donde se oculta el sol, se encienden las estufas
en calurosos inviernos, al rojo vivo las manos
cantan mi martillo, mi mandil, el hollín y las súlfuras
danzando las ascuas, cicatrizando los lagos
al principio magma incendiante, el tiempo es agua y lo enfría
vapores infernales incendian la estancia, los establos, el pasillo
buscando incendiar el cielo huye por las ventanas, las tuberías
observo el hierro humeante, opaco y tosco, sin brillo
y acompasado de las chispas, afilo el borde de su cuerpo
lentamente, y sin prisa, sin dejar ni un solo hueco,
en que mi inquina y mi compas creasen un ostentoso filo
y entonces lentamente la miro, plácidamente la observo
sabe el martillo que del cielo le caen los clavos,
sabe el clavel que no es el destino el suyo, el del herrero
lentamente en su posada, posado sobre su camastro de mimbre
la herrumbre discernía desaparecer del todo envuelto en un gusano negro,
que salía por su ventana, por la chimenea de su tejado, y de su huerto,
muerto del todo por la misma gente que siempre le llamaba al timbre,
si el hombre aun no se rinde, es porque el hombre aun no se ha muerto
pero esta preparado para luchar por su martillo, su mandil, luchar por ser libre
se inscribe por ser hijo de su patria, y ahora es hijo del desierto
es cierto que debe de trabajar para saciar su hambre,
pero no clama su martillo esa canción en amistad, mas bien es una oda
un clamor a la temeridad, a la realidad que se desborda,
porque no hay hombre sin pan, ni abeja sin estambres,
siente calambres en el cráneo, y hasta en la yema de los dedos
su familia muertos ya, ya no pueden socorrerle
apresados por delitos inexistentes e improcedentes
sin armas para vocalizar o textualizar algo tan incoherente
el hombre si esta acorralado para salvar la vida miente
pero que mentira queda si no hay mentira desde este
la cara se le enfría, el sudor recorre su frente,
recuerda los eventos de aquel día, como si hubiera sido este,
y enfurecido golpea la mesa con la espada neonata,
satisfactoriamente comprueba como la parte en dos trozos,
la gira y la mira, expectante, se observa en su reflejo,
con un zurdo surco, la introduce en su vaina magenta con adornos de oro,
recoge su capucha, y hábilmente al hombro va su espada
en su cinto decora otra, mas corta, azul y plata,
que debió de haber sido para los nietos de sus nietos su mas preciado tesoro,
sin linaje ya no quedaba sino bautizarla en fuego,
ya no quedaba sino bautizarla en fuego
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