sábado, 10 de febrero de 2024

-SIN TÍTULO- CAPÍTULO 1

 

CAPITULO  1

Kirk fue trasladado y procesado. Cuando llego a la comisaría le esperaba aquel extraño sujeto, cuando lo vio Kirk lo entendió todo, pero nada más lejos de la realidad, la explicación de aquel hombre sobre qué había pasado no podía sino tildarse de estúpida. “Te ibas a morir entre jeringuillas hijo, mejor será que estés en la cárcel”. Más tarde, concretamente, 13 años y una deuda saldada con la sociedad más tarde, Kirk se enteró de que aquel hombre era un importante miembro de una familia de la mafia rusa que al parecer controlaba prácticamente el barrio entero por el que él trabajó de repartidor de periódicos, se preguntó entonces si sería esta la razón por la que nunca recibió una queja de su jefe, aun cuando habían días en los que no entregó ni un periódico, y aun así los cobraba, bien lo sabía él. Según le dijeron, aunque involuntaria e inconscientemente, había estado transportando mensajería y carga ilegal durante mucho tiempo, de hecho, se enteró de que él fue uno de los mayores confidentes para este personaje en cuestión, el cual resultó ser un hombre bastante importante que se codeaba con personalidades casi igual de importantes que él.

Podría parecer una broma, pero fueron 13 años los que pasó en la cárcel, una condena especial sin opción a revisarse que solo en su epílogo comprendería, había sufrido por factores que desentrañaban los límites más allá de la justicia. Desintoxicado fortuitamente y a la fuerza, residía en el las ganas de volver a consumir heroína, pero sin embargo, ahora no podía. No después de haber sufrido en la cárcel, una a cárcel a la que había llegado sin siquiera saberlo, ni cómo ni por qué, aunque tras 13 años no se acordaba de aquel día exactamente. Pero si permanecía en su recuerdo lo sufrido en la penitenciaría, como no iba a hacerlo… Los días eran interminables y monótonos, la gente era tal y como cabría esperar de un lugar donde te apalean,  gritan y  registran hasta en los rincones más insospechados de tu cuerpo, y aunque muchos pretendían establecer un papel meramente contemplativo, la interacción era un axioma de supervivencia. Además, la naturaleza del crimen de Kirk no era ni remotamente interesante, de hecho era hasta denostativa y motivo de burla.

Allí, aprovechó para concluir sus estudios e iniciarse en otros tantos, por la metodología práctica con la que había regido su vida siempre, y por la abundancia de empleo en un entorno tan falto de personal, decidió que unos estudios tecnológicos serían en cualquier caso la opción más plausible para sus capacidades y ambiciones, y comenzó con una breve introducción al Reglamento eléctrico de baja tensión. Fue su experiencia tan agradable y favorable que quiso continuar con fontanería, e incluso se atrevió a enmasillar, acercándose un poco más a este mundo interrelacionado. Al final, viendo que podía valerse solo en su casa, otorgándose estos diversos servicios, se le ocurrió que la agronomía sería un último trazo a su nuevo dibujo que podría hacerle ganar esa libertad que tanto había ansiado, sin embargo ahora reparaba en que sus conceptos de libertad, al igual que el antiguo Kirk y el actual, eran dispares, y como por arte de magia, sonrió por primera vez en años.

Cuando salió de la cárcel, se apresuró en inscribirse al paro y buscar cursos relacionados con agronomía, ganadería… Lo que fuera por terminar su plan. Surgió un curso de mantenimiento de hogares agrícolas y competencias domésticas, este nuevo plan de más de 500 horas que imparte el estado en sus diferentes centros privados de propiedad y profesores privados , consiste en la preparación de conocimientos básicos de bricolaje, jardinería, agricultura, ganadería, electricidad y fontanería necesarios para poder mantener y en última instancia habitar o hacer habitables hogares de pueblo que quedan completamente abandonados desde otoño a primavera, este fenómeno se repite a escala nacional con la mayoría de los pueblos del país, es así que surgió este curso. Tras haber concluido con estudios de conocimiento medio-bajo sobre la mayoría de las disciplinas exigidas en este curso, Kirk lo pudo concluir satisfactoriamente, con grandes resultados muy positivos que lo encauzaron a una vacante de un pueblo cercano, primero fue a practicar a la casa de un hombre mayor llamado Inocencio Julián, y fue que este hombre quedó tan encantado con Kirk , sus numerosos talentos y su historia de reinserción que sin pensarlo dos veces una vez titulado Kirk y terminadas sus prácticas, fue contratado permanentemente en la casa de verano del señor Inocencio Julián.

El hombre, solitario, era canoso con pocos pelos alrededor de la cabeza, como si llevase un peinado fraile con pelo muchísimo más escaso y una coronilla vacua que ha devorado hasta las orejas, teniendo ahora estas casi más pelo que la cabeza. Su nariz, orejas y cabeza estaban moteadas por manchas marrones casi como si un pintor hubiera sacudido su brocha sobre un lienzo sin muncho interés en manchar, pero queriendo hacerlo. Sus dos ojos zafiros cristal que se conformaban en la acuosidad de sus húmedos parpados y que asomaban por unas gafas de cristal rectangulares con unas patillas muy finas estaban rodeados de arrugas, terminando de darle a ese semblante de amabilidad un tono expresivo y experimentado, diciendo hasta las mayores sandeces con la seguridad del que ha vivido tiempo y sabe que con eso es suficiente.

Al igual que él (que Kirk), estaba solo, su mujer murió de un cáncer de mama cuando aún estaba en la cárcel. Siempre le dijo que fue muy rápido; susto en su casa, visita al médico, diagnóstico fatal, preoperatorio,  operatorio, postoperatorio y paliativos, y de allí a la tumba, todo esto en menos de 4 días. Un adiós fugaz, un visto y no visto. Pensándolo bien, Inocencio Julián estaba más solo que Kirk. Kirk nunca tuvo a nadie realmente, ¿a quién puede decir él que ha perdido? ¿A su madre? La odiaba y se marchó de casa con 15 años justamente para no volver a verla ¿A su padre? Ni siquiera le conocía, por Dios ¿o a sus inexistentes hermanos? Quizá lo más parecido a amigos que hubiera llegado a tener Kirk fueran esos dos trotamundos con los que vivía en aquel cuchitril, lo más parecido a tener a alguien importante para ti. Incluso recuerda que cuando fue criado con su madre, desde bien pequeño, raro era el día en el que preparaba la comida para él o en el que, directamente, le dirigiera la palabra. Al parecer el trato no hablado era que ella le traía comida y agua, le daba un techo, y él ponía el resto. Nunca le importó, pues hecho a la costumbre desde bien pequeño, solo se extrañaba por su grado de independencia temprana, es decir, por no ser un niño normal. ¿Enamorarse? Kirk jamás se enamoró, en realidad diría que nunca tuvo tiempo. De joven las chicas son materia de ensueño, como estrellas para un astrónomo, dulces velas de colores que adornan un techo oscuro, con la verde luz de la esperanza. Claro que hubieron chicas que le parecieron guapas, algunas de hecho, esplendorosas. Pero al crecer este tierno candil se torna parduzco, como oxidado el oro, y el recuerdo que surge de cada mirada femenina, de cada comentario hiriente, solo le hacía recordar a su madre. Evidentemente Kirk sufría de una condición o problema realmente solucionable. Pero sin atención, aprendiendo a no querer aprendió a progresar, así que no, Kirk nunca ha estado enamorado de nadie. Pero Inocencio era distinto, él sabía lo que era estar enamorado, sabia de las bondades y las necedades que se hacen por amor y sabía que se sentía al abrazar el calor de una mujer, al vivir con ella toda tu vida y amarla con todo tu corazón hasta el día en el que literalmente, la muerte os separe. Es un privilegiado, pero era tan feliz en su relato, cada vez que hablaba de ella o cuando simplemente se acordaba con un destello en los ojos por algo que decías e inmediatamente lo relacionaba con ella  y procedía a contarte esa historia, que Kirk realmente se emocionaba, como si él también hubiera estado enamorado de la mujer de Inocencio Julián, y supiera exactamente de lo que estaba hablando, llegando a conclusiones tan variopintas como este sentimiento, pero que no compartía nunca para no entorpecer la frugal pasión que emanaban los ojos y la voz de aquel anciano que se tornaba joven al hablar de lo que sin duda fueron los días más felices de su vida. “Sin duda, él, que ha sido amado, se sentirá más solo ahora que no es amado que yo, que no sé lo que es amar” Pensaba Kirk para sus adentros.

Pasaron 7 años en los que Kirk estuvo trabajando para Inocencio Julián, quien había vendido su casa y se había mudado a la casa de verano para vivir con Kirk. Comían juntos a expensas de la pensión de Inocencio Julián, quien también amablemente pagaba a Kirk como si no estuviera viviendo con él “Necesitarás dinero, hijo mío” siempre le decía. Él se esforzaba en mantener la casa de Inocencio Julián a punto en todo momento, lavando las colchas siempre concienzudamente,  y manteniendo el salvaje jardín a raya, además de las inmensas tierras de Inocencio, quien poseía varias hectáreas cultivables

. Inocencio tenía una casa de verano maravillosa, edificada en adobe blanco y con un tejado anaranjado con matices rosa hecho de ladrillo, la casa debían de ser no más de 100 metros cuadrados, tenía un establo ahora vacío, en buen estado pese a todo y que ahora servía más bien de almacén para los accesorios del tractor y demás herramientas, aparte del estiércol. El cobertizo había sido arreglado con unas cuantas tablas que reconstituyeron parte de su apariencia pasada, y una última mano de pintura lo dejó como nuevo. Guardaban aquí los sacos de fertilizantes, la sosa, una carretilla, dos palas y diversos productos para tratar el campo. La casa tenía un baño acondicionado para un hombre disfuncional, aunque diría que el único problema de Inocencio era su cadera, quitando eso, era un hombre fuerte y sano. Este baño decorado con unas baldosas que con fondos marrones, casi color piel, contenían unos dibujos nebulosos deiformes de color rojo que casi parecían manchas de sangre en la pared, era el único de la casa. Kirk se mantenía en entredicho por su peculiar decoración, que pese a estar salpicada en rojo, emanaba una inmanente tranquilidad. Aun así, este rojo era lo suficientemente suave como para no causar una sensación opresiva, sino todo lo contrario. El techo blanco con una amplia luz redonda con un ligero fulgor amarillo suave, como el de una bombilla incandescente pero de bajo consumo que no roza el naranja pero se le acerca, relajaba al más pintado, y un cubículo de ducha adaptado con una barandilla y un taburete eran la joya de aquel pequeño baño. Había una pequeña ventana que daba pie al jardín, y esta la abría Kirk todas las mañanas para crear corriente en la casa. El suelo era de un gris granulado con estampados que variaban desde el negro, blanco y el ocre, con dibujos de hojas y círculos hechos calcomanía sobre la fría piedra. No tenían tele, y la cocina era un cuartillo con cuatro fogones, un lavabo, espacio para los electrodomésticos y una pequeña despensa donde guardaban tanto utensilios de cocina como próximas comidas y conservas.

Una mañana en la que Kirk se levantó, observo la luz que entraba por la ventana, extrañamente intensa para ser tan temprano como el acostumbraba a levantarse. Echó un corto vistazo al reloj de la mesita de su habitación, recostándose sobre su cama de dos metros de largo monoplaza y lo vio “12:15”. Esta mañana se le había pasado la hora sorprendentemente, siempre se levantaba a las 6:30-7 para aprovechar que el sol se encontraba bajo y poder trabajar sin mucha molestia, pero hoy sin duda le iba a tocar apechugar con aquel imprevisto. “¿Pero y este hombre?” se preguntó. Normalmente, cuando le tocaba trabajar, se iba con Inocencio aún dormido. Sin embargo como él sabe, Inocencio duerme poco más que Kirk, es decir, si Kirk se va a las 7, Inocencio suele estar despierto a las 7:30. Es tanto así, que cuando a las 10 hace un breve descanso para almorzar y seguir trabajando, aprovecha y le hace el almuerzo a Inocencio también, puesto que no le importa y prefiere hacerlo entre risas que verlo forcejear con un pan, un cuchillo de untar y sus manos temblorosas. Lo había llegado a amar casi como un padre, puede que incluso más pues no conoció al suyo, así que no reparaba siquiera en esto, y automáticamente lo hacía. Pero Inocencio no le había despertado esa mañana, de hecho, se asomó a la cocina, y la cafetera estaba puesta en la encimera, a la espera de ser rellenada y puesta en el fuego.

Ahora un poco más inseguro, que Kirk se aseguró de salir a la puerta y otear en el horizonte y a los alrededores de su casa en busca del hombre, y sin embargo, nada, ni un atisbo. Descaradamente, se dio cuenta de que había buscado a Inocencio fuera de su casa, antes que en su propia cama, tratándose este de un señor mayor sin mucho cuerpo para la actividad física. Calmándose viendo ridícula su propia lógica y exponiéndola como un ejemplo de una de sus incontables incongruencias, abrió lentamente la puerta esperando no despertar al posiblemente dormido Inocencio, cuál fue su sorpresa cuando la abrió del todo y dentro no había nadie. Nada, la habitación vacía, la casa vacía e Inocencio Julián, desaparecido.

Como con un gesto automático mientras pensaba donde podría estar Inocencio y descartando todas las posibilidades que se le iban pasando por la cabeza abrió la puerta del baño y procedió a abrir la ventana para aprovechar el fresco mañanero y crear corriente en la casa. Inmerso en sus pensamientos, abrió la puerta y entonces como una exhalación grito contundentemente, horrorizado, pues ni más ni menos que el cuerpo de Inocencio Julián se encontraba sobre el pulcro váter blanco. Lo encontró con una mano apretada en el pecho, y en un descompuesto gesto facial entre rictus mortis, y el de cuerpo que murió en tensión. Sus ojos estaban mirando hacia arriba como buscando algo en el techo, y su cara, su boca para ser exactos, se encontraban tensas como un arco, con la dentadura de Inocencio saliendo grotescamente  de su boca debido al antinatural esbozo de sus pómulos, marcados y estirados  en vida para decorarle en la muerte. Su piel estaba totalmente blanca, con dos marcados semicírculos morados debajo de sus ojos, que curiosamente se habían hinchado.

Kirk no pudo evitarlo, y vomitó sobre los pantalones de Inocencio Julián aun bajados. Luego se incorporó angustiado, vio aquello que había hecho al cuerpo de su amigo, a su padre, y trató de llamar a una ambulancia mientras sus nerviosos dedos apuntalaban cada número con decisión. Tras llamarlos, corrió al baño una vez más y le tomó el pulso en la muñeca ¿Por qué lo hizo? Estaba muerto, hace varias horas de hecho. Podía saberlo, o más bien intuirlo y sin ser médico. Y en cualquier caso ¿No es lo primero que debería haber hecho? Salió del baño otra vez, repitiendo estas cuestiones, una y otra vez, culpándose ahora inevitablemente por su ineptitud, tratando de buscar el factor que lo llevara  a él, que lo incriminara de la muerte de Inocencio Julián.

La ambulancia tardó casi media hora, aquellos sanitarios bajaron, le tomaron el pulso, y lo subieron a una camilla con una sábana encima. Aunque no quiso hacerlo, Kirk no podía vivir sin saber si de verdad el de alguna manera pudo hacer algo que dispusiera a Inocencio en ese váter, en ese final. El ambulanciero primero miró curiosamente la camilla, y después le dijo a Kirk que la causa de la muerte era un infarto de miocardio, y que fue una muerte súbita prácticamente indolora, y aunque el gesto de horror grabado en la cara de Inocencio hizo a Kirk desconfiar de estas declaraciones durante largos años, finalmente fue a esta a la que se aferró para poder pasar el duelo, y enterrar a aquel hombre tan generoso y amable, que había limpiado su corazón, después de que la cárcel limpiara su cuerpo.

Inocencio fue enterrado por la iglesia, así como le hubiera gustado recibir la extrema unción, hubiera querido descansar en el osario del monasterio donde nació, y así se le fue procurado. Inocencio, que no tuvo herederos, tenía su pensión y su antigua casa de verano. Estas propiedades quedaron supeditadas a subasta, y aunque a Kirk le hubiera maravillado vivir en aquella casa de verano, blanca, amplia, rodeada de verdes pastos y de mañanas frescas y agradables, no le fue posible. La casa fue recomprada por un alto postor, alto miembro ejecutivo del banco, quien tenía pensado comprar las cuatro fincas de la zona y edificar un campo de golf, por supuesto, con el dinero que Inocencio fue dando a Kirk este tiempo, no era ni remotamente suficiente como para poder adquirirla. Se quedó muchos de los abrigos de Inocencio Julián, quien desgraciadamente ya no los iba a necesitar, y muchos de sus pantalones de chándal y vaqueros. Sus zapatos charol, marrón crema. Le recordaba con esos zapatos y no podía evitar llorar ¿Cómo llorar por los pies de Inocencio? ¿Qué sentido tenia?

Sollozó un rato en silencio abrazado a aquel par de zapatos, pudiera haberlos sentido como segundos, pero fueron minutos los que allí pasó. Recogió sus cosas y dando un último adiós a la casa se giró y la recorrió con la mirada de arriba a abajo. Estaba cerrando la puerta tras de sí cuando cayó en un pequeño apartado que había dejado sin resolver. Dejando las mochilas y la maleta en la puerta, se acercó deslizándose por el suelo de piedra por última vez, entro al baño y se quedó en silencio. Un tibio recuerdo agridulce invadió su cuerpo, llegándole hasta los huesos y traspasándolos hasta el tuétano. Tomo aire y recordó por última vez la macabra escena que habría repetido en su cabeza una y otra vez desde el incidente, pasado ya casi un mes. Como poniéndose a prueba, reprodujo aquel macabro momento una vez más en su cine mental.

 La cara, el brazo, y aun encima le vomitó, víctima del nauseabundo olor de sus heces debajo de un cadáver anciano en un espacio cerrado, desprendiendo este también un hedor especialmente terrible. También y mientras este proceso mental se sucedía, fue probablemente víctima de una crisis nerviosa, aun habiendo querido pensar que alguien como él, con diversas vivencias que harían de cualquier persona delicada un hombre de acero, no estaba capacitado o simplemente no podía sufrir una crisis nerviosa. Amó a Inocencio Julián. Y lo amó mucho, más que a un padre.

Como retornado a la realidad, se observó una vez más llorando, mas sin embargo en esta ocasión su semblante distaba de acompañar a sus ojos, al contrario, esta permanecía seria y serena, casi estoica. “Así me hubiera querido, sin sufrir” se dijo.

Se enjuagó las lágrimas y se marchó de allí, no sin antes cerrar la ventana del baño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El bufet

  El bufet Devoraba y devoraba sin cesar los acompañamientos incluidos en su menú bufet. Sin prisa pero sin pausa. Había perdido la cuen...