía, ganadería… Lo que fuera por
terminar su plan. Surgió un curso de mantenimiento de hogares agrícolas y
competencias domésticas, este nuevo plan de más de 500 horas que imparte el
estado en sus diferentes centros privados de propiedad y profesores privados ,
consiste en la preparación de conocimientos básicos de bricolaje, jardinería,
agricultura, ganadería, electricidad y fontanería necesarios para poder
mantener y en última instancia habitar o hacer habitables hogares de pueblo que
quedan completamente abandonados desde otoño a primavera, este fenómeno se
repite a escala nacional con la mayoría de los pueblos del país, es así que
surgió este curso. Tras haber concluido con estudios de conocimiento medio-bajo
sobre la mayoría de las disciplinas exigidas en este curso, Kirk lo pudo
concluir satisfactoriamente, con grandes resultados muy positivos que lo
encauzaron a una vacante de un pueblo cercano, primero fue a practicar a la
casa de un hombre mayor llamado Inocencio Julián, y fue que este hombre quedó
tan encantado con Kirk , sus numerosos talentos y su historia de reinserción
que sin pensarlo dos veces una vez titulado Kirk y terminadas sus prácticas,
fue contratado permanentemente en la casa de verano del señor Inocencio Julián.
El hombre, solitario, era canoso con pocos pelos alrededor
de la cabeza, como si llevase un peinado fraile con pelo muchísimo más escaso y
una coronilla vacua que ha devorado hasta las orejas, teniendo ahora estas casi
más pelo que la cabeza. Su nariz, orejas y cabeza estaban moteadas por manchas
marrones casi como si un pintor hubiera sacudido su brocha sobre un lienzo sin
muncho interés en manchar, pero queriendo hacerlo. Sus dos ojos zafiros cristal
que se conformaban en la acuosidad de sus húmedos parpados y que asomaban por
unas gafas de cristal rectangulares con unas patillas muy finas estaban
rodeados de arrugas, terminando de darle a ese semblante de amabilidad un tono
expresivo y experimentado, diciendo hasta las mayores sandeces con la seguridad
del que ha vivido tiempo y sabe que con eso es suficiente.
Al igual que él (que Kirk), estaba solo, su mujer murió de
un cáncer de mama cuando aún estaba en la cárcel. Siempre le dijo que fue muy
rápido; susto en su casa, visita al médico, diagnóstico fatal,
preoperatorio, operatorio,
postoperatorio y paliativos, y de allí a la tumba, todo esto en menos de 4
días. Un adiós fugaz, un visto y no visto. Pensándolo bien, Inocencio Julián
estaba más solo que Kirk. Kirk nunca tuvo a nadie realmente, ¿a quién puede
decir él que ha perdido? ¿A su madre? La odiaba y se marchó de casa con 15 años
justamente para no volver a verla ¿A su padre? Ni siquiera le conocía, por Dios
¿o a sus inexistentes hermanos? Quizá lo más parecido a amigos que hubiera
llegado a tener Kirk fueran esos dos trotamundos con los que vivía en aquel
cuchitril, lo más parecido a tener a alguien importante para ti. Incluso
recuerda que cuando fue criado con su madre, desde bien pequeño, raro era el
día en el que preparaba la comida para él o en el que, directamente, le
dirigiera la palabra. Al parecer el trato no hablado era que ella le traía
comida y agua, le daba un techo, y él ponía el resto. Nunca le importó, pues
hecho a la costumbre desde bien pequeño, solo se extrañaba por su grado de
independencia temprana, es decir, por no ser un niño normal. ¿Enamorarse? Kirk
jamás se enamoró, en realidad diría que nunca tuvo tiempo. De joven las chicas
son materia de ensueño, como estrellas para un astrónomo, dulces velas de
colores que adornan un techo oscuro, con la verde luz de la esperanza. Claro
que hubieron chicas que le parecieron guapas, algunas de hecho, esplendorosas.
Pero al crecer este tierno candil se torna parduzco, como oxidado el oro, y el
recuerdo que surge de cada mirada femenina, de cada comentario hiriente, solo
le hacía recordar a su madre. Evidentemente Kirk sufría de una condición o
problema realmente solucionable. Pero sin atención, aprendiendo a no querer
aprendió a progresar, así que no, Kirk nunca ha estado enamorado de nadie. Pero
Inocencio era distinto, él sabía lo que era estar enamorado, sabia de las
bondades y las necedades que se hacen por amor y sabía que se sentía al abrazar
el calor de una mujer, al vivir con ella toda tu vida y amarla con todo tu
corazón hasta el día en el que literalmente, la muerte os separe. Es un
privilegiado, pero era tan feliz en su relato, cada vez que hablaba de ella o
cuando simplemente se acordaba con un destello en los ojos por algo que decías
e inmediatamente lo relacionaba con ella y procedía a contarte esa historia, que Kirk
realmente se emocionaba, como si él también hubiera estado enamorado de la
mujer de Inocencio Julián, y supiera exactamente de lo que estaba hablando,
llegando a conclusiones tan variopintas como este sentimiento, pero que no
compartía nunca para no entorpecer la frugal pasión que emanaban los ojos y la
voz de aquel anciano que se tornaba joven al hablar de lo que sin duda fueron
los días más felices de su vida. “Sin duda, él, que ha sido amado, se sentirá
más solo ahora que no es amado que yo, que no sé lo que es amar” Pensaba Kirk
para sus adentros.
Pasaron 7 años en los que Kirk estuvo trabajando para
Inocencio Julián, quien había vendido su casa y se había mudado a la casa de
verano para vivir con Kirk. Comían juntos a expensas de la pensión de Inocencio
Julián, quien también amablemente pagaba a Kirk como si no estuviera viviendo
con él “Necesitarás dinero, hijo mío” siempre le decía. Él se esforzaba en
mantener la casa de Inocencio Julián a punto en todo momento, lavando las colchas
siempre concienzudamente, y manteniendo
el salvaje jardín a raya, además de las inmensas tierras de Inocencio, quien
poseía varias hectáreas cultivables
. Inocencio tenía una casa de verano maravillosa, edificada
en adobe blanco y con un tejado anaranjado con matices rosa hecho de ladrillo,
la casa debían de ser no más de 100 metros cuadrados, tenía un establo ahora
vacío, en buen estado pese a todo y que ahora servía más bien de almacén para
los accesorios del tractor y demás herramientas, aparte del estiércol. El
cobertizo había sido arreglado con unas cuantas tablas que reconstituyeron
parte de su apariencia pasada, y una última mano de pintura lo dejó como nuevo.
Guardaban aquí los sacos de fertilizantes, la sosa, una carretilla, dos palas y
diversos productos para tratar el campo. La casa tenía un baño acondicionado
para un hombre disfuncional, aunque diría que el único problema de Inocencio
era su cadera, quitando eso, era un hombre fuerte y sano. Este baño decorado
con unas baldosas que con fondos marrones, casi color piel, contenían unos
dibujos nebulosos deiformes de color rojo que casi parecían manchas de sangre
en la pared, era el único de la casa. Kirk se mantenía en entredicho por su
peculiar decoración, que pese a estar salpicada en rojo, emanaba una inmanente
tranquilidad. Aun así, este rojo era lo suficientemente suave como para no
causar una sensación opresiva, sino todo lo contrario. El techo blanco con una
amplia luz redonda con un ligero fulgor amarillo suave, como el de una bombilla
incandescente pero de bajo consumo que no roza el naranja pero se le acerca,
relajaba al más pintado, y un cubículo de ducha adaptado con una barandilla y
un taburete eran la joya de aquel pequeño baño. Había una pequeña ventana que
daba pie al jardín, y esta la abría Kirk todas las mañanas para crear corriente
en la casa. El suelo era de un gris granulado con estampados que variaban desde
el negro, blanco y el ocre, con dibujos de hojas y círculos hechos calcomanía
sobre la fría piedra. No tenían tele, y la cocina era un cuartillo con cuatro
fogones, un lavabo, espacio para los electrodomésticos y una pequeña despensa
donde guardaban tanto utensilios de cocina como próximas comidas y conservas.
Una mañana en la que Kirk se levantó, observo la luz que
entraba por la ventana, extrañamente intensa para ser tan temprano como el
acostumbraba a levantarse. Echó un corto vistazo al reloj de la mesita de su
habitación, recostándose sobre su cama de dos metros de largo monoplaza y lo
vio “12:15”. Esta mañana se le había pasado la hora sorprendentemente, siempre
se levantaba a las 6:30-7 para aprovechar que el sol se encontraba bajo y poder
trabajar sin mucha molestia, pero hoy sin duda le iba a tocar apechugar con
aquel imprevisto. “¿Pero y este hombre?” se preguntó. Normalmente, cuando le
tocaba trabajar, se iba con Inocencio aún dormido. Sin embargo como él sabe,
Inocencio duerme poco más que Kirk, es decir, si Kirk se va a las 7, Inocencio
suele estar despierto a las 7:30. Es tanto así, que cuando a las 10 hace un
breve descanso para almorzar y seguir trabajando, aprovecha y le hace el
almuerzo a Inocencio también, puesto que no le importa y prefiere hacerlo entre
risas que verlo forcejear con un pan, un cuchillo de untar y sus manos
temblorosas. Lo había llegado a amar casi como un padre, puede que incluso más
pues no conoció al suyo, así que no reparaba siquiera en esto, y
automáticamente lo hacía. Pero Inocencio no le había despertado esa mañana, de
hecho, se asomó a la cocina, y la cafetera estaba puesta en la encimera, a la
espera de ser rellenada y puesta en el fuego.
Ahora un poco más inseguro, que Kirk se aseguró de salir a
la puerta y otear en el horizonte y a los alrededores de su casa en busca del
hombre, y sin embargo, nada, ni un atisbo. Descaradamente, se dio cuenta de que
había buscado a Inocencio fuera de su casa, antes que en su propia cama,
tratándose este de un señor mayor sin mucho cuerpo para la actividad física.
Calmándose viendo ridícula su propia lógica y exponiéndola como un ejemplo de
una de sus incontables incongruencias, abrió lentamente la puerta esperando no
despertar al posiblemente dormido Inocencio, cuál fue su sorpresa cuando la
abrió del todo y dentro no había nadie. Nada, la habitación vacía, la casa
vacía e Inocencio Julián, desaparecido.
Como con un gesto automático mientras pensaba donde podría
estar Inocencio y descartando todas las posibilidades que se le iban pasando
por la cabeza abrió la puerta del baño y procedió a abrir la ventana para
aprovechar el fresco mañanero y crear corriente en la casa. Inmerso en sus
pensamientos, abrió la puerta y entonces como una exhalación grito
contundentemente, horrorizado, pues ni más ni menos que el cuerpo de Inocencio
Julián se encontraba sobre el pulcro váter blanco. Lo encontró con una mano
apretada en el pecho, y en un descompuesto gesto facial entre rictus mortis, y
el de cuerpo que murió en tensión. Sus ojos estaban mirando hacia arriba como buscando
algo en el techo, y su cara, su boca para ser exactos, se encontraban tensas
como un arco, con la dentadura de Inocencio saliendo grotescamente de su boca debido al antinatural esbozo de
sus pómulos, marcados y estirados en
vida para decorarle en la muerte. Su piel estaba totalmente blanca, con dos
marcados semicírculos morados debajo de sus ojos, que curiosamente se habían
hinchado.
Kirk no pudo evitarlo, y vomitó sobre los pantalones de
Inocencio Julián aun bajados. Luego se incorporó angustiado, vio aquello que
había hecho al cuerpo de su amigo, a su padre, y trató de llamar a una
ambulancia mientras sus nerviosos dedos apuntalaban cada número con decisión.
Tras llamarlos, corrió al baño una vez más y le tomó el pulso en la muñeca ¿Por
qué lo hizo? Estaba muerto, hace varias horas de hecho. Podía saberlo, o más
bien intuirlo y sin ser médico. Y en cualquier caso ¿No es lo primero que
debería haber hecho? Salió del baño otra vez, repitiendo estas cuestiones, una
y otra vez, culpándose ahora inevitablemente por su ineptitud, tratando de
buscar el factor que lo llevara a él,
que lo incriminara de la muerte de Inocencio Julián.
La ambulancia tardó casi media hora, aquellos sanitarios
bajaron, le tomaron el pulso, y lo subieron a una camilla con una sábana
encima. Aunque no quiso hacerlo, Kirk no podía vivir sin saber si de verdad el
de alguna manera pudo hacer algo que dispusiera a Inocencio en ese váter, en
ese final. El ambulanciero primero miró curiosamente la camilla, y después le
dijo a Kirk que la causa de la muerte era un infarto de miocardio, y que fue
una muerte súbita prácticamente indolora, y aunque el gesto de horror grabado
en la cara de Inocencio hizo a Kirk desconfiar de estas declaraciones durante
largos años, finalmente fue a esta a la que se aferró para poder pasar el
duelo, y enterrar a aquel hombre tan generoso y amable, que había limpiado su
corazón, después de que la cárcel limpiara su cuerpo.
Inocencio fue enterrado por la iglesia, así como le hubiera
gustado recibir la extrema unción, hubiera querido descansar en el osario del
monasterio donde nació, y así se le fue procurado. Inocencio, que no tuvo
herederos, tenía su pensión y su antigua casa de verano. Estas propiedades
quedaron supeditadas a subasta, y aunque a Kirk le hubiera maravillado vivir en
aquella casa de verano, blanca, amplia, rodeada de verdes pastos y de mañanas
frescas y agradables, no le fue posible. La casa fue recomprada por un alto
postor, alto miembro ejecutivo del banco, quien tenía pensado comprar las cuatro
fincas de la zona y edificar un campo de golf, por supuesto, con el dinero que
Inocencio fue dando a Kirk este tiempo, no era ni remotamente suficiente como
para poder adquirirla. Se quedó muchos de los abrigos de Inocencio Julián,
quien desgraciadamente ya no los iba a necesitar, y muchos de sus pantalones de
chándal y vaqueros. Sus zapatos charol, marrón crema. Le recordaba con esos
zapatos y no podía evitar llorar ¿Cómo llorar por los pies de Inocencio? ¿Qué
sentido tenia?
Sollozó un rato en silencio abrazado a aquel par de zapatos,
pudiera haberlos sentido como segundos, pero fueron minutos los que allí pasó.
Recogió sus cosas y dando un último adiós a la casa se giró y la recorrió con
la mirada de arriba a abajo. Estaba cerrando la puerta tras de sí cuando cayó
en un pequeño apartado que había dejado sin resolver. Dejando las mochilas y la
maleta en la puerta, se acercó deslizándose por el suelo de piedra por última
vez, entro al baño y se quedó en silencio. Un tibio recuerdo agridulce invadió
su cuerpo, llegándole hasta los huesos y traspasándolos hasta el tuétano. Tomo
aire y recordó por última vez la macabra escena que habría repetido en su
cabeza una y otra vez desde el incidente, pasado ya casi un mes. Como
poniéndose a prueba, reprodujo aquel macabro momento una vez más en su cine
mental.
La cara, el brazo, y
aun encima le vomitó, víctima del nauseabundo olor de sus heces debajo de un
cadáver anciano en un espacio cerrado, desprendiendo este también un hedor
especialmente terrible. También y mientras este proceso mental se sucedía, fue
probablemente víctima de una crisis nerviosa, aun habiendo querido pensar que
alguien como él, con diversas vivencias que harían de cualquier persona
delicada un hombre de acero, no estaba capacitado o simplemente no podía sufrir
una crisis nerviosa. Amó a Inocencio Julián. Y lo amó mucho, más que a un
padre.
Como retornado a la realidad, se observó una vez más
llorando, mas sin embargo en esta ocasión su semblante distaba de acompañar a
sus ojos, al contrario, esta permanecía seria y serena, casi estoica. “Así me
hubiera querido, sin sufrir” se dijo.
Se enjuagó las lágrimas y se marchó de allí, no sin antes
cerrar la ventana del baño.
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