lunes, 12 de febrero de 2024

Bautizada en fuego

 donde se oculta el sol, se encienden las estufas

en calurosos inviernos, al rojo vivo las manos

 cantan mi martillo, mi mandil, el hollín y las súlfuras

danzando las ascuas, cicatrizando los lagos

al principio magma incendiante, el tiempo es agua y lo enfría

vapores infernales incendian la estancia, los establos, el pasillo

buscando incendiar el cielo huye por las ventanas, las tuberías

observo el hierro humeante, opaco y tosco, sin brillo

y acompasado de las chispas, afilo el borde de su cuerpo

lentamente, y sin prisa, sin dejar ni un solo hueco, 

en que mi inquina y mi compas creasen un ostentoso filo

y entonces lentamente la miro, plácidamente la observo

sabe el martillo que del cielo le caen los clavos,

sabe el clavel que no es el destino el suyo, el del herrero

lentamente en su posada, posado sobre su camastro de mimbre

la herrumbre discernía desaparecer del todo envuelto en un gusano negro,

que salía por su ventana, por la chimenea de su tejado, y de su huerto, 

muerto del todo por la misma gente que siempre le llamaba al timbre,

si el hombre aun no se rinde, es porque el hombre aun no se ha muerto

pero esta preparado para luchar por su martillo, su mandil, luchar por ser libre

se inscribe por ser hijo de su patria, y ahora es hijo del desierto

es cierto que debe de trabajar para saciar su hambre,

pero no clama su martillo esa canción en amistad, mas bien es una oda

 un clamor a la temeridad, a la realidad que se desborda,

porque no hay hombre sin pan, ni abeja sin estambres,

siente calambres en el cráneo, y hasta en la yema de los dedos

su familia muertos ya, ya no pueden socorrerle

apresados por delitos inexistentes e improcedentes

sin armas para vocalizar o textualizar algo tan incoherente

el hombre si esta acorralado para salvar la vida miente

pero que mentira queda si no hay mentira desde este

la cara se le enfría, el sudor recorre su frente,

recuerda los eventos de aquel día, como si hubiera sido este,

y enfurecido golpea la mesa con la espada neonata,

satisfactoriamente comprueba como la parte en dos trozos,

la gira y la mira, expectante, se observa en su reflejo,

con un zurdo surco, la introduce en su vaina magenta con adornos de oro,

recoge su capucha, y hábilmente al hombro va su espada

en su cinto decora otra, mas corta, azul y plata,

que debió de haber sido para los nietos de sus nietos su mas preciado tesoro,

sin linaje ya no quedaba sino bautizarla en fuego, 

ya no quedaba sino bautizarla en fuego

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