La no especialidad es la especialidad que me mantiene bajo
el amparo de Dios, desamparados marchan en busca de su real nombre, figura y
sombra, porque ni su sombra es real. El sacerdote judío conoce cuál es su
destino, y por mucho que reme y reme la corriente del rio es imperecedera, es
indestructible, impensable tornarla a tu voluntad, pensar en doblegarla
siquiera matará al débil y enaltecerá al ahogado. Todos esos días en los que el
joven cordero paseaba asustado, bajo la influencia y el poder del poder ajeno,
del poder del ser. Pero si el poder del ser, proviene del sentimiento de
existir, mi ser es más poderoso que el tuyo y siempre lo será mientras mis ojos
estén en mi cara y mi cerebro en mi cráneo. Entonces que necesitan los que
oprimen al cordero, que buscan y cuál es el objetivo de tan cruenta actitud
¿Por qué hacen lo que hacen? Porque el cordero ha de ser sacrificado, porque
solo por su sangre el ser conocerá a Dios, y solo Dios puede perdonar lo
imperdonable. Porque quien podría perdonar al humano por menospreciar, obcecar,
odiar, atrasar, destrozar, e irradiar desesperanza en su hermano, sino el
símbolo mismo de la muerte a la voluntad en sustitución a una hipócrita mente
colmena inexistente. Todos me odian, todos odian al excomulgado por no pertenecer
al tergiversado compendio de suelos por pisar, flores por cortar, niños por
matar, corderos por desangrar… Mataría a todos los hijos de puta que alguna vez
quisieron hacerme bucear en las aguas por la fuerza, agarrando mi cabello y
zarandeando mi cabeza en el pedestal rebosante de agua bendita, hazlo, que yo
aplastare mi frente contra el fondo del cuenco de piedra antes que renacer bajo
el bautismo del oprimido, del engañado, del asesinado en vida, del tranquilo
Martín que retoza en las frescas aguas del río mientras el caimán observa
deslizándose al compás de su cola seseante hundiéndose como un submarino. El
Martín volará, ¿Pero que será del cordero? La certera realidad es que el
cordero ha sido olvidado, Dios mismo es el cordero que una y otra vez será
sacrificado en nombre de la inmundicia, de la codicia y la soberbia. El humano
no ama, y si el humano no ama, nadie más podría hacerlo. Pero quien necesita amor si puedes conseguir
lo que desees en esta vida sacrificando al cordero en cada nublo pensamiento. Voraz,
somos voraces como leones hambrientos, y como estos, el cordero es indiferente,
siendo el bistec que calmará el hambre del león. Digámoslo otra vez, a nadie le
importa el cordero, que será sacrificado una vez tras otra, el cordero es Dios,
el cordero somos nosotros, pero como el caníbal consume la carne de su especie,
nosotros lo engulliremos de manera que hasta las patas del animal aparecerán de
forma grotesca creando bultos en mi estómago, como si de una anaconda se
tratase. Solo existen dos salidas reales pues, el suicidio y la conversión al
cordero. Sin embargo, todos somos y no somos el cordero, todos deberíamos
suicidarnos pues. Que yo tenga ese absurdo pensamiento me hace pensar si no
hablaré con la grandilocuencia del sacerdote, que ama el templo pero que
envenenará a su rebaño, esto me recuerda al mito de Sardanápalo, que prefirió
que todas las cosas que amaba y quería murieran con el antes de caer en las
manos de sus enemigos. Suspiro, suspiro porque desearía ennegrecer mi vista, sellar
mis oídos y coser mis labios, porque cuando el sacerdote pierde todo, o va a
perderlo como Sardanápalo, es preferible bañarse en la sangre del cordero, aun
siendo el cordero el que asesinará al cordero, como si de algo nuevo se
tratara. El odio me está matando, el odio me está royendo el cuerpo y alma, me
está haciendo algo que nada jamás me había hecho, me está haciendo cambiar.
¿Podría haber una tercera opción que fuera amar al cordero? En mi opinión esto
es una redundancia, porque lo que hace al cordero débil y vulnerable es el
ineludible amor que este se procesa hacia sí mismo, dejándolo en un punto
muerto social psicológico del que solo saldrá el día en que su nombre adorne su
epitafio. Resulta duro y amargo comprender el circulo vicioso que supone la
psique y el ser, una eterna obra con papeles prescritos, rotativos y pérfidos.
No propondré ninguna solución pues no la deseo, y esta suscita como única
posibilidad real para acabar con la maldad, el tema real del que venimos
hablando, la completa y total eliminación de la humanidad en todos sus
aspectos, rostros y escondites. Porque con los ojos del niño lastimado que odia
clavados en la nuca de mi existencia comprendí que si Dante Alighieri sitúa en
el paraíso al humano interesado, es que no puede existir tal paraíso, es que no
hay posibilidad ni salvación para nosotros más allá del enfisema, de la
oxidación o la muerte por, con o para el cordero. El cordero es tan subyugante
y feroz en su inocencia extraviada, que tu, yo, e incluso el león y el sacerdote
son corderos. Todos somos corderos y carniceros, porque en la naturaleza humana
esta, y en el propio ser, todas las posibilidades que comprenden la realidad,
tapiada por arriba y abajo como un archivo clasificado por nuestra conciencia
delimitadora, interesada y egoísta. Matémonos, por favor, matémonos y liberemos
nuestras conciencias del invencible destino, de la invisible marea que nos
obliga a actuar en contra de nuestra voluntad, como el eterno secuestrador que
únicamente tiende una pistola cargada con una sola bala al desesperanzado, o le
engaña y le hace trabajar hasta que sus vertebras no puedan sujetar su carne
erguida. Solo el león, que nace de la fortuna, la muerte y el parasitismo es
apto para vivir consumiendo al cordero, porque hace tanto que lo consume que ha
olvidado que él también lo es. Sin salvación, sin opciones, y sin esperanza.
¿Cómo podría, yo: el cordero, el sacerdote y el león, vivir sin miedos, pues?
La respuesta es simple, y es el concepto de un miedo
agresivo que permite perpetrar esas transgresiones simples y premeditadas, que
ni aun en un supuesto podrían ser transgresiones. De hecho considero que a ojos
históricos, lo más parecido a transgredir nuestra naturaleza que se me ocurre
fue el mismo viaje a la Luna, falsa esperanza sobre la humanidad y su futuro, intentando
situarnos en la cúspide del avance como especie, cuando nada más lejos de la
realidad el ser humano es, incluso, más depresivo, taciturno y agresivo de lo
que nunca ha sido. Hitler en Alemania, sin embargo, es un buen ejemplo del
camino real que nuestra especie camina, siempre a oscuras y falto de destino.
Como el hombre que sigue un mapa falsificado, avanzamos hacia la horca sin
premura pero sin temor, producto de nuestra ignorancia, aun cuando cada paso
propinado es producto del terror, mientras pensamos que la representación de
nuestra historia, un sumario de acontecimientos, fechas, ideologías y sucesos
es la Real historia de la humanidad. Señalo que, en contra de la historia,
pienso que el ser humano siempre anduvo en el mismo cañaveral, dábamos vueltas
a la espera de poder entrar en el reino de Dios para algunos, para descubrir
quién y cómo somos, para estudiar que es el universo que nos rodea y como se
compone, para resarcir los pecados del cordero con buenas obras de indeleble
amor desinteresado, o para seccionar todos y cada uno de los estados por los
que hemos pasado como sociedad e individuos, tipificadas y plasmadas en todas
las formas de arte conocidas y por conocer. Como los hebreos en Canaán, dábamos
vueltas alrededor de las murallas de nuestro propio ser, queriendo entrar a la
espera de la señal de Dios, pero lejos de misticismos ahora todos sabemos que
las puertas nunca estuvieron cerradas, solo que no nos dejaron pasar, y esta
sociedad necrosada, antipática y asesina que lo único que desea es alimentarse
del cordero, ya no hace cola, ahora entra al redil, y con sus propias manos
descuartiza, pela, cocina y consume al cordero. Esta triste historia de
deshumanización de la que vengo hablando, no es ni más ni menos que una
proyección en ausencia de albergar el infinito conocimiento del mundo. Porque
quizá si el cordero supiera que es caníbal, quizá si el sacerdote no ansiara la
sangre del cordero por encima de todo, quizá si el león supiera de su verdadera
naturaleza, quizá, todos, como alegres y dulces corderos podrían retozar en paz
en verdes pastos, detener este receso imparable, esta hecatombe que tarde o
temprano a todos nos pedirá como sacrificios. Porque la muerte es ineludible,
pero la barbarie si, la barbarie egoísta de las personas morirá con ellas,
incluso yo soy egoísta. Muramos, y acabemos con esto, porque si alguna vez
hemos amado la humanidad, solo mediante su destrucción conseguiremos conservarla.
Como un recuerdo que se pierde en la inmensidad y la lejanía de la memoria,
porque el ser humano debe sufrir, sin embargo, el sufrimiento no es una
propiedad única y específica de las personas, los animales sufren también,
quizá no puedan redactar, documentar o exponer, pero si pueden sentir. Por lo que
sería falso considerar que el cese del sufrimiento llegará con la exterminación
del ser, este sin embargo llegara cuando adoptemos la misma postura que
teníamos como especie antes siquiera de haber llegado a nacer los precursores
de nuestra raza, como impasibles fragmentos de la historia que no llegaron a
nacer, y que si lo hicieron, nadie lo recuerda. Porque el destino de la
humanidad es tan cruel, que solo su historia se le parece.
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