lunes, 5 de febrero de 2024

ORÍGENES

 

Hoy me he percatado de un cierto hecho, la mar de curioso, que quizá ha quedado sepultado y enterrado en mi subconsciente a causa de la tristeza, la agonía, la impotencia y físicamente; por la marihuana. Yo espero con cierta expectativa el momento cénit de mi frustración, el momento en el que mis sueños se arruinen; y sin embargo, yo ya soy un hombre frustrado. Cuando tenía diez años comencé a dibujar sin ínfulas ni necesidad, simplemente por el placer de experimentar con mi imaginación; fue cuando entré en la secundaria que comprendí que nunca había existido una asignatura de dibujo, no por cualquier motivo, y es que dibujar era uno de los trabajos más arduos, complejos y únicos que cualquier persona sobre la faz de la tierra pudiera permitirse. Investigué la cuestión, y me rodee de gente que dibujaba como yo buscando aprender en cada trazo, en cada movimiento una nueva técnica que ayudara a depurar la mía; con un aire enfermizo y obsesivo lo hacía. De humoristas y adultos profesionales aprendía yo, y se me abrían ante mi las posibilidades, aunque inequívocamente escasas, de ser un dibujante de cómics; o quizá un pintor. Aunque especialmente, deseaba confeccionar personajes para incluirlos en videojuegos. Finalmente, mis padres dejaron de pagar la academia en la que pude brevemente  estudiar artes, y de la que quedé profundamente enamorado en secreto. Más tarde fui internado un verano en un colegio llamado San José, y como el tiempo no era desde luego un problema; me dediqué a jugar al baloncesto, escribir, y más especialmente aquí, dibujar. Fue aquí donde de verdad me enamoré del dibujo, del arte, de la pintura, de la ciencia y dicho sea de paso de Dios. Un profesor internado era un altruista; un escultor y pintor aparte de profesor que pasaba el verano, después de haber trabajado todo el año, trabajando. Sabe Dios que si algún día mi camino se encuentra entre las piedras del sendero de la docencia; éste será uno de mis alfeizares y banderas. Una noche, cuando era tarde y mi compañero de habitación dormía y el silencio recorría el pasillo, salí a hurtadillas para entrar en la habitación de Don Pedro; cuando le vi, estaba en un escritorio de profesor en una habitación con dos camas donde una luz naranja procedente de un flexo inundaba la estancia; y Don Pedro, concentrado, dibujaba en una libreta sin percatarse de mi presencia a causa del ensimismamiento en el proyecto. Primero temeroso trate de no emitir ni un solo ruido, intentando contener la respiración; pero sin demora comprendí que sería ciertamente raro que al inevitablemente enterarse de que estaba ahí, fuera de pie y mirándolo en silencio como me encontrase. Entonces no se me ocurrió nada más que dar un par de golpecillos en la puerta; Don Pedro me recibió sorprendido por mi presencia, pero le explique rápidamente que había acudido esperando recibir de su mano algunos consejos y valoraciones sobre unos cuantos dibujos que albergaba en mi haber. Él ciertamente lo comprendió, y con un ademán suspicaz comenzó a examinarlos ¿La mejor parte? No recuerdo que me dijo sobre éstos; en algunos días creo recordar una mirada de impresión y satisfacción, y en otras un gesto oblicuo de incredulidad e indiferencia. Sin embargo, este momento blanconegro es uno de los que más atesoro en mi memoria. Porque así como el polígamo, no fue mi última experiencia con el arte la que acabo de mencionar, sino que conseguí confeccionar un texto que pretendía sensibilizar a la que por aquel entonces soltaba suspiros y efectivamente mi éxito labré; pero el mejor fue el de Rubén, un adolescente ciertamente apartado del grupo que se formó en torno a los adultos del internado. Al principio pensé que entendía porque, pero ahora se que nada de lo que pasó allí fue justificable mas que en la mente del  que hizo de ejecutor y del que vaya a sustituirlo en su trabajo. Pues con Rubén andaba yo, en el salón de estudio; el único lugar con aire acondicionado, y por ello, mi lugar perfecto para escabullirme y poder leer IT y leer en voz alta mis textos para corregir su coherencia. Yo no había advertido su presencia hasta que se hizo denotar tras de mi, mientras muy concentrado recitaba mi texto al micrófono del teléfono. Entonces llamó mi atención y me preguntó por lo que me traía entre manos; cuando le expliqué que me gustaba escribir y que había compuesto un nuevo texto, lejos de mi expectativa, me hizo saber que estaba interesado en el, y que si no me era problema leérselo. Yo quedé impresionado, y ciertamente, satisfecho; por lo que sin problema así lo hice, y con especial vehemencia y beligerancia lo narraba cuando concluí y me dijo; ¿Por qué no te dedicas a esto? Y ahí, efectivamente, me enamoré de la escritura. Ahora que lo pienso, sí, es cierto; no seré famoso… pero donde está la frustración en la ausencia del éxito, ¿en mi trabajo, o en mi?

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