Y cuando por la luz del sol naciente vislumbre mis quemados
ojos posando lo que quedaba de mirada en el firmamento, logré discernir una
tenue pero inmensa oscuridad que me envolvía tras de mí, delante y en
cualesquiera de los sitios que antes observaban mis cabizbajos parpados… Entonces lo vi, una extensión sin principio
ni final en la que me perdía como una coma en la biblia, como una gota en el
mar, como un huevo en el nido. Nacía y moría una y otra vez mientras mi
constreñido corazón estiraba sus extremidades como el comatoso que emprende su
vida una vez más, ambos habiendo despertado de un largo sueño. ¿Y quién era yo
para cuestionarla? ¿Y quién era yo para vivirla? Dios me esperaba en el
pasillo, al final, aguardando mi llegada con mirada condescendiente pero
amorosa. Como la de un padre, como la de un amigo. Y entonces comprendí que si
Dios no existía, ¿Con quién habría estado hablando todo este tiempo? ¿Se habrían perdido mis palabras, mis
sonidos, pensamientos encerrados en simples códigos en la inmensidad? ¿En la
oscuridad? Y quise pensar que no, y quise pensar que allí estaba yo. Abrazado
con la oscuridad. Siendo uno con todo.
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