jueves, 15 de mayo de 2025

Recopilación de episodios históricos legendarios (7/7)

 

Histocast –SXVIII- CAGADAS NAVALES

Curiosidades: Hay más de mil barcos naufragados en el Cabo de Hornos. La costumbre de ponerse un pendiente en la oreja (por aquel entonces) era un símbolo de que habías cruzado el Cabo de Hornos; cuantos más llevara la persona, más veces lo habría cruzado (solo así se te consideraba un “marinero”). Costas de Rusia: Mar Negro (controlado por Turquía) Mar Báltico (controlado por Dinamarca) y el Pacífico (el puerto de Vladivostok es un puerto de verano)

VICEALMIRANTE ROZHESTVENSKY

CONTEXTO: GUERRA RUSO-JAPONESA (1904-1905)

Todo esto se fragua durante el comienzo de la guerra Ruso-japonesa; más concretamente en la guerra del mar Amarillo, en 1904. Los japoneses en un ataque por sorpresa han tomado Port Artur, el actual Lushunkou, y han ejercido un bloqueo a los rusos. La importancia de esta actuación es mayúscula porque justo en las aguas de este puerto se encuentra la Flota rusa del Pacífico (una flota no muy grande pero eficaz). El zar Alejandro Romanov, ante esto, decide mandar a toda la artillería rusa del Báltico con la orden de ofrecer apoyo y deshacer el bloqueo (una flota no más moderna que la del Pacífico) y estos bajo la directriz del Almirante Rozhestvensky ponen marcha a un viaje que les llevará a recorrer unas aproximadas 20.000 millas (unos 32186 kilómetros)

El Almirante Rozhestvensky tenía buena fama entre los oficiales rusos; era apodado perro loco debido a su dureza para con los hombres bajo su mando. Aun así, pese a la capacidad aparente de este personaje, la flota del Báltico estaba prácticamente situada de forma estratégica y fue cuando se recibió la orden que las operaciones militares fueron reanudadas por esta célula. Otros problemas relacionados con esto fueron: la baja moral de los hombres (el ejército ruso no pasaba por el mejor de sus momentos, esto se hará inmanente durante el próximo declive del imperio Ruso)y el pobre entrenamiento (no formaban parte de un equipo del que se supusiese que iba a entrar a la acción). Pese a todo, la flota emprende su marcha desde el Báltico. Comienzan los problemas.

Los barcos, al tener que emprender un viaje que en principio sin ser tan largo como acabó siendo, ya era largo de por sí; iban cargados de carbón. Esto sobrecargaba extraordinariamente estos rudimentarios barcos, y para evitar zozobrar tuvieron que deshacerse de toda la artillería media (piezas de 100, 120 mm) quedándose únicamente con la artillería principal. Y a pesar de esto, era el peso de los barcos tan grande, que Rozhestvensky tuvo que prohibir que se enarbolara cualquier clase de bandera en el mástil principal (salvo las justas y necesarias) por miedo a que el viento hiciera peligrar al navío. Con todos estos inconvenientes, continúan por el Báltico surcando los estrechos de Dinamarca; cuando alcanzan el Banco Dogger o Doggerbank (Este nombre proviene de Dogge, una antigua palabra neerlandesa que corresponde al barco de pesca). El banco Dogger es un gran banco arenoso (acumulación de grava o arena a lo largo de un litoral o en el lecho de un río), situado aproximadamente entre Dinamarca y Noruega, conocido por haber sido escenario de varias batallas navales de la primera guerra mundial y por ser un lugar de escasa profundidad donde la pesca es abundante, especialmente se práctica aquí una conocida como “pesca de arrastre”. Pues bien, los vigías de la flota rusa divisan varias lanchas torpederas japonesas; dan la alarma, se colocan en línea de combate, y disparan al objetivo hasta haberlo neutralizado. Cuál fue su sorpresa cuando descubrieron que en realidad habían bombardeado y hundido la Flota de arrastre británica de Hul, que se encontraba pescando por la zona (se estima que en total hundieron 48 barcos).  Las repercusiones de este acontecimiento, ahora conocido como incidente del Dogger, fueron inmensas. Para empezar, este acto fue la comidilla de la prensa internacional, pero más importante aún fue la reacción del Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad de Naciones) que en consecuencia a las crispadas relaciones entre Gran Bretaña y Rusia estuvo a punto de mandar a la flota británica, la cual se encontraba en las Islas Orcadas, y entrar en una guerra. Debido a esto, las relaciones con Gran Bretaña dejaron de ser positivas, y llegarán a firmar un tratado secreto con Japón en el que se decretaba que los británicos defenderían las costas japonesas si Rusia llegara a poner un pie en Japón. Pero más a corto plazo, y en lo referente a la flota de Rozhestvensky, este incidente fue un motivo de peso para cerrar a la armada el canal de Suez. Además, todos los puertos neutrales fueron puestos sobre aviso británico, dejando claro que no debían dejar desembarcar a la flota rusa. Esto plantea un problema logístico extremo.

Acontecido esto, emprenden dirección sur hacia el Golfo de Vizcaya rodeando la Cornisa Cantábrica, cuando Rozhetsvensky recibe un telegrama donde se especifica que desde el almirantazgo junto con el zar, han estimado que la potencia naval de su flota no es el suficiente y que por ello le enviarán otra flota de refuerzo(una flota compuesta a su vez de barcos viejos y sin un valor ante el problema real al que se enfrentaba Rozhetsvensky). Es entonces que el almirante ordena a la flota escapar a toda máquina de la flota de refuerzo. Prosiguiendo con su viaje, bordea Portugal, y a la altura de Tánger se proponen encomendarse al Mediterráneo con la esperanza de poder pasar por el canal de Suez en una gestión diplomática de última hora. En este punto, uno de los barcos queda enredado en un cable submarino, y el capitán del barco decide cortarlo sin consultarlo con nadie para poder quedar libre. Este cable era el cable de comunicaciones Europeo-Africano y África quedará incomunicada durante 4 días.

Gran Bretaña en este punto profesa un odio profundo hacia esta flota, y evidentemente les niegan el paso por el canal de Suez, por lo que embocan la costa sahariana y prosiguen hasta prácticamente llegar a las Canarias. Allí, uno de los buques más adelantados de la flota (el buque taller) avista a tres naves enemigas. Fijan los objetivos, y les disparan no menos de 300 cañonazos antes de reparar en que se trataban de un barco mercante Sueco, un barco pesquero Alemán y una goleta Francesa.

La flota continuó su periplo, y llegados al trópico, Rozhestvensky resolvió que habían de hacer un alto en el camino durante unos días con el fin de descansar y poner los barcos a punto. El almirante propone unas maniobras para entrenar a la tripulación y las primeras de ellas serán con la artillería principal de los barcos. Decidido esto, pasan una mañana completa disparando a un blanco fijo. Cuando terminada la jornada, el almirante recibe los resultados de las maniobras por medio de una hoja de blancos; el número de aciertos sobre el blanco fijado fue de uno.

No contento con esto, decide llevar a cabo una práctica de torpedos con los destructores. Recordemos ahora la rapidez con la que se había preparado esta flota bajo unos procedimientos y protocolos completamente obsoletos. A causa de esto, los destructores no tenían los libros de códigos actualizados (necesarios para determinar  y fijar la profundidad de la ruta y la dirección de los torpedos) Por lo que únicamente se atreven a realizar una primera práctica lanzando 7 torpedos, de los cuales uno quedó atascado en el lanzatorpedos, dos viraron noventa grados obligando a la flota a maniobrar para evitarlos, dos mantuvieron el rumbo pero no dieron en el blanco y el último de ellos quedó dando vueltas sin control, emergiendo y sumergiéndose en círculos durante diez minutos aterrorizando completamente a la tripulación. Acontecido esto, Rozhestvensky se limitará el resto del trayecto a navegar.

Una vez alcanzadas las inmediaciones del mar chino recibe un telegrama del zar, que le ordena en el mismo mensaje destruir a la flota japonesa y volver a Rusia para ser relevado de su puesto. Este mensaje sumió a Rozhestvensky en una suerte de resignación melancólica, y los entendidos de entonces aseguran que cayó en un estado de parálisis depresiva. El resto es historia, los japoneses obtuvieron una victoria aplastante sobre la flota rusa, y nuestro almirante fue hecho prisionero y devuelto con presteza a las estancias de Rusia, donde no sufrió mayor represalia por parte de sus superiores.

Tres microrrelatos

 

POLÍTICO CORRUPTO

Tenía dieciséis años cuando mi padre fue ajusticiado por unos gitanos del barrio. Su crimen: vivir en un edificio obrero, de protección oficial, en el que se había instalado una familia rival. La policía nos dijo que no pudieron encontrar las armas con las que se había cometido el crimen, y que al no haber testigos, desgraciadamente no podrían aseverar quien fue el culpable (y evidentemente, tampoco condenarlo). Solo ahora sé que el jefe del clan mantenía una estrecha relación con el alcalde de mi ciudad, el comisario jefe, y en resumen: personas muy poderosas. Sin embargo, aunque hubiera un sueldo menos en casa, mi madre pudo aprovechar nuestra situación desfavorable para hacerse con prestaciones sociales que me permitieran continuar con mis estudios. Mi diligencia y esfuerzo me otorgó la posibilidad de estudiar becado y titularme con honores en la facultad de derecho más importante de mi localidad y una de las más importantes del país.  No había pasado desapercibido, y fui invitado a formar parte de un partido político tradicional. Finalmente obtuve un puesto importante en el consistorio, y tras años de intrigas fui elegido secretario general. A día de hoy, los últimos sondeos indican con gran seguridad que me convertiré en el presidente electo en las próximas elecciones.

Muchos pudieran pensar, que se habrá hecho justicia, pero no; eso no es justicia. Solo cuando por medio de mis numerosos contactos consiga recalificar los terrenos de aquel barrio como terrenos inhabitables, derribe aquella amalgama de edificios cancerígenos de hormigón en el que juegan sus hijos, felices, y consiga hacer realidad este proyecto de cementerio de residuos nucleares que ha llegado esta mañana a la mesa de mi despacho; solo entonces se habrá hecho justicia.

LIMPIADORA POBRE

Llevaba años sin hablar con su marido.

Lloraba frente al sepulto amado, solitaria, acompañada de unos niños, mientras un sol de oriente proyectaba sus sombras a lo largo de las jaspeadas losas del cementerio en el que yacía tan querida pareja. Trabajó Inocencia como limpiadora toda su vida. En casa de sus padres, en una fábrica, y en casa de su marido por última vez. Siempre dispuesta a dar lo mejor de sí, era una de esas personas optimistas por naturaleza, y poco apegada al lujo; afortunadamente, porque nunca tuvo mucho.

El féretro negro de su amante reflejaba unas ásperas manos pecosas, manchadas de marrón por la vejez, por el tiempo. Llevaba años sin hablar con su marido, pero tuvo que hacerlo, porque solo con su dinero podría permitirse enterrar a aquella persona a la que tanto amo, y por el cual lo había abandonado.

MUJER DE NEGOCIOS

Unas manos de bebé espectral rozaban el dobladillo de sus pantalones empresariales, de tejido granulado y de corte recto, cuando terminaba de subir el último escalón que conducía al pasadizo para subir a aquel avión con destino Canarias. Un escalofrío recorrió su espalda por el aire acondicionado, pero decidió no darle más importancia de la habitual y se sentó. Su asiento acomodado de primera clase: reclinable, con pantalla propia individual, y una carta del servicio del avión era todo en lo que quería pensar en ese viaje. Había regresado a casa, y de ella se marchaba una vez más. Esta vez había ido a visitar a su familia. Reunidos en casa de sus padres: su hermana, sus dos sobrinos, su cuñado, su hermano y su cuñada, con un hijo en camino. Tres anillos habían recorrido su dedo anular; y tan fácil como entraron, salieron. Eso no era para ella: Esa comodidad… esa vulgar comodidad, ese conformismo… ese conformismo estúpido, ese…

El avión interrumpiéndola, comenzó a vibrar, despegaba.

Y una lágrima surcaba sus mejillas.

Sobre el amor y la felicidad

 

Iba caminando Quino por las frías calles de Albacete pensando en ella, aparecen el hijo de Carpanta y Dios.

Quino – Bien hallados seáis.

Hijo de Carpanta - ¿A qué esos anacronismos?

Dios – Mira quien fue a hablar. Se supone que esas son mis labores (lo de hablar raro).

Q – Lo siento amigos, tenéis razón. Es que ando como perdido. El hablar me sale en verso. Mis silencios son eternos, aunque de vez en cuando los rompo en un interminable discurso. En un problema estoy.

H – No he entendido nada.

D -  Soy omnisapiente, y yo tampoco.

Q – No sé qué me pasa. Bueno, que hace tiempo que suspiro por una mujer a la que amo. Se me aparece en sueños. Todo me recuerda a ella. Mi muy querida… como la echo de menos.

H – Que sufres mal de amores ¿No?

D – Eso he entendido yo.

Q -  ¡Sí! ¡Y de los peores!

H - ¿A qué es de los peores?

Q – No hay nada que no me haga volver a un dulce recuerdo suyo que se torna amargo. Como la idea de Bien supremo, aglutina todos los saberes; sea el bien supremo ella y todos los saberes el resto de mis fracasos amorosos. No importa cuando, donde, ni que esté haciendo. Mi mente es capaz de hilvanar la respiración a su recuerdo.

H – Mira que eres, poeta, gran adulador y exagerado tremebundo. Pero a ver, quien es ella que tan profundo te hace suspirar y quien tanta desgracia te está trayendo.

Q – Se llama como lo que ansía el político. Sus ojos son de un castaño primoroso, adelantados en la concupiscencia. Y que boca ¡Señor!

D - ¿Si?

Q – No, no. Estaba jurando. Quería decir que es de cualidad divina. Su voz es la de los ángeles.

D - ¿Cuál de todos?

H – Como le detengas por cada metáfora católico-cristiana me parece que vamos a tener conversación para rato.

Q – En fin, que es la viva imagen de la belleza. Y de una sapiencia extraordinaria. Elegante, sutil y majestuosa es ella. Nunca había conocido a nadie así.

H – Suena a la más hermosa de las mujeres para ti. Claro que la belleza no es una propiedad cuantitativa ¿No tendrás una foto suya?

Q - ¡No quiero un solo dispositivo si no puedo utilizarlo para verla! ¡Me niego!

D – Este muchacho esta prendado.

H – Y que lo digas. A propósito, que me ha parecido entender que no estás hablando con ella ¿A qué se debe si por ella bebes los vientos?

Q - ¡Oh cruel destino! La fortuna ha tenido por bien apartarla de mi lado, pero no solo su cuerpo: sino su corazón ¡Qué gran discusión, que bellísima trifulca! Luchamos cara a cara (Bueno, a través del teléfono) Usando nuestro amor como espadas y tratando de arrebatarnos el título de amante a regañadientes. Quiso el hado que acabara en agua de borrajas. Que la ventisca y la tortuosa tormenta hiciese zozobrar las embarcaciones de nuestra alma y acabase hundiéndose el amor, nuestro tesoro más preciado, y me temo que con el también mi compungido corazón…

D - ¿Seguimos hablando de una mujer?

H – Que lastima. Estas cosas pasan. Son naturales y, dentro de lo que cabe, estudiables ¡Anímate! La nostalgia juega a tu favor, y si tan bellas fueron vuestras experiencias y lo que en pareja vivisteis ten por seguro que el futuro, una vez sanes, te regalara el idilio de tu amor. Tan prodigiosa es la memoria humana.

D – De nada.

Q – Me temo que no sea así.

H - ¿A qué se debe?

Q – A que nunca fuimos pareja.

D – Arrea…

H – Dios, no te adelantes, deja que se explique el muchacho.

Q – Así os digo. El mayor dolor de su amor es nunca haberlo tenido.

H – Pero ¿No os debatíais en una encarnizada pelea de boxeo-?

D – De espadas en un barco pesquero.

H – Si, eso, buscando un tesoro. En fin, lo que quiero decir en definitiva ¿Cómo es que disputabais el puesto de amante si ella no te ama? ¿No sería más bien el de amado?

Q – Que poco entiendes, hijo de Carpanta, del amor ¡La amistad es un paso previo a la pareja en el que, como dos judocas, el tori zarandea al uke para comprobar su resistencia y perfilar sus mejores técnicas a la vez!

H – De verdad, que no le entiendo

Q - ¡Una forma de saber si al que amas es apto de tu amor, Jesús!

D - ¿Qué ocurre?

Q – Sera posible…

H – Si me permites examinar esto con vosotros, quizá podamos entender lo que está pasando y darle solución. Para encaminar el asunto, creo que primero deberíamos entender que es amar ¿Propuestas?

D – Yo amo a todos incondicionalmente, menos a los que en vida no me amaron. Los bebés no cuentan.

Q – El amor, es decir, amar y ser amado, es lo mejor que te pasará en el mundo.

H - ¿A qué entonces, estos paseos intempestivos en los que al primer encontronazo te manejas como una amalgama de nervios?

D – Muy bien no se te ve, no.

Q - ¡No lo entendéis! ¡El amor es sufrimiento!

D – Que me lo digan a mí, o sea a mi hijo, o sea a mí.

H - ¿Pero no es lo mejor que te pasará en el mundo?

Q - ¡Eso es! ¡Por eso se sufre por él! Nada hay bueno en este mundo que no se consiga con esfuerzo y algo de sufrimiento. Trabajamos para obtener dinero y comprar lo más valioso para el hombre: el tiempo. Así sucede con el amor. Manchas tus manos libidinosas y tu lesionada espalda en la áspera tierra para finalmente (y con suerte) recoger el fruto del tiempo y el trabajo. La flor. Este amor ¡Es verdaderamente hermoso! Un sufrimiento recompensado.

H - ¿Y cuando no es recompensado?

Q – Entonces pasa como el fruto inmaduro y reconcomido, que amarga la cosecha y los ánimos. Así es mi amor frustrado ¡Ay, mi niña! ¿Estarás pensando en mí como yo en ti? ¿Vivirás en un bucle laberíntico cuya salida es mi retorno? ¿Te acuerdas siquiera de mí?

D - ¡Descuida! ¡Seguro que sí! ¡No sufras hijo mío!

H – Un momento, par de dos. Permitidme continuar con la investigación

Q - ¿Y a el que le pasa?

D – Ayer leyó el Fedro

H - ¡Si me permitís! Voy a hacer una ligera variación en tu enunciado, Quino. El amor es lo mejor que te “puede” pasar. Pero yo me pregunto: Algo que en su naturaleza puede ser bueno y malo ¿Será el bien supremo? Ya no esto ¿Será lo mejor que te pasará en el mundo? Sigamos tu ejemplo. Trabajas, consigues dinero para comprar tiempo ¿Para qué? ¿Para dedicarlo a tus asuntos, ya sean solo para ti o para los demás, cierto?

Q – Cierto

D – Siempre fui de darme a los demás.

H - ¿Y para que querrías esto? ¿Es que obtienes amor al obtener tiempo?

Q – No tiene por qué, pero en algunos casos así es.

H – Pongamos uno de esos casos con el fin de poder entender mejor el amor ¿Qué se obtiene de él?

Q – Es evidente ¡Todo!

H - ¿Y para que querrías “todo”? ¿”Todo” no engloba lo bueno y lo malo?

Q – Supongo que sí

H – Vale. Hemos progresado un poco. El amor es todo lo bueno y todo lo malo que te “puede” pasar en la vida ¿Estamos de acuerdo?

Q – Creo que sí

H – Pero contrapongamos esta idea con la realidad. Pongamos el caso de un deportista. Un atleta. El entrena para correr mejor, y así hacerse mejor ¿No?

Q – Así es

H – El ser mejor le hace mejor corredor. O sea, es un corredor bueno. Es bueno ser de esta condición para el físico. Es un bien, entonces. Y el bien, es bueno.

Q – Así me parece.

H – Luego ¿Amar te hace buen corredor?

Q – No directamente, pero una motivación como el amor puede hacerte, sin llegar a ser excelente por su causa, un mejor deportista.

D – A mí me hizo morir, o sea matar a mi hijo, o sea morir.

H – Espléndido, te lo doy. Pongamos entonces el trabajo que desempeña un piloto de caza. Requiere de un entrenamiento indudablemente riguroso y de una sapiencia extraordinaria. Probemos con el nuestra pócima del amor. Ser de este intelecto, es bueno, luego es un bien. Ser capaz, por tanto, de pilotar un caza, es bueno ¿Amar te hace buen piloto de caza?

Q – Claro que no

H - ¿Puede ser entonces que estuviéramos errados y que el amor no sea todo lo bueno, sino algunas cosas buenas y todo lo malo?

Q - ¡Eso no tiene sentido!

D – También lo creo, no sé a dónde quieres llegar.

H – Bien, bien. No habléis como si yo lo supiera todo, por Dios santo.

D - ¿Tú también?

H – Examinemos los mismos casos. Un corredor que se prepara mal, no entrena y no es habilidoso, es malo ¿No?

Q – Ciertamente.

H - ¿Será mal corredor aquel que ame?

Q – No necesariamente.

H - ¿Peor piloto de caza?

Q – Tampoco.

H - ¿Peor pescador, mecánico, fontanero, electricista?

Q – Claro que no.

H – Pero hemos aclarado que te puede hacer desgraciado como es tu caso, querido Quino. O como le pasó a Dios cuando lo crucificaron. Sin duda ser desgraciado es algo malo ¿Puede ser que tengamos una nueva frase?

El amor son algunas cosas buenas y malas que te pueden pasar en la vida.

Q - ¿Qué es esto? ¿Por qué me siento como liberada el alma?

H – Ya sabemos, según nuestro razonamiento, que el amar es profesar amor, y que el amor son algunas cosas buenas y malas que te pueden pasar en la vida. Valdría la pena preguntarse si sirve de algo tan artificioso valor.

Q – Claro, estaría bien.

H – Volvamos al dinero por el tiempo y para el amor.  O a las manos que recogen el fruto del amor ¿Por qué alguien se arriesgaría a luchar por algo que tiene cosas buenas y/o malas, y que no parecen ser lo suficientemente valiosas como para presentarse como un fin en si mismo?

D – Yo ya sé la respuesta.

H – Gracias, pero no interrumpas amigo ¿Qué podría ser? Debe ser algo grandioso ¿Y de este bien provendrán otras cosas? ¿Así hasta el infinito? ¿Verdad que hasta hace un segundo concebíamos el amor como cénit? ¿Cómo todo lo que hay, bueno y malo?

Q – Así es.

H - ¿De qué cosas podríamos hablar equiparables a este concepto que ya hemos retocado con nuestra investigación? ¿O acaso nos ha parecido conveniente darle esta supina importancia y credibilidad al amor porque estamos poseídos por él?

D – Quino desde luego sí.

Q – No parece, aunque yo quizá.

H – Pero, un segundo ¿Y si en tu locura hubiera cierta lucidez? ¿Y si verdaderamente el amor fuera lo mejor que te pasará en el mundo?

Q – Ya quedó claro que no.

D – Eso iba a decir.

H – Examinemos la cuestión. Se trabaja para ganar dinero, o sea, por un bien para comprar tiempo; necesariamente un bien mejor, porque nadie intercambiaría un bien mejor por uno peor para producirse beneficio. Este tiempo, entonces, se emplea en el amor; un bien mayor que puede ser malo. Pero esto no acaba aquí.

Q - ¿Ah, no?

H – Tú me lo dirás, Quino ¿Cómo te sentirías si aquella bella mujer te amase como tú a ella?

Q – Feliz, sereno, completo.

H - ¿Puede ser, entonces, que el amor sea un bien que aspiramos a intercambiar por la felicidad, un bien mejor?

Q – Me cuadra.

D – Yo ya sabía la respuesta, pero hare como que os he seguido hasta aquí.

H – Hagamos sumario, pues: el amor es algo bueno y malo que te puede pasar en la vida, y que sirve para ser feliz ¿Conformes?

Q – Conforme.

D – Ídem.

H - ¿Y se puede amar solo a las personas?

Q – No lo sé.

H – Yo sospecho que si el amor sirve para ser feliz, todo aquello que nos acerque a la felicidad y de paso nos la otorgue tenga la capacidad de ser amado ¿No es entonces, Quino, mi querido amigo, una estupidez preocuparse por no poder ser feliz por algo o alguien a quien amas, cuando hay tantas maneras de ser feliz como cosas y personas hay en el mundo? ¿No debería ser en cualquier caso tu preocupación última ser feliz?

Q – Es posible.

D – Si sirve de algo te digo que sí.

H – Ea. Y si el cultivo de una planta puede germinar mal o bien, una bebida nos puede sentar mal o bien, un trabajo nos puede retribuir mejor o peor ¿No sería lógico instruirse en la ciencia que nos enseñe como hacer que estos procesos tiendan al bien, con el fin de alcanzar la felicidad, el bien último, cuanto antes? ¿No poseerás tu por casualidad esta ciencia, no, poeta?

Q – Ojalá

H – ¿Dios?

D – No soy tan omnisapiente.

H – Una lástima. Podríamos examinar esto más, pero en nada canta el gallo.

D – Vivimos en Albacete…

H – Retirémonos ahora que nuestra mente está satisfecha.

Q – Yo aún la amo, aunque ahora me preocupa más cual será esta dichosa ciencia ¡Descansad amigos!

D – Me vuelvo a los cielos.

H- Genial, y yo me vuelvo solo.

Renovación de votos

 Bienvenidos a un nuevo ciclo de literatura ¡Vamos a ver como se da! 

jueves, 30 de mayo de 2024

El bufet

 

El bufet

Devoraba y devoraba sin cesar los acompañamientos incluidos en su menú bufet. Sin prisa pero sin pausa. Había perdido la cuenta de las rondas que llevaba, pero aun así, su estomago no estaba satisfecho. Aún no sentía ese ardor en la garganta, esa hinchazón en el estómago que le hacía saber que era suficiente.  Cuando terminaba con los fritos de pollo, delicadamente agarraba la porción de pizza. Los primeros bocados rebosaban de sabor la boca de aquel hombre opulento, de gafas negras y redondas y más de 160 kilos de peso. Sus brazos no eran muy largos, en comparación a sus orondos muslos y a su descomunal barriga, y carecía de barba. Su pelo era escaso, parecía propio de un afeitado producido por una maquinilla trabada, sin embargo esto se debía a su incipiente calvicie.

El restaurante era un lugar más bien solitario. Era lo suficientemente amplio como para poder colocar varias mesas altas con taburetes a su alrededor alejadas las unas de las otras. Las luces del local eran de un color amarillo anaranjado, muy propio de las bombillas incandescentes, aunque probablemente su color era intencionado. En una barra central en forma de isla vaciada por el centro para la colocación de los electrodomésticos e instrumentos de cocina, se encontraban dos trabajadores con gorra que servían las pizzas y aperitivos del local.

Aquel gordo llevaba comiendo desde hacía ya horas, sin embargo su política, al igual que la del local, era la de comer hasta hartarse. Al principio había llegado al establecimiento con dos o tres amigos, que realmente no eran sus amigos. Eran personas que apreciaban al gordo por pena, y que sabían de su naturaleza voraz. Quizá para reírse de el, quizá, genuinamente, por un sentimiento de lástima; le acompañaron aquel día de nuevo en un nuevo episodio de frenesí devorador. Al principio, seguían el ritmo del gordo. Que como dije anteriormente, no comía en grandes cantidades, pero si durante un tiempo que cualquiera calificaría de insalubre. Pasadas unas dos horas, repletos sus estómagos, trataron de levantar al gordo entre bromas de su asiento para marcharse de aquel lugar. Sin embargo él no había terminado de comer, ni de lejos. Tras media hora de insistencia, dio igual que pudieran sentir por esta gran bola de carne de brazos hinchados y modales descorteses en la mesa. Empezaron a recriminar su forma agónica de comer. Sin descanso, sin apariencia de haber colmado su apetito. Su forma de comer no se podría describir sino agónica. Uno de sus compañeros se marchó al baño a vomitar, y culminado este episodio, dieron un ultimátum al gordo; que haciendo caso omiso de sus palabras se levantó una vez más a servirse una nueva ronda en la barra. Uno de ellos miraba impertérrito tan afanoso discurso, que sabía no serviría de nada, y sin mediar palabra se encendió un nuevo cigarro mientras los compañeros arrastraban sus sillas hacia atrás para salir disparados del local.

Pasaron unas seis horas, y el gordo regresaba a la mesa con una bandeja repleta de croquetas de queso y una nueva porción de pizza repleta de embutidos. Sergio, el único miembro del grupo que había permanecido, aplastaba su cigarro en uno de los ceniceros del local al tiempo que echaba un vistazo de reojo la mesa. El era la única persona de aquellas que, sin ser esto cierto, consideraba al gordo un amigo recíproco y que verdaderamente sentía pena por aquellos comportamientos compulsivos. Lo conocía del trabajo. El imbatible comensal por aquel entonces (dice Sergio) era un hombre mucho más delgado, con pelo, ambiciones, sueños y simpatía. Y por supuesto, sin esa obsesión abusiva con la comida. Mientras terminaba de pensar esto, el gordo se levantaba nuevamente en aquel local que había cambiado por completo. Su servicio 24 horas le había hecho vivir este escenario varias veces. Una luz amarilla tenue los cubría desde arriba como un flexo de estudio. Las mesas desiertas daban al establecimiento una apariencia fantasmagórica, con los dos cocineros como sus únicos acompañantes. La pésima iluminación, que los dejaba en penumbra, hacía a Sergio fijarse más que nunca en el gordo. Su manera de comer era exactamente igual que la que había demostrado al sentarse en aquella mesa a las cinco de la tarde. No demostraba cansancio, ni hartazgo. No, nada más lejos de la realidad. En el mismo orden terminaba sus aperitivos solo para una vez más comerse aquella porción ridículamente carnívora. Reparó en que aquel gordo hacia horas que no probaba una gota de ningún líquido, y en un gesto caritativo y por pura exasperación se levantó para rellenar su vaso de refresco. Se sintió contrariado.

Pasaron otras 6 horas, el reloj marcaba las cinco de la mañana y unos tantos minutos. Sergio, que tanteaba con los dedos el plástico de la cajetilla de tabaco por abrir, miraba somnoliento el cenicero de metal. Veintidós. Esas eran las veces en las que el gordo se había levantado para probar nuevo bocado. Veintidós malditas veces. Sergio se agarraba los pelos de la cabeza y trataba de no mirar a su acompañante. Sin levantar mucho la vista, ojeó el vaso de refresco que no había vuelto a llenar. Estaba repleto. No había dado ni un solo sorbo. Una mosca zumbaba moribunda en aquel vaso de refresco, atrapada en una concentración de azúcar que espesaba sus alas. Se oyó una silla. Era el gordo, que se había levantado a por un nuevo trozo de pizza y sus consiguientes acompañamientos. Los cocineros no eran los mismos, evidentemente los que les sirvieron por la tarde habían cambiado su turno por aquellos terminada su jornada. Una mano vacilante arranca el plástico de la cajetilla casi sin pestañear. Sergio se incrusta un último cigarro y prende fuego a una cuenta atrás de papel blanco. El gordo se sienta con una nueva porción y unos Nuggets de pollo, a lo que Sergio no puede evitar reparar en las cuantiosas manchas de tomate que recubren los labios de su acompañante, dándole la apariencia de un payaso. Mira el reloj. Se convence. Tras llevar durante toda su estancia en el local sin despegar los labios, trata de concienciar al gordo sobre la situación. El gordo le comenta sarcásticamente que llegará a pedirse el desayuno y Sergio propina una calada tajante al cigarro. No, esto no debe ser. Esto no es bueno para ti. El gordo no oye, no quiere oír. Sigue comiendo. Termina sus Nuggets. De verdad, para, vámonos de aquí. Te llevo a mi casa a dormir, se que estas solo, que no tienes casa. No tienes que castigarte. Sin levantar la mirada del plato muerde la pizza, sorprendentemente rápido se la termina y se queda quieto. Márchate de aquí, yo aun no me voy a ir, tengo hambre. No tienes porque quedarte si no quieres. Nadie te obliga. Sergio desliza su silla hacia atrás, se levanta, y apaga la colilla. Se guarda las manos en los bolsillos y sin mediar palabra se marcha del local. Sin poder evitarlo, echa un último vistazo a través de la puerta trasparente, y ve al gordo, que está pidiendo una vez más para sorpresa del cocinero.

Rubén se sonríe con su tío mientras le cuenta aquel sueño, que no puede evitar reír de vuelta mientras continúa con la labor. La edificación que les rodeaba eran tres paredes grisáceas con espejos y que todavía está en construcción, en medio del polígono. A sus alrededores solo carretera y unos cuantas naves que se veían a lo lejos. Rubén desatendiendo su labor, pensaba con todas sus fuerzas en aquel sueño que trataba de retener en la memoria. No era la primera vez que olvidaba una gran historia que había sido provista por la mano de la inspiración en sueños. Su tío percibe que no esta colaborando y le regaña para que vuelva al trabajo. Sin embargo, Rubén, debe encontrar una manera de guardar aquella información. El frío que siente en sus brazos le da una idea. Entra en la estructura y se fija en los espejos empañados por la condensación. Y sin mediar palabra, comienza a dibujar un pequeño esquema con todos los elementos de su sueño, tratando de no perder ni un detalle importante y observando que alguno de ellos ya le resultaban desconocidos; como si ya hubieran emprendido su camino fuera de la memoria. Tras esto, soluciona el nuevo problema cogiendo el móvil y fotografiando el espejo, enfocando desde diferentes ángulos para recoger las escrituras del espejo en su totalidad. Su tío, que ha levantado la vista un segundo para ver si su reprimenda ha puesto a Rubén a trabajar, sarcásticamente le indica que así no se va a acordar. Después de decirle esto, empieza a reír pensando en el estúpido de su sobrino.

El gordo se levanta de su caja de cartón, y comprueba la lata vacía. Entre céntimos y monedas de euro, reúne unos diez euros. Con la camisa se restriega los labios quitándose las manchas de tomate seco. Algunas de ellas están tan duramente incrustadas, que las pellizca para quitarlas sintiendo unas leves punzadas de dolor por los escasos pelos de bigote que se arranca en el proceso. Con un agudo dolor de espalda se levanta poco a poco, mareándose, pero consiguiendo erguirse al final. Emprende camino al bufet una vez más. Serían las 2 de la mañana, tampoco le importaba. Lentamente recorría la acera vacía de la avenida que llevaba hasta su sancta sanctorum. Hasta que se hizo el horror. Las luces apagadas no fueron el indicativo del declive. Fue la puerta que no se abría, pese a sus inmensos empujones, lo que le hizo saber que aquella noche el bufet estaba cerrado.

Paseaba tranquilamente por el arcén del quitamiedos por aquella carretera, total, Rubén sabía que no habían coches por allí a esas horas. Golpeaba una piedra mientras pensaba en aquel sueño y caminaba bajo la luz de la luna con un frío un poco mas taimado. Las naves industriales se repartían alejadas unas de otras en la lontananza, y el aire soplaba entre los orificios de los ladrillos y los guijarros del camino, rebosando el viento de dulces silbidos. Estaba ensimismado en aquel ambiente cuando de pronto le sorprendió el espectáculo que se sucedía en una nave iluminada, no muy lejos de el. Un hombre oblongo, de pelo escaso y de andares patizambos se acercaba desde la oscuridad del terreno baldío, de entre los matorrales. Con sus brazos cortos acompañaba sus torpes pasos de tonel viviente en dirección a la puerta de la nave. Era una nave de distribución de una famosa marca de pipas y aperitivos, y pudo distinguirlo Rubén en el camión aparcado en la puerta de la nave, en el que no había reparado anteriormente. Ahora que se fijaba, dos hombres descargaban cajas mientras aquel gordo se acercaba a trompicones a la puerta, hasta quedar descubierto bajo la luz de una farola. El gordo comenzó a pedirles pipas. Pero no las pedía, realmente, las exigía. Las exigía como el que desesperadamente busca agua en un desierto tras andar días perdido. No era su día de suerte. Ven gordito, nos lo vamos a pasar muy bien tu y yo. Rubén tardo en comprender las palabras de aquel hombre en su totalidad hasta que se fijo en como se tocaba obscenamente la polla sin llegar a meterse la mano en los pantalones. Quizá si lo hubiera sabido no se estaría acercando a la escena cada vez más. El hombre dejo de manejar su pantalón y comenzó a correr hacia el gordo, que soltó un bramido de terror absoluto y comenzó a correr grotescamente. El hombre no apuraba el paso, parecía disfrutar de la persecución antes de hacerse con el culo de aquel gordo, que sabía que sería suyo tarde o temprano. La cara del gordo advertía una tonalidad blanca recién adquirida y un gesto de miedo absoluto. No dejaba de gritar. No dejaba de correr. Rubén tampoco podía dejar de dar paso tras paso y se acercaba cada vez más a la nave. El gordo de repente desapareció tras un par de contenedores, y su perseguidor por alguna razón comenzó a correr en su dirección. Hubo un sonido metálico y hueco, y tras esto, un silencio. Todo permaneció en silencio. Silencio. Rubén, con la misma facilidad que había apresurado el paso, se detuvo, tratando de camuflarse entre la noche, y haciéndose consciente del inminente peligro que corría allí. Ahora que echaba la vista atrás, veía como había bajado casi sin darse cuenta aquel terraplén que separaba la explanada de la nave y el arcén del quitamiedos. A su derecha se hallaba el camino de regreso arriba, y andando con normalidad trato de disimular y marcharse de aquel lugar. Una oronda forma asomaba exhausta tras los contenedores con una barra de hierro. Rubén se fijo en su cara sudada y fatigada, y en el cuerpo tirado a los pies del gordo. Una farola iluminaba al gordo, otra a Rubén. Se fijo en sus gafas, su calvicie, su cuerpo. Como no había reparado en aquello antes. Quizá lo había hecho, pero se había jurado a sí mismo que aquello era imposible. Quizá por ello no podía dejar de acercarse a aquella escena. Quizá por ello los iluminaban aquellas farolas. El gordo, asustado se fijó en Rubén a su vez. El gordo de su sueño. El gordo del bufet. Sabiendo lo que debía hacer, el gordo hizo acopio de sus últimas fuerzas y se lanzó al ataque contra Rubén, gritando como un poseso, agitando violentamente sus brazos mientras se tambaleaba hacia su víctima. Rubén comenzó a correr, casi de inmediato, entendió que iba a morir. El gordo jadeaba, sus rodillas flaqueaban, pero sus alaridos; pronunciados entre respiraciones entrecortadas, se iban reproduciendo más altos. Helaba la sangre. Con un súbito instinto de supervivencia, Rubén comenzó a correr en espiral, y al ver que el gordo le perseguía como perdido el raciocinio y al borde de la hipoxia, decidió seguir hasta cansarle. Las rodillas del gordo flaqueaban. O eso pensaba Rubén, que empezó a subir el camino raudo sin reparar en si aquel gordo dejó de gritar, o si se alejó de el. Llevaba un rato caminando por aquella senda en la que había acabado, diferente a la carretera de la que venía paseando, cuando una silueta se dibujaba en la oscuridad en dirección hacia el. Sinceramente, tembló, pero creyendo que podría darle esquinazo otra vez no receló en seguir caminando. Esta figura se iba aclarando, y tras estas surgían otras más. Aquel sendero era estrecho y se pronunciaba del relieve que lo rodeaba. En el lado izquierdo caminaba Rubén, mientras en la derecha personas tras otras seguían a las siguientes marchando en dirección opuesta. Hacia la nave.

Quino terminaba de escribir este texto en el bloc de notas del móvil, tratando de no olvidar aquel sueño; que ya se marchaba furtivamente de su memoria. Se esforzaba por retener la mayor cantidad de información, y aun así, notaba como ciertos detalles se escapaban. Se resignó a que así es como funciona la mano de la inspiración, que te bendice por tu tiempo limitado. Y se prometió escribir sus sueños nada mas despertar, para no volver a perder un detalle. Tuvo que dejarlo, porque atravesaba el arcén del quitamiedos de una carretera de camino a su trabajo en el polígono.

domingo, 12 de mayo de 2024

Recopilación de episodios históricos legendarios (6/7)

 LA CARRERA DEL GLORIOSO

Un nombre muy apropiado. Esta época dorada de la literatura sobre piratería, con obras como la isla del tesoro, nos remonta al siglo XVIII; más concretamente 1747. Durante la guerra del asiento, también conocida como “la guerra de la oreja de Jenkins”.

El Glorioso era un navío de línea español (un buque de guerra de tres palos con aparejo de velas cuadras (velas tropezoidales) y de dos a tres cubiertas artilladas), que portaba un tesoro traído de América. Por aquel entonces, países como Gran Bretaña y en su momento Francia se nutrían del pillaje, y les salía muy rentable establecer redes de espías en diferentes puertos conocidos. Aunque en este caso hablaré únicamente de los británicos. Estos aguardarían a que un barco recibiera un gran cargamento y avisarían a la comandancia, que pondría en juego sus respectivos efectivos. Es por esto que para cuando parte el Glorioso, ya habrían barcos británicos aguardando en las Islas Azores su llegada. Esto es porque por aquel entonces no existía un método para volver a América una vez llegado a Filipinas a causa de las fuertes corrientes del océano, y el viaje de regreso a la península una vez obtenido lo que se hubiera ido a buscar solo era posible encomendándose a la ciencia de la naturaleza, en este caso; a la corriente marina de Kuroshio o Kuro Shivo. Y aunque por suerte era un método eficaz para acelerar el viaje, no dejaba a los barcos directamente en el puerto de Cádiz, evidentemente, sino que continuaba hacia las Islas Azores. Normalmente, los navíos españoles se dejaban arrastrar, hacían aguas en las islas y aprovechaban para repostar fruta, agua y demás. Para ser más específicos acerca de este barco, el Glorioso, era un barco de setenta cañones, para más detalle; un navío de dos puentes muy bien armado. Este barco fue botado en la Habana en 1740 y estaba capitaneado por Pedro Mesía de la Cerda. Y su cargamento era de 4.000.000 de pesos en plata. Ahora que nos lo podemos imaginar con más precisión, reanudamos la acción.

El navío alcanza las Azores, y entre la bruma en un banco de niebla, desde el Glorioso se avista una formación inglesa. No sabrán cómo está conformada exactamente hasta que se disipe la niebla. Se trataba de una flota de diez buques ingleses, de los cuales tres son de guerra. El navío de línea Warwick de 60 cañones, la fragata Lark de 40 (La fragata es un buque de guerra concebido para actuar en misiones especializadas de escolta, guerra naval, antiaérea o antisubmarina, aunque puede disponer de sistema como de apoyo en otras misiones) y un bergantín de 20 (una embarcación de dos palos (el mayor y el trinquete) con bauprés y velas cuadras). Esto probablemente tendría su razonamiento táctico; pues el barco de línea era un barco potente pero pesado, la fragata que sería un buque mediano y el bergantín uno veloz y ligero.

Se establece el primer combate, y el primer movimiento lo hará el bergantín inglés que aprovecharía su tamaño y velocidad frente a un buque de línea para situarse en su popa, y desde allí barrer sus cubiertas. Sabemos que esta era la técnica más útil para rendir un barco; pues una bala de cañón desde popa atraviesa toda la cubierta y la sentina causando unos estragos que muchas veces llegaban a ser irreparables. Para evitar esto, los tripulantes del Glorioso trasladan rápidamente cuatro cañones de 18 y 24 libras a la popa e inician fuego; repeliendo finalmente al bergantín.

El comodoro Crookshanks, el líder de la flota, observa como el Bergantín ha sido repelido mientras prepara al Warwick para salir en camino y envía a la fragata con la intención de ganar tiempo y ponerse en línea con el navío español. La fragata acaba teniendo que retirarse esa noche con graves daños en el casco y en el aparejo debido a las andanadas del Glorioso. A las 2 de la mañana, el Warwick consigue ponerse en línea con el navío español; y tras una hora de cañoneo una andanada del Glorioso deja al Warwick sin mástil principal, sin aparejo, y el barco queda completamente inutilizado. Ante este espectáculo, prácticamente la flota británica se encontraba en sus manos, pero Mesía prefiere retirarse y no perder tiempo rematando al buque inglés, abandonando su objetivo principal.

Continúa su camino hacia España y realiza arreglos y reparaciones sobre el barco tras la contienda. Estos acontecimientos se sucedieron a mediados de julio. Para el 14 de agosto ya habrían alcanzado prácticamente el cabo Finisterre. En estas que el buque español encuentra de nuevo que salen a su paso una flota británica compuesta por el buque de línea Oxford de 50 cañones la fragata Shoreham de 24 cañones, y otro bergantín de 20. Estos le obligan a trabar combate, y tras una hora de cañoneo el Glorioso hace que los barcos deban escapar. Aunque esta vez, perdió el bauprés. Tras el combate deciden dirigirse a tierra y a los dos días llegan al puerto de Corcubión donde ya desembarcan la carga y llevan a cabo unas reparaciones mínimas con las que mantener la estabilidad del buque y llegar a Cádiz. El capitán Mesía que se plantea en primera estancia emprender rumbo al Ferrol deberá optar por continuar hacia Cádiz a causa de las condiciones climáticas.

El 17 de Octubre, durante el viaje a Cádiz, frente a las costas sureñas de Portugal se encuentra con un grupo de 5 fragatas corsarias inglesas, apodadas como La Familia Real. Esto porque todos portaban nombres de la familia real británica. Pues bien, el primero en acercarse al navío español será la fragata King George, y tras un breve intercambio de disparos queda fuera de combate. Poco a poco el resto de fragatas aprovechan para aproximarse paulatinamente al Glorioso para establecer combate contra él. Mientras todo sucede, al norte, desde el horizonte se puede divisar la llegada de un buque de línea inglés conocido como Darmouth; de 50 cañones. El galante trata de buscarle la línea de combate y comienza a disparar al Glorioso, con tan mala suerte que la primera andanada que recibió hizo blanco en la santabárbara (lugar donde  se almacenaba la pólvora en los barcos) y el navío saltó por los aires, muriendo todos excepto un estimado de 10 o 12 hombres. Tras esto, el resto de fragatas de la flota se retira.

El Glorioso, prácticamente inservible ya, a duras penas trata de alcanzar Cádiz; cuando el 18 de octubre un nuevo navío de línea inglés sale al paso. El Russell, con 80 cañones, que se une a las fragatas perseguidoras y acechan al Glorioso cañoneándolo y rodeándolo. Todavía defenderán el puesto durante todo ese día y toda la noche. Sin embargo, en la mañana del día 19, habiéndose quedado sin pólvora y sin municiones, con la tripulación más que extenuada y estando el barco en un estado tan deplorable; el capitán Mesía considerando imposible la defensa de la nave la rinde a los ingleses.

Éstos, sorprendidos por la fiereza de la nave, remolcan lo que queda del Glorioso hasta Lisboa; donde una inspección les asegura que el barco no podría entrar en el catálogo de la Marina Real británica. El capitán Mesía y la tripulación fueron trasladados a Londres donde fueron tratados con mucho respeto y admiración. Por su parte, tras el incidente de las Azores, el comodoro Crookshanks se enfrentó a un consejo de guerra que lo expulsó de la Royal Navy. Un detalle a tener en cuenta, es que para que un barco de estas cualidades se pudiera permitir rendirse, debían de haber sufrido un número de bajas superior al 50% y encontrarse en una situación apocalíptica prácticamente; pues si se rendían deliberadamente, así como Crookshanks podrían haber sufrido un consejo de guerra.

Shaolin (Prólogo)

 

Prólogo: el capullo florece   

El mundo gira, y el tiempo pasa. El movimiento es la ley sobre la que se erige la vida, y el destino es incierto. Hay quienes empuñarán sus espadas por un mesías, hay quien lo hizo por un profeta. Antaño, también lo hicieron nuestros ancestros empeñando sus esperanzas a los astros, e incluso a lo paranormal.

Pero también, hay quienes optaron por olvidar. Decidiendo sumergirse en el supremo conocimiento del ser, y el infinito arte de la meditación. Personas que aceptaron su naturaleza y su lugar en el espacio y el tiempo, como algo pasajero y fluido; que sucedió y sucederá; imposibilitando la quietud con la parsimonia del aprendiz, moviéndose eternamente en un ciclo ubicuo. Porque la vida es eso, movimiento.

Los poderosos shaolins, no solo dominan el supremo conocimiento del mundo, sino que por medio de la meditación conocen su función en el universo como entes no juzgantes; siendo la iluminación, la materialización final de un trabajo y esfuerzo mental y espiritual sin parangón; casi imposible para un humano. Pues por desgracia, para el ser humano el camino no es sino un medio para alcanzar un fin, y en el corazón de los hombres descansan las atrocidades cometidas contra las especies que plácidamente conviven, así fueran vecinos de la nuestra; y las cicatrices de los cuchillos de sus hermanos. Es así, que el poder juega un papel crucial en lo que un hombre realmente desea, por encima de todas las cosas; esto es, lograr sus sueños y cumplir su objetivo.

Los shaolins entrenan en dojos aislados, situados en parajes incomunicados e insólitos, donde residen sometidos a un extremo medio ambiental y a unas dantescas condiciones meteorológicas; preparados así para cruzar el más ardiente de los desiertos si hiciera falta o la fría tundra de Hokkaido. Aquí abandonan toda aspiración, meta o cometido para entregarse plenamente a la meditación y al seguimiento rígido y disciplinado de las enseñanzas budistas; buscando conseguir la iluminación, y el supremo conocimiento del mundo. Sin embargo ¿Qué implica para un shaolin alcanzar este supremo estado mental, cognitivo y físico?

El supremo conocimiento del mundo es un poder que los primeros maestros del budismo lograron hallar en sus propias mentes, como quien halla oro en una sima abisal; por casualidad. Tratando de alcanzar lo que ellos creían era la iluminación, consiguieron despertar algo opuesto, tan peligroso como revelador en las manos adecuadas.

Como seres vivos miembros del universo, formamos parte de la historia del mismo pese a estar ligados a él durante un breve lapso de tiempo. Las leyendas dicen que las estrellas dotaron a los planetas de movimiento; y así es que cada pequeño individuo en la basta inmensidad del cosmos, que así como un microorganismo en mi cuerpo habite un planeta, conserva un pequeño ápice de las estrellas.

Fue mediante la liberación espiritual que los primeros maestros budistas obtuvieron recuerdos nuevos en sus mentes; más longevos, más viejos… Los recuerdos de los astros. Con esto me refiero a las memorias del mundo. Al acaudalado río galáctico en cuya marea viaja el todo. Accediendo a éstas memorias del mundo fueron capaces de aprender, de observar y de escuchar;  sumergidos en un místico escenario con un solo puente rojo granate, donde no se alcanzaba a vislumbrar en qué lugar éste comenzaba y en cual terminaba terminaba. Este puente encima de un majestuoso y cristalino rio turquesa que arrastraba unas suertes de sábanas blancas transparentadas, las cuales apenas alcanzaba la vista por su cuantiosidad y por la presteza con la que se desaparecían del río; como si de expertos peces nadando a favor de la corriente se tratara, era el lugar al que estos maestros conseguían llegar.

Por el contrario, una vez llegados aquí, limitados eran los hombres que fascinados por esta nueva realidad gnóstica y estética consiguieron abandonar el puente sobre el que meditaban y observaban las aguas del mundo pasar.

Sucede que la iluminación no es sino el resultado de la comprensión del supremo conocimiento del mundo, que solo puede alcanzarse por medio de la liberación espiritual; esto es, la adquisición de las memorias del mundo. Buda, el primer iluminado; poseía el conocimiento previo de todas las reencarnaciones que lo llevaron a estar donde estuvo, cuando tuvo que estar y en las condiciones necesaria; y pese a ser conocedor de la existencia del supremo conocimiento del mundo gracias a esto, decidió ignorarlo. Buda, entonces, es erróneamente conocido como el primer iluminado; aunque es discutido si su sobrenombre “el primer iluminado” reside en  esta negativa a alcanzar la iluminación para sí, permaneciendo en la tierra como un guía para aquellos que quisieran alcanzarla y preservando la belleza en el terror de la auténtica iluminación a aquellos maestros que le precedieron.

No fue sino cuando sus aprendices, y los aprendices de estos decidieron imitar y estudiar los pasos de Buda; que esté lo confesó. A escasos días de abandonar su alma su cuerpo y perderse en el río del mundo, con el fin de preservar su legado humano, creyó en sus allegados confiado de que sabrían darle a este supremo conocimiento del mundo el correcto uso que él no necesito usar en vida. A este momento se le denomina “el primer pecado de Buda”. Tras esto, partió y murió en tierra desconocida.

(Nos fijaremos en uno de sus 6 aprendices)

(Al poco de morir Buda, Nepal) 

Seis shaolins meditaron en la postura del loto durante treinta días y treinta noches, sin probar bocado ni beber agua; todos ellos dispuestos en círculo al raso en la loma de una montaña helada. En aquella construcción de madera y mimbre, perforada y corroída por el tiempo, la nieve traspasaba las rendijas del techado filtrándose y cayendo suavemente. Se amontonaba en el suelo natural y en el tatami podrido en el que descansaban, cubriendo en pocos días a los seis shaolins; que, inmóviles, quedaron enterrados por el agua y el hielo. Las ventiscas incesantes tambaleaban un cuenco de madera del que comían los seis shaolins, dispuesto en el centro del círculo como recordatorio de que tras su última comida, no habrían de comer más. El vendaval mecía tras trémulas vigas hasta hacerlas chillar, desplazando los cimientos del lugar de izquierda a derecha; estaba claro que el lugar podría venirse abajo en cualquier momento.

(Uno de los seis, el primero y el último en despertar)

Del conjunto de nieve que rodeaba el suelo, surgió un nuevo sonido. Éste era pausado pero continuo, aunque sordo; recordaba a un rastrillo que se desliza sutilmente por la arena. Cada vez más, el sonido iba cobrando forma, hasta que a esta melodía de rastrillo se sumó una nueva sintonía; ésta, la del grano cayendo al fondo para rellenar el espacio recién vaciado, marcó un arco creciente y concluyó en tres paladas y el derrumbe de un montículo. A fuerza de arañazos y dentelladas surgió del montón una famélica figura que se arrastraba en la oscuridad del cielo nocturno de la montaña, ahora bañado en un negro punteado con numerosos trazos blancos indelebles; que no se arrastraban por la voluntad de Bóreas, sino que adornaban la bóveda celeste como linternas. Tan enjuto era su cuerpo entumecido y necrosado, y tan morado; que contrastaba con la nieve por la que se arrastraba, adquiriendo este tono extraño por el pasar de su circulación que se debatía por diseminar sangre a sus extremidades congeladas; entremezclando su piel morada con negros y amarillos blanquecinos. Entonces se detuvo, impotente, y reparó en que estaba ciego. Y fue entonces que quiso escuchar y comprobó que también estaba sordo. Inválido y prácticamente paralítico, se recostó en el frío suelo, tendiéndose boca arriba como pudiera. Y apuntaba, con la que le falta a la esfinge, hacia lo que debiera ser  la estrella polar (especialmente reluciente esta noche) cuando recordó ¿Qué es lo que hacían allí estos shaolins? ¿Qué los habría llevado a morir a esta montaña, en estas vicisitudes?

(Un templo amarillo por la luz, de piedras beige y palmeras verdes entre chorros de agua azul desembocantes de dos cabezas de león; éstas dispuestas sobre un arquillo de manera simétrica en lo que serían las esquinas trazado este arco sobre un rectángulo. Una alfombra roja recubre cuatro escalones que no son altos, pero son anchos; sin embargo el arco se erige sobre una especie de suelo en lo alto de estos cuatro escalones que llegan desde los cuatro lados de este cuadrado en el que otro cuadrado entre cuatro cortinas se extiende. Este arco está dispuesto junto a otros tres, cada uno en un lado del cuadrado erigido sobre las escaleras, haciendo de entrada a la habitación encortinada. En la habitación encortinada entre cojines se encuentran las posesiones más preciadas de los noventa y nueve shaolins que en el agua que circunscribe esta plataforma se hallan meditando. Sin embargo, sentados en el último escalón, antes de pasar a las cortinas; seis shaolins llevaban desde que Buda abandonó la estancia hace setenta lunas meditando de pie.)

Tras la marcha de su maestro, como cabría esperar de sus más leales aprendices, decidieron encontrar la iluminación a cualquier coste; más bien, lo que Buda les hubiera dado a conocer como meditación antes de revelarles la verdad. Siguiendo así, los noventa y tres, una vida dada al autoconocimiento y la meditación; mas éstos seis ansiaban pasear por el inmenso puente rojo que Buda les describió guardándose una vez llegados allí, por supuesto, de observar las aguas o meditar. No obstante, no fue mucho el tiempo que pasó cuando recibieron noticias sobre su maestro, venidas de mano de un mensajero gimnosofista que habitaba en las montañas y que servía al templo por puro altruismo. Traía este siempre noticias de aquí y allá que eran de gran interés para Buda, y dada la ausencia de éste, ningún shaolin esperaba volver a verlo jamás. Éste les anunció que su maestro había sido asesinado en su lecho de muerte, por un hombre de identidad desconocida,  que desapareció a la luz del día tras el incidente.

Tranquilizados recibieron ésta fatal noticia; pues ellos sabían cuál no sería el último deseo de Buda, la venganza, y pese a no tomar represalias estimaron oportuno tenerlo en sus oraciones y pensamiento. Sin embargo, una inquietud les impedía aceptar la verdad. Ignorantes de la condición de su maestro y de su muerte inminente, no podían dejar de pensar en el culpable de semejante fechoría; en el hombre que asesinó a Buda. En su cara. En su voz. Irrumpía en los pensamientos de los shaolins como una incógnita, como una idea persistente y mordaz que se agarraba a sus psiques; yendo y viniendo de manera reiterada, clavada como una astilla en la piel.

Fue entonces cuando éstos, los seis shaolins más expertos del templo, decidieron partir a las montañas y recluirse en un desvalijado monasterio en la loma; donde meditarían hasta alcanzar la súbita y total comprensión del supremo conocimiento del mundo. Así, consiguiendo conectar con las memorias del mundo, podrían sumergirse en busca del rostro del asesino de su maestro; acallando así para siempre esta gran incertidumbre. Sin embargo, los shaolins eran plenamente conscientes de que este no era sino el paso previo a la venganza. Los demás shaolins les hicieron abandonar el templo, apilando sus túnicas de la habitación cortinada en la entrada. Pues sabían que tal decisión no llevaría a los shaolins a ningún lugar, salvo al odio y al sufrimiento.

Aun así, partieron al alba con sus túnicas y seis sombreros de paja confeccionados al momento de su marcha como único equipaje en su periplo. Alejados del templo ya, se inmiscuyeron en la crueldad de la montaña con el objetivo de hallar un lugar donde meditar, he aquí que recordaron este monasterio. Avanzaron sin miedo guiados por sus atléticas piernas. Impasibles ante el frío y la nieve, al déficit de oxígeno, y al hambre y sed; cruzaron grandes extensiones de roca maciza y hielo, alcanzado finalmente una vieja fortificación que aún se tendía en pie como un enorme punto marrón que se perdía en el accidente. Tras alcanzarla, tiraron sus sombreros y se dispusieron a entrar. La puerta estaba desvencijada y solo quedaba la parte derecha, por lo que entraron sin dificultades. El suelo de piedra, estampado con esquirlas y escarcha, adornaba con unas pequeñas raíces que florecían costosamente de entre la roca hasta llegar a un falso suelo en forma de tatami; en mal estado por la podredumbre y el musgo, pero que curiosamente había mantenido sus propiedades sonoras en las zonas que quedabas estratégicamente resguardadas de los copos por el cochambroso tejado. Uno de los shaolins sacó un cuenco de madera en el que había ido recogiendo bayas y raíces durante su ascensión a espaldas de los otros cinco; excepcionalmente, no dispusieron de este acto reprochable como debieran y comieron del mismo cuenco.

Terminaron, y sin mediar palabra, depositaron el cuenco en el suelo y se posicionaron en círculo conforme a éste, y adoptaron la pose del loto.

(El marchito shaolin de sentidos embotados, con lágrimas en los ojos, recuerda cómo llegó hasta allí. Siente una vibración en el suelo, y nota su cuerpo desplazarse. Cuando empieza a abrir los ojos, observa a un asiático con el pelo recogido vestido en un traje rojo con adornos esmeralda, y un gallo dorado estampado en la espalda. Repara en que vuelve a ver)

¿?: Si mis ojos no me engañan, y lo hacen, diría que os sumergisteis a morir a la nieve como polillas sin luz; como adalides sin Dios, como huérfanos sin padre. ¿Qué acaeria en tan desatendido lugar para que fuese de necesidad para, ni más ni menos, que seis de los shaolins de Buda asistir? (El shaolin observa de arriba abajo la estancia; es una suerte de cueva excavada en la montaña, colmada de cristales de un azul vivo que irregularmente crecen de entre la roca y que ofrecen una tenue luminiscencia; sin embargo a razón de su cantidad, la habitación se percibía de manera clara. Él se encuentra tumbado en una alfombra dispuesta en una roca horizontal y de escasas protuberancias; y el asiático se encuentra arrodillado en frente suyo con una botella adornada con serpientes doradas y ojos de jade. Un pozo casi perfectamente redondo, se encuentra entre ambos como método de separación; de este pozo desprende un brillo azul similar al que emanan los minerales de la cueva aunque con un tono ciertamente más claro; el brillo del pozo se refleja en la cara del asiático y en el techo natural de la cueva en una suerte de media luna blanquecina color miel con líneas que se perdían en la transparencia pero que la atravesaban perpendicularmente; así dispusieras las líneas de un reloj, en sentido contrario, desde las doce hasta las siete.)

¿?: Mentira es si digo que careces del conocimiento para responder cuantas preguntas deseo hacerte, pero por ahora me conformaré con que respondas una; ¿Qué hacíais tú y tus camaradas; adeptos de la enseñanza y emisarios de la meditación en tan destartalado lugar? ¿Acaso es necesario señalizar tan cruento lugar a simple vista? O por el contrario, ¿Acerté en mi primera proposición, en la primera que oíste, y sois vagabundos de una ciudad sin casas; perros de un coto sin cazador, que ibais a inmolaros por el noble y ya fallecido Buda? No temas hablar, pues aunque he sanado tu sordera y ceguera, tu lengua se encontraba en perfecto estado cuando te saqué de la nieve y te traje aquí. (El Shaolin, tratando de recordar algo más de lo sucedido, reniega de ello y rompe su silencio)

Shaolin: He aquí que estoy yo, y te digo que ni yo mismo sé que ha sucedido; pero te pido, antes de responder a tus preguntas que de seguro te serán satisfechas, que respondas tu a las mías ¿Dónde estamos? Y más importante ¿Quién eres tú, que alardeas de haber salvado mi vida?

Lao-Tze: Las preguntas hubiera preferido recibirlas así como te las voy a contestar, de una en una, pero haciendo galantería de mi renombrada sabiduría pasaré por alto tus malos hábitos en el milenario arte del diálogo; y contestare, pues, éstas tus cuestiones: Yo no soy otro que el que soy; el dragón volador, inspiración para una centena; que digo centena, miliada, que digo miliada, para un millón de filósofos; y úlcera y enemigo de un millón de dictadores.  Mi nacimiento fue anunciado por el cometa y aleccioné a Confucio el de las analectas. Tambien soy servidor del emperador de Jade, y precursor en la tradición de los herméticos. (Shaolin quedó impresionado por aquel que se encontraba frente a él, y por todas las cosas que decía haber hecho)

Shaolin: Te rindo pleitesía ahora que se cuan orgulloso eres, y con razón, pues no es para menos; inspiración y enemigo de un millón, predestinado por el cometa, aleccionador de Confucio. Mi más sincera gratitud por haber salvado mi vida de la fría nieve. Sin embargo, ahora que comprendo tus calibres una ligera idea viene a mi mente ¿Pero cómo es que has salvado mi vida, y más concretamente mis sentidos, si estos eran irreparables? (Lao Tze mirando el pozo y rellenando la botella)

Lao-Tze: Que la gracia sea conmigo no es deseable, es un bien que se me ha concedido a desgana. No es necesaria, por tanto, tu gratitud. Y sobre tu pregunta; quizá en tu entelequia mis conocimientos alcanzan cuanto menos los de un clásico gran sabio, y en efecto me son conocidas las artimañas de la medicina  de todo oriente y sus complicados métodos. Pero debo reconocer, que no hay sabiduría de hombre que hubiera podido sanar tus lesiones; aunque no está en mí juzgar al hombre futuro que me superará. (Mirando ahora a los ojos al Shaolin) Entiendo que no conoces la naturaleza del suelo que pisas ni la del aire que respiras, como un niño, no sabes nada; incluso ahora que sanaste, caminas ciego y sordo. Déjame ahora que alumbre tu mente como el delicado candil. Estás en Shangri-La; la tierra eterna, y yo; Lao-Tze, soy su administrador. Las aguas que ves en este pozo, son las aguas de la eterna juventud, y los cristales que nos rodean y que iluminan la estancia, son los sabios que aquí han vivido y salvaguardado el secreto  de Shangri-La; llegados su hora, todos se redujeron a brillantes cuarzos azules, y aquél su brillo son sus almas que todavía reposan en paz infinita. El hecho de que te hayas recuperado, debería ser un símbolo de que estas aquí por si tu incredulidad todavía no te permite ver lo que tienes delante. (Shaolin contiene el aliento y escucha atentamente sin dar crédito a lo que oye) Sin embargo, no podría decir exactamente cómo es que así ha sido; pero creo que no nos toca a nosotros juzgar las normas de este lugar. Llevo cientos de años bebiendo de las aguas, recopilando el conocimiento del mundo que se nos ha sido transmitido a nosotros en canciones que cabalgan el viento pero que solo los elegidos por Shangri-La y el Gallo Dorado podemos escuchar. El Gallo Dorado es el eterno amanecer, símbolo de nuestra eternidad. Aguardo el día en el que finalmente adopte la forma de uno de estos cuarzos para sumarme a los sabios que me antecedieron; como si de una estrella recién nacida en el firmamento se tratase. Mientras tanto mi tarea es hablar todas las lenguas, y no solo hablarlas sino escucharlas, pero no solo escucharlas; sino leerlas.

Shaolin: No es sencilla tarea la que aquí desempeñas. A tus pies me pongo y reconozco que tan profundo eres en el arte de aprender. El más profundo que hubiere conocido, si no fuera por un hombre que fue mi maestro y que tú conoces.

Lao-Tze: Bien has hablado, porque ese hombre me era más que conocido y debo decirte que era bienhechor a ojos de El Gallo Dorado. Pero debo decirte que a todo esto, aún no me has revelado que te ha traído a esta montaña, si te eran desconocidas todas las leyendas y cuentos que apuntaban a ésta como el legendario lugar donde pudiera hallarse Shangri-La, entiendo que habéis venido a morir por el gran Buda; que tuvo agonía cuando tuvo que tener calma.

Shaolin: Me explicaré pues sin más demora: El maestro abandonó el templo liberando su conciencia antes de partir, y se nos fue revelado a mí y a los de mi orden la auténtica naturaleza del conocimiento, y claro está, la iluminación.

(Lao-Tze escuchaba atento sentado de rodillas; mientras asentía, su moño blanco temblaba, y se atusaba la fina pero inmensa barba blanca con la mano derecha)

Yo, y cinco camaradas de mi templo fuimos expulsados por querer cumplir venganza, en vez de cumplir con la voluntad de nuestro maestro y querer pasear por el inmenso puente rojo sin principio ni final, guardándonos por supuesto de mirar las aguas o meditar. Así pues, emprendimos la marcha y tras numerosas millas nos adentramos en esta montaña en busca de un viejo monasterio que efectivamente encontramos: Quizá no lo sepas (Lao-Tze frunció el ceño) pero ese monasterio fue un día de gran importancia en la vida del gran Buda, y dado el carácter de nuestra empresa, aquel no era sino el mejor lugar.

Lao-Tze: Pero no esperaríais volver con vida, ciertamente.

Shaolin: Verdad dices pues no era esa nuestra intención. Nuestro cometido final era encontrar en las aguas que fluyen debajo del puente el rostro de aquel que asesinó a Buda en su último suspiro, y morir físicamente en paz contemplando aquel espectáculo eternamente en la mente, también en contra de lo que Buda nos aconsejó.

Lao-Tze: No hallo el sentido de tus palabras, pero me es conocido el fatal destino que sufrió tan valeroso hombre y de tan agraciadas cualidades; Crueles son los tiempos que corren, porque los que corrieron ya son mito, pero la violencia del mañana poco tiene que envidiarle a la de hoy. Sin embargo, también caprichoso es el destino; y no te niego si te digo que me resulta extraño el futuro, solo porque será diferente del presente; pero igual que el pasado. Desafortunadamente, tal vez no fuera Buda el perfecto ser que aguardaba el destino, como si no terminar así. No olvides, Shaolin, que Buda era Buda; pero que antes que eso era hombre.

 (Lao-Tze terminó de decir esto y perdió la mirada una vez más en el pozo)

Shaolin: Pues como así éramos nosotros, conferimos que este conocimiento que nos brindaría la espada de la venganza y simultáneamente el yugo del buey nos era menester.

Lao-Tze: ¿Y cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que no sufriste el destino de tus compañeros? Pues cuando te encontré en la nieve; advertí 5 montículos más que permanecían tapizados, mientras que el tuyo se había desprendido, de hecho, apareciste unos centímetros más lejos.

(Shaolin agachó la cabeza haciendo ademán de vergüenza, y Lao-Tze, que no estaba mirando, se percató y dijo)

Lao-Tze: Si miedo es el que te trajo a esta montaña, ¿Por qué te cuesta tanto admitir que fue él el que te trajo también hasta mí?

(Shaolin miró a Lao-Tze, a sus ojos negros)

Shaolin: Los vi a todos ellos, a todos. Pensé que debían de ser decenas, pero eran cientos. Todos miraban las aguas en la postura del loto; hasta donde alcanzaba la vista, habían hombres y mujeres sentados sobre el gran puente rojo. Comprobamos que ninguno sentía dolor, pues pellizque a uno de aquellos cuerpos a traición esperando sacar un chillido, un resoplido. Sin embargo, dado nuestro duro entrenamiento no nos resultó extraño. Así que no me contuve y empujé a uno de esos hombres a las aguas, y como si de una hoja se tratase, cayó sin ofrecer mayor resistencia. Mis compañeros quedaron asombrados por mi atrevimiento, y me miraron con desdén; pero yo tenía que comprobar que tan lejos estaba lo que mis ojos creían ver de lo que realmente estarían viendo; quería comprobar, asegurarme, de que eso lo que estaba viendo no era un sueño. Aunque debo decir, que ahora que lo recuerdo, me pareció más bien una pesadilla. En fin; una vez llegados allí, sabíamos muy bien lo que habíamos y lo que no habíamos de hacer; y aun así nos costó en gran medida hacer cualquiera de las dos cosas. Uno de mis compañeros se sentó en el límite y se cruzó de piernas; exhaló y espiró, e irguió la espalda despejando sus pensamientos y alcanzando la pose del loto, empezó a meditar. Relajadamente comenzó a bajar su pulso, mientras poco a poco su fortalecida espalda dejaba de bambolearse; hasta que finalmente se detuvo. Cuando le tomé el pulso, estaba muerto. Sin embargo, permanecía en su posición; mirando al agua en una suerte de posición imposible para el cuerpo humano cuando deja de poder controlar sus gestos a voluntad. Debo admitir que fue aquello lo que me acobardó.

Lao-Tze: Sigo sin entenderlo; vosotros alcanzasteis la loma con un único propósito, y una única posible  consecuencia, que era morir ¿Cómo es que sentado tu cuerpo en el suelo de aquella decrépita construcción, no quiso tu alma sentarse en ese puente que mencionas?

(Shaolin le retira la mirada a Lao-Tze y comienza a llorar)

Shaolin: No me tengas por hombre de débil corazón por éstas lágrimas; ni por el miedo que ahora te diré que sentí; ni por la estupidez de mi raciocinio. (sollozando) Mi deseo personal, intransferible y primoroso no fue ni ha sido otro que el de vengar a mi maestro; el de acabar con la vida de quien a tan benevolente ser se la quitó primero. Y ni muriendo en la montaña, ni meditando en el templo iba a ser capaz de alcanzar tal hazaña. Si bien el miedo que me infundó la muerte de éstos, mis compañeros, en tan contradictoriamente bello y lóbrego lugar tuvo un gran impacto en mi decisión; fue el miedo final que tuve a no cumplir mi venganza el que de sorpresa se abalanzó sobre mí, y el que me inmovilizó y me hizo querer salir del gran puente rojo. Solo sé que en cuanto formulé esta idea; cayó como una gota de petróleo en el mar y si el agua bien fueran mis pensamientos, quedó completamente turbada. Seguidamente me encontré envuelto en un calor ardiente pero muy húmedo que abrasaba mi piel, y traté de arrastrarme hacia lo que en mi negra periferia adiviné como salida. Luego oí un vibrar y perdí la consciencia.

Lao-Tze: La estructura finalmente cedió a la intempestiva ventisca, probablemente sería esa la vibración que sentiste. Si así me dices que todos tus compañeros ya habían muerto, colmas mi corazón de tranquilidad, pues temía que al contarte que fueron aplastados por la estructura, y evidentemente aniquilados en el acto, salieras a desenterrarlos para comprobar esto con tus propios ojos. No puedo ofrecerte en éste sagrado refugio más hospedaje que el de ésta noche, y la siguiente a esta. Se sabio y reposa en éste ambiente curativo, preescrito para cualquier mal como su remedio, y mañana al amanecer planearemos, si es que es posible, tu venganza. Pues si eso es lo que te ha traído hasta aquí, no puedo sino simpatizar con tu objetivo. Ahora vete a descansar; esta noche te tendré en mis oraciones.

(Shaolin asiente, hace una reverencia desde el suelo y se recuesta en la alfombra mientras escucha el ruido de unas cascadas que no ve y que probablemente recorran el interior de la montaña. Se duerme)

 

 

 

 

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