Hoy me he percatado de un cierto hecho, la mar de curioso,
que quizá ha quedado sepultado y enterrado en mi subconsciente a causa de la
tristeza, la agonía, la impotencia y físicamente; por la marihuana. Yo espero
con cierta expectativa el momento cénit de mi frustración, el momento en el que
mis sueños se arruinen; y sin embargo, yo ya soy un hombre frustrado. Cuando
tenía diez años comencé a dibujar sin ínfulas ni necesidad, simplemente
por el placer de experimentar con mi imaginación; fue cuando entré en la
secundaria que comprendí que nunca había existido una asignatura de dibujo, no
por cualquier motivo, y es que dibujar era uno de los trabajos más arduos,
complejos y únicos que cualquier persona sobre la faz de la tierra pudiera
permitirse. Investigué la cuestión, y me rodee de gente que dibujaba como yo
buscando aprender en cada trazo, en cada movimiento una nueva técnica que
ayudara a depurar la mía; con un aire enfermizo y obsesivo lo hacía. De
humoristas y adultos profesionales aprendía yo, y se me abrían ante mi las
posibilidades, aunque inequívocamente escasas, de ser un dibujante de cómics; o
quizá un pintor. Aunque especialmente, deseaba confeccionar personajes para
incluirlos en videojuegos. Finalmente, mis padres dejaron de pagar la academia
en la que pude brevemente estudiar
artes, y de la que quedé profundamente enamorado en secreto. Más tarde fui
internado un verano en un colegio llamado San José, y como el tiempo no era
desde luego un problema; me dediqué a jugar al baloncesto, escribir, y más
especialmente aquí, dibujar. Fue aquí donde de verdad me enamoré del dibujo,
del arte, de la pintura, de la ciencia y dicho sea de paso de Dios. Un profesor
internado era un altruista; un escultor y pintor aparte de profesor que pasaba
el verano, después de haber trabajado todo el año, trabajando. Sabe Dios que si
algún día mi camino se encuentra entre las piedras del sendero de la docencia;
éste será uno de mis alfeizares y banderas. Una noche, cuando era tarde y mi
compañero de habitación dormía y el silencio recorría el pasillo, salí a
hurtadillas para entrar en la habitación de Don Pedro; cuando le vi, estaba en
un escritorio de profesor en una habitación con dos camas donde una luz naranja
procedente de un flexo inundaba la estancia; y Don Pedro, concentrado, dibujaba
en una libreta sin percatarse de mi presencia a causa del ensimismamiento en el
proyecto. Primero temeroso trate de no emitir ni un solo ruido, intentando
contener la respiración; pero sin demora comprendí que sería ciertamente raro
que al inevitablemente enterarse de que estaba ahí, fuera de pie y mirándolo en
silencio como me encontrase. Entonces no se me ocurrió nada más que dar un par
de golpecillos en la puerta; Don Pedro me recibió sorprendido por mi presencia,
pero le explique rápidamente que había acudido esperando recibir de su mano
algunos consejos y valoraciones sobre unos cuantos dibujos que albergaba en mi
haber. Él ciertamente lo comprendió, y con un ademán suspicaz comenzó a
examinarlos ¿La mejor parte? No recuerdo que me dijo sobre éstos; en algunos
días creo recordar una mirada de impresión y satisfacción, y en otras un gesto
oblicuo de incredulidad e indiferencia. Sin embargo, este momento blanconegro
es uno de los que más atesoro en mi memoria. Porque así como el polígamo, no
fue mi última experiencia con el arte la que acabo de mencionar, sino que
conseguí confeccionar un texto que pretendía sensibilizar a la que por aquel
entonces soltaba suspiros y efectivamente mi éxito labré; pero el mejor fue el
de Rubén, un adolescente ciertamente apartado del grupo que se formó en torno a
los adultos del internado. Al principio pensé que entendía porque, pero ahora
se que nada de lo que pasó allí fue justificable mas que en la mente del que hizo de ejecutor y del que vaya a
sustituirlo en su trabajo. Pues con Rubén andaba yo, en el salón de estudio; el
único lugar con aire acondicionado, y por ello, mi lugar perfecto para
escabullirme y poder leer IT y leer en voz alta mis textos para corregir su
coherencia. Yo no había advertido su presencia hasta que se hizo denotar tras
de mi, mientras muy concentrado recitaba mi texto al micrófono del teléfono.
Entonces llamó mi atención y me preguntó por lo que me traía entre manos;
cuando le expliqué que me gustaba escribir y que había compuesto un nuevo
texto, lejos de mi expectativa, me hizo saber que estaba interesado en el, y
que si no me era problema leérselo. Yo quedé impresionado, y ciertamente,
satisfecho; por lo que sin problema así lo hice, y con especial vehemencia y
beligerancia lo narraba cuando concluí y me dijo; ¿Por qué no te dedicas a
esto? Y ahí, efectivamente, me enamoré de la escritura. Ahora que lo pienso,
sí, es cierto; no seré famoso… pero donde está la frustración en la ausencia
del éxito, ¿en mi trabajo, o en mi?
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